Ramzy Baroud, CounterPunch.org, 3 octubre 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ramzy Baroud es periodista, escritor y director de The Palestine Chronicle. Es autor de seis libros. Su próximo libro, Before the Flood, será publicado por Seven Stories Press. Entre sus obras figuran Our Vision for Liberation, These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons (Clarity Press, Atlanta) y The Last Earth. El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su página web es www.ramzybaroud.net
Lo que está sucediendo en Italia con respecto a Gaza no tiene precedentes en la historia de la solidaridad entre el país y cualquier otra causa internacional en cualquier lugar. Se está produciendo un levantamiento popular cuyas consecuencias probablemente van a alterar no sólo la posición de Roma sobre el genocidio israelí en la Franja, sino también la propia estructura política del país en su conjunto.
Para entender por qué esta conclusión es racional, debemos tener en cuenta dos factores importantes: la movilización popular en todo el país y el contexto histórico de la actitud política de Italia hacia Palestina y Oriente Medio.
Cuando comenzó el genocidio israelí en Gaza, el lenguaje y la postura política del gobierno de extrema derecha de Giorgia Meloni eran más o menos coherentes con las posiciones políticas adoptadas por otros líderes europeos.
En su visita a Israel el 21 de octubre de 2023, el lenguaje de Meloni fue el de la condena incondicional de los palestinos por el ataque del 7 de octubre y el apoyo igualmente incondicional a Israel y su «derecho a defenderse».
Esa postura se mantuvo constante durante toda la guerra hasta hace unos meses, cuando el genocidio israelí alcanzó niveles demasiado extremos incluso para que Meloni lo ignorara. Así lo expresó el ministro de Defensa italiano, Guido Crosetto, quien afirmó, el pasado mes de agosto, que Israel «había perdido la cordura y la humanidad».
A pesar de ello, las armas italianas siguieron llegando a Israel. Incluso cuando Roma decidió no enviar nuevas armas a Tel Aviv, se siguieron cumpliendo los antiguos contratos militares firmados anteriormente con el gigante armamentístico italiano Leonardo, a pesar de que estas armas se utilizaban directamente en el genocidio israelí en Gaza.
Meloni no sólo «honró» el compromiso del país con Israel a costa de cientos de miles de palestinos inocentes en Gaza, sino también a costa de la progresista Constitución italiana, que afirma que «Italia rechaza la guerra como instrumento de agresión contra la libertad de otros pueblos».
Por otro lado, la sociedad italiana, al menos durante un tiempo, permaneció confusa y aparentemente dócil ante los crímenes israelíes y el apoyo de su Gobierno al genocidio en curso.
Esta aparente docilidad no reflejaba necesariamente la falta de interés del pueblo italiano por los acontecimientos fuera de sus fronteras. Más bien era el reflejo de tres importantes factores políticos e históricos que vale la pena destacar:
En primer lugar, los medios de comunicación italianos se han dividido últimamente en dos grupos principales: los medios privados, propiedad en gran parte de la familia del difunto primer ministro Silvio Berlusconi, un magnate de la comunicación de extrema derecha y aliado cercano del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu; y los medios públicos, sometidos a los dictados del Gobierno. Como era de esperar, ambos se mantuvieron fieles a la línea de la hasbará israelí, que criminalizaba a los palestinos y absolvía a Israel.
En segundo lugar, la falta de plataformas organizativas en Italia, que en el pasado se habían posicionado dentro de las actividades de los sindicatos populares. Históricamente, los poderosos sindicatos italianos estaban directamente vinculados a partidos políticos que tenían una representación sustancial en el Parlamento italiano. Juntos, han logrado no sólo mover los hilos políticos, sino incluso influir en las políticas, tanto a nivel nacional como internacional.
En tercer lugar, todo lo anterior está relacionado con el importante reposicionamiento de la política italiana entre la Primera República posterior a la Segunda Guerra Mundial (1948-1992) y la Segunda República, desde 1992 hasta la actualidad. Esa importante reestructuración estuvo directamente relacionada con el colapso de la Unión Soviética, el desmantelamiento del Partido Comunista Italiano —que en su día fue el partido comunista más poderoso y relevante de Occidente— y el auge de la política de centroderecha.
Este último acontecimiento no sólo obligó a un cambio drástico en la política interna de Italia, sino también en la actitud de su política exterior, alejándose así de la posición mucho más equilibrada con respecto a la ocupación israelí de Palestina, por ejemplo, para acercarse casi al abrazo de los políticos más ultraderechistas de Israel en los últimos años.
Este apoyo se hizo más evidente durante los años de Berlusconi, pero se acentuó aún más en el partido Lega de Matteo Salvini, conocido incluso entre los italianos por ser el heredero natural del legado fascista de Italia.
Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar gracias al alcance de la criminalidad de Israel en Gaza, la creciente solidaridad mundial con Palestina y la elaborada movilización popular dentro de la propia Italia desde el inicio del genocidio.
El 22 de septiembre, los trabajadores portuarios italianos lideraron una huelga nacional contra la guerra en Gaza y los envíos de armas a Israel. La acción se basó en una larga historia de resistencia obrera a la militarización, especialmente en los puertos utilizados repetidamente para transportar armas. Organizada por sindicatos de base y redes de solidaridad, la movilización puso de relieve el amplio rechazo de los trabajadores a ser cómplices de las políticas gubernamentales que sostienen la guerra y el genocidio.
De repente, los sindicatos italianos vuelven a salir a la calle, no sólo para negociar mejores salarios, sino para reclamar su posición como vanguardia de la solidaridad en el país y en el extranjero. Las consecuencias de este acontecimiento por sí solas podrían dar lugar a un cambio importante en la actitud política del pueblo italiano.
Al negarse a reconocer el Estado de Palestina, el Gobierno de Meloni se coloca en oposición directa a las aspiraciones de su propio pueblo, de todos los ámbitos políticos e ideológicos. Esto podría costarle muy caro en futuras elecciones.
Italia se encuentra ahora en la cúspide de otro momento histórico, cuyo resultado podría afianzar aún más al país en el campo de la extrema derecha o devolverlo a una posición mucho más coherente con su historia radical de antifascismo, movilización social y resistencia internacionalista.
Con independencia de hacia dónde se incline la balanza de la historia, no se puede negar que lo que está ocurriendo en Italia en este momento es nada menos que un auténtico levantamiento político, una intifada.
Foto de portada de Sophie Popplewell.