Peter Bach, CounterPunch.org, 13 octubre 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Peter Bach es un escritor y cineasta que vive en Londres.
«El sueño de la razón produce monstruos», el título del grabado de Goya de 1799 era una advertencia contra la ceguera moral, contra la razón despojada de empatía. Puede que no se aplique perfectamente a Jared Kushner, el yerno de Donald Trump, pero su ascenso ha tenido el mismo carácter sonámbulo: más que una escalada, ha sido una herencia.
Instalado en la Casa Blanca por matrimonio más que por méritos, se convirtió en el asesor más mimado de su suegro, un novato en diplomacia al que se le encomendó la cartera de la paz en Oriente Medio porque la familia prevalecía sobre la experiencia. Entre 2017 y 2021, este joven y ligeramente misterioso hombre, que una vez dijo que se relajaba mirando edificios, supervisó el «plan de paz» de la administración que culminó en los Acuerdos de Abraham, altamente transaccionales, que normalizaron las relaciones de Israel con las monarquías del Golfo, dejando a los palestinos fuera del marco. Jordania, como escribí en su momento, mantuvo sus cautelas.
Cuando terminaron los primeros años de Trump, Kushner hizo lo que muchos exfuncionarios sólo sueñan: convirtió su agenda de contactos en un balance financiero. En 2021 fundó Affinity Partners, una empresa de capital privado con sede en la soleada Miami. En seis meses consiguió 2.000 millones de dólares del Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí, presidido por el príncipe heredero Mohammed bin Salman, cuya aprobación personal se impuso a las dudas internas. Más tarde, Reuters informó de un respaldo adicional por parte de los Estados del Golfo, y el Comité de Finanzas del Senado señaló que Affinity había recaudado aproximadamente 157 millones de dólares en comisiones de gestión, un jugoso beneficio tras dejar el cargo que casi incomodaría a cualquiera, excepto al propio Kushner.
Desde que dejaron Washington, Kushner e Ivanka Trump, que se convirtió al judaísmo en 2009, han mantenido una distancia calculada con respecto a Donald Trump, en parte por motivos de imagen y en parte como retirada táctica. La separación se interpretó como una forma de autoprotección y posicionamiento: lo suficientemente cerca como para beneficiarse de la influencia futura, lo suficientemente lejos como para escapar del caos que una vez la definió. Es una imagen cuidadosamente esculpida, no pegada como arcilla húmeda.
En 2024, mientras Gaza ardía, Kushner reapareció. «La valiosa propiedad frente al mar en Gaza», dijo, una frase que sonó como un lapsus freudiano, reduciendo la catástrofe a un asunto inmobiliario. Ofreció consejos sobre la reconstrucción de Gaza incluso mientras perseguía megacontratos como la «privatización» de Electronic Arts por 55.000 millones de dólares -para gran disgusto de los jugadores de EA- con el mismo fondo saudí que financió su empresa. En octubre de 2025, en medio de un frágil alto el fuego, Associated Press atribuyó a los enviados de la era Trump —incluido Kushner— una participación discreta y entre bastidores.
Las fotos de las oficinas de Affinity en Miami muestran una oficina familiar disfrazada de fondo global: decoración sobria, poco personal, paredes blancas y el zumbido constante de un costoso aire acondicionado. Tom Wolfe se habría divertido mucho. Los visitantes describen a Kushner caminando descalzo durante largas llamadas, gesticulando con su teléfono. Las reuniones, según sugieren, a menudo terminan en una vaguedad cortés en lugar de una decisión. Su actitud es tranquila, segura y ligeramente antiséptica. Sus antiguos compañeros recuerdan el mismo ambiente en Washington: rara vez se enfadaba, nunca se apresuraba, estaba convencido de que los números podían calmar la política. Aun así, la lucha de Kushner por conseguir una autorización de seguridad permanente de alto nivel fue ampliamente citada en Washington como una señal de alarma.
También apareció en la investigación de Mueller, y sus reuniones con figuras rusas y otras personalidades extranjeras sirvieron como estudio de caso sobre los peligros de mezclar los negocios, la diplomacia y la herencia familiar.
Para sus admiradores, es imperturbable y visionario; para otros, una especie de avatar de la ambición cortés. En los círculos empresariales del Golfo, se dice que habla el lenguaje de los múltiplos de rendimiento y los megaproyectos, un dialecto, me aseguran, propio de la cultura de los fondos soberanos.
Es fácil imaginar cómo un hombre en la posición de Kushner podría beneficiarse de la paz. Hipotéticamente -y recalco la palabra- podría cobrar comisiones de gestión de los fondos de Oriente Medio y Norte de África para la reconstrucción posguerra; adquirir participaciones en infraestructuras de Gaza e Israel una vez que se calme la situación; invertir en «regeneración costera», energía, logística o empresas tecnológicas que dependen de un alto el fuego para funcionar. Nada de esto es necesariamente ilícito. Simplemente muestra cómo el capital privado transforma la diplomacia en flujo de negocios, cómo la paz se convierte en otra partida más de un prospecto. Como advirtió Hannah Arendt, «el revolucionario más radical se convertirá en conservador al día siguiente de la revolución».
Los funcionarios palestinos llevan mucho tiempo rechazando esta lógica. En 2019 boicotearon la conferencia de Kushner en Bahréin, calificando sus promesas de inversión como un soborno a cambio de silencio. Más recientemente, los críticos han dicho que no se puede construir una riviera sobre los huesos de los muertos. El malestar es universal: las ganancias pueden reconstruir lo que las bombas destruyeron, pero también corren el riesgo de blanquear la destrucción.
Para sus aliados, Kushner sigue creyendo en el capital como remedio, un hombre decidido a demostrar que la inversión puede tener éxito donde la diplomacia ha fracasado. Para sus críticos, esa es la ilusión de su carrera: la fe en que la liquidez puede redimir el despojo. El déficit moral, no el financiero, acecha cada debate sobre la reconstrucción de Gaza. La compasión nunca aparece en una hoja de cálculo.
Entre Miami (donde su vecino es el también multimillonario Steve Witkoff), Riad y Tel Aviv, Kushner se mueve con soltura, dominando a la perfección la gramática del capital paciente. En Washington, los investigadores y antiguos colegas ven algo más claro: no una visión, sino el acceso monetizado y los privilegios de una familia reconvertidos en un modelo de negocio global.
«No hay documento de civilización que no sea al mismo tiempo documento de barbarie», escribió Walter Benjamin. Al final, la historia de Kushner no trata sólo de la habilidad de un hombre para convertir la proximidad en capital, sino de una cultura política que trata la proximidad en sí misma como capital. Su calma, su refinamiento, sus eufemismos para referirse a la ruina, todo ello pertenece a una época en la que la línea entre el servicio y el interés propio se ha difuminado hasta convertirse en consultoría. El espejismo del desierto no existe realmente. Lo que inquieta a la gente no es simplemente que pueda beneficiarse de la resurrección de Gaza, sino que esa perspectiva ya no sorprenda a nadie.
Recientemente dijo, sin ironía: «En lugar de replicar la barbarie del enemigo, elegisteis ser excepcionales, elegisteis defender los valores que defendéis, y no podría estar más orgulloso de ser amigo de Israel».
Poco después, un trabajador humanitario palestino dijo a la BBC: «Ya no podemos reconocernos como seres humanos».
Y ahora Kushner es aclamado por algunos como el nuevo Kissinger, olvidando presumiblemente que Kissinger fue tildado de «criminal de guerra» por muchas personas debido a su participación en controvertidas políticas exteriores que provocaron un importante sufrimiento humano, como la guerra de Vietnam y las acciones en América Latina.
El grabado de Goya pertenece a Los Caprichos, una serie de 80 estampas satíricas que denuncian las locuras sociales y políticas de la España de finales del siglo XVIII. Representa a un hombre -a menudo interpretado como el propio Goya- dormido sobre su escritorio, mientras los búhos y los murciélagos revolotean a su alrededor. Fue en este escritorio donde el artista grabó la advertencia: «El sueño de la razón produce monstruos». En sus notas, Goya lo aclaró así: «La imaginación abandonada por la razón produce monstruos imposibles; unida a ella, es la madre de las artes y la fuente de sus maravillas».