Soumaya Ghannoushi, Middle East Eye, 3 noviembre 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Soumaya Ghannoushi es una escritora británica de origen tunecino experta en la política de Oriente Medio. Sus trabajos periodísticos han aparecido en The Guardian, The Independent, Corriere della Sera, Aljazeera.net y Al Quds. Puede encontrarse una selección de sus escritos en: soumayaghannoushi.com y en X: @SMGhannoushi
En el crepúsculo de El Fasher, una niña abraza una muñeca cubierta de hollín junto a un montón de cenizas donde antes se alzaba su hogar.
Las madres se apiñan en los pasillos del último hospital en funcionamiento, aterrorizadas ante la posibilidad de que el próximo ataque con drones se cobre la vida de los heridos que atienden. Los padres cavan tumbas con sus propias manos, enterrando a sus hijos en los patios de escuelas destruidas.
Durante 18 meses, la ciudad sufrió un asedio que la despojó de alimentos, agua y vidas. Cuando finalmente cayeron sus puertas, no llegó la liberación, sino la aniquilación.
Los testigos relatan cómo sacaron a la fuerza a hombres de sus casas, cómo ejecutaron a mujeres y niños en las calles, y cómo bombardearon hospitales mientras los civiles aterrorizados se refugiaban en su interior.
Human Rights Watch ha documentado escenas de asesinatos en masa, incendios y saqueos. La ONU ha descrito el ataque como una «campaña de exterminio». Y detrás de la fuerza que perpetró esta atrocidad se encuentra un patrocinador cuya influencia se extiende a todos los frentes de la guerra de Sudán: los Emiratos Árabes Unidos.
Si las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) son los verdugos visibles, la mano que las dirige es la de Abu Dabi.
Ha inyectado dinero, armas y protección política a la maquinaria bélica del líder de las FAR, Mohammed Hamdan Dagalo, conocido como Hemeti, desencadenando un conflicto que ha devastado Sudán.
Una historia oscura
Las armas siguen llegando al comandante de las FAR a través de las porosas fronteras de Chad y Libia, y mediante vuelos a través de bases de los Emiratos Árabes Unidos en Somalilandia, alimentando una guerra que ha desplazado a millones de personas y ha debilitado las instituciones del país.
Incluso equipo militar del propio Reino Unido ha llegado a manos de las FAR, lo que pone de manifiesto la complicidad silenciosa de Occidente en los crímenes que condena públicamente.
Las raíces de las FAR se encuentran en los rincones más oscuros de la historia moderna de Sudán. Formadas bajo el mandato del expresidente Omar al-Bashir como brazo paramilitar del Servicio Nacional de Inteligencia y Seguridad, posteriormente se integraron en la estructura del ejército sin perder su autonomía.
Su líder, Hemedti, pasó de ser un humilde comerciante de camellos a un señor de la guerra, de ejecutor de Bashir en Darfur a vicepresidente del Consejo Soberano de Transición de Sudán.
En 2019, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) contribuyeron a derrocar a Bashir, integrándose en el gobierno de transición y preservando discretamente su independencia y a sus patrocinadores extranjeros. Esta frágil coexistencia con el ejército se rompió en abril de 2023, al fracasar las negociaciones sobre la reforma de la seguridad.
Lo que siguió no fue simplemente un enfrentamiento militar, sino una lucha por la supervivencia de la nación: un Estado enfrentado a la fuerza mercenaria que él mismo había creado.
Desde el levantamiento popular de 2018 que derrocó a Bashir, Abu Dabi ha venido interviniendo para sabotear la revolución sudanesa y desviarla de su curso.
Armó y financió a Hemedti —el comandante yanyauid que Bashir utilizó para reprimir Darfur—, y buscó explotar esa misma brutalidad para destruir Sudán, fragmentarlo y dividirlo aún más, utilizando sus petrodólares como arma de desintegración.
Una investigación de Middle East Eye reveló cómo opera este apoyo: a través de una red clandestina de transporte aéreo, armas y mercenarios. En la ciudad portuaria somalí de Bosaso, aviones de carga emiratíes marcan terrenos considerados «peligrosos» y despegan al amparo de la noche, como parte de una operación encubierta que canaliza armas y combatientes hacia Sudán.
Mercenarios colombianos reclutados por empresas privadas con sede en los Emiratos Árabes Unidos se han desplegado bajo el mando de las FAR en los campos de batalla de Darfur. Esta no es una guerra por poderes accidental, sino premeditada.
Pero Sudán es sólo el último escenario de la larga campaña contrarrevolucionaria de Abu Dabi.
Una cruzada contrarrevolucionaria
La brutalidad de las FAR se exportó primero al Yemen, donde decenas de miles de combatientes sudaneses se desplegaron bajo el mando emiratí para librar la guerra de los Emiratos Árabes Unidos por la hegemonía.
Allí, las mismas unidades yanyauid que antaño arrasaron Darfur se convirtieron en instrumentos de la ambición emiratí, mercenarios en una guerra regional que devastó a otra nación árabe.
Desde la Primavera Árabe, los Emiratos Árabes Unidos —bajo el mandato de Mohammed bin Zayed— han librado una cruzada contrarrevolucionaria en todo el mundo árabe.
Han financiado golpes de Estado, armado milicias y fomentado guerras por delegación para frenar el cambio democrático y preservar el orden autoritario de la región.
Su política exterior se ha convertido en un ejemplo de sabotaje preventivo, asegurando que ninguna revolución triunfe, ninguna democracia sobreviva y ninguna libertad se arraigue, lo que podría amenazar a las monarquías del Golfo.
En Egipto, financiaron el golpe de Estado que llevó al presidente Abdel-Fatah el Sisi al poder y restauró el régimen militar.
En Túnez, apoyaron la toma del poder de Kais Saied en 2021, asfixiando la última democracia que quedaba en el mundo árabe.
Y, en Libia, fueron aún más lejos: violaron repetidamente el derecho internacional para instalar a un nuevo autócrata. Un informe de la ONU documentó las reiteradas violaciones del embargo de armas a Libia por parte de los Emiratos Árabes Unidos: helicópteros de ataque, drones y sistemas de misiles suministrados secretamente al Ejército Nacional Libio (ENL) de Jalifa Haftar, lo que intensificó la guerra y permitió la toma de territorio estratégico.
Este patrón es ahora innegable.
El Wall Street Journal ha detallado cómo los canales de suministro de armas emiratíes han fortalecido a una milicia sudanesa acusada de genocidio, un calco de la estrategia empleada en Libia.
Mientras tanto, en Gaza se desarrolla una historia paralela que combina una imagen de ayuda humanitaria con una estrategia carcelaria.
La evidencia sugiere que los Emiratos Árabes Unidos están involucrados en el plan israelí para arrasar el este de Rafah y construir una «ciudad humanitaria» para confinar allí a 600.000 palestinos, un «campo de concentración» según cualquier criterio objetivo.
Mondoweiss vincula esto con la operación israelí con nombre en clave Gallant Knight 3 y el surgimiento de las «Fuerzas Populares» de Abu Shabab como grupo paramilitar local encargado de controlar el cerco.
Para abastecer esta prisión sin barrotes, los Emiratos Árabes Unidos construyeron seis plantas desalinizadoras en Al-Arish, Egipto, con una capacidad combinada que, según se dice, abastecería a más de 600.000 personas; la misma cifra que repiten funcionarios israelíes y medios afines. Los medios de comunicación alineados con el Estado de los EAU lo presentan como una obra de caridad.
En este contexto, parece una infraestructura para el confinamiento masivo. Abu Dabi no se limitó a observar la matanza genocida perpetrada por Israel. Contribuyó a mantener abiertas las vías de comunicación israelíes.
Con el Mar Rojo en disputa, Israel optó por el transporte terrestre desde la India a través de los EAU para eludir los ataques hutíes desde el Yemen.
Informes y seguimientos detallaron rutas de transporte terrestre desde los puertos del Golfo hasta Haifa. En el aeropuerto Ben-Gurión, mientras la mayoría de las aerolíneas suspendían sus servicios, las compañías emiratíes continuaron operando, convirtiéndose en un salvavidas para los israelíes durante el genocidio.
Una alianza ideológica
Esta alianza no es meramente logística; es ideológica y comercial.
Las redes online israelíes y emiratíes han colaborado para moldear la narrativa en torno a Sudán y Gaza, atacando al ejército sudanés incluso mientras las masacres de las FAR aumentaban en El Fasher.
En el ámbito de la industria de defensa, las empresas israelíes se están expandiendo dentro de los EAU, estrechando el flujo bidireccional de dinero, tecnología e inteligencia. La empresa de defensa israelí Controp está abriendo una filial en el país, convirtiéndose en el último símbolo de esta creciente cooperación en materia de seguridad.
Mientras tanto, los gobernantes emiratíes se jactan de su «modelo de desarrollo» como un «ejemplo brillante para la región»: autoritario, antipolítico, impregnado de consumismo y ostentación: una fachada de progreso construida sobre la represión. Un milagro de la modernidad que oculta una maquinaria de tiranía.
Predican que la prosperidad sin libertad es el camino a seguir para los árabes. Pero la realidad que produce su modelo es fragmentación, caos y derramamiento de sangre.
Los Emiratos no actúan solos. Se han convertido en el socio regional más importante de Israel, cómplice de un proyecto compartido de desintegración. Juntos invierten en el caos: fomentan la guerra civil, arman a las facciones y convierten el desorden en oportunidad.
Mediante dinero, mercenarios y propaganda, enfrentan a sectas contra sectas, a tribus contra tribus, reduciendo a las naciones a feudos en guerra donde Israel ejerce un dominio absoluto.
Dominación a través de la división
El botín es tanto estratégico como material. El oro de Sudán fluye a través de los canales de las FAR y los EAU; el petróleo libio y los puertos yemeníes se engullen discretamente bajo el pretexto de «inversión». Empresas israelíes y emiratíes se benefician de los recursos saqueados y de las redes de contrabando que prosperan en el caos que ellos mismos ayudaron a crear.
Para el gobierno de extrema derecha de Israel, el objetivo es la dominación mediante la división. Para los Emiratos Árabes Unidos, se trata de un poder prestado: la ilusión de un imperio a través de la servidumbre.
Ambos países ven la región no como naciones soberanas, sino como territorios maleables, un mosaico de entidades debilitadas listas para la manipulación. De ser un pequeño principado del Golfo, Abu Dabi se ha transformado en un actor regional entrometido, involucrado en todos los conflictos, desde el Yemen hasta Libia y Sudán.
La ironía reside en que se imagina a sí mismo como una gran potencia, embriagado por la riqueza, envalentonado por su alianza con Israel y convencido de que exportar crisis la protegerá del cambio.
Pero la geografía y la historia no ofrecen tal protección. Los Emiratos Árabes Unidos siguen siendo un pequeño Estado que juega a ser imperio, librando guerras que exceden sus posibilidades y provocando consecuencias que no puede contener.
Porque los incendios que ha prendido en Sudán, Libia, el Yemen y otros lugares no arderán eternamente. Tarde o temprano, todo pirómano encuentra su propia llama. Quienes construyen el poder sobre el fuego siempre terminan siendo consumidos por él.
Foto de portada: El ministro de Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Abdullah bin Zayed al-Nahyan, recibe al ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Gideon Saar, en Abu Dabi el 6 de abril de 2025 (AFP).