Ramzy Baroud, CounterPunch.org, 4 noviembre 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de seis libros, el último publicado fue These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons (Clarity Press, Atlanta). Su próximo libro, Before the Flood, será publicado porSeven Stories Press. El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
¿Ha cambiado radicalmente el panorama en Oriente Medio tras la dura reprimenda de Donald Trump a Israel en su entrevista con la revista Time el 23 de octubre? Sus comentarios provocaron inmediatamente dos opiniones opuestas: para algunos, su postura representa un claro cambio en la política exterior estadounidense; para otros, no es más que una estratagema política diseñada para recuperar la credibilidad perdida por Estados Unidos durante los dos años de genocidio israelí en Gaza.
En cuanto al fin del reciente genocidio en Gaza, Trump afirmó que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, «tuvo que parar porque el mundo iba a detenerlo», y añadió: «Ya sabes, yo veía lo que estaba pasando… E Israel se estaba volviendo muy impopular». Con estas palabras, Trump dejó claro su punto de vista de que el exterminio sistemático de palestinos en Gaza había empujado a Israel a un punto de inevitable aislamiento que ni siquiera Estados Unidos podía seguir conteniendo indefinidamente.
Este es el quid de su mensaje, repetido en su severa advertencia a Netanyahu: «Bibi, no puedes luchar contra el mundo… El mundo está en tu contra. E Israel es un lugar muy pequeño en comparación con el mundo». Esto puede parecer un hecho obvio, pero teniendo en cuenta la historia del apoyo ciego de Estados Unidos —y, por extensión, de Occidente—, Israel siempre se ha sentido mucho más grande de lo que realmente es. De hecho, el poder percibido de Israel se ha definido históricamente por el respaldo incondicional de Estados Unidos.
Pero, según afirma Trump, Estados Unidos ya no se percibe a sí mismo como la vanguardia incondicional de Israel. Señala una nueva dinámica de poder global y destaca que «hay muchas potencias ahí fuera, potencias fuera de la región», cuya influencia ha hecho insostenible el tradicional papel protector de Washington. Esta nueva percepción se hace más evidente cuando Trump aborda el deseo de Israel de anexionarse ilegalmente la Cisjordania palestina ocupada. Ahora está dispuesto a tomar medidas, utilizando un lenguaje sin precedentes: la anexión «no se producirá porque di mi palabra a los países árabes. No se producirá. Israel perdería todo el apoyo de Estados Unidos si eso ocurriera».
Una frase así no tiene precedentes en la historia de las relaciones entre Estados Unidos e Israel. Sin embargo, esta rebeldía podría descartarse fácilmente como una maniobra teatral de Trump, una de esas declaraciones audaces que rara vez se traducen en políticas coherentes. Durante su segundo mandato, Trump pidió el fin de la guerra, pero hizo poco por detenerla, expresando su simpatía hacia los habitantes de Gaza mientras seguía suministrando armas a Israel. Sus contradicciones hacen difícil distinguir entre convicción y actuación.
La importancia de la advertencia sin precedentes de Trump se ve amplificada por el momento en que se produjo. La entrevista de Time se publicó el mismo día en que el Parlamento israelí (Knesset) aprobaba dos proyectos de ley que aplicarían la legislación israelí a la Cisjordania ocupada, allanando el camino para la anexión total e ilegal del territorio ocupado. Esta provocativa votación tuvo lugar mientras el vicepresidente estadounidense JD Vance aún se encontraba en Tel Aviv. A su salida del país, Vance lanzó un virulento ataque contra el Gobierno israelí, calificando la votación de «extraña» y «una maniobra política muy estúpida», que él consideró como un «insulto».
Quienes se muestran cautelosos ante cualquier supuesto cambio de postura de Estados Unidos tienen motivos para su escepticismo. Hay pocos indicios de que Washington esté cambiando de rumbo. El apoyo incondicional durante todo el genocidio es una prueba irrefutable de su compromiso con Israel. La larga trayectoria de respaldo estadounidense, desde antes de la fundación de Israel hasta hoy, sugiere claramente que es muy improbable que se produzca un giro repentino. Entonces, si no se trata de un cambio fundamental, ¿qué está sucediendo realmente?
Aunque el «vínculo inquebrantable» sigue existiendo, el equilibrio de poder ha cambiado. Israel ha alternado entre ser el Estado cliente privilegiado y, a través de su lobby, el impulsor de la agenda regional. La guerra puso de manifiesto las debilidades de Israel y restableció la antigua dinámica: Estados Unidos como salvador, dictando las prioridades. Más allá de los 3.800 millones de dólares anuales en ayuda militar, Washington aprobó 26.000 millones de dólares adicionales para sostener la economía y las guerras de Israel. Cuando Israel no logró sus objetivos militares en Gaza, Estados Unidos intervino con el «acuerdo de Gaza», que produjo un frágil alto el fuego que permitió a Israel perseguir sus objetivos por otros medios.
El resultado es una inversión de roles: Trump se hizo más popular en Israel que Netanyahu, resucitando la imagen de Estados Unidos como potencia decisiva. El aparente enfrentamiento entre los dos países tiene menos que ver con valores que con control, con quién dirige el barco de Israel, Tel Aviv o Washington. La fuerte retórica estadounidense sugiere que es consciente de su renovada influencia, pero la influencia por sí sola no es política.
Esto sigue estando lejos de ser un cambio de rumbo genuino. Estados Unidos insiste en gestionar el llamado conflicto israelo-palestino a través de sus propias prioridades políticas, fundamentalmente alineadas con las de Israel. Al ignorar el derecho internacional —la única fuente de equilibrio y objetividad—, Washington se asegura de que la hoja de ruta hacia el futuro de la región, a pesar de los desacuerdos ocasionales, siga estando totalmente en manos de Estados Unidos e Israel.
Estas políticas no lograrán traer la paz ni la justicia e inevitablemente reavivarán el mismo ciclo de violencia israelí. Aunque los bombardeos han disminuido temporalmente en Gaza, la violencia lleva tiempo aumentando en la Cisjordania ocupada.
No puede lograrse una paz justa y duradera a través de los caprichos de las administraciones estadounidenses, de guerras interminables o de declaraciones sin compromiso sobre la no anexión. La verdadera paz requiere una responsabilidad genuina, una presión internacional sostenida, sanciones y la aplicación rigurosa del derecho internacional. Sólo cuando el mundo siga luchando contra Netanyahu —y las políticas autodestructivas que representa— se evitará un nuevo genocidio y se logrará finalmente una paz justa.
Foto de portada de حسن.