Los vasallos asiáticos de Trump

Walden Bello, CounterPunch.org, 6 noviembre 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Walden Bello, columnista del Foreign Policy in Focus, es presidente del Board of Focus on the Global South y autor de 19 libros, los últimos de los cuales son Capitalism’s Last Stand? (Londres: Zed, 2013) y State of Fragmentation: the Philippines in Transition (Quezon City: Focus on the Global South y FES, 2014).

La semana pasada bien podría pasar a la historia como la semana de la humillación para nosotros en la zona de Asia-Pacífico. Al comienzo de la semana, Trump aterrizó en Kuala Lumpur para asistir a la Cumbre de Líderes de la ASEAN, donde se le organizó una ceremonia especial para conmemorar su supuesta mediación exitosa en el acuerdo de paz entre Tailandia y Camboya, cuya ardua labor fue realizada en realidad por el primer ministro Anwar Ibrahim de Malasia, quien cedió elegantemente el protagonismo al ególatra. Trump ni siquiera se molestó en esperar a que terminara la cumbre, sino que voló a Japón, con la dulce promesa del primer ministro Hun Manet resonando en sus oídos de que Camboya lo nominaría para el Premio Nobel de la Paz.

En Japón, Trump recibió una bienvenida real por parte de la primera ministra Sanae Takaichi, discípula del difunto Shinzo Abe, el ideólogo reaccionario que también era compañero de golf de Trump. Takaichi, la primera mujer en ocupar el cargo de máxima autoridad en Japón, pensó que un regalo adecuado para Trump era el palo que el asesinado Abe utilizaba para meter la bola en el hoyo. Trump también consiguió otra promesa de nominación al Premio Nobel de la Paz por parte de ella.

Sin embargo, Takaichi quedó eclipsada por el presidente de Corea, Lee Jae Myung, quien obsequió a Trump con una réplica de una corona de oro de la dinastía Silla que fue descubierta en una tumba real en Gyeongju. No sé si se trata de una noticia falsa, pero me parece totalmente coherente con la personalidad de Trump la información de que, al recibir la corona, le dijo a Lee: «Gracias, pero prefiero la original».

¿Y qué obtuvieron estos líderes a cambio de sus descaradas muestras de vasallaje al rey Donald? Ninguno de los gobiernos de la ASEAN consiguió ninguna reducción de los aranceles punitivos del 19% impuestos por Trump a sus exportaciones a Estados Unidos. Tampoco Corea y Japón obtuvieron ningún alivio del 15% que se aplica a sus exportaciones. De hecho, además de aceptar dócilmente los aranceles, también tuvieron que comprometerse a realizar inversiones por valor de cientos de miles de millones de dólares en Estados Unidos.

Lo que Trump tiene entre manos es la pregunta que ha mantenido al mundo en vilo desde que comenzó su segundo mandato hace diez meses. Trump es el epítome de la imprevisibilidad, pero si se impone el patrón zigzagueante de sus movimientos en lo que los estadísticos llaman diagrama de dispersión, se verá que hay una línea de tendencia que se ajusta a la hipótesis de la imposición de un nuevo paradigma en la relación de Estados Unidos con el mundo. Hay una coherencia en la mayoría de los movimientos aparentemente descabellados de Trump.

La «gran estrategia» de Trump: un acto de humo y espejos

¿Cuáles son los elementos principales de la «gran estrategia» de Trump?

Trump representa sin duda una ruptura radical con la estrategia imperial estadounidense de contención liberal, que se ha prolongado durante ocho décadas y en la que Washington ha respondido a los retos percibidos para la hegemonía estadounidense, dondequiera que aparecieran, con una combinación de intervención militar, alianzas políticas y un régimen multilateral que favorecía sus intereses. Trump representa a ese sector de la derecha que considera que Estados Unidos se ha extendido demasiado en lo económico, lo político y lo militar, y cree que esta es una de las causas principales de su declive. Este aislacionismo es el que predomina en la base del lema «Make America Great Again» de Trump.

Fomenta una perspectiva de victimismo que considera que tanto los enemigos como los aliados abusan de la generosidad estadounidense y que las anteriores administraciones de Estados Unidos fueron unas ingenuas por tolerar este abuso, cuyas consecuencias recayeron sobre el pueblo estadounidense. Trump considera que China es el peor infractor a la hora de aprovecharse de Estados Unidos, pero no es el único. Los aranceles punitivos a prácticamente todos los países del mundo son su forma de rectificar lo que considera una injusticia fundamental.

No le importa el multilateralismo ni las instituciones que Estados Unidos creó para legitimar su hegemonía, en particular la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Quiere tratar con cada país de forma bilateral, aunque sólo sea bilateral de nombre, ya que la realidad es la imposición unilateral de los deseos de Trump al socio más débil en las negociaciones militares y económicas. Desde el punto de vista de Trump, no hay acuerdos definitivos, sólo provisionales, cuyos términos pueden cambiar si la otra parte desagrada a Trump, una lección que Canadá aprendió por las malas cuando el gobierno de la provincia de Ontario emitió un anuncio en el que Ronald Reagan decía que los aranceles perjudicaban a todos los estadounidenses. A Trump no le gustó y dijo que iba a añadir un aumento del 10% al 35% ¡que ya había impuesto a Ottawa!

En cuanto a abordar problemas planetarios como el cambio climático, ¡olvídenlo! Estados Unidos se ha retirado del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y boicoteará la cumbre climática de Belém, Brasil, este mes, al igual que se retiró de la cuarta conferencia sobre Financiación para el Desarrollo celebrada en Sevilla, España, a finales de junio y principios de julio de este año.

Trump sabe que la globalización y el neoliberalismo promovieron la desindustrialización y la financiarización de la economía estadounidense, y está decidido a «devolver la grandeza a Estados Unidos» mediante una estrategia ultraproteccionista que limita radicalmente las importaciones para fomentar la reindustrialización del país y exige que las empresas estadounidenses y extranjeras desmantelen sus cadenas de suministro globales, incluso a un coste alto, y reubiquen los eslabones más vitales de estas cadenas en Estados Unidos. Las empresas que lideraron la migración desde Estados Unidos en los años noventa y dos mil en busca de mano de obra barata en China y otros lugares han reconocido que Trump es el jefe, y Tim Cook, director ejecutivo de Apple, ha declarado dócilmente: «El presidente ha dicho que quiere más en Estados Unidos… así que nosotros queremos más en Estados Unidos».

Queda por ver si Trump podrá revertir el proceso del declive económico estadounidense y reindustrializar los Estados Unidos mediante un proteccionismo extremo, pero, en mi opinión, las posibilidades de impedir que China se convierta en la primera potencia mundial no son muy grandes. De hecho, en términos de paridad de poder adquisitivo, China es ahora la mayor economía del mundo y ha desarrollado una capacidad de investigación y desarrollo autosuficiente que, en muchos ámbitos, como la inteligencia artificial, rivaliza ahora con la de los Estados Unidos.

El enfoque simplista de Trump respecto a la reindustrialización bien podría denominarse «capitalismo mágico», en el que, simplemente amenazando con aumentar los aranceles a otros países y exigiendo inversiones a las empresas secuestradas, sin ningún tipo de planificación ni política industrial, ¡voilá, se obtiene una economía estadounidense recién revitalizada y resplandeciente!

La política comercial y de inversión ultraproteccionista de Trump es coherente con su política de inmigración, que consiste en detener y expulsar a los trabajadores migrantes indocumentados y reducir radicalmente el número de migrantes que entran legalmente, excepto los procedentes de países blancos como Noruega, cuya población no tiene intención de emigrar a Estados Unidos.

La retórica de Trump es agresiva, pero no nos dejemos engañar por las apariencias. En realidad, está pasando de una postura de confrontación frente a las amenazas a la hegemonía estadounidense en todo el mundo a un enfoque de «esferas de influencia», en el que Estados Unidos considera el hemisferio occidental, incluida América Latina, como su esfera de influencia, mientras que se reconoce informalmente a Rusia como dominante en Europa del Este, Europa Occidental se ve obligada a valerse por sí misma, y Asia-Pacífico es considerada como la esfera de influencia de China.

Detrás de la exigencia de Trump de que Europa, Japón y Corea deben gastar el 5 % de su PIB en sus ejércitos se encuentra la realidad de que mantener más de 700 bases estadounidenses en todo el mundo supone un grave desgaste de los recursos estadounidenses. De hecho, las élites gobernantes de Japón y Corea del Sur temen que Trump reduzca significativamente la presencia militar estadounidense en sus países y que llegue a un acuerdo con el líder norcoreano Kim Jong Un, a quien Trump considera un amigo personal, a sus espaldas. Sus preocupaciones son similares a las de las élites europeas, que sospechan que Trump desea fervientemente llegar a un acuerdo con Putin sobre Ucrania a espaldas suyas. Esta sospecha fue expresada nada menos que por el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, cuando dijo hace unas semanas que Trump «funciona objetivamente como un activo» de Rusia.

Hay una realidad interna detrás del enfoque de las esferas de influencia de Trump, y es que la base del MAGA es en gran medida aislacionista, como se ha señalado anteriormente. El vicepresidente Vance, los ideólogos Steve Bannon y Laura Loomer y la congresista Marjorie Taylor Greene (republicana por Georgia) se han pronunciado abiertamente a favor de poner fin o reducir radicalmente los compromisos globales de Washington para garantizar que no haya más «guerras eternas». No lo hacen por bondad, sino porque consideran que los compromisos en el extranjero son una distracción de la política «America First». Al mismo tiempo, los recientes ataques contra barcos venezolanos con el pretexto de que trafican con drogas a Estados Unidos son en realidad signos de una reafirmación agresiva de la Doctrina Monroe, según la cual América Latina es parte integrante de la esfera de influencia imperial de Estados Unidos. Es probable que en el futuro se produzcan más manifestaciones de este tipo.

Otra característica importante de la política militar de Trump es que, además de reorientar las capacidades intervencionistas del ejército estadounidense hacia el hemisferio occidental, utiliza al ejército como instrumento de coacción interna, junto con la policía. Con el pretexto de combatir la delincuencia, ha desplegado o tiene previsto desplegar tropas en Los Ángeles, Washington D. C., Chicago, Memphis y Portland, todas ellas ciudades controladas por el Partido Demócrata. De hecho, en una reunión sin precedentes de comandantes militares estadounidenses de todo el mundo celebrada en septiembre, Trump afirmó que los despliegues de tropas en ciudades estadounidenses tenían como objetivo hacer frente a «una guerra interna», es decir, contener lo que él considera una amenaza de guerra civil, y entrenarlas para el combate en el extranjero.

Este  nuevo enfoque del ejército estadounidense hacia el frente interno y el hemisferio occidental no significa, por supuesto, que Trump no vaya a participar en demostraciones de fuerza a nivel mundial, como el bombardeo de las instalaciones nucleares de Irán hace un par de meses. Sin embargo, es probable que estas no sean intervenciones sostenidas, sino ataques unilaterales ocasionales para mantener fuera de equilibrio a quienes Trump percibe como enemigos de Washington. Y, por supuesto, tanto bajo el mandato de los demócratas como bajo el de Trump, es probable que el compromiso de Estados Unidos de armar la máquina genocida de Israel continúe indefinidamente.

En resumen, la gran estrategia de Trump podría describirse como un acto de humo y espejos. Es la retirada combativa de una potencia imperial en declive. Es un imperialismo defensivo que ha sustituido al antiguo imperialismo expansivo del viejo paradigma liberal de contención. Pero no es menos peligroso, porque tiene muchos elementos de imprevisibilidad, incluso de irracionalidad, siendo el principal, por supuesto, Donald Trump. Esta volatilidad quedó patente la semana pasada, cuando, incluso mientras se presentaba como un hombre de paz en busca del Premio Nobel durante su viaje por Asia, Trump también anunció que iba a dar la orden de que Estados Unidos reanudara los ensayos nucleares.

¿Cómo responder a Trump?

¿Cómo deberían responder Asia-Pacífico y el Sur Global a la reformulación del papel de Estados Unidos en el mundo por parte de Trump?

Por supuesto, este es un tema que requiere un ensayo aparte. Pero permítanme decir, con respecto al comercio, que si bien los aranceles punitivos pueden significar dificultades para nuestros pueblos a corto plazo, debido a que, como consecuencia de las políticas del Banco Mundial y el FMI, nuestras economías se han vuelto tan dependientes de las exportaciones a los Estados Unidos, también pueden ser una bendición disfrazada a medio y largo plazo, ya que nos veremos obligados a prestar atención al cultivo de nuestros mercados internos como principal motor de la demanda, lo que sólo será posible mediante la adopción de estrategias redistributivas que fomenten una mayor igualdad.

Además, con el colapso del antiguo orden multilateral neoliberal que favorecía los intereses económicos de Estados Unidos, ahora que Trump adopta el unilateralismo, el resto del mundo puede considerar que este es un momento oportuno para construir acuerdos regionales y globales alternativos basados en la cooperación, la igualdad y la provisión de espacio de desarrollo para los países del Sur Global. Los BRICS pueden ofrecer una alternativa, pero no tienen por qué ser la única.

Vivimos en una era de múltiples crisis, pero también puede ser una era de múltiples oportunidades. Permítanme terminar con mi cita favorita del marxista italiano Antonio Gramsci, tan apropiada para nuestros tiempos: «El viejo mundo está muriendo y el nuevo tarda en aparecer. En ese claroscuro surgen los monstruos».

Foto de portada: Llegada de Trump al aeropuerto internacional de Kuala Lumpur (facilitada por la Casa Blanca, dominio público).

Voces del Mundo

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