Tanya Goudsouzian e Ibrahim al-Marashi, Middle East Eye, 20 diciembre 2025

Tanya Goudsouzian es una periodista canadiense que ha cubierto Oriente Medio y Afganistán durante más de dos décadas y que fue editora de opinión en Al Jazeera English Online.

Ibrahim al-Marashi es profesor asociado de historia de Oriente Medio en la Universidad Estatal de California en San Marcos. Entre sus publicaciones se incluyen Iraq’s Armed Forces: An Analytical History (2008), The Modern History of Iraq (2017) y A Concise History of the Middle East (de próxima aparición).
En el antiguo cementerio anglicano del distrito bagdadí de Bab al-Sharqi yacen los cuerpos de los extranjeros enterrados durante más de un siglo. Arbustos secos brotan entre las piedras quemadas por el sol, algunos de sus grabados están ahora desgastados y resultan difíciles de leer.
La mayoría de los visitantes buscan la tumba de Gertrude Bell, la “Reina del Desierto”, inmortalizada por Hollywood y recordada, ya sea admirada o condenada, por su papel en la configuración del Iraq moderno tras la disolución del Imperio otomano.
Sin embargo, a pocos pasos de la tumba de Bell se encuentra una lápida más antigua que atrae la atención de los curiosos: la del teniente comandante Charles Henry Cowley, oficial de la reserva naval británica. Nacido en Bagdad en 1872, Cowley murió cerca de Kut en 1916 en una batalla donde recibió la Cruz Victoria. Aunque mucho menos conocida que la de Bell, la vida de Cowley muestra cómo Iraq estuvo una vez en el centro de una red comercial fluvial que impulsó el comercio y, aún más importante, el destino político de la región. Su historia también contradice la narrativa de Bell de que Oriente Medio era una hoja en blanco a la espera de la fabulación europea tras la Primera Guerra Mundial.
Esta historia cobra relevancia contemporánea tras los comentarios, controvertidos (y factualmente incorrectos), del pasado septiembre de Tom Barrack, empresario y agente político estadounidense convertido en embajador ante Turquía.
Barrack afirmó: “No existe Oriente Medio. Hay tribus y aldeas”, argumentando que los Estados-nación modernos eran meras invenciones coloniales.
Si bien algunos críticos de los acuerdos posteriores a la Primera Guerra Mundial argumentan que el acuerdo Sykes-Picot impuso estructuras estatales artificiales que contribuyeron a la inestabilidad posterior, otra cosa muy distinta es sugerir que las sociedades sobre las que se impusieron estas estructuras eran de alguna manera primitivas o poco sofisticadas.
Una larga historia
Lo que esta perspectiva ignora es que, si bien las fronteras Sykes-Picot se trazaron para servir a los intereses imperiales europeos, no hicieron aparecer civilizaciones de los desiertos arenosos. La larga historia de Iraq —multilingüe, mercantil, culta y con visión de futuro— se escribió mucho antes de la llegada de los cartógrafos europeos y ofrece una refutación directa de este intento de revisionismo. Las opiniones de Barrack quedaron desacreditadas hace mucho tiempo en Occidente por Edward Said y todo el campo académico del orientalismo.
Puede que el nombre de Cowley no provoque un reconocimiento inmediato, como sí lo harían los de Lawrence de Arabia o Gertrude Bell, pero un análisis más detallado de su vida abre una ventana a una época en la que el Tigris y el Éufrates eran las autopistas de Oriente Medio, y el control de sus aguas significaba el control de los mercados, la diplomacia y el poder.
Charles Henry Cowley, hijo de un capitán de alto rango de la Compañía de Navegación de Vapores del Éufrates y el Tigris y de una mujer de ascendencia armenio-persa, creció a orillas del Tigris. Criado entre capitanes de barcos de vapor, prácticos fluviales, comerciantes e intérpretes, entendía que los ríos eran el motor económico de Iraq.
Educado en Liverpool, regresó a Bagdad tras la muerte de su padre para trabajar en el comercio fluvial, llegando a ser el capitán principal de la compañía durante la Primera Guerra Mundial. Encargado de transportar tropas y suministros británicos por el Tigris, se convirtió en una amenaza constante para las fuerzas otomanas, que lo etiquetaron como “el pirata de Basora”.
Al dominar el árabe y otros idiomas, se desenvolvía con facilidad entre culturas, encarnando un antiguo cosmopolitismo mesopotámico definido por el comercio más que por las fronteras. Durante la desesperada misión de 1916 para romper el asedio de Kut al Amara, la peor derrota militar de Gran Bretaña, el barco de Cowley sufrió una emboscada. Capturado, casi con toda seguridad fue ejecutado.
Su lápida, erigida por su madre, ofrece una clave para un capítulo olvidado de la historia iraquí. Evoca una época en la que las identidades eran fluidas, en la que las religiones y las etnias se entrelazaban; cuando la hija de refugiados armenios de Julfa pudo casarse con un capitán fluvial angloirlandés; y cuando los barcos de vapor unieron el comercio, los viajes, la correspondencia e incluso la guerra.
Un peso pesado comercial
Mucho antes de la era de Aramex, internet y las cadenas de suministro mundiales, la Compañía de Navegación de Vapores del Éufrates y el Tigris controlaba los ríos y el comercio regional de Mesopotamia. Era la arteria por la que fluían mercancías, personas e influencia, conectando zonas remotas de la entonces Gran Bretaña imperial y colonial.
Estas arterias convirtieron a Iraq en un peso pesado comercial, un centro logístico cuyas aguas conectaban India, Persia, el Golfo y la Anatolia oriental. Las mismas redes también vinculaban indirectamente a Iraq con ciudades portuarias como Esmirna, Alejandría, Bushehr y Yafa, centros urbanos cuyos comerciantes y gremios impulsaban el intercambio cultural.
Lejos de ser estáticas o aisladas, estas comunidades eran notablemente fluidas, hablaban varios idiomas con soltura y estaban integradas en los mercados globales. Formaron una clase comercial que gobernó el comercio del Mediterráneo oriental mucho antes de que las potencias europeas impusieran modelos administrativos.
La vida cultural iraquí tampoco esperaba la ilustración europea. Un milenio antes de que el rey Faisal I se pusiera un sombrero de estilo occidental al que llamó “al-Sidara”, y lo declarara símbolo de progreso, Al-Mutanabi escribía poemas sobre el ascenso y la caída de los gobernantes y la naturaleza de la autoridad.
Más recientemente, el Mulá Abud al-Karji escribió un poema mordaz que captaba las angustias de una sociedad atrapada entre un orden otomano en decadencia y un Imperio británico en ascenso. Su poesía ofrecía reflexiones tempranas sobre la identidad, la soberanía y la modernidad.
En efecto, los iraquíes no eran receptores pasivos de la historia, sino intérpretes activos de su momento político.
Transformación socioeconómica
La Compañía de Navegación de Vapores del Éufrates y el Tigris formó parte de una profunda transformación socioeconómica que afectó a quienes se ganaban la vida en los ríos. Al norte de Bagdad, Tikrit y sus residentes fabricaban el kalak, una pequeña embarcación antigua. Con la introducción de los barcos de vapor, este medio de vida desapareció, lo que provocó una importante migración a Bagdad, en reflejo del destino de otras poblaciones rurales desplazadas por todo Iraq.
Su transición del comercio fluvial a las profesiones urbanas demuestra cómo los iraquíes se vieron obligados a modernizarse en lugar de permanecer atados a identidades “tribales” estáticas.
Durante este período, un oficial de una familia tikriti que aún permanecía en la zona, Mawlud Mujlis, animó a sus conciudadanos a unirse al ejército y sus academias, cultivando redes dentro de las fuerzas armadas. Uno de estos reclutas fue Ahmad Hasan al-Bakr, quien lideraría el golpe militar de 1968, y cuyo primo, Sadam Husein, se haría finalmente con la presidencia en 1979.
Sus trayectorias muestran cómo el desplazamiento económico redirigió el capital humano hacia las instituciones estatales, influyendo en el orden político décadas más tarde: una evolución más compleja que la caricatura de una región definida únicamente por “tribus y aldeas”.
Hoy en día, sin embargo, esos ríos, antaño caudalosos, ya no se desbordan con el mismo vigor, reducidos por el motor de combustión interna, el cambio climático, los desvíos aguas arriba y la sequía. La disminución de sus caudales y profundidades le importa poco al comercio global, que hace mucho tiempo que se trasladó a las vías terrestres.
Lo que no se ha visto afectado es el largo historial de Iraq, que se remonta milenios atrás, a la era de la escritura cuneiforme, las matemáticas y el canon jurídico, lo que desmiente la idea de que Oriente Medio carecía de sociedades, economías o identidades políticas coherentes antes de la intervención europea.
El pasado de Iraq nos recuerda que las naciones de la región no son fachadas artificiales, sino sociedades históricas con un período relativamente corto de dominio colonial. Ahora, en gran parte olvidado, reemplazado por la logística moderna y el comercio digital, el legado de la Compañía de Navegación de Vapores del Éufrates y el Tigris permanece grabado en lápidas en un rincón anodino de Bagdad, junto a la tumba de Bell, quizás la más incomprendida de la clase conocida como “arabistas”.
Pero la tumba de Cowley, y el mundo perdido que representa, presagian una verdad que resurge hoy en día: la cohesión de Iraq, y la de la región en su conjunto, siempre se ha desarrollado de forma orgánica, no por el petróleo, la guerra ni el imperio, sino por sus efectos colaterales de conectar a los pueblos, las ideas y las economías.
Evolución regional
El Oriente Medio de 2025 se parece poco al de principios del siglo XX. La resurgida Turquía, antaño la “enferma de Europa”, e Irán son los dos Estados posteriores a la Primera Guerra Mundial cuyas fronteras permanecen intactas, precisamente porque su nacionalismo y legitimidad interna evolucionaron de forma orgánica en lugar de a través del diseño franco-británico.
Esta evolución refleja trayectorias regionales más amplias: el auge de influyentes economías petroleras, las fusiones panárabes poscoloniales temporales de las décadas de 1950 y 1960, y la tendencia emergente actual hacia el federalismo en lugares como Iraq, los Emiratos Árabes Unidos y, potencialmente, Siria.
La persistencia de las fronteras entre Turquía e Irán, y el papel asertivo que desempeñan en la actualidad, ilustra cómo las identidades políticas forjadas orgánicamente a lo largo de siglos pueden resultar más estables que las fronteras trazadas en las capitales europeas.
Por primera vez en la historia reciente, los propios Estados de Oriente Medio están reconfigurando sus geografías políticas. Yemen podría volver a la disolución, con repercusiones regionales limitadas, mientras que Iraq continúa negociando y perfeccionando su orden federado.
A medida que estos Estados redefinen las estructuras federales, negocian la autonomía y cambian los centros de poder, lo hacen dentro de una región que no es ni accidental ni de nueva creación, sino una región cuya vitalidad política y social ha estado en constante evolución durante siglos.
La historia de los ríos de Iraq nos recuerda que la capacidad de adaptación de Oriente Medio ha sido siempre su característica definitoria.
Foto de portada: Iraquíes cruzando un puente en Bagdad en 1932. (Karim Sahib/AFP)