Santiago Montag, +972.com Magazine, 23 diciembre 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Santiago Montag es un geógrafo, periodista y fotógrafo argentino afincado en Oriente Medio. Su trabajo se centra en los conflictos, el medio ambiente y las cuestiones humanitarias. Ha publicado sus trabajos en New Lines Magazine, Espacio Angular y Nueva Sociedad, entre otras publicaciones.
Para muchos sirios, cuando el líder rebelde Ahmed Al-Shara lanzó una ofensiva nacional en noviembre de 2024 que conduciría al derrocamiento del régimen de Bashar Al-Asad —un sistema de represión que había marcado sus vidas durante décadas—, supuso el comienzo de un futuro largamente esperado. Para otros, ha supuesto el inicio de un periodo de profunda incertidumbre, caracterizado por la violencia sectaria descontrolada y la ausencia de un horizonte político claro, y para los habitantes del sur de Siria, una violenta ocupación militar israelí.
La ciudad norteña de Alepo fue la primera en caer ante las fuerzas de Hayat Tahrir Al-Sham (HTS) durante su «Operación Disuasión de la Agresión». Durante los siguientes 12 días, los rebeldes avanzaron hacia el sur a un ritmo vertiginoso, capturando Hama, Homs y, finalmente, Damasco, que estaban en manos del Ejército Nacional Sirio. El mes pasado, las ciudades situadas a lo largo de esa misma ruta celebraron el primer aniversario de la revolución que puso fin a una brutal guerra civil de 14 años.
En la capital, los barrios que habían soportado el peso de los combates comenzaron a conmemorar el aniversario días antes de la fecha oficial de la liberación —el 8 de diciembre de 2024—, cuando la familia Asad huyó a Moscú. El 7 de diciembre, Abu Qasem, un miembro de 25 años de las Fuerzas de Seguridad General del Gobierno que entró en Damasco con HTS durante la ofensiva de 2024, montó guardia durante las celebraciones desde la azotea de un edificio en ruinas. Con su rifle en la mano, reflexionó sobre el momento: «Ahora somos verdaderamente libres. Hace un año, estábamos oprimidos, no podíamos vivir».
Las festividades en el centro de Damasco comenzaron al amanecer del 8 de diciembre con la primera oración en la Gran Mezquita Omeya de la Ciudad Vieja. Entre los fieles se encontraba Al-Shara, ahora presidente de Siria, quien más tarde pronunció un discurso televisado a nivel nacional en el que abogó por la unidad. Desde que asumió el poder, el Gobierno de Al-Shara ha tratado de reintegrar a Siria en la arena internacional, mientras gestiona la diversidad étnica y cultural del país y, al mismo tiempo, rehabilita su imagen, dados los vínculos pasados de Al-Shara con Al-Qaida.
A media mañana, un desfile militar recorrió la autopista Mezzeh hasta la capital y pasó por delante del Ministerio de Defensa. Su fachada seguía cubierta con lonas verdes que ocultaban los daños causados por cuatro ataques aéreos israelíes llevados a cabo en julio, que dejaron gran parte del edificio en ruinas.

Un retrato de Bashar Al-Asad colocado en el pavimento para que lo pisoteen los transeúntes que se dirigen a la plaza de los Omeyas, Damasco, a celebrar el aniversario de la caída del régimen. (Santiago Montag)
Sentado en una tienda de antigüedades cerca del parque de la Gran Mezquita, Fahed, un ingeniero civil de 46 años, observaba a la multitud desfilar ondeando la nueva bandera siria. «Sin duda, estamos viviendo una nueva era», dijo, mojando su pan en aceite y sa’atar. «Nos hemos ganado el derecho a ser críticos sin ser arrestados. La gente por fin puede hablar libremente». Aun así, afirmó, el país se enfrenta a enormes retos. «En el ámbito internacional se han logrado muchos avances, pero en el país seguimos luchando por la supervivencia diaria».
Durante décadas, los sirios han soportado el aislamiento económico bajo las sanciones de Estados Unidos y Europa al régimen de Asad, una política que agravó la devastación de la guerra civil. El resultado es desolador: millones de personas se enfrentan a la inseguridad alimentaria, mientras que gran parte de la infraestructura del país sigue destruida. Aunque se han logrado algunos avances, como el levantamiento de ciertas sanciones y las promesas de importantes inversiones, principalmente de los Estados del Golfo, la economía sigue siendo frágil. El Banco Mundial ha estimado que se necesitarán más de 200.000 millones de dólares para reconstruir el país.
«Las condiciones económicas que llevaron al levantamiento de 2011 se están repitiendo», afirma Abu Mohamad, investigador que estudia las raíces de la revuelta de 2011 y que ha solicitado un seudónimo. «Seguimos oyendo lo mismo: ‘No me preguntes por lo que pasó hace más de 10 años. Pregúntame por ahora, ahora no tengo electricidad, ni comida, ni agua’».

Un miembro de las fuerzas de seguridad vigila la concentración en el Hospital Palestino de Yarmuk, Damasco, como parte de las celebraciones por el aniversario de la caída de Assad, el 8 de diciembre de 2025. (Santiago Montag)
En el corazón de Yarmuk, el campo de refugiados palestinos situado en el extremo sur de Damasco, cuyos residentes se encuentran entre los sirios más pobres, se congregó una multitud para celebrar el aniversario en el Hospital Palestino, que durante la guerra fue un centro de resistencia civil. Una banda de scouts tocó marchas militares y los himnos nacionales de Palestina y Siria, mientras la gente cantaba y ondeaba las banderas de ambas naciones.
Khaldun Al-Malah, un cirujano palestino de 40 años que trabajó en el hospital durante los seis años de asedio, habló con una mezcla de alivio y moderación. «Nos hemos quitado un gran peso de encima, pero ahora nos enfrentamos a otros», comentó.
«Nunca olvidaré a los amigos que perdí en la guerra», añadió, contemplando la pared de un edificio en ruinas cercano, decorada con una cronología de la historia de Yarmuk a lo largo de la guerra junto con fotografías de cientos de personas asesinadas o desaparecidas. «Pero hoy es un día de celebración. Nada puede eclipsarlo». Tras saludar a sus colegas con cuatro besos en la mejilla, se unió a la marcha por la avenida central del campamento, antes de subir a los autobuses con destino a la plaza de los Omeyas, donde se estaba celebrando la conmemoración principal.

Un hombre se detiene a mirar fotografías de los fallecidos y desaparecidos durante la guerra civil siria, en Yarmuk, Damasco, el 8 de diciembre de 2025. (Santiago Montag)
«Israel inventa razones para ocupar Beit Yinn»
Mientras los sirios del norte celebraban el aniversario, los residentes de Beit Yinn, un pueblo de mayoría suní situado en las estribaciones del monte Hermón/Yabal A-Shayj, cerca de la frontera con Israel, enterraban a 13 miembros de su comunidad asesinados por las fuerzas israelíes durante una incursión.
En la madrugada del 28 de noviembre, jeeps del ejército israelí entraron en Beit Yinn para detener a dos hombres acusados de pertenecer a Yama’a Islamiya, un grupo islamista suní libanés que, según Israel, lanzó cohetes desde el Líbano. Los residentes niegan las acusaciones. «Eran gente corriente, agricultores, pastores, sin ninguna conexión con ningún grupo armado», dijo Abu Ahmad, un comerciante de 49 años que recibió un disparo en el hombro durante la incursión. «Israel inventa razones para ocupar Beit Yinn. El objetivo es ampliar el control sobre el Yabal A-Shayj y la región sur».
Desde principios de 2025, la zona de amortiguación entre Siria e Israel establecida tras la guerra de 1973 ha sido modificada en repetidas ocasiones, con más frecuencia que en cualquier otro momento de las últimas cinco décadas. Mediante diversas medidas militares y administrativas, Israel ha tomado el control efectivo de varias localidades a lo largo de la frontera, desde los Altos del Golán hasta la frontera con Jordania, en una ocupación militar cada vez más amplia que no da señales de ir a revertir.

Destrucción tras una incursión del ejército israelí el 28 de noviembre de 2025 en Beit Yinn, Siria. (Santiago Montag)
Según los residentes de Beit Yinn, los soldados irrumpieron en las casas mientras las familias dormían, saquearon propiedades y aterrorizaron a la población. Se encontraron con resistencia armada y, durante más de dos horas, los disparos resonaron en las estrechas calles de la aldea, situada en la ladera de una montaña. Los lugareños estiman que más de 100 soldados israelíes participaron en la operación. A medida que los combates se intensificaban, las fuerzas israelíes desplegaron un helicóptero y llevaron a cabo ataques aéreos contra viviendas residenciales.
«Nos resistimos con una pistola e incluso con un palo de madera; es nuestro derecho defender nuestra tierra», dijo Salim Ahmad Hasan, cuyo hijo murió mientras intentaba proteger su hogar. «Tuvimos mártires, pero ganamos». Además de los 13 muertos, el asalto dejó varios heridos, entre ellos Asa, una niña de 9 años que se recupera de una herida de bala en la cadera, y su padre, Ahmad Faisal, que recibió un disparo en el brazo.
«Esta no ha sido la primera invasión», señaló Hasan. «Hace seis meses, entraron en la aldea, arrestaron a siete personas y mataron a un joven desarmado». Dijo que los residentes habían intentado plantear el tema ante las Naciones Unidas, sin éxito. «Los prisioneros siguen en Israel», añadió, expresando su frustración con la UNDOF, la fuerza de la ONU que vigila la frontera desde 1974.

Abdo Qasem Hamada examina los restos de la casa familiar de su hijo tras el bombardeo de la aldea en la madrugada del 28 de noviembre de 2025, en Beit Yinn, Siria. (Santiago Montag)
«La gente de los pueblos vecinos, cristianos y drusos, vino a dar el pésame y a compartir nuestro dolor», dijo Abdo Qasem Hamada, un residente de 60 años, mientras caminaba entre los escombros de la casa bombardeada de su hijo, llena de juguetes, metal retorcido y hormigón destrozado. La nuera de Hamada y sus dos nietos murieron en el ataque; sólo sobrevivió su nieto de 9 años, Ali. «Israel es incontrolable. Ya no tengo esperanza», añadió, abrazando al niño.
Exacerbación de las tensiones sectarias
En el sur de Siria y en otras regiones del país, el vacío de poder que siguió al fin de la guerra civil ha reforzado las lealtades locales y tribales, mientras que el Estado ha carecido de la capacidad para aplicar la justicia transicional por las innumerables masacres y violaciones de los derechos humanos perpetradas durante los 14 años de conflicto. En este entorno volátil, ha proliferado la violencia de los grupos parapoliciales, y comunidades religiosas y étnicas minoritarias enteras, como los alauíes y los drusos, han sido objeto de acusaciones colectivas y a menudo infundadas de deslealtad.
Israel, por su parte, aprovechó esta agitación para promover sus intereses estratégicos, inicialmente presentando al gobierno de transición sirio de Al-Shara como una amenaza militar. Como explicó Joseph Daher, economista político suizo-sirio, a +972, tales afirmaciones suenan huecas dada la «abrumadora superioridad tecnológica y militar de Israel y el apoyo que recibe de Estados Unidos».

Soldados israelíes participan en un ejercicio militar en el norte de Israel, junto a la frontera con Líbano y Siria, en los Altos del Golán ocupados, el 24 de noviembre de 2025. (Michael Giladi/Flash90)
Con el tiempo, Israel ha ido profundizando su implicación mediante acciones que desestabilizaron aún más el país y exacerbaron las tensiones sectarias. En mayo, el ejército israelí bombardeó las fuerzas gubernamentales sirias y zonas cercanas al palacio presidencial, supuestamente para proteger a las comunidades drusas de Yaramana y Sahnaya. Dos meses más tarde, cuando estallaron los enfrentamientos entre tribus beduinas armadas y facciones drusas lideradas por Hikmat Al-Hijri, un clérigo druso de Suwayda y opositor declarado de Al-Shara, Israel volvió a intervenir, lanzando ataques directos contra las fuerzas del Gobierno de transición con el mismo pretexto.
Hasta entonces, los seguidores de Al-Hijri, que desde entonces ha establecido vínculos con Israel, no eran considerados en general como una fuerza armada legítima. Pero la intervención de las unidades de Seguridad General de Al-Shara en los enfrentamientos de julio, que se saldaron con la masacre de civiles drusos, junto con la presencia militar de Israel en la región, ha reforzado la posición de Al-Hijri; en agosto, las facciones militares drusas de Suwayda se unieron para formar la Guardia Nacional, una nueva milicia afiliada a Al-Hijri.
Por su parte, Israel lanzó repetidos ataques aéreos contra las fuerzas gubernamentales sirias en Suwayda y sus alrededores en julio, alegando una vez más la protección de los drusos, que culminaron con el bombardeo del Ministerio de Defensa en Damasco el 16 de julio. Más tarde ese mismo día, Al-Shara comenzó a retirar sus fuerzas de Suwayda, mientras que unos 50.000 combatientes beduinos se movilizaron para luchar contra lo que describieron como «milicias de Al-Hijri respaldadas por Israel». La violencia que siguió devastó la comunidad local: más de 2.000 personas murieron y cientos de miles fueron desplazadas.

Un tanque israelí Merkava estacionado entre Medinat al-Salam y Jan Arnabeh, en la provincia de Quneitra, Siria, el 5 de enero de 2025. (Santiago Montag)
«Israel está instrumentalizando estas tensiones sectarias para obtener concesiones dentro de Siria», afirmó Daher. «Los territorios del sur también deben considerarse parte de la hegemonía estadounidense-israelí en la región, una especie de zona de amortiguación, como en el sur del Líbano, que puede utilizarse en diversos puntos para supuestamente proteger las fronteras».
Aunque Suwayda todavía se está recuperando de los enfrentamientos, con el acceso humanitario severamente restringido, los residentes salieron a las calles este mes para celebrar el aniversario del derrocamiento de Asad. Al mismo tiempo, las protestas han incluido cada vez más banderas israelíes, un fenómeno sin precedentes en Siria. Aunque lejos de ser representativas de la población en su conjunto, las imágenes reflejan una frustración creciente. «La gente se siente abandonada», explicó Daher. «Nadie se preocupa por ellos ni los defiende en el sur».
Según se informa, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha instado al primer ministro Benjamin Netanyahu a limitar la interferencia en Siria con el fin de preservar los canales diplomáticos con el Gobierno de Al-Shara. Sin embargo, a pesar de las periódicas expresiones de optimismo tras las conversaciones, los acontecimientos sobre el terreno sugieren lo contrario: el establecimiento de nuevas bases, el control más estricto y la visita altamente simbólica de Netanyahu a las tropas israelíes estacionadas en territorio sirio, una medida que provocó la condena de la ONU.
Foto de portada: Un miembro de las fuerzas de seguridad sirias graba las celebraciones en la plaza de los Omeyas con motivo del primer aniversario de la caída de Asad, en Damasco, Siria. (Santiago Montag)