Behrooz Ghamari-Tabrizi, CounterPunch, 25 diciembre 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Behrooz Ghamari-Tabrizi es un historiador, sociólogo y profesor estadounidense nacido en Irán. Behrooz está afiliado al Instituto Elahé Omidyar Mir-Djalali de Estudios Iraníes de la Universidad de Toronto. Es expresidente del Departamento de Estudios del Cercano Oriente de la Universidad de Princeton y autor de Islam and Dissent in Postrevolutionary Iran (2008); Foucault in Iran: Islamic Revolution after the Enlightenment (2016); Remembering Akbar (OR/Books, 2016); y The Long War on Iran: New Events and Old Question (OR/Books, enero de 2025).
El 12 de junio de 2025, por primera vez en más de veinte años, la junta de gobernadores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) aprobó una resolución en la que declaraba que Teherán estaba incumpliendo sus obligaciones en materia de no proliferación. Al día siguiente, el 13 de junio, aviones de combate israelíes iniciaron una campaña de bombardeos sobre Teherán y otras ciudades importantes de Irán. Con la ayuda de sus aliados dentro del país, asesinaron a altos mandos militares, mataron a destacados científicos nucleares en sus residencias junto con sus familias, bombardearon la reunión del gabinete en Teherán, hiriendo al presidente, bombardearon indiscriminadamente zonas residenciales urbanas e incluso atacaron la prisión de Evin, donde se encuentran recluidos la mayoría de los presos políticos. Estados Unidos proporcionó información de inteligencia, repostó sus aviones de combate en pleno vuelo y, finalmente, entró directamente en la guerra bombardeando las instalaciones de enriquecimiento nuclear iraníes con armas antibúnker.
Este ataque israelí no provocado se produjo en medio de unas negociaciones aparentemente constructivas entre Irán y Estados Unidos en Roma y Mascate. El ataque del viernes 13 se produjo justo antes de que ambos países se reunieran el domingo 15 para ultimar un marco para nuevos acuerdos sobre el programa de enriquecimiento iraní. En total, cerca de 1.000 personas murieron en los ataques israelíes, miles resultaron heridas y cientos de familias perdieron sus hogares.
No hay pruebas sólidas de que la junta de la AIEA coordinara la publicación de su informe con los israelíes. Pero la sospechosa coincidencia entre el momento de la publicación del informe y los ataques israelíes da credibilidad a las afirmaciones de la República Islámica de que algunos de los inspectores de la AIEA espiaban para Israel. En su informe, la AIEA desenterró cuestiones de hace veinte años sobre partículas altamente enriquecidas encontradas en tres emplazamientos iraníes. El argumento a favor del incumplimiento iraní se basa principalmente en la conclusión de la Agencia de que «estas ubicaciones no declaradas formaban parte de un programa estructurado y no declarado llevado a cabo por Irán hasta principios de la década de 2000, y que algunas de estas actividades utilizaban material nuclear no declarado» (el énfasis es mío). En el informe se ocultó el hecho de que la AIEA no ha encontrado pruebas de ningún programa de armamento ni componente militar en las actividades nucleares iraníes. Sólo unos días después de los ataques, el director general de la AIEA, Rafael Grossi, reiteró que «Irán no ha perseguido activamente la obtención de armas nucleares desde 2003».
Israel utilizó el informe de la AIEA para legitimar sus ilegales acciones militares. Sin embargo, ese ataque total se había estado preparando durante meses, cuando no años. No pudo haberse lanzado simplemente en respuesta al informe de la AIEA. Durante más de dos décadas, desde que se estableció uno de los regímenes de inspección más intrusivos sobre el programa de enriquecimiento iraní, la AIEA no había citado a Irán por incumplimiento de sus obligaciones. Esto no era algo sin precedentes. En la década de 1990, la Comisión Especial de las Naciones Unidas (UNSCOM, por sus siglas en inglés), cuyo mandato era eliminar el programa de armas de destrucción masiva de Iraq, colaboró estrechamente con las agencias de inteligencia estadounidenses. A través de la UNSCOM, durante la administración Clinton, la CIA llevó a cabo ambiciosas operaciones de espionaje para infiltrarse en los aparatos de inteligencia y defensa iraquíes.
Ahora, la llamada guerra de los doce días ha terminado. Los iraníes han vuelto a la devastadora violencia perpetua de las sanciones lideradas por Estados Unidos y los asesinatos selectivos del Mossad. La administración Trump y sus aliados europeos han pedido a Irán que acepte su derrota, se rinda incondicionalmente y «regrese» a la mesa de negociaciones. Le piden a Irán que desmantele su tecnología nuclear, detenga la producción de su programa de misiles avanzados, cese su apoyo a la causa palestina y ponga fin a su red conocida como el «eje de la resistencia» contra el expansionismo israelí y estadounidense. En otras palabras, que se convierta en un Estado cliente. Irán es uno de los pocos frentes que quedan de desafío contra la postura extorsionadora estadounidense y la carnicería israelí que ha envuelto a Oriente Medio. Ese desafío tiene un precio muy alto.
Estados Unidos desea volver a la alineación de Oriente Medio anterior a la revolución de 1979, con Irán como un Estado cliente que proteja los intereses estadounidenses en la región. Durante más de cuatro décadas, este objetivo ha determinado la posición estratégica de Estados Unidos hacia Irán. Las sucesivas administraciones estadounidenses han aplicado esta política con campañas de intimidación, la construcción de más de una docena de bases aéreas y navales permanentes en la región, sabotajes, amenazas militares, sanciones draconianas y, en última instancia, bajo la administración Trump, el bombardeo de instalaciones de enriquecimiento nuclear. Estados Unidos no aspira necesariamente a devolver al poder a la monarquía prerrevolucionaria, aunque la CIA utiliza al hijo del derrocado Sha como espantapájaros en sesiones fotográficas. Pero busca instaurar un Estado que carezca de la autoridad necesaria para desafiar la influencia regional estadounidense, un Estado sin soberanía. A falta de eso, tal vez un Estado fallido sirva…
Estados Unidos ha rodeado Irán con bases militares permanentes para contener cualquier influencia que la República Islámica pueda ejercer en la política regional.
El objetivo declarado del Gobierno israelí ha sido el derrocamiento de la República Islámica y la balcanización de Irán. Los israelíes, con la ayuda de sus partidarios estadounidenses y europeos, desean explotar la composición multiétnica de Irán, en particular los kurdos, azeríes y baluchis, y profundizar las tensiones entre las minoritarias comunidades suníes minoritarias y la clase chií gobernante para replicar un modelo sirio/libio de Estado fallido. Desde el final de la guerra entre Irán e Iraq en 1988, el Mossad y los estrategas de las Fuerzas de Defensa de Israel han ideado y ejecutado diversos planes para infiltrarse en los grupos minoritarios de la oposición con el fin de fomentar los disturbios étnicos y dividir Irán. Israel también apoya a los partidos de la oposición, en particular al Mojahedin-e Khalq (MEK) y a las organizaciones monárquicas del hijo exiliado del difunto Sha, con inteligencia, fondos y una vasta red de propaganda para crear inestabilidad dentro del país. La aparición del MEK como representante sionista y mercenario del proyecto neoconservador estadounidense muestra lo profundamente que se ha transformado la política de Oriente Medio desde la revolución de 1979. El MEK, una organización revolucionaria de izquierda y antiimperialista en la década de 1970, acoge ahora a John Bolton y Rudy Giuliani como oradores principales en sus convenciones. El ataque no provocado de Israel contra Irán el 13 de junio de 2025 fue posible principalmente gracias al entrenamiento de comandos iraníes por el Mossad dentro del país. Estos sabotearon o destruyeron con éxito las defensas aéreas iraníes antes de los ataques israelíes y permitieron que los aviones de combate israelíes volaran libremente por los cielos iraníes.
La guerra de doce días contra Irán produjo dos resultados inesperados importantes. Con su superioridad aérea y su capacidad para decapitar el aparato militar y de inteligencia iraní, los israelíes esperaban un rápido desmantelamiento del régimen. Estaban tan seguros de sí mismos que enviaron un mensaje de voz a los principales líderes militares al comienzo de las operaciones, ordenándoles que dimitieran o serían asesinados junto con toda su familia. El mensaje, filtrado al Washington Post y escuchado en farsi, advertía: «Les advierto que tienen doce horas para escapar con sus esposas e hijos», dijo un agente de inteligencia, cuya voz había sido alterada en la grabación. «De lo contrario, están en nuestra lista ahora mismo». Los líderes militares iraníes no sólo rechazaron ese «consejo», sino que reunieron a su estructura de mando herida y lanzaron formidables ataques con misiles de contraofensiva. Irán infligió una destrucción sin precedentes en el interior de Israel, lo que obligó a los israelíes a pedir a Estados Unidos una participación más directa en la guerra. Ante el alarmante agotamiento de sus interceptores antimisiles, los israelíes suplicaron un alto el fuego inmediato. Una semana después del inicio de la guerra, Irán logró romper el sistema de defensa aérea israelí «cúpula de hierro», supuestamente impenetrable.
El segundo acontecimiento inesperado de la guerra de doce días fue la forma en que los iraníes se unieron en torno a la bandera. Las debilitantes sanciones y el capitalismo clientelar que han fomentado han provocado graves dificultades económicas para la mayoría de los iraníes. Los israelíes creían que su ataque convertiría esas dificultades y la corrupción económica rampante de las clases dirigentes en protestas masivas contra la República Islámica. Además, el orden político parecía especialmente vulnerable tras las protestas de «Mujeres, Vida, Libertad» que se prolongaron durante un año. Los estrategas israelíes creían que la discordia social en torno a la política de género en Irán resurgiría tras la campaña de bombardeos. Ese cálculo resultó erróneo; de hecho, las cosas funcionaron en sentido contrario. Atacar Irán con bombas de fabricación estadounidense, lanzadas desde aviones de combate de fabricación estadounidense, que caían sobre las casas y los barrios de la población, reavivó el sentimiento nacionalista y sólo dio credibilidad a la larga caracterización de la República Islámica de Estados Unidos e Israel como amenazas existenciales. La percepción pública de que el líder supremo está plagado de una «paranoia ciega» hacia las potencias occidentales ya no podía mantenerse. Esa fugaz sensación de solidaridad podría no durar. Pero el cálculo de que los iraníes estaban dispuestos a aceptar cualquier cosa menos la República Islámica resultó ser prematuro.
Durante varias décadas, las agencias de inteligencia occidentales promovieron la idea de que el ayatolá Jamenei sufre un caso crónico de paranoia y cree que Estados Unidos e Israel están conspirando para derrocar a la República Islámica. Este tipo de imágenes se utilizan habitualmente en los medios de comunicación occidentales para representar la mentalidad paranoica de Jamenei.
Como suele ocurrir, tras el cese de los combates, comenzó una guerra de narrativas. El presidente Trump afirmó que las bombas estadounidenses habían aniquilado las instalaciones nucleares iraníes y obligado al régimen iraní a aceptar su inevitable derrota. Pidió a la República Islámica que se rindiera sin condiciones y aceptara la exigencia estadounidense de cerrar sus programas de enriquecimiento. Los israelíes celebraron la demostración pública de su poderío militar y su capacidad de inteligencia sin revelar el alcance de los daños causados por los ataques con misiles iraníes. Irán demostró que no es otro Iraq, Siria o Libia y que puede resistir el ataque de dos potencias nucleares. Demostró que puede responder y que lo hará con su propio poderío militar.
La guerra de narrativas determina cuáles serán los próximos pasos en el conflicto entre Irán e Israel y sus aliados occidentales. Estados Unidos, Israel y sus tres socios dispuestos, la troika formada por Reino Unido, Alemania y Francia, han dejado claro que Irán se enfrenta a dos opciones, y que ambas conducirán al estatus de cliente que exige Estados Unidos. Cuando piden a Irán que «vuelva» a la mesa de negociaciones, sin importarles que Irán nunca la haya abandonado, ni que Israel tenga la costumbre de asesinar a los negociadores, lo que quieren decir es que Irán debe someterse a sus condiciones: detener el programa de enriquecimiento, cerrar su producción de misiles y poner fin a sus relaciones con sus aliados en la región.
En mayor o menor medida, los grupos de la oposición iraní han intentado aprovechar los ataques israelíes para promover su propia agenda. Los monárquicos, el MEK y otros defensores de la intervención militar creen que la República Islámica está al borde del colapso y que Occidente debe actuar con rapidez para derrocar al régimen de Teherán. Sus miembros colaboraron con el Mossad y promovieron esa colaboración como su misión patriótica para liberar a Irán del yugo de la República Islámica.
Tras la guerra, una coalición de grupos y personalidades que han estado trabajando desde dentro del orden político existente para transformar la República Islámica, el Frente Reformista de Irán, emite un comunicado en el que sostiene que la única solución para superar la crisis actual es aceptar los términos y condiciones propuestos por Estados Unidos. La declaración pide una serie de reformas, como la liberación de los presos políticos, el respeto de la libertad de expresión, la revisión de las leyes que promueven la discriminación de género, elecciones libres y políticas anticorrupción. Son demandas que deben respetarse. Hay muchos actores políticos y de la sociedad civil que se han organizado en torno a esas demandas y han obtenido éxitos considerables en esos frentes en las últimas décadas. Muchos de esos actores han pagado un alto precio por su activismo, desde largas penas de prisión hasta el exilio o cosas peores. Lo preocupante de la declaración es que une estas preocupaciones legítimas con la forma en que sitúa a Irán en el orden mundial existente: Irán como el paria. Irán debe poner fin a su hostilidad hacia el orden mundial existente, afirma la declaración, ¡y acabar con su aislamiento internacional! Pero ¿cómo se logra ese objetivo y qué condiciones debe cumplir la República Islámica para ser aceptada en ese orden mundial? ¿Hay lugar en ese orden mundial para una nación que se niega a ser un Estado cliente?
Un número considerable de quienes han trabajado desde dentro de las clases dominantes para reformar el orden político, así como muchos intelectuales públicos, suscriben esta narrativa hegemónica que sostiene que: (a) las amenazas de guerra contra Irán disminuirán si la República Islámica inicia una reforma estructural significativa para garantizar las libertades civiles y consiente en celebrar elecciones libres y justas; (b) Irán debe respetar el orden internacional existente y acatar sus leyes y convenciones; (c) la República Islámica es la fuente de inestabilidad en la región y debe detener su programa de enriquecimiento, degradar su capacidad militar, abandonar a sus aliados regionales, «el eje de la resistencia», y reconocer al Estado de Israel, sin responsabilizarlo por el genocidio en Gaza y por atacar a Irán.
No es necesario profundizar en la lógica que sostiene que el carácter autoritario de la República Islámica es el culpable de los ataques israelíes y las hostilidades estadounidenses hacia Irán. Si la represión en Irán hubiera perturbado la conciencia de los estrategas estadounidenses, los aliados de Estados Unidos en la región deberían haber sido las cunas de la democracia en Oriente Medio. La apropiación instrumental de la causa de los derechos humanos y las libertades civiles en Irán no es más que una cortina de humo para las ideologías expansionistas israelíes y estadounidenses.
Por ejemplo, el 30 de septiembre de 2025, la cuenta Farsi X del Departamento de Estado de EE. UU. publicó una foto de la presa política Pakhshan Azizi en la que colocaron una bandera estadounidense y el sello del Departamento de Estado, pidiendo a Irán que revocara su sentencia de muerte y la liberara de inmediato. El mensaje original del Departamento de Estado en inglés también instaba a la República Islámica a respetar los actos pacíficos de protesta y a dejar de perseguir a los kurdos y otras minorías étnicas por sus legítimas reivindicaciones contra la discriminación.

Cartel del Departamento de Estado de EE. UU., en el que reza: Pedimos al régimen iraní que detenga la ejecución de Pakhshan Azizi y la libere de inmediato.

Mensaje de Pakhshan Azizi desde la cárcel: Estados Unidos debe poner fin a su belicismo, sus ataques militares y sus crímenes en la región.
Pakhshan Azizi es una trabajadora social kurda que ha prestado activamente servicios sociales y asesoramiento a víctimas del ISIS en el noreste de Siria. Regresó a Irán y fue detenida en el verano de 2023 acusada de pertenecer a un grupo armado kurdo. Fue condenada a muerte por un tribunal de primera instancia y está a la espera del resultado de su recurso. En respuesta al llamamiento del Departamento de Estado de los Estados Unidos para que sea puesta en libertad, desde su celda en el corredor de la muerte de la prisión de Evin, envió un mensaje en el que rechazaba la siniestra instrumentalización estadounidense de su caso.
Rechazo todas las acusaciones infundadas que se me imputan y estoy en proceso de apelar la injusta sentencia de muerte dictada por el poder judicial. También me gustaría referirme a la reciente declaración del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que parecía expresar su apoyo hacia mí. Si el Gobierno de los Estados Unidos cree verdaderamente en los principios de los derechos humanos y la humanidad, debe poner fin primero a su belicismo, agresión y crímenes en la región. También debe poner fin a su apoyo explícito al régimen sionista, que comete genocidio contra el pueblo de Gaza. Durante décadas, Estados Unidos ha impuesto sanciones y bloqueos económicos que han causado un inmenso sufrimiento y dificultades a personas inocentes. Si Estados Unidos valora genuinamente la dignidad humana, debe poner fin a estas políticas inhumanas. También espero que el pueblo estadounidense se dé cuenta de que las declaraciones de su Gobierno están muy lejos de la compasión y el respeto genuino por los derechos humanos. (Traducido del farsi por Yassamine Mather).
Desde casi la mañana siguiente a la revolución de 1979 que derrocó el régimen del Sha, los partidos de la oposición han abogado por un cambio de régimen, creyendo que los días de la República Islámica están contados. La oposición a la República Islámica ha adoptado muchas formas diferentes, incluyendo movimientos sindicales organizados, campañas por las libertades civiles, la libertad de prensa, movimientos de mujeres por la igualdad de derechos y contra la discriminación de género. Pero siempre ha habido quienes han abogado por la intervención extranjera, desde la invasión iraquí de Irán en la década de 1980 hasta la última guerra israelo-estadounidense contra Irán. La guerra de doce días ofreció una nueva esperanza a aquellos intervencionistas que creen que la servidumbre al imperio es el precio de la libertad. El mensaje de Pakhshan Azizi reitera con fuerza que la lucha por la justicia social no puede encontrar su solución en la aquiescencia ante el imperio.
Es curioso que se responsabilice únicamente a Irán de la inestabilidad regional y se pida a la República Islámica que respete los tratados y convenciones internacionales. No hay duda de que la República Islámica se niega a convertirse en un cliente de Estados Unidos, y esta negativa explica en gran medida cómo se resisten al dominio estadounidense en Oriente Medio y han estado compitiendo con los aliados de Estados Unidos, en particular con Israel, por la influencia en la región. Durante las últimas cuatro décadas, Irán ha construido una coalición antisionista principalmente como proyecto disuasorio, más que expansionista. El apoyo de la República Islámica a la causa palestina se ha conformado siempre para dar prioridad a los intereses nacionales iraníes sobre la liberación de Palestina. A pesar de su retórica provocadora, Irán nunca ha cometido ninguna agresión contra Israel. De hecho, dentro del país, los defensores radicales de la causa palestina han criticado al Estado por su inacción ante las agresiones israelíes, como los asesinatos de científicos nucleares iraníes durante una década, el bombardeo del consulado iraní en Damasco, el asesinato del negociador jefe de Hamás, Ismael Hanieh, en Teherán, y diversos tipos de sabotajes en las infraestructuras iraníes.
La exigencia orwelliana de que Irán respete las leyes internacionales, cuando Israel ha violado repetidamente la soberanía iraní y Estados Unidos ha bombardeado ilegalmente las instalaciones nucleares de Irán, no tiene ningún sentido, salvo pedir a Irán que capitule ante las condiciones estadounidenses e israelíes. Ningún otro país del mundo ha violado las leyes internacionales tantas veces como Israel y Estados Unidos. El orden mundial al que se obliga a Irán a adherirse exige una sumisión total a los intereses del imperialismo estadounidense.
Como quedó patente con la publicación del plan de paz de Trump para Gaza, compuesto por 20 puntos, las negociaciones de la Administración Trump no tienen otro significado que «acéptalo o te aniquilaremos». Al igual que sus propuestas unilaterales a Irán, la Casa Blanca redactó la propuesta de paz para Gaza sin ninguna aportación de los palestinos. Revisaron la propuesta original tras consultar con Netanyahu y publicaron el borrador final como plan de paz sin contar con la otra parte del proceso de paz, los palestinos, en la mesa de negociaciones. Estados Unidos permitió a Netanyahu crear lagunas clave en el acuerdo para garantizar que Israel pueda continuar con su genocidio en Gaza, independientemente del acuerdo de «alto el fuego». En efecto, al igual que con Irán, Estados Unidos e Israel siguen la misma lógica política con Hamás: o se rinden o mueren. Esta lógica carece de garantías de que, si se rinden, no serán asesinados. Y para asegurar esta paz duradera, han redactado un nuevo «mandato» para gobernar Palestina bajo el virreinato del ex primer ministro británico Tony Blair. La inquietante referencia a un «mandato» es otra muestra de las desenfrenadas ambiciones imperiales que persiguen Estados Unidos, Israel y sus aliados europeos.
Muchos iraníes están agotados tras décadas de sanciones y un aparato estatal represivo al que las sanciones otorgan más legitimidad y longevidad. No es de extrañar que muchos dentro del país estén dispuestos a rendirse y aceptar cualquier acuerdo que les ofrezca Estados Unidos. En el país existe la conciencia de que la balcanización de Irán es una posibilidad real, al igual que los escenarios de «Estado fallido» de Libia, Siria e Iraq, con la desintegración total de la sociedad. Al mismo tiempo, seguir viviendo en el purgatorio de las constantes amenazas de guerra y destrucción, mientras se gestionan los efectos de las draconianas sanciones impuestas al país, ha empujado a amplios sectores de la clase política, los intelectuales públicos y la población en general hacia una política de resignación.
No quedan buenas opciones para la República Islámica ni para los súbditos a los que gobierna. La guerra de Estados Unidos e Israel contra Irán ha borrado momentáneamente la distinción entre el Estado y la nación. A medida que se desvanece la influencia unificadora de la guerra, los iraníes de todos los ámbitos de la vida se enfrentan a una privación y una disparidad económicas irresolubles, mientras que el asediado Estado lucha contra la avaricia sin límites del imperio estadounidense y sus compinches. Los iraníes deben desvincular la defensa de la soberanía del país de la lucha por la justicia social y las libertades civiles. Queda por ver si la soberanía iraní permanecerá intacta una vez que se calme la guerra. Eso si es que alguna vez se calma el polvo de la guerra con las ambiciones israelíes y el deseo de Occidente de tomar la pluma para redibujar el mapa de Oriente Medio.
Foto de portada: Un bombero junto una residencia bombardeada por Israel en el norte de Teherán. (Associated Press / Vahid Salemi)