Arrogancia, soberbia e ideología: 2025 corona un cuarto de siglo de fracasos estadounidenses

David Hearst, Middle East Eye, 24 diciembre 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye, así como comentarista y conferenciante sobre la región y analista en temas de Arabia Saudí. Fue redactor jefe de asuntos exteriores en The Guardian y corresponsal en Rusia, Europa y Belfast. Con anterioridad, fue corresponsal en temas de educación para The Scotsman.

Es tentador resumir todo el caos, el odio y la sangre derramada en 2025 en la figura concreta de un hombre: Donald Trump.

Es cierto que Trump merece sobradamente el título de ser el peor, pero también el presidente más trascendente de la historia moderna de Estados Unidos.

Este presidente ha bombardeado Irán, ha permitido que Israel invada el sur de Siria, que acabe de diezmar Gaza y que se embarque en la anexión de la Cisjordania ocupada. La limpieza étnica de Sudán, financiada y armada por los Emiratos, no significa nada para él. La muerte de hasta medio millón de sudaneses no tiene importancia alguna.

Tres meses después de dar a conocer su «gran y hermoso plan de paz», la realidad sobre el terreno en Gaza es diametralmente opuesta: una receta fea y mezquina para una guerra sin fin.

Israel ni siquiera se conforma con dejar en Gaza a más de dos millones de palestinos  tiritando de frío y pasando hambre en tiendas de campaña. Cuando las tormentas las anegaron, los israelíes lo celebraron.

Matar palestinos se ha convertido en una obsesión nacional israelí.

Israel Katz, ministro de Defensa, acaba de anunciar planes para establecerse de forma permanente en el norte de Gaza: «Estamos hasta en lo más profundo de Gaza y nunca nos iremos de allí; eso no va a suceder. Estamos ahí para protegernos y evitar que se repita lo ocurrido en el pasado», afirmó Katz.

Adiós a cualquier esperanza de una retirada total prevista en el plan de Trump.

«Colapso moral»

Trump, rebotando como una bola de pinball entre Moscú y Kiev, ha sido incapaz de asegurar en Ucrania en un año lo que prometió como candidato que iba a lograr en unos días.

Cuando Bob Reiner, un director icono de Hollywood crítico con sus políticas desde hace mucho tiempo, fue asesinado junto con su esposa por su hijo, en una tragedia familiar tan profunda que debería suscitar la simpatía de cualquier padre, la bilis de Trump se desbordó.

La muerte de Reiner fue culpa suya porque había vuelto «locos» a los demás con su obsesión por Donald Trump, declaró el presidente en Truth Social.

Esta es la mentalidad del hombre al que todos los Estados árabes ricos de Oriente Medio han pagado mucho dinero y al que ahora recurren en busca de salvación.

Nunca se hubiera esperado tanto de una mente realmente tan pequeña.

Este es el hombre del que Siria espera que obligue a Israel a dejar de armar a los drusos en Sweida, según reveló una investigación del Washington Post.

Este es el hombre del que Turquía espera que obligue a los kurdos a unirse a las aún inexistentes fuerzas armadas nacionales de Siria; el hombre del que Catar espera que instale una fuerza internacional de estabilización en las fronteras de Gaza; el hombre del que Arabia Saudí quiere un reactor nuclear; el hombre del que depende la supervivencia del líder de Egipto, muy probablemente el próximo líder árabe en caer.

La única potencia que se beneficia de este caos es una que no está involucrada: la metahistoria de 2025 es la confirmación de China como príncipe heredero, como líder mundial en espera, un ascenso que le ha sido entregado en bandeja de plata.

Más valioso para China que toda su paciencia estratégica, planificación y reflexión juntas ha sido el colapso moral de Estados Unidos. Todo lo que China ha tenido que hacer es capear las rabietas arancelarias de Trump y ver cómo Estados Unidos se derrumba por su propio peso sin necesidad de intervenir.

Convertir la victoria en derrota

¿Cómo ha conseguido Estados Unidos convertir la victoria en derrota? La arrogancia, la soberbia, la creencia de que, como último hombre en pie, era el único en pie, forman parte de la historia.

Por lo tanto, las élites liberales salientes de Estados Unidos y Europa, que llevan tanto tiempo en el poder, se engañan a sí mismas si atribuyen el caos de 2025 al auge de la extrema derecha en casa y fuera.

No sólo estamos despidiendo un año terrible, sino el primer cuarto de siglo. Ha sido un comienzo terrible.

Si comparamos el poderío de Estados Unidos y Occidente en la Navidad de 1991, cuando observé cómo se arriaba la bandera soviética del edificio del Soviet Supremo ruso, y trazamos una línea hasta donde se encuentran ahora, sólo podemos llegar a una conclusión: que cuando Estados Unidos tuvo la oportunidad de convertirse en el líder indiscutible del mundo, la desperdició.

En 1991, Estados Unidos tenía el monopolio del uso de la fuerza en el extranjero. Hoy en día, hay tantos ataques con drones como actores estatales o no estatales que los poseen.

En 1991, Rusia estaba de rodillas. Hoy en día, sus fuerzas amenazan no sólo a Ucrania, sino, según se empeñan algunos, a toda Europa occidental.

En 1991, las calles de Rusia eran tan prooccidentales que se debatía en los medios de comunicación si se debía seguir utilizando la palabra «Occidente», ya que Rusia formaba parte de él.

En la actualidad, están dispuestos a sacrificar a toda una generación de jóvenes rusos en una guerra que Moscú presenta como una guerra contra Estados Unidos.

Perder guerras es otra de las piezas del puzle.

El Pentágono y la sede de la OTAN en Bruselas deberían haberse preguntado hace mucho tiempo por qué las alianzas occidentales «de los bien dispuestos» no han ganado una guerra desde Kosovo en 1998.

Las intervenciones en Afganistán, Iraq, Yemen, Libia y Siria han sido todas ellas derrotas. Tanto si esas intervenciones fueron declaradas como si no, tanto si se lideraron desde el frente como de puertas adentro, el resultado fue el mismo.

La urgente excitación a derrocar regímenes ha ido seguida en cada país por la sobria realidad de la insurgencia, la guerra civil y, en última instancia, la retirada militar.

Enemigos imaginarios

La ideología también ha jugado su papel. No me refiero a la ideología del «islam radical», sino a la ideología que convirtió a Estados Unidos y sus aliados en una fuerza mundial tan agresiva.

Va mucho más allá del imperialismo del siglo XIX, que, en comparación, tenía unas ambiciones bastante limitadas.

Es la creencia de que, en cualquier momento de la historia, la democracia liberal occidental se enfrenta a un enemigo implacable, transnacional y existencial.

Durante la Guerra Fría, era el comunismo. Después, Al Qaida se convirtió en una amenaza mundial. Luego llegó el Daesh, o el llamado Estado Islámico.

Hoy en día, es la Hermandad Musulmana; y pronto será el propio islam.

Aunque estos enemigos imaginarios no tienen nada en común entre sí, se les atribuyen las mismas características.

Durante la guerra de Vietnam, era la teoría del dominó, una teoría que advertía de que, si se permitía que las fichas del dominó del sudeste asiático cayeran en manos del comunismo, Australia sería la siguiente.

En la época de Al Qaida, esta teoría fue sustituida por «la media luna de la crisis», que se extendía desde Iraq hasta Somalia.

Esta ideología ya existía antes de acontecimientos importantes como los atentados contra las Torres Gemelas en 2001, y contribuyó a transformar lo que debería haber sido una operación antiterrorista limitada en una «guerra contra el terrorismo» sin cuartel.

Para este proyecto era fundamental que Occidente no definiera al enemigo.

Por lo tanto, la primera guerra sangrienta de Vladimir Putin como primer ministro y más tarde presidente de Rusia, la guerra que lanzó contra Chechenia, quedó  alegremente integrada en la «guerra contra el terrorismo» de George W. Bush.

El entonces primer ministro británico Tony Blair fue enviado por Washington para invitar a Putin a reunirse con la reina Isabel II, mientras se probaban los horrores de la contrainsurgencia rusa en Chechenia 22 años antes de que se aplicaran las mismas técnicas con los ucranianos.

Pero ¿a quién le importaba?, calculó la inteligencia occidental. Sólo eran musulmanes.

Ahora, 25 años después, Estados Unidos parece incapaz de aprender de sus errores.

Declive terminal

Cuando Dick Cheney, el exvicepresidente y arquitecto de la guerra contra el terrorismo, falleció recientemente, los homenajes se sucedieron en cascada.

El expresidente Bill Clinton ensalzó el «inquebrantable sentido del deber» de Cheney, mientras que la exvicepresidenta Kamala Harris lo calificaba de «devoto servidor público» que dedicó «gran parte de su vida al país que amaba». La noticia de portada de la CNN lo elogió por ayudar a «su hija a plantarle cara a Trump».

Así fue, elogiaron a un hombre que construyó una elaborada doble mentira como pretexto para la invasión de Iraq: que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva y que tenía vínculos con al-Qaida.

En 2004, Cheney dijo: «Sigo creyendo que hay pruebas abrumadoras de una… conexión entre Al Qaida y el Gobierno iraquí».

Se han realizado muchos intentos para evaluar el coste humano de la guerra de Iraq. El último, realizado en 2023 por investigadores de la Universidad de Brown utilizando datos de las Naciones Unidas, concluyó que la invasión de Iraq y las campañas relacionadas con la «guerra contra el terrorismo» causaron la muerte de más de 4,5 millones de personas.

Esta cifra incluye alrededor de un millón de muertes directas y 3,5 millones de muertes indirectas. Las guerras también causaron la muerte de 7.000 soldados estadounidenses y 8.000 contratistas privados, según el estudio.

Hay algo en la psique de una potencia imperial en declive terminal que bloquea la verdad obvia: las guerras libradas en defensa de la democracia destruyeron en el país toda la fe en el sistema.

Incluso antes de que una nueva generación de ideólogos asumiera el poder en Washington, el antiguo régimen de sionistas liberales, como Joe Biden, había armado y permitido que Israel perpetrara la mayor parte de las matanzas en Gaza, Cisjordania, el sur del Líbano y Siria.

La vacuidad de la política exterior estadounidense quedó patente en la edición MAGA del Foro de Doha a principios de este mes. Donald Trump Jr. dijo que Estados Unidos no podía ser el «gran tonto de la chequera» del que se esperaba que «cubriera todos los problemas del mundo».

Y la ex secretaria de Estado Hillary Clinton defendió sus comentarios anteriores de que la gente estaba consumiendo «pura propaganda» y «vídeos inventados» sobre la guerra en Gaza en Tik Tok. Dijo que los jóvenes no entendían toda la historia del conflicto.

Me preguntaba a qué contexto ausente se refería Clinton.

¿Al asedio de Gaza durante 18 años, que ella misma apoyó plenamente durante cuatro años como secretaria de Estado? ¿A los 277 palestinos que fueron asesinados a tiros por soldados israelíes cuando los palestinos marchaban desarmados hacia las fronteras de Israel?  ¿O a la violación organizada de detenidos palestinos en los centros de detención israelíes?

Así pues, el colapso de la gobernanza estadounidense en Oriente Medio es realmente un logro bipartidista. El año 2025 coronó 25 años de fracasos.

Un nuevo liderazgo

¿Qué pasará ahora? Por desgracia, estamos muy lejos de decir adiós a todo eso, porque todos los asuntos pendientes en Oriente Medio y Ucrania seguirán reapareciendo para atormentar a un Occidente en retirada.

Los gobiernos occidentales sólo pueden seguir apoyando una solución de dos Estados de forma ciega ante la realidad de lo que Israel está haciendo día a día en Cisjordania.

Incluso si hubiera un cambio de primer ministro y se ralentizara el plan de asentamientos, hace tiempo que es evidente que es imposible crear un Estado palestino reconocido como nación soberana por 157 de los 193 Estados miembros de la ONU.

Ofrecer el espejismo de un Estado palestino que coexista con otro diseñado sólo para los judíos es un engaño aún mayor hoy que en la época de los Acuerdos de Oslo.

Es sobre todo a Cisjordania, y no sólo a Gaza, adonde deben dirigirse todas las miradas en 2026.

La misión de Israel de anexionarse Cisjordania puede verse tan claramente a través de los ojos cristianos como a través de los musulmanes, tal y como informan Lubna Masarwa y Peter Oborne, de Middle East Eye, sobre cómo los cristianos de Belén se enfrentan a una amenaza existencial.

La presión de los ciudadanos sobre los gobiernos aumentará. Estos harán todo lo posible por ilegalizar las demandas de justicia para Palestina. Pero cuanto más intenten oprimir, más se convertirá Palestina en una cuestión de derechos civiles internos.

El verdadero pecado del Gobierno del primer ministro británico Keir Starmer no ha sido tanto mantenerse lo más cerca posible de Washington en lo que respecta a Israel, sino establecer la infraestructura de un Gobierno autoritario que será utilizado plenamente por su posible sucesor, Nigel Farage.

La negativa de la difunta primera ministra Margaret Thatcher a conceder el «estatus de categoría especial» a los huelguistas de hambre irlandeses de 1981 se está repitiendo hoy en día, a pesar de que su respuesta provocó la muerte de diez hombres, entre ellos el diputado Bobby Sands, y la capitulación del Gobierno ante la demanda principal.

Pero nada parece importarles.

Lord Timpson, ministro de prisiones del Reino Unido, está siguiendo intrépidamente los pasos de Thatcher en su forma de abordar la huelga de hambre de los jóvenes en prisión preventiva por participar en acciones directas en nombre de Palestine Action.

Timpson ha declarado: «Tenemos mucha experiencia en lidiar con huelgas de hambre. Por desgracia, en los últimos cinco años hemos tenido una media de más de 200 incidentes de huelga de hambre al año, y los procesos que tenemos están bien establecidos y funcionan muy bien, con las prisiones colaborando a diario con nuestros socios del NHS [siglas en inglés del Servicio Nacional de Salud], asegurándose de que nuestros sistemas sean sólidos y funcionen, y ahí están».

En 2026 veremos cuánto dura esa confianza en el sistema si muere uno de esos huelguistas de hambre. También veremos cómo se amplía la brecha que se ha abierto entre Israel y la diáspora judía.

Si 2025 fue el año en que se desvaneció la hoja de parra que ocultaba el verdadero carácter genocida de Israel, los primeros años del próximo cuarto de siglo estarán dominados por un mayor número de judíos en Estados Unidos que exigirán y crearán un liderazgo político completamente diferente.

Los ideólogos de «ante todo, Israel» están librando una batalla fea y despiadada, que están perdiendo, y lo saben.

Se suponía que este era el siglo de Estados Unidos. Si los primeros 25 años han demostrado algo, es que Estados Unidos era emocional, moral e intelectualmente incapaz de actuar como líder mundial.

En este momento, ese fracaso está provocando el auge de la extrema derecha en todo Occidente y, potencialmente, el auge de los fascistas. Sólo necesitamos un colapso financiero real para recrear las condiciones de la década de 1930.

Si eso, a su vez, da lugar a una nueva generación de líderes capaces de gobernar con autoridad, moralidad y modestia, entonces habrá sido una lección por la que habrá valido la pena esperar y luchar. Pero ¿a qué precio?

Foto de portada: El presidente estadounidense Donald Trump asiste a una rueda de prensa en Florida el 22 de diciembre de 2025. (Reuters)

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