Las capitales occidentales ya no tratan a Israel como un Estado, un actor político capaz de masacrar niños, sino como una causa sagrada. Así que cualquier oposición tiene que ser una blasfemia.
Las capitales occidentales ya no tratan a Israel como un Estado, un actor político capaz de masacrar niños, sino como una causa sagrada. Así que cualquier oposición tiene que ser una blasfemia.