Encubrir y profanar: El espectro de la minería en aguas profundas

Eileen Crist, Earth Tongues, 12 abril 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Eileen acaba de jubilarse del Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia (Virginia Tech), donde ha estado enseñando durante 22 años. Sus escritos se centran en la crisis de la vida, sus causas profundas y los caminos hacia una civilización ecológica. Es defensora de la alimentación basada en plantas y profesora de yoga. Es autora del libro Abundant Earth: Toward an Ecological Civilization. Sus trabajos pueden consultarse en su sitio web: http://www.eileencrist.com/

Nuestros océanos están llenos de metales” (CEO de Metals Company).

Sin debate público y con escasa publicidad, la minería de aguas profundas se ha puesto en marcha silenciosamente en los últimos años. Se han concedido contratos de exploración minera para más de un millón de kilómetros cuadrados de fondos marinos en aguas internacionales, mientras la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos -el organismo oficial de la ONU que regula los «recursos» oceánicos- delibera sobre cómo revestir la empresa de un atuendo sostenible. (La industria minera de los fondos marinos ha invertido cientos de millones de dólares en la construcción de maquinaria y equipos tecnológicos gigantescos para explorar las profundidades. No han visto razón alguna para retrasar y comprobar si, en primer lugar, el mundo está de acuerdo con su saqueo del fondo marino. Con la insolencia corporativa que les caracteriza, han fabricado la maquinaria de guerra que lo llevará a cabo.

El objetivo son los nódulos polimetálicos del fondo oceánico, los materiales de los respiraderos hidrotermales y los minerales y metales de los montes submarinos y las plataformas continentales. Antes de pasar por alto estos lugares apócrifos de las profundidades azules, hay que saber que todos ellos son antiguos hábitats de una vida rica y en gran medida desconocida.

¿Qué quieren robar de estos antiguos hábitats la industria minera de los fondos marinos y los Estados que patrocinan sus desmanes? Cobalto, cobre, oro, plata, manganeso, níquel, tierras raras y más, todos los ingredientes necesarios para la industria de alta tecnología, el complejo militar-industrial y la «economía verde». Esta última (lo han adivinado) se está llevando toda la publicidad, ya que la «nueva fiebre del oro» se presenta como necesaria para salvar a la humanidad del cambio climático.

No debemos subestimar este reciente avance de la maquinaria extractivista ni permitir, si podemos evitarlo, que se manifieste como el hecho consumado que pretenden sus autores. Resulta desconcertante y desgarrador que incluso un medio de comunicación tan incisivo como The Guardian haya aceptado la presentación oficial de la explotación minera de los océanos como un «mal menor» que la catástrofe climática. Sin duda, es un indicador de hasta qué punto se está deslizando la sociedad por la pendiente resbaladiza del razonamiento confuso. Teniendo en cuenta el historial político internacional hasta la fecha, y lo avanzados que estamos ya en el colapso climático, ¿puede alguien creer que la minería de aguas profundas va a salvar al mundo del cambio climático o, para el caso, contribuir siquiera un poco a salvar al mundo del cambio climático?

Este último capítulo de la guerra perpetrada contra la Tierra es especialmente despreciable por varias razones. Una, se disfraza de ecologismo. Dos, se está lanzando precisamente en el momento histórico en que todas las operaciones violentas contra el planeta deben detenerse, eliminarse gradualmente y curarse. Tres, ya está en marcha, con descarada prerrogativa. Cuatro, nos la están haciendo tragar como «inevitable». Cinco, se dirige contra el último lugar de la Tierra que permanece relativamente libre de expolio. Seis, es un ataque contra un bioma biodiverso bautizado con suficiencia como «patrimonio común de la humanidad». (Nuestros océanos, según el director general de The Metals Company.) En los seis aspectos, y por las extinciones, la destrucción, el sufrimiento y la contaminación que anuncia, los cerebros de la minería de aguas profundas sólo merecen desprecio. De hecho, voy a pasar por alto el decoro y decir a los matones corporativos-políticos que se preparan para una mayor profanación de la naturaleza: Su fachada es repugnante y sus acciones peores.

Las profundidades marinas son el bioma más grande de la Tierra. Hay seres que viven allí, algo obvio pero, al parecer, es necesario declararlo. Hay millones de especies por descubrir en las profundidades oceánicas, esplendores que esperan ser presenciados, conocimientos que revelar y belleza que asombrar, en el mismo lugar donde probablemente se originó la vida. Los nódulos polimetálicos, las fuentes hidrotermales, los montes submarinos y las plataformas continentales objeto de explotación minera son hábitats de las profundidades que tardaron millones de años en crearse, acumularse y convertirse. Albergan especies endémicas de todos los tamaños, formas y constituciones, y son destinos de animales viajeros cosmopolitas. Nos invitan a trascender la idea deformada de que contienen «recursos» de los que nos podemos apropiar. Estos hábitats, como todos los lugares de la Tierra, nos piden que despertemos para darnos cuenta de que la última oportunidad que tenemos de dar la vuelta a la catastrófica policrisis del «Antropoceno» es reconocer la majestuosidad del planeta vivo, el único lugar al que la humanidad pertenecerá siempre, y poner fin a la guerra de la civilización contra él.

Los criminales ecológicos disfrazados de caballeros de la economía verde venden la minería de aguas profundas con un chantaje apenas velado. Esto es lo que dicen: Si queremos una economía verde y el fin de la pobreza, o explotamos la tierra o explotamos los mares. Es mejor explotar los mares, dicen, ya que nadie vive allí (no lo dicen, lo insinúan), si queremos salvar al mundo del colapso climático. Nada de esta lógica extorsionadora es cierto. No es mejor explotar el océano: no es mejor añadir otro capítulo a la ruina de la Tierra, ni añadir más destrucción oceánica a la pesca industrial, la contaminación por plásticos y la acidificación. No es mejor vandalizar antiguos hábitats que causarán extinciones. ¿Y alguien cree que la explotación minera de los fondos marinos irá piadosamente acompañada del fin de la explotación minera de la tierra? Por último, en cuanto al pretexto hipócrita: La explotación minera de los fondos marinos no detendrá el rápido cambio climático, ni siquiera hará mella en los estragos del cambio climático. En pocas palabras, la explotación minera de los fondos marinos es una nueva megaarma del régimen supremacista humano que está destruyendo la Tierra.

Las soluciones a nuestra peligrosa situación son claras si tan sólo se pudiera superar el tirón familiar de la locura avariciosa antropocéntrica. Son, sin ningún orden en particular: Reciclar como si nos ardiera el pelo porque nos arde el pelo. Conservar los materiales y la energía poniendo fin a la producción incesante de nuevas líneas y modelos de productos, a la moda rápida y a la obsolescencia acelerada. Fabricar cosas duraderas, reparables, reciclables, compartibles. Proteger generosamente el mundo natural, por su propio bien y porque de él dependen nuestras vidas y nuestra cordura. Proteger el océano global, para empezar, haciendo de la alta mar una zona estrictamente protegida de todo extractivismo, incluida la pesca industrial. Proteger ambiciosamente los mares, la tierra, las aguas dulces, así como las especies y su abundancia. La Tierra, expansivamente protegida y restaurada, nos salvará del cambio climático. Actuemos para permitir que la creatividad y el esplendor de la vida terrestre se reanuden y florezcan. El ser sagrado de la Tierra está a nuestro alrededor y corre por nuestras venas. Dejando intactas las profundidades de los mares, para que sigan siendo y convirtiéndose en lo que son, podríamos adoptar prácticas meditativas (disponibles en las tradiciones espirituales de todas las culturas humanas) para descubrir las riquezas ocultas de nuestras propias profundidades.

Más soluciones: Reducir la escala del comercio mundial, reducir la producción de mercancías, abolir los lujos, reducir drásticamente la semana laboral, cultivar huertos urbanos y rurales. Adoptar una alimentación mayoritariamente vegetal para poder reducir la población ganadera mundial que está devastando el planeta, al tiempo que mejoramos la salud humana y reducimos el sufrimiento de los animales. Además, desacelerar e invertir el crecimiento de la población humana. ¿Cómo? Manteniendo a las niñas en la escuela, aboliendo el matrimonio infantil, ofreciendo a mujeres y hombres servicios de planificación familiar accesibles y asequibles, y enseñando a los jóvenes, de forma exhaustiva, sobre sexualidad. Animar a la humanidad a adoptar: Adoptar bebés, adoptar niños, adoptar animales que ya están aquí y necesitan hogares cariñosos. También debemos aceptar los movimientos masivos de personas desplazadas que se avecinan -debido a la degradación medioambiental, la escasez de agua dulce, el cambio climático, la guerra y los conflictos- para que seamos receptivos: Las fronteras no detendrán a los refugiados, ni deberían hacerlo. Por último, debemos dejar de extender las infraestructuras industriales que están masticando la naturaleza y vandalizando la faz del planeta.

¿Todo esto les parece mucho pedir? Eso es lo que hace falta para detener el tren de la extinción masiva y el colapso climático. La minería en aguas profundas sólo añadirá otro vagón de carga.

La clase dirigente hace caso omiso de los imperativos anteriores, y en su lugar invierte cada vez más en la sustitución de la economía ecocida alimentada por la energía fósil por una economía ecocida alimentada por la energía solar, eólica, nuclear e hidráulica. Los poderes fácticos están despertando somnolientos a los obstáculos del cambio climático catastrófico, a las formas en que este último amenaza con echar por tierra la guerra en curso de la civilización contra la naturaleza. Esto es lo que hay en su lista de deseos: Si pudiéramos abordar el problema del cambio climático con más minería -en realidad no, pero vamos a fingirlo-, la humanidad podría avanzar alegremente hacia la visión melancólica de The Economist de «10.000 millones de personas razonablemente ricas» habitando un planeta colonizado y asesinado para conseguirlo. Es muy improbable que una aspiración así se manifieste y es una locura letal perseguirla. Sin embargo, sea plausible o inverosímil, desear una riqueza humana construida sobre la desolación de la Tierra sólo demuestra que el alias «homo sapiens» es una túnica de gigante que cuelga suelta sobre un ladrón enano [1].

Nota: [1] Macbeth, acto 5, escena 2, Shakespeare.

Foto de portada: Investigación sobre la extracción de nódulos de manganeso en el lecho marino de la zona Clarion-Clipperton (ROV-Team/GEOMAR. CC BY 4.0).

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