De cómo la guerra de Rusia en Ucrania amenaza al planeta

John Feffer, Foreign Policy in Focus, 31 mayo 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


John Feffer, colaborador habitual de TomDispatch, es autor de la novela distópica Splinterlands, siendo Frostlands (Dispatch Books) el segundo volumen de la serie; la última novela de la trilogía es Songlands. También ha escrito Right Across the World: The Global Networking of the Far-Right and the Left Response. Es asimismo el director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies.

La invasión rusa de Ucrania en 2022 ha causado la muerte, hasta el momento, de más de 8.700 civiles ucranianos, entre ellos más de 500 niños. Ha provocado una caída masiva de la producción económica del país, con un descenso del PIB del 29,1%.

Y ha tenido consecuencias generalizadas para el medio ambiente: dentro de Ucrania, en los países vecinos y más allá.

Rusia ha ocupado al menos el 25% de las instalaciones de energía renovable de Ucrania y ha destruido alrededor del 6% de la capacidad de energía renovable del país. La guerra ha inutilizado, al menos temporalmente, el 40% del sistema energético del país. El aire, el suelo y el agua de Ucrania se han visto gravemente contaminados, con más de 1.000 casos industriales, agrícolas y marítimos rastreados por la ONG ucraniana Centro de Iniciativas Medioambientales «Ecoaction». Miles de minas terrestres suponen un riesgo continuo para residentes y agricultores.

Una catástrofe medioambiental aún mayor acecha a la central nuclear de Zaporizhzhia, la mayor de Europa. Una fusión en Zaporizhzhia del orden del accidente de Chernóbil tendría un impacto aún mayor que lo ocurrido en el territorio de Ucrania en 1986.

«La diferencia es que Zaporizhzhia está cerca del mar Negro y del mar de Azov», informa Yevheniia Zasiadko, jefa del departamento de clima de Ecoaction y experta en política climática. «Así que también podría afectar a todo el ecosistema marino. Los rusos están sembrando de minas y bombas explosivas el territorio de la central de Zaporizhzhia». La central se construyó para resistir ciertas sacudidas, pero los riesgos siguen siendo altos.

Aunque es probable que la huella de carbono de Ucrania haya disminuido como consecuencia del impacto de la guerra en la economía, la invasión ha causado considerables emisiones innecesarias. En colaboración con varias ONG internacionales y el Ministerio de Medio Ambiente ucraniano, Ecoaction ha calculado que las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con la guerra equivalen a la cantidad de carbono a la atmósfera que emitieron los Países Bajos o Bélgica durante el mismo periodo. La mitad de esas emisiones proceden de la destrucción de infraestructuras civiles y su posterior reconstrucción.

Aunque el conflicto continúa, Ucrania ha podido reconstruir en zonas que no están demasiado cerca de las zonas de conflicto. El gobierno se ha comprometido a «reconstruir mejor», pero también ha habido enormes presiones para dar prioridad a la rapidez sobre la sostenibilidad.

«Queremos construir un país más ecológico», afirma Anna Ackermann, miembro de la junta directiva de Ecoaction y analista política del Instituto Internacional de Desarrollo Sostenible que trabaja en la reconstrucción ecológica de Ucrania. «No se trata sólo del medio ambiente. También tiene mucho que ver con la participación pública -cómo asegurarse de que las comunidades se comprometen- y cómo asegurarse de que los fondos internacionales se utilizan eficazmente. No deberíamos reconstruir carreteras o ciudades tal y como estaban. En el este de Ucrania, donde sigue la guerra, estas regiones dependían de la industria pesada, el carbón, etc. Nadie invertirá en carbón. Ya nadie invertirá en carbón, y parte de esta industria pesada también se basa en el carbón».

Aunque la guerra de Rusia en Ucrania provoca consecuencias medioambientales incalculables, paradójicamente también está empujando al mundo hacia una mayor aceptación de las energías renovables. En Europa, por ejemplo, el consumo de carbón y las emisiones de carbono alcanzaron su máximo tras el COVID en septiembre de 2022, pero desde entonces no han dejado de disminuir. «Las energías renovables y la energía nuclear fueron responsables de un récord del 39% de la generación mundial de electricidad el año pasado», según Fortuneen 2023. «Las ganancias vinieron casi en su totalidad de las nuevas instalaciones eólicas y solares, que ahora representan un récord del 12% de la generación mundial de electricidad, frente al 10% en 2021”.

También Ucrania ha descubierto que las energías renovables pueden ser una herramienta de resistencia. Cuando Rusia atacó masivamente la infraestructura energética del país, algunas instituciones, desde hospitales a escuelas, recurrieron a la energía solar, una alternativa relativamente barata y descentralizada, para mantener la electricidad.

En un seminario web sobre una transición justa mundial, Zasiadko y Ackermann hablaron de las numerosas consecuencias negativas para el medio ambiente de la guerra de Rusia contra Ucrania. Pero también reflexionaron sobre cómo la recuperación tras la guerra puede permitir a Ucrania dar el salto hacia un futuro más verde.

La devastación rusa

No es fácil hacer frente a los desastres medioambientales durante una guerra.

«La primera reacción de la mayoría de los miembros del personal de Ecoaction fue que, de alguna manera, todo lo que habíamos estado haciendo antes no era relevante tras la invasión rusa», recuerda Anna Ackermann. «Por eso empezamos a buscar formas de ayudar a Ucrania y de hacer al menos algo. Una cosa que nos pareció importante fue recopilar datos sobre los daños al medio ambiente. Este trabajo aún continúa, gracias al apoyo de nuestros voluntarios”.

El Ministerio de Medio Ambiente ucraniano se puso en contacto con Ecoaction y otras organizaciones de la sociedad civil ucraniana «durante la segunda semana de la guerra para que ayudaran con el seguimiento, porque estaba claro que las consecuencias medioambientales iban a ser enormes», añade Yevheniia Zasiadko. «Tenemos que hablar no sólo de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, sino también de impacto medioambiental. Han pasado 14 meses desde la invasión y hemos recopilado casi 1.000 casos. Al principio, la mitad de nuestro equipo en Ecoaction se dedicaba a labores de vigilancia».

Ese equipo dividió el país por regiones para evaluar los daños en las instalaciones industriales, la seguridad energética, la seguridad nuclear y el impacto de la guerra en el medio marino, la ganadería y los residuos. Últimamente se ha basado más en voluntarios, así como en informes de los medios de comunicación y en estadísticas gubernamentales para recopilar sus casos.

«Los mayores daños en términos de costes se han producido tanto en viviendas, edificios, industria e infraestructuras como en carreteras y ferrocarriles», señala Ackermann. «El precio de estos daños directos asciende a 140.000 millones de dólares, mucho más que el presupuesto anual del Estado ucraniano. Esta cifra tiene en cuenta lo que costaría reconstruir mejor Ucrania de acuerdo con las normas de la Unión Europea y no sólo con las antiguas normas ucranianas. A medida que continúa la invasión rusa, este precio aumenta cada día».

Estas evaluaciones tienen algunas limitaciones obvias. Por un lado, los ataques rusos han sido tan intensos en algunas zonas que es difícil comprender todo el impacto medioambiental. «De hecho, en mi ciudad natal, tuvimos miles de ataques con misiles, por lo que no fue posible hacer un seguimiento misil por misil», relata Zasiadko.

Además, hay muy poca información disponible sobre los territorios ocupados por Rusia. «No hay periodismo independiente ni representantes ucranianos en las regiones de Luhansk y Donetsk», prosigue. «Ni siquiera pudimos ir a esas regiones ocupadas después de 2014, así que no conocemos la situación real, que ahora es mucho peor». En esa región, por ejemplo, decenas de minas de carbón se han inundado desde que comenzó la guerra en 2014, lo que no solo las deja inoperativas, sino que amenaza con contaminar el territorio circundante.

Luego está la cuestión del desminado del país. «Algunos expertos estiman que se tardará entre 10 y 15 años en desminar toda Ucrania después de la guerra», informa Zasiadko. «Ese es un plazo mínimo. En el ejemplo de los Balcanes, 30 años después de las guerras en la antigua Yugoslavia, todavía hay territorio muy minado que supone un alto riesgo. Rusia también ha minado el Mar Negro, lo que también afecta a Georgia, Turquía y Rumanía».

La contaminación, como las minas, puede tener considerables consecuencias futuras. «Nuestro equipo está planeando una misión de investigación en territorio liberado para conocer el impacto real de la contaminación en el suelo y el agua y comprender realmente los riesgos reales para nosotros», afirma, y añade que la contaminación acabará llegando al suministro de alimentos. «En el momento en que se libera el territorio, la gente suele empezar a cultivar algo en la tierra, aunque pueda estar muy contaminada».

Ucrania es un país eminentemente agrícola. «El suelo es un recurso muy importante, ya que el 40% de nuestra economía procede de la agricultura», afirma Zasiadko. «Y este suelo está muy contaminado por la acción militar». Utilizando muestras de suelo de las regiones de Jarkov y Jerson, Ecoaction identificó daños físicos por vibraciones, radiactividad e impacto térmico, incluida la liberación de contaminación química, todo lo cual amenaza tanto la producción agrícola como la salud de las comunidades circundantes.

Francia, tras la Primera Guerra Mundial, también tuvo que hacer frente a la contaminación de las tierras, parte de las cuales fueron declaradas inhabitables a causa de la contaminación química y las municiones sin detonar. Se convirtieron en zonas naturales protegidas. «Quizá sea bueno que haya más zonas naturales protegidas en Ucrania», añade. «Pero no será por la biodiversidad, sino porque es demasiado peligroso cultivar o hacer algo en esas tierras».

Luego están las consecuencias de la destrucción de instalaciones industriales. «En el este y el sur de Ucrania en particular teníamos mucha industria», señala Zasiadko. «Cuando los rusos atacaron, dañaron o destruyeron muchas instalaciones industriales en Jarkov, Zaporizhzhia y Dnipro. Durante el primer año de la guerra total, 426 empresas grandes o medianas resultaron dañadas o destruidas. Probablemente todo el mundo vio las imágenes de la destrucción en Mariupol. Pero también ocurrió en otros lugares. Vimos un enorme riesgo de contaminación por las industrias químicas y de metales pesados, que fueron bombardeadas. Rusia también atacó instalaciones de residuos ganaderos, que contaminaron ríos y mataron peces. Bombardearon barcos y transbordadores en el Mar Negro y el Mar de Azov, lo que ha contaminado el ecosistema marino».

Pero quizá el mayor riesgo se encuentre en la central nuclear de Zaporizhzhia, que las tropas rusas ocuparon y han mantenido en funcionamiento con personal ucraniano trabajando bajo enorme tensión. «Allí deberían estar trabajando expertos específicos», señala. «Aunque los rusos trajeron a algunos expertos nucleares de instalaciones nucleares rusas, eso no significa que sepan realmente cómo tratar las instalaciones, porque cada planta es única. Por eso los ucranianos siguen ahí, intentando mantener a salvo al mundo entero de esta amenaza. Tenemos dos tipos de héroes en Ucrania: los militares y los que trabajan en el sector energético como Zaporizhzhia».

También existe la amenaza de que Rusia arme Zaporizhzhia. «Dependiendo de las condiciones meteorológicas -con qué fuerza sople el viento y en qué dirección-, una explosión en la central podría afectar a Europa por el oeste o a tierras situadas al sur o al norte», prosigue. «Los expertos dicen que seguimos teniendo suerte de que aún no haya ocurrido nada».

Zasiadko lamenta que la respuesta internacional a estos riesgos nucleares haya sido débil. «La corporación estatal rusa de energía atómica, Rosatom, sigue sin enfrentarse a ninguna sanción», añade. «Siguen vendiendo combustible nuclear a Europa y a otros países».

En un informe sobre las emisiones de carbono asociadas a la guerra, Ecoaction y sus socios analizaron cinco fuentes que habían producido aproximadamente 100 millones de toneladas de dióxido de carbono (o su equivalente). La mayor fuente de emisiones, la mitad, procede de la reconstrucción, seguida de los incendios (aproximadamente una cuarta parte), la guerra (algo menos del 10%) y el desplazamiento de refugiados (sólo el 1,4%). También se incluyeron en los cálculos las fugas relacionadas con el sabotaje de los oleoductos Nordstream, que supusieron el 15% de la cantidad total. Estas cifras sólo cubren los siete primeros meses de la guerra, aunque se está trabajando en un recuento de todo el año.

«De este modo, Rusia ha atacado al mundo entero», afirma Zasiadko. «La guerra está afectando a todo el debate sobre el clima».

Reconstruir mejor

Ucrania es un país enorme. Si entrara en la Unión Europea, se convertiría de golpe en el segundo miembro por territorio. La guerra se concentra en el este y el sureste del país. Así pues, las distintas regiones experimentan la guerra de diferentes maneras: algunas a través de ataques terrestres directos, otras mediante bombardeos aéreos y otras, sobre todo, por el desplazamiento de refugiados y la reubicación de empresas.

«En el norte, algunos territorios fueron ocupados temporalmente por Rusia en febrero y marzo del año pasado, y luego liberados por el ejército ucraniano», señala Anna Ackermann. «Los daños fueron enormes, pero ya se está procediendo al desminado y a la reconstrucción. Todo el mundo ha oído hablar de Bucha, que quedó gravemente destruida. Ya ha sido reconstruida. Se puede ir allí y ver cómo se está llevando a cabo. Mientras tanto, las ciudades del este siguen siendo destruidas, incluso borradas: Bajmut, Vuhledar, Marinka».

Para las zonas del país destruidas por la guerra -por la ocupación o los ataques aéreos- el gobierno ucraniano está inmerso en un proceso continuo de planificación y reconstrucción. «Estamos pensando en cómo mejorar, cómo ampliar, cómo cambiar la economía, etc.», continúa. «Y ahora la pregunta es: ¿quién va a pagar? ¿Quién va a reconstruir? Ucrania no podrá hacer todo esto. La economía se ha reducido, y no tenemos recursos suficientes porque todo se está destinando en estos momentos a luchar contra el agresor”.

Una opción ha sido dividir el país en zonas de apoyo internacional. Según un mapa barajado por el gobierno ucraniano, distintos países asumirían la responsabilidad principal de financiar la reconstrucción de diferentes regiones ucranianas: Canadá para Sumy, Alemania para Chernihiv, etc. Dado que Ucrania se convirtió en miembro candidato de la UE en 2022, es probable que la UE asuma el liderazgo general en términos de reconstrucción, y que Estados Unidos y otros países del G7 desempeñen papeles importantes pero secundarios. Además, como señala Ackermann, debido a su condición de candidato, «Ucrania tiene que avanzar hacia las normas europeas, los objetivos de neutralidad climática y otras políticas de la UE».

Las normas medioambientales desempeñan un papel esencial en este proceso. «Tenemos industrias sucias basadas en el carbón», continúa. «¿Queremos reconstruir nuevas industrias pesadas? ¿Qué pasará con nuestras minas de carbón? Tenemos que hacer la transición a otra cosa, a otro tipo de economía. Las ONG intentan dar forma al debate sobre esta transición. Pero avanza lentamente».

El reto esencial consiste en equilibrar la necesidad de reconstruir antes y el deseo de reconstruir mejor. «Después de una guerra, ningún país se ha reconstruido mucho mejor», observa Ackermann. «Ningún país pensaba realmente a largo plazo. Muchos de nuestros colegas de países europeos en los que se reconstruyeron ciudades tras la Segunda Guerra Mundial dicen que se trataba más bien de producción en masa y de reconstruir más rápido, no de construir mejor».

El lema «reconstruir mejor» se aplica a toda la economía. «Aquí en Ucrania», prosigue, «tendremos que pasar de las centrales eléctricas de combustibles fósiles a las renovables, de los edificios ineficientes desde el punto de vista energético (de los que tenemos un montón) al uso de bombas de calor y a la mejora de la eficiencia energética de nuestro parque de edificios, al uso de nuevos tipos de transporte».

Ucrania ha llegado a apreciar de nuevo las energías renovables a raíz de la guerra. «Si pensamos en una central térmica destruida, arreglarla lleva meses o incluso años», informa Ackermann. «Pero con los paneles solares, si varios son bombardeados, puedes moverlos de sitio. Se pueden arreglar rápidamente y en pocas semanas el conjunto vuelve a funcionar. Algunos ucranianos salvaron la vida porque sus comunicaciones se mantuvieron durante la ocupación. Gracias a los paneles solares de sus tejados, podían llamar a sus familiares para decirles que estaban bien a pesar de los apagones cuando no había electricidad».

Ecoaction se dio cuenta durante los primeros días de la reconstrucción de que era importante dar ejemplos concretos de la importancia de las energías renovables y las técnicas de construcción ecológicas. «Junto con otras ONG, trabajamos para reconstruir el sistema energético de un hospital del norte de Kiev, no lejos de Bucha, en la ciudad de Horenka», relata. «Es un hospital pequeño que fue bombardeado por el ejército ruso. Lo reparamos. Luego pusimos encima paneles solares con almacenamiento de energía y bombas de calor. En Ucrania puede hacer bastante frío en invierno, así que necesitamos una buena calefacción. Este sistema también funciona cuando está nublado. Se puso en marcha en enero de este año y calculamos cuánto cuesta realmente. Ahora tenemos infografías que mostrar al Gobierno y a nuestros socios internacionales. Los llevamos allí para demostrar por qué era importante».

Para reponer las infraestructuras energéticas destruidas, donantes externos enviaron generadores diésel a Ucrania. «Esto fue realmente crítico e importante», continúa. «Hacer funcionar estos generadores es súper caro, además suelen ser ruidosos y contaminantes. Así que queríamos mostrar cómo las energías renovables podían formar parte de las infraestructuras críticas para hospitales, instalaciones de suministro de agua, guarderías y escuelas que han reanudado su actividad recientemente. Estamos trabajando con socios internacionales para ampliarlo todo lo posible, y el Gobierno también se interesó por este tipo de instalaciones en Ucrania. Para nosotros, a día de hoy, se trata menos de ser respetuosos con el clima y más de resiliencia y seguridad».

Ackermann ve también aquí lecciones para el resto del mundo. «Estas historias de resiliencia pueden afectar a mucha gente y demostrar que estos sistemas pueden funcionar bien», afirma. Eso incluye la construcción de ciudades modelo que puedan inspirar a otros países. «¿Y si tuviéramos la primera ciudad climáticamente neutra de toda Europa? Trabajamos con comunidades mineras del carbón, y les encantaría ser este tipo de experiencia piloto. Es muy triste, pero hacer que una ciudad completamente destruida sea climáticamente neutra es más fácil que rehacer una ciudad intacta».

Uno de los principales obstáculos a los esfuerzos de reconstrucción es la mano de obra. Más de dos millones de ucranianos perdieron su empleo tras la invasión rusa del año pasado, con la destrucción de industrias y el desplazamiento masivo de personas. Al mismo tiempo, el ejército ha absorbido a mucho personal capacitado y millones más han huido del país. Todo ello ha contribuido a la escasez de trabajadores cualificados en el sector de la construcción.

«Tenemos que pensar en que la gente vuelva, y no sólo que vuelva, sino que vuelva a tener casas y carreteras reconstruidas y lugares donde trabajar», observa Ackermann. «Por eso, reconstruir Ucrania es también replantearse qué tipo de economía estamos construyendo».

También se trata de qué lugar ocupará Ucrania en Europa. ¿Será sólo una fuente de materias primas o productos agrícolas?  «Tenemos que ser un socio igualitario en este debate», prosigue. «Tenemos que estar más arriba en las cadenas de valor de toda la UE. Si hablamos de construir una economía verde, podríamos estar produciendo bombas de calor que todo el mundo necesita ahora en Europa y más allá. Podríamos producir materiales de alta eficiencia energética. Ucrania ya produce piezas para turbinas eólicas. Había una gran fábrica en Kramatorsk, ahora bastante cerca de la línea del frente, y esta producción se trasladó a la parte occidental del país. Junto con empresas alemanas, están planeando ampliarla. Este es el tipo de ejemplo que debemos ampliar. La pregunta es: ¿cuántos países quieren tener a Ucrania como competidor? Probablemente ninguno, así que Ucrania tiene que luchar por ello».

Parte del proceso de reconstrucción es la restauración medioambiental. Ecoaction investiga actualmente los nuevos tipos de contaminación asociados a la guerra y la mejor manera de restaurar el suelo y el agua. También está la cuestión de los residuos militares, en la que el país tiene poca experiencia. «No tenemos los recursos humanos necesarios», lamenta Zasiadko.

Otra pieza clave es la participación democrática. «Una de las mejores reformas en Ucrania antes de la guerra fue la descentralización», continúa. «Durante el primer periodo de la guerra, las ciudades sobrevivieron gracias a esta descentralización. Durante el último año, la gente y las autoridades locales sintieron realmente que pueden decidir por las comunidades. Tienen su propio dinero, pueden tomar decisiones. Y estas ciudades buscan socios para reconstruir mejor. Uno de los mejores ejemplos es Irpin», un suburbio liberado de Kiev que The New York Times ha calificado de «laboratorio para la reconstrucción».

Solidaridad medioambiental internacional

Los países del Norte Global se han puesto del lado de Ucrania en su lucha contra Rusia. Gran parte del resto del mundo condenó la invasión rusa, pero no ha impuesto sanciones a Rusia ni ha prestado apoyo militar a Ucrania. ¿Podría la solidaridad medioambiental -en torno a la deuda climática, por ejemplo- servir de base para una mayor cooperación entre Ucrania y el Sur Global?

«Puedo entender que haya menos apoyo del Sur Global, que depende de cada país», observa Anna Ackermann. «Antes del 24 de febrero de 2022, la mayoría de la gente asociaba a Ucrania con los países postsoviéticos, incluida Rusia. Después, todo el mundo empezó a descubrirnos, y nosotros también estamos descubriendo el mundo. Ahora nuestros diplomáticos empezaron a tender la mano para asegurarse el apoyo internacional».

Rusia, por su parte, lleva mucho tiempo trabajando en todo el mundo para cultivar lazos. «Promocionando su cultura, creando embajadas en todas partes», prosigue. «Han tenido los recursos necesarios. Y vemos los resultados de este tipo de trabajo estratégico. Por desgracia, Ucrania no lo hizo».

«Las cuestiones relacionadas con el clima y la transición energética ofrecen algunos vínculos potenciales», señala Ackermann. «En términos de producción de materias primas minerales críticas necesarias para la transición energética, Ucrania está en la misma posición que muchos países del Sur Global».

Ucrania, como muchos países del Sur Global, está muy endeudada. «He oído hablar de que quizá esta deuda debería olvidarse», señala. «Pero de hecho sigue aumentando. Oímos hablar mucho de países que afirman que dan mucha ayuda a Ucrania, pero nunca sabemos si es un préstamo o una subvención. Probablemente sólo nuestro gobierno conoce todos los detalles».

Ackerman entiende por qué el gobierno solicita todo tipo de inversiones extranjeras. «Los funcionarios ven la pésima situación en que se encuentra nuestra economía, así que su único pensamiento es cómo conseguir inversiones cuando no hay seguros ni garantías para nadie», observa. «Ya hay un gran interés por la reconstrucción. Cientos de empresas alemanas están en la cola para entrar cuando acabe la guerra, y lo mismo ocurre con las italianas y muchas otras”.

De cara al futuro

Ecoaction ha elaborado una detallada llamada a la acción para la comunidad internacional en torno a cuestiones energéticas y medioambientales. Lo primero de la lista es «reforzar la capacidad de respuesta de emergencia de Ucrania» y desmilitarizar y desocupar la central nuclear de Zaporizhzhia. Ecoaction necesita ayuda en su labor de vigilancia. Y esto incluye reforzar su cuerpo de expertos, un problema que se remonta al menos a 2014, cuando comenzó la guerra con Rusia. La falta de expertos se aplica en particular a abordar consecuencias medioambientales como las minas terrestres.

El llamamiento a la acción no se centra solo en el aquí y ahora. Pide que se responsabilice a Rusia de todas las consecuencias de la guerra y que se elabore un programa mundial de paz y seguridad medioambiental que surja de los escombros del conflicto.

La comunidad internacional tampoco debe esperar antes de comprometerse en proyectos a largo plazo. «No tenemos que esperar a que acabe la guerra», afirma Yevheniia Zasiadko. «La reconstrucción está ocurriendo ahora, así que es importante tener esta visión de sostenibilidad verde».

La guerra ha tenido implicaciones climáticas aún mayores. «La invasión rusa de Ucrania provocó en realidad una aceleración de la transición energética, ya que los países se dieron cuenta de su dependencia de los combustibles fósiles», observa Anna Ackermann. «Esta situación tan trágica ha provocado muchos cambios en las políticas climáticas, en la UE, por supuesto, pero también en todo el mundo. Puso de manifiesto la vulnerabilidad de los países ante el comercio agrícola mundial, así que esperemos que los países trabajen para aumentar la producción nacional sostenible de alimentos.»

Y luego está el vínculo entre clima y seguridad. «Deberíamos trabajar para combinar las cuestiones de seguridad con la agenda medioambiental y climática», concluye Ackermann. «Esta guerra ha revelado muchas cosas que no habíamos visto, que no queríamos ver, así que habíamos cerrado los ojos. Ahora se han revelado, y tenemos que trabajar en ello».

Fuente foto de portada: Shutterstock

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