Priti Gulati Cox y Stan Cox, CounterPunch, 1 agosto 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Priti Gulati Cox es artista y escritora. Su trabajo ha aparecido en Countercurrents, CounterPunch, Salon, Truthout, Common Dreams, the Nation, AlterNet y otros. Para ver su arte: occupiedplanet.com. Twitter: @PritiGCox.

Stan Cox es autor de The Path to a Livable Future: A New Politics to Fight Climate Change, Racism, and the Next Pandemic, The Green New Deal and Beyond: Ending the Climate Emergency While We Still Can, y de la actual serie sobre el clima In Real Time de City Lights Books. Twitter: @CoxStan.
Ha sido devastador, aunque nadie haya prestado atención.
Tres meses de combates en Sudán entre el ejército y un grupo paramilitar llamado Fuerza de Apoyo Rápido (FAR) han dejado al menos 3.000 muertos y 6.000 heridos. Más de dos millones de personas han sido desplazadas dentro del país, mientras que otras 700.000 han huido a las naciones vecinas. Según la Organización Mundial de la Salud, dos tercios de las instalaciones sanitarias de Jartum, la capital, y otras zonas de combate están ahora fuera de servicio, por lo que se cree que el número de muertos y heridos es muy superior al registrado, y los cadáveres llevan días pudriéndose en las calles de la capital, así como en los pueblos y aldeas de la región de Darfur.
Casi todos los ciudadanos extranjeros, incluidos los diplomáticos y el personal de las embajadas, han desaparecido hace tiempo, por lo que, según Al Jazeera, cientos o miles de sudaneses que tenían solicitudes de visado pendientes se han encontrado abandonados en medio del fuego cruzado, con sus pasaportes bajo llave en las embajadas ahora abandonadas. En la región de Darfur, según los líderes tribales no árabes, la FAR y las milicias árabes locales han perpetrado asesinatos en masa, violado a mujeres y niñas y saqueado e incendiado viviendas y hospitales. A principios de este mes, el jefe humanitario de Naciones Unidas, Martin Griffiths, declaró a Associated Press: «Si yo fuera sudanés, me costaría imaginar que esto no es una guerra civil… de las más brutales…».
Según Naciones Unidas, la mitad de la población del país, la cifra récord de 25 millones de personas, necesita ayuda humanitaria. Y lo que es peor, la mitad de ellos son niños, muchos de los cuales estaban en situación de extrema necesidad incluso antes de que estallara esta guerra. Trágicamente, el calentamiento global no hará sino agravar su miseria. Entre las 185 naciones clasificadas por la Iniciativa de Adaptación Global de Notre Dame, Sudán está considerada la sexta más susceptible a los daños del cambio climático.
Se prevé que las olas de calor, la sequía y las inundaciones sean cada vez más frecuentes e intensas a medida que la atmósfera sobre Sudán se caliente aún más. Este verano, la guerra y el clima han convergido de forma sorprendentemente mortífera. Con cielos despejados, servicios de agua y electricidad en gran medida interrumpidos y temperaturas máximas diarias en la capital que últimamente oscilan entre los 43º y los 44º C, la miseria no hace más que intensificarse. Mientras tanto, en la región de Darfur y al otro lado de la frontera, en el este de Chad, está a punto de comenzar la temporada de lluvias torrenciales. El director de país de Concern Worldwide en Chad afirma que muchos del cuarto de millón de refugiados sudaneses que hay allí «viven en tiendas improvisadas hechas con palos y cualquier material que puedan encontrar, lo que significa que no están protegidos de las fuertes lluvias. La situación es catastrófica».
Este conflicto no va a ser televisado
Entre los refugiados de esta guerra se encuentran algunos de nuestros parientes y suegros, parte de una extensa familia indio-sudanesa que ha vivido en Jartum toda su vida. En mayo huyeron de la escalada de violencia, algunos a través de un peligroso y espeluznante viaje de 800 km por carretera a través del desierto de Nubia hasta Port Sudan. Allí tomaron un barco que cruzó el Mar Rojo hasta Yeda (Arabia Saudí). Su objetivo, según nos informaron en junio a través de mensajes de voz, era Egipto, hasta ahora el destino más común de los refugiados sudaneses en los últimos tres meses. Por muy desesperados que estén, nuestros familiares se encuentran en una situación mucho menos peligrosa que las personas que huyen de la región de Darfur hacia Chad. Aun así, dejan atrás una vida forjada durante décadas, sin saber si algún día podrán regresar a Jartum.
Y aquí -para nosotros- hay una realidad inquietante. Hemos tenido que buscar mucho para encontrar información significativa en los principales medios de comunicación de Estados Unidos sobre la lucha en Sudán, y no menos sobre la difícil situación de sus refugiados, aunque recientemente hubo finalmente informes sustanciales en NPR y en el Washington Post. Sin embargo, el contraste con los 16 meses de información diaria y sin aliento sobre la guerra de Ucrania y los millones de personas que ha desplazado ha sido realmente sorprendente.
También hay una gran diferencia entre las respuestas de Washington a cada una de esas guerras. Antes de que estallaran los combates en Sudán, el país contaba con un 30% menos de personas necesitadas de ayuda humanitaria que Ucrania. Ahora tiene casi un 50% más que Ucrania. Dadas esas necesidades relativas, la ayuda humanitaria estadounidense a Sudán en el año fiscal 2023 (536 millones de dólares) no era tan escasa en comparación con la ayuda humanitaria destinada a Ucrania (605 millones de dólares). No, al menos hasta que se añaden los 49.000 millones de dólares en ayuda militar que Washington ha estado enviando a Kiev, 80 veces la ayuda civil, a la que sólo recientemente se han añadido fundamentalmente las antihumanitarias bombas de racimo. En otras palabras, el año pasado Ucrania recibió un 13% más de ayuda humanitaria que Sudán, pero 93 veces más de ayuda total si se cuenta la asistencia bélica.
Y Estados Unidos no está solo. El mundo entero va muy retrasado en su respuesta a la tragedia humanitaria de Sudán. William Carter, del Consejo Noruego para los Refugiados, se lamentaba recientemente: «No he visto que se trate con urgencia. No es ignorancia; es un caso de apatía». Es cierto que las condiciones en Sudán y Chad dificultan ahora el suministro de ayuda, pero las potencias occidentales, señalaba Carter, simplemente «no están dispuestas a jugarse el cuello».
Dejar de lado a los civiles y mimar a los generales
Washington ha prestado una ayuda masiva a Ucrania desde el comienzo de la guerra. En cambio, su actuación en los meses previos al actual conflicto en Sudán no sólo fue ineficaz, sino que incluso puede haber aumentado las probabilidades de guerra.
Algunos antecedentes: Hace cuatro años, un levantamiento popular derrocó al presidente autocrático del país, Omar al-Bashir. Se formó un Consejo de Soberanía para negociar una transición a la democracia. Susan Page, que fue la primera embajadora de Estados Unidos en la República de Sudán del Sur, ha escrito que la designación del Consejo como «gobierno de transición dirigido por civiles» fue «siempre un poco una hoja de parra», dado que entre sus miembros había más militares que civiles. La transición estuvo incluso dirigida por oficiales militares, incluidos los dos hombres que comandan las fuerzas ahora enfrentadas, el jefe del ejército sudanés, general Abdel-Fattah Burhan, y el general Mohamed Hamdan, que dirige el grupo paramilitar FAR.
Tras dos años obstruyendo la labor del Consejo de Soberanía, ese extraño dúo unió sus fuerzas en un golpe de Estado en octubre de 2021 y se hizo con el control de Sudán. Las negociaciones sobre una transición democrática, con la mediación de Estados Unidos, Gran Bretaña, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, se prolongaron otros 18 meses, mientras esos generales seguían poniendo trabas. Según el senador demócrata Chris Coons, de Delaware, los generales llegaron incluso a la extorsión, insinuando que, si no obtenían el pleno respaldo de Occidente, crearían una nueva crisis migratoria en Europa expulsando a cientos de miles de sus compatriotas sudaneses y enviándolos hacia el norte. Sin embargo, el pasado mes de febrero, cuando las negociaciones entre civiles y militares estaban empantanadas, Coons se mostraba esperanzado al escribir:
«El pueblo sudanés… no retrocede en la defensa de sus conquistas políticas. Incluso frente a los persistentes asesinatos, violencia sexual y detenciones por parte del régimen, un masivo movimiento nacional en favor de la democracia ha mantenido durante meses protestas callejeras no violentas. La determinación que estos miles de personas han demostrado al arriesgar sus vidas contra fuerzas de seguridad fuertemente armadas debería servir de recordatorio en todo el mundo de lo valiosa que es realmente la democracia«.
Coons instó al gobierno de Biden a respaldar el movimiento prodemocrático con sanciones que golpeen duramente a los líderes militares y no afecten a la sociedad civil: «Un conjunto moderno y completo de sanciones contra los golpistas y sus redes», escribió, «interrumpirá los flujos de ingresos de los militares y su control del poder, creando una apertura para que crezca el naciente movimiento democrático de la nación». Como ahora resulta dolorosamente obvio, Biden no siguió el consejo de Coons y, seis semanas después, comenzó el tiroteo.
En un artículo publicado poco después del estallido de los combates, Edward Wong y tres colegas del New York Times informaron de que algunas de las personas que intervinieron en las negociaciones les dijeron que «el gobierno de Biden, en lugar de dar poder a los líderes civiles, dio prioridad a trabajar con los dos generales rivales», incluso después de que hubieran tomado el poder en ese golpe. Un asesor gubernamental de alto nivel aseguró al Times que los diplomáticos estadounidenses de alto rango «cometieron el error de mimar a los generales, aceptar sus demandas irracionales y tratarlos como actores políticos naturales. Esto alimentó sus ansias de poder y su ilusión de legitimidad».
«Una pieza crítica del rompecabezas»
La amplia falta de preocupación por el pueblo sudanés en Estados Unidos y otros países ricos también contrasta fuertemente con el intenso interés geopolítico en Sudán de ciertas potencias regionales. Mohammad Salami, del Instituto Internacional de Análisis Estratégico Global, observa que los aliados de Washington en el Golfo Pérsico tienen grandes planes para Sudán, gracias a su costa estratégicamente importante en el Mar Rojo, su riqueza en recursos minerales y su potencial para el turismo y la producción agrícola. (No podemos evitar preguntarnos si están teniendo en cuenta hasta qué punto su agricultura puede, en el futuro, verse perjudicada por el cambio climático). Mirando hacia el futuro, Salami escribe: «Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí tienen planes a largo plazo para África, y para Sudán, como puerta de entrada al continente».
Hasta que comenzó el reciente caos, Sudán también había sido una puerta de entrada para refugiados de Asia, Oriente Medio y otras partes de África. Nayyera Haq, columnista de MSNBC, observó en un artículo publicado menos de tres semanas después del inicio del conflicto en Sudán que muchas de las personas que huían del país eran, de hecho, refugiados reincidentes que habían huido de conflictos anteriores en Siria, Yemen y Myanmar, entre otros lugares. Mientras los diplomáticos occidentales y el personal de las embajadas en todo Jartum se apresuraban a salir (¡ecos de Kabul y Kandahar hace dos veranos!), Haq concluía:
«Sudán, considerado en otro tiempo una nación lejana, es ahora una pieza de rompecabezas fundamental en esta era de competencia de grandes potencias entre las economías mundiales. A medida que las fronteras se desdibujan debido a la tecnología y al cambio climático, la migración forzosa es más frecuente: millones de personas huyen hacia el norte desde América Latina a Estados Unidos, desde Siria a Europa y ahora a través de África Oriental. Pero los mismos países ansiosos por extraer petróleo y minerales de África se apresuran a cerrarse en banda, velando sólo por los suyos mientras Sudán se sume en el caos.»
En efecto, Sudán es rico en recursos minerales que abarcan todo el abecedario: aluminio, cromo, cobalto, hierro, manganeso, níquel, tierras raras, plata y zinc. Todos ellos son importantes para la industria mundial de las energías renovables y las baterías. Pero la mayor fuente de riqueza de Sudán reside en sus yacimientos de oro. La industria minera del oro pertenece en gran parte a una empresa conjunta ruso-sudanesa con sede en el noreste del país. La riqueza que ha generado no ha beneficiado al pueblo sudanés. Antes del reciente caos, de hecho, se la repartían el régimen militar, el gobierno ruso y nada menos que el infame señor de la guerra del Grupo Wagner Yevgeny Prigozhin, que había estado gestionando las operaciones de extracción y procesamiento de oro de la empresa conjunta desde 2017. Y siendo Wagner lo que es, ahora también han tomado partido en la guerra de Sudán, según el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, proporcionando misiles tierra-aire a las fuerzas paramilitares de la FAR.
Víctimas indignas
La escasa atención prestada a las víctimas civiles del conflicto de Sudán, en comparación con los civiles ucranianos, recuerda el contraste entre víctimas «dignas» e «indignas» que trazaron Edward Herman y Noam Chomsky en su libro de 1988 Manufacturing Consent. Contrastaron la amplia cobertura que los medios de comunicación dieron al asesinato en 1984 de un sacerdote polaco, Jerzy Popieluszko, durante la Guerra Fría, con la ausencia de la misma cuando se trataba de más de dos docenas de sacerdotes y otros religiosos masacrados por gobiernos y escuadrones de la muerte en El Salvador y Guatemala en esos años. Popieluszko fue considerado digno de atención en los medios de comunicación estadounidenses de la época, mientras que sus homólogos masacrados por gobiernos centroamericanos aliados de Estados Unidos no lo fueron. Del mismo modo, los europeos blancos que ahora son asesinados, heridos o se quedan sin hogar por las tropas rusas son víctimas dignas de atención mediática, mientras que los sudaneses que se enfrentan a destinos similares no lo son.
Para ser justos, el terrible conflicto que asoló la región sudanesa de Darfur entre 2003 y 2008 recibió una cobertura significativa en los medios de comunicación occidentales gracias a una convergencia de circunstancias inusuales. La principal de ellas: la enorme atención que recibió de celebridades de la época, como Angelina Jolie, George Clooney, Lady Gaga y Mia Farrow. El atractivo mediático de Sudán de hace 15 años fue, sin embargo, una excepción a las reglas de este mundo nuestro. Hoy, esas celebridades y los medios de comunicación parecen atenazados por una especie de fatiga de la compasión.
Por supuesto, como la mayoría de los estadounidenses, no prestábamos ninguna atención a los acontecimientos en Sudán antes de que comenzaran los combates, y antes de enterarnos de que nuestros propios parientes estaban en peligro. Ahora, ¿qué otra opción nos queda que estar al tanto de los últimos acontecimientos?
Durante semanas, nuestros familiares estuvieron en el limbo, intentando llegar a Egipto. Algunos ya estaban en Yeda, Arabia Saudí, aunque quedaron atrapados allí. Otros habían llegado a Addis Abeba (Etiopía). Para entonces estábamos en contacto y reconocían que estaban «mejor que la mayoría», es decir, que no estaban inmovilizados en una zona de guerra mortal a 44ºC sin pasaportes, electricidad ni agua corriente, ni estaban, como tantos sudaneses, atrapados en míseros campos de refugiados.
El otro día supimos por fin que habían llegado sanos y salvos a Egipto. En Jartum disponían de una pequeña escuela, y ahora esperan, si consiguen abrirse camino a través de la burocracia de El Cairo, que, como dijo uno de ellos: «El año que viene, Inshallah, podremos empezar nuestra escuela aquí, si es que seguimos aquí y seguimos siendo víctimas de la guerra». En efecto, sus futuros se han visto abocados por la guerra a un porvenir difícil de imaginar. Como dijo uno de ellos: «Nada parece que vaya a asentarse pronto en Sudán».
Lamentablemente, su valoración se presenta demasiado acertada. Desde abril, al menos diez altos el fuego entre el ejército y ese grupo paramilitar se han roto más o menos instantáneamente. A mediados de julio, los líderes de los seis países fronterizos con Sudán se reunieron, según las impresionantes palabras del presidente egipcio Abdel Fattah el-Sissi, para formular «un plan de acción ejecutivo para alcanzar una solución global a la crisis sudanesa».
Sin embargo, no es de extrañar que aún no haya surgido ningún plan de este tipo. Dados sus recursos y su centralidad geográfica, una serie de países más ricos y fuertes quieren un trozo de Sudán, pero ninguno de esos planes incluye a las víctimas de la guerra. Para empeorar las cosas, en esta guerra (como en otras venideras), la alteración del clima será un «multiplicador de amenazas». Peor aún, mientras nuestros medios de comunicación no consideren que el conflicto sudanés o, lo que es más importante, el pueblo sudanés, merecen una amplia cobertura informativa, las realidades de la guerra en curso allí seguirán quedando en algún lugar más allá del horizonte.
Foto de portada: Campo de refugiados sudaneses en el Chad (Henry Wilkins/VOA).