El cambio climático se acelera y los gobiernos miran hacia otro lado

Stan Cox, TomDispatch.com, 28 enero 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Stan Cox, colaborador habitual de TomDispatch, es autor de The Path to a Livable Future: A New Politics to Fight Climate Change, Racism, and the Next Pandemic, The Green New Deal and Beyond: Ending the Climate Emergency While We Still Can y la actual serie sobre el clima In Real Time, de City Lights Books. Twitter: @CoxStan

En diciembre pasado, el New York Times informó de que «la Tierra está terminando su año más cálido de los últimos 174 años y muy probablemente de los últimos 125.000». (Aunque no es el estilo del Times, esa última cifra debería haber llevado un par de signos de exclamación después). Además, según el científico jefe de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés): «2023 no sólo fue el año más cálido en el registro climático de 174 años de la NOAA, sino que fue el más cálido con diferencia». De hecho, cada una de las seis décadas transcurridas desde 1960 registró una temperatura media global superior a la de los diez años que la precedieron. Además, cada aumento de una década a otra ha sido mayor que el anterior. En otras palabras, la Tierra no sólo se calienta de forma constante, sino que lo hace a un ritmo cada vez más rápido.

Y no hay que esperar a un futuro lejano para ver el impacto de este calentamiento acelerado.  Basta con observar los datos mundiales actuales. Comparando 2023 con 2022, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA, por sus siglas en inglés) informó de un aumento mundial del 60% en el número de muertes por corrimientos de tierra, del 278% por incendios forestales y del 340% por tormentas. Peor aún, los que más sufren las consecuencias del cambio climático inducido por el hombre no son los causantes. Más de la mitad de las muertes notificadas por la OCHA se produjeron en países de renta baja o media-baja, y el 45% de los fallecidos vivían en países que producen menos de una décima parte del 1% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. ¡Imaginen qué injusticia!

Poner fin al calentamiento global debería ser un imperativo moral abrumador para todas las naciones del planeta. Pero las noticias sobre el cambio climático, por extremas que sean, casi nunca ocupan los primeros puestos de los telediarios, ni parece que la lucha contra este fenómeno sea una de las prioridades nacionales de ningún dirigente. ¿Qué me dicen de la cumbre mundial sobre el clima COP28 celebrada el mes pasado en Dubai? En ella se alcanzó un acuerdo por el que las naciones del mundo se comprometían a hacer… bueno, básicamente nada.

Con el ciclo de noticias atascado en un embotellamiento de crisis repentinas y apremiantes y guerras interminables, las potencias mundiales parecen casi voluntariamente ciegas ante la posibilidad de que el medio ambiente mundial (y con él, la propia civilización) esté fuera de control, y no en un futuro lejano, sino ahora mismo.

Largas emergencias

Con el reciente acuerdo de la COP28, los países ricos han reconocido por fin que los combustibles fósiles son un problema. Aun así, siguen rechazando una eliminación planificada y sistemática del petróleo, el gas natural y el carbón en un calendario ambicioso y acelerado (como se establece en las propuestas para un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles a escala mundial).

Al parecer, los gobiernos siempre tienen a mano alguna otra emergencia grave que supuestamente justifica dejar de lado el cambio climático. Quizá lo más cerca que han estado los países ricos de abordar seriamente el tema de las emisiones de gases de efecto invernadero, que podría considerarse una larga emergencia, fue en los diversos Nuevos Acuerdos Verdes estadounidenses, europeos y mundiales de 2018-2019. Pero esas inadecuadas propuestas pronto se vieron eclipsadas por la pandemia de COVID-19 y el auge aún incipiente de extremistas de extrema derecha que consideran el calentamiento global un tema completamente fuera de lugar. Luego, en 2022-2023, justo cuando el interés por el clima volvía a aumentar gracias a los nuevos y aterradores informes de la comunidad científica mundial sobre el clima, la invasión rusa de Ucrania sacó el calentamiento global de nuestro campo de visión, mientras que una impresionante subida de los precios de los combustibles fósiles relacionada con la guerra acabó con cualquier interés inmediato por reducir las emisiones de carbono.

Luego, el otoño pasado, comenzó el genocidio en Gaza. En noviembre, Tom Engelhardt, de TomDispatch, escribió que «mientras la pesadilla de Oriente Medio se cubre a diario de forma dramática en los principales medios de comunicación, el incendio del planeta es, en el mejor de los casos, una realidad claramente secundaria, o terciaria, o… bueno, ustedes pueden rellenar las posibles cifras a partir de ahí…». Desde luego, no estaba sugiriendo, ni yo tampoco, que los palestinos estén recibiendo demasiada atención. Al contrario, necesitan aún más atención, pero la crisis climática no puede perderse de vista.

Un viaje a la India: ¿No hay ninguna crisis llamativa a la vista? Sólo hay que inventar una

Esta falta de atención, por supuesto, no se limita a Estados Unidos. Una miopía similar puede verse ahora mismo en la India, donde mi familia y yo estamos pasando el mes de enero con unos parientes en Bombay. También aquí los políticos arman jaleo con los problemas inmediatos -algunos reales, otros inventados-, mientras ignoran la amenaza del colapso climático, de evolución más lenta, pero de consecuencias mucho más graves. 

En los últimos años, la India ha sufrido una serie de sequías catastróficas, inundaciones, olas de calor y otras debacles, además de una plaga crónica de contaminación atmosférica urbana relacionada con el clima. En esta estación seca de Bombay, vivimos en medio de una densa «niebla» blanquecina, inhalando una mezcla tóxica de polvo, gases de escape de automóviles, emisiones de fábricas y nubes de partículas finas creadas por la construcción y demolición de edificios. Por encima, el cielo diurno sin nubes es de un blanco opaco y sin profundidad. Rara vez aparecen manchas azules y por la noche no se ve ni una estrella.

Es imposible de ignorar esta mala calidad del aire, pero la población india también está alarmada por las emisiones de dióxido de carbono, inodoras e invisibles, que subyacen al ritmo creciente del caos climático en el subcontinente. De hecho, existe una enorme base de apoyo a la acción por el clima. Una encuesta de 2022 indicaba que el 81% de los votantes estaban preocupados por el cambio climático inducido por el hombre. El 50% estaban «muy preocupados», y una proporción similar afirmaba haberse visto personalmente perjudicada por el calentamiento del planeta.

Como en Estados Unidos, 2024 es año de elecciones. Así que, dadas las cifras de las encuestas, se podría pensar que impulsar la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo sería una buena forma de conseguir votos. Pero los esfuerzos climáticos del primer ministro Narendra Modi y su partido nacionalista hindú en el poder, el BJP, siguen siendo, en el mejor de los casos, esporádicos y desidiosos. En su lugar, están buscando lo que consideran una forma mucho más fiable de animar a su base de votantes antes de las elecciones: anunciar la inauguración de un nuevo templo hindú.

¿Cómo diablos va a funcionar eso?, se preguntarán. No se trata de un templo cualquiera. Éste, actualmente en construcción, se asienta en el lugar que antaño ocupó una famosa mezquita, la antigua Babri Masjid, en la ciudad septentrional de Ayodhya. Este sagrado lugar de culto musulmán, de cinco siglos de antigüedad, fue demolido en 1992 por fanáticos apoyados por el BJP. El fervor religioso por la demolición desató la violencia en todo el país y causó más de 2.000 muertos.

Durante tres décadas, la destrucción de la mezquita y su sustitución por un templo dedicado al dios Ram han sido una corriente tóxica que ha corrido bajo la superficie de la política india, estallando ocasionalmente en conflicto. Así que, para reforzar su base supremacista hindú y asegurarse la victoria en las elecciones de esta primavera, los líderes del BJP se apresuraron a organizar una ceremonia de consagración del templo el 22 de enero, meses antes incluso de que finalizara la construcción.

La avalancha de nacionalismo religioso de derechas desencadenada por ese acontecimiento ha tenido el efecto secundario de garantizar que el calentamiento global permanezca fuera de los titulares políticos durante meses, si no más. 

No todo está en la mente

La preocupación institucional por las cuestiones urgentes (en detrimento de las emergencias a largo plazo, como el cambio climático) refleja predilecciones demasiado humanas que encajan bien con los estudios realizados por psicólogos sobre cómo reacciona nuestro cerebro ante las crisis.

El profesor de Harvard Daniel Gilbert, por ejemplo, es conocido por su hipótesis sobre el tipo de amenazas a las que los humanos respondemos con mayor intensidad, a las que ha denominado las «cuatro íes«: «intencional, inmoral, inminente e instantánea». Esos adjetivos, ha descubierto, atrapan los tipos de emergencias que estimulan nuestras respuestas más rápidas e intensas. En una entrevista de 2019 con NPR, Gilbert explicó cómo, especialmente en lo que respecta al clima, ese sistema de respuesta puede traducirse en un fracaso de la acción política. Para la mayoría de la gente, la devastación potencial de una catástrofe climática todavía parece demasiado lejana en el futuro. Y aunque los peligros climáticos, como los huracanes y las inundaciones cada vez más devastadores, se aproximan a la instantaneidad, el calentamiento de la atmósfera que subyace a su creciente virulencia ha progresado, hasta hace poco, muy lentamente. Los humanos tenemos una gran capacidad de adaptación psicológica a los cambios graduales, pero con el calentamiento global, ese poder no nos sirve de mucho. Al fin y al cabo, si este año se parece más o menos al anterior, ¿hay realmente algo a lo que responder?

Otras dos características del cambio climático, relacionadas con dos de las íes de Gilbert, lo separan de muchas otras emergencias, tanto a corto como a largo plazo. Por un lado, los gobiernos tienden a responder con más decisión a los enemigos humanos que actúan de forma demasiado intencionada, pero el cambio climático, como dijo a NPR, «no parece en absoluto una persona, así que nos limitamos a zumbar». Tampoco parece inmoral. «Como criatura social», observa, «nos preocupa profundamente la moralidad, las normas por las que las personas se tratan unas a otras». Aunque el sobrecalentamiento del planeta está causado por la actividad humana, señala, el cambio climático «es meteorológico. No se presenta como una afrenta a nuestro sentido de la decencia», al menos hasta que una ola de calor mata a la gente a tu alrededor.

Además, en una economía capitalista, el corto plazo es más o menos lo más importante. Las empresas están tan comprometidas con maximizar el valor de las acciones para sus accionistas, trimestre a trimestre, como los políticos están comprometidos con maximizarse a sí mismos para los votantes. Cualquier político que se atreva a declarar que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es un asunto más urgente que reducir el precio de la gasolina oirá un gigantesco sonido de succión mientras los votantes y los donantes de la campaña se desvanecen en el aire.

La psicóloga clínica Margaret Klein Salamon es directora ejecutiva del Fondo de Emergencia Climática y autora de Facing the Climate Emergency. En ese libro, sostiene que para frenar el caos climático será necesario que los estadounidenses pasen colectivamente al «modo emergencia». Ese estado, observa, es «marcadamente diferente del funcionamiento ‘normal’ [y] se caracteriza por una concentración extrema de la atención y los recursos en trabajar de forma productiva para resolver la emergencia». En «modo normal», como señala Salamon, sin amenazas urgentes a la vista, el tiempo de respuesta no es crítico. En el modo de emergencia, cuando existe una amenaza grave para la vida, la salud, la propiedad o el medio ambiente, es esencial una respuesta rápida y eficaz, y hacer frente a la amenaza debe tener prioridad sobre cualquier otro asunto.

Cuando se trata de medidas rápidas y de gran alcance, el modo emergencia, añade, no debería utilizarse sólo para problemas de corto plazo. De hecho, según Salamon, lo que realmente requiere la acción climática es pasar a lo que ella llama “modo de emergencia prolongada”, en el que centrarse estrictamente en un solo problema ya no es tolerable. El cambio climático está ahora atrapado en el tráfico de muchas otras emergencias inmediatas, ninguna de las cuales puede dejarse de lado durante años o décadas, pero ninguna amenaza la existencia misma de la vida tal como la conocemos en este planeta.

Teniendo esto en cuenta, Salamon insta a que el modo de emergencia climática se irradie en nuestra sociedad lo más rápido posible, lo que no sucederá si los políticos, las corporaciones e incluso algunas figuras del movimiento climático continúan suavizando el mensaje. No sucederá si el público sigue teniendo la impresión de que los futuros avances tecnológicos y la magia de los mercados garantizarán la inevitabilidad de la reducción y luego la eliminación de las emisiones de carbono con poca alteración de la vida cotidiana.

No hay tiempo para charlas alegres

Estimular una eliminación popular de la resistencia corporativa y política en aras de una acción climática genuina requiere articular una visión de un mundo mejor que nos espera más allá de la era de los combustibles fósiles, pero se necesita más que eso. Debe quedar mucho más claro que nuestra creciente emergencia global está profundamente vinculada a una actitud continua de seguir como hasta ahora y que en realidad se requiere una asombrosa cantidad de trabajo y sacrificio. Por el contrario, conversaciones alegres como la actual caracterización errónea del acuerdo COP28 como un “avance” climático “sin precedentes” llevarán a la gente a eliminar la catástrofe ecológica de su lista de preocupaciones urgentes.

Ser complaciente con el clima no es sólo ser sorprendentemente inconsciente, sino respaldar el sufrimiento humano futuro en una escala casi inconcebible. En la COP28, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, habló en términos crudos sobre los imperativos morales de detener el horror en Gaza ahora y prevenir horrores futuros casi inimaginables provocados por el colapso ecológico. Al hacerlo, ofreció una visión de un futuro devastado por el cambio climático que debería anonadarnos a todos:

“¿Están estos eventos desconectados, es mi pregunta, o estamos viendo aquí un espejo de lo que sucederá en el futuro? Los genocidios y los actos bárbaros desatados contra el pueblo palestino es lo que les espera a quienes huyen del sur debido a la crisis climática… La mayoría de las víctimas del cambio climático, [que] se contarán por miles de millones, estarán en aquellos países que no emiten CO2 o emiten muy poco. Sin la transferencia de riqueza del norte al sur, las víctimas del clima tendrán cada vez menos agua potable en sus hogares y tendrán que migrar al norte… El éxodo será de miles de millones… Habrá una reacción contra el éxodo, con violencia, con actos de barbarie cometidos. Esto es lo que está sucediendo en Gaza. Este es un ensayo para el futuro.”

El presidente Petro estaba describiendo sólo algunas de las probables interacciones y reacciones catastróficas que, en medio de otras crisis, el cambio climático traerá a este planeta en lo que se conocerá como la “policrisis global”. Si los gobiernos continúan centrándose en “resolver” sólo las emergencias más inmediatas y aparentemente más manejables (a menudo empeorando las cosas en el proceso), estamos ante graves problemas. Ha pasado el tiempo para que las sociedades se enfrenten únicamente a las crisis individuales en el ciclo de noticias de 24 horas. Es hora de pasar al modo policrisis. Entonces todos tendremos que lidiar con la creciente red de conexiones entre las emergencias de este planeta, inmediatas y de largo plazo, especialmente el futuro sobrecalentamiento devastador de nuestro mundo, como un gran problema que debe resolverse, o lo contrario.

Imagen de portada: Tumisu.

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