Miren quién difunde desinformación sobre Ucrania

Dave Lindorff, CounterPunch.org, 4 junio 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Dave Lindorff, colaborador habitual de CounterPunch y fundador de ThisCan’tBeHappening, ha coproducido el largometraje documental «A Compassionate Spy», dirigido por Stevee James en 2023, sobre la vida del espía adolescente de Los Álamos Ted Hall y su esposa durante 51 años, Joan Hall, que ya se puede ver en Hulu, Youtube, Apple TV, Vudu y Google Play. Su último libro, «A Spy for No Country» (Prometheuis Books, 2024) se publicó en enero.

La semana pasada, el secretario de Estado de EE. UU. Antony Blinken, durante una serie de reuniones relámpago en varios países europeos de la OTAN, advirtió contra los programas de propaganda rusos a los que acusó de difundir «desinformación e información errónea» sobre las intenciones de Washington de escalar el conflicto permitiendo al ejército de Ucrania utilizar misiles estadounidenses de mayor alcance para atacar objetivos situados hasta unos 322 kilómetros dentro de Rusia, algo que la administración Biden no había permitido desde el comienzo de esa guerra, al temer,  correctamente, que pudiera conducir a una guerra mayor y posiblemente nuclear.

La mentira de Blinken, sin embargo, era que en el momento en que acusaba a Rusia de deshonestidad, él mismo sabía que la decisión de hacer exactamente eso ya había sido tomada por el presidente Biden: autorizar a Ucrania a atacar bases aéreas soviéticas, bases de lanzamiento de misiles, concentraciones de tropas y zonas de reagrupamiento bien dentro de las fronteras rusas utilizando misiles suministrados por Estados Unidos.

Esta verdad incómoda fue expuesta por Político, que publicó un artículo el 30 de mayo revelando la decisión secreta de Biden, que siguió a una intensa presión sobre el presidente por parte del asesor de Seguridad Nacional estadounidense Jake Sullivan y el propio secretario Blinken, así como por el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy y varios líderes militares ucranianos.

Desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania, hace más de dos años, Biden había dejado claro que no se enviarían tropas estadounidenses a luchar por Ucrania ni se utilizarían armas estadounidenses contra territorio ruso. No se haría nada que pudiera convertir el conflicto en una batalla frontal entre las fuerzas estadounidenses y rusas, porque se consideraba (¡con razón!) que tal situación podría conducir rápidamente al uso de armas nucleares.

¿Qué cambió para que Biden dejara de repente de preocuparse por subir los primeros peldaños de lo que los estrategas del Pentágono, desde los primeros días de la era nuclear a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, han denominado la «escalera nuclear» de la escalada nuclear «ojo por ojo»?

Claramente fue el hecho de que Ucrania ha empezado a perder la guerra. Se ha quedado sin municiones, sin misiles antiaéreos, le faltan tropas, se enfrenta a una huida masiva de hombres en edad de alistarse debido a los esfuerzos de reclutamiento recientemente ampliados del país, y está perdiendo terreno alrededor de Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, de 1,5 millones de habitantes, situada cerca de la frontera rusa en el este de Ucrania.

Además, se ha hecho evidente que las supuestamente maravillosas armas estadounidenses (así como algunas ampliamente prohibidas, como los proyectiles antipersona, los cohetes y bombas, y los proyectiles de uranio empobrecido) no han dado la vuelta a la tortilla contra las fuerzas rusas como se predijo con optimismo.

La realidad es que la idea de atacar objetivos rusos -de momento sólo en territorio ruso relativamente cerca de Járkov, pero quizá más adelante mucho más profundamente dentro de Rusia- es poco menos que aterradora.

Rusia, recuérdese, tiene un arsenal nuclear de misiles ICBM y cabezas nucleares que se acerca mucho al arsenal nuclear estadounidense en número y poder destructivo. Durante 75 años, desde que la Unión Soviética probó con éxito su propia primera bomba nuclear en agosto de 1949, esa paridad aproximada ha podido impedir el uso en tiempo de guerra de cualquier tercera arma nuclear contra otra nación desde el bombardeo de Nagasaki el 9 de agosto de 1945.

Nada ha cambiado en esos angustiosos años. Rusia puede ser mucho más débil en muchos aspectos de lo que era la Unión Soviética, aunque el ejército de la URSS nunca fue tan poderoso o avanzado en su capacidad nuclear como las fuerzas estadounidenses. Sin embargo, a lo largo de todas esas décadas, la capacidad de ambas naciones de provocar una catástrofe inimaginable en la otra, si tan sólo una fracción de sus misiles alcanzara sus objetivos, ha demostrado una y otra vez ser una razón de peso para que incluso los exaltados de ambas capitales, Washington y Moscú, se mantuvieran firmes durante una crisis.

Lo que parece diferente esta vez es que, con el ejército ruso demostrando ser más débil y menos capaz de lo esperado en su guerra con Ucrania, y con Estados Unidos empeñado en agotar aún más a Rusia simplemente ayudando a que los ucranianos no pierdan, el presidente ruso Vladimir Putin ha empezado a declarar claramente que si Rusia se ve amenazada por potencias occidentales -incluso por armas suministradas por potencias occidentales- recurrirá, si es necesario, a las armas nucleares.

Ahí es donde entra en juego la «escalera de la escalada».

Tal y como lo interpretan los estrategas del Pentágono, los juegos de guerra son básicamente un juego de la gallina nuclear:

Un país, con sus fuerzas inmovilizadas y en peligro de perder, lanza una «pequeña» bomba nuclear táctica, que puede ser desde unos pocos kilotones equivalentes en TNT hasta 300 kilotones (unas 20 veces el tamaño de las bombas utilizadas en Hiroshima y Nagasaki en 1945). Tanto si el primer disparo destruye un batallón o una base aérea, como si se trata de una explosión que destruye todos los sistemas electrónicos, el recurso a las armas nucleares plantea a la otra parte una elección sombría: pedir la paz o responder con un disparo nuclear contra el otro bando.

En muchos de esos juegos, el segundo país que recurre a las armas nucleares decide que tiene que subir la apuesta para demostrar que está dispuesto a mantenerse firme y pasar a la ofensiva, lo que deja en manos del atacante nuclear inicial la decisión de pedir la paz, responder del mismo modo y buscar negociaciones, o subir el siguiente peldaño de la escalera con una explosión mayor o un ataque a una ciudad importante.

El proceso de escalada en estos juegos suele ser bastante rápido, pasando de intercambios más grandes y mortíferos a un apocalipsis nuclear a gran escala en cuestión de horas o días, debido al temor de ambas partes de que el otro bando pueda lanzar un ataque a gran escala y eliminar la mayor parte de su capacidad de represalia.

La mayoría de la gente corriente es consciente de ello instintivamente. Por eso Biden intentó mantener en secreto para la opinión pública estadounidense su decisión de cambiar de política y permitir que Ucrania empezara a utilizar armas suministradas por Estados Unidos para atacar objetivos rusos al otro lado de la frontera rusa desde Járkov. (Desde luego, no sería un secreto para los rusos).

Todavía no he encontrado una encuesta que pregunte a los estadounidenses si apoyan que Estados Unidos permita al ejército ucraniano atacar objetivos dentro del corazón de Rusia, pero creo que está claro, por el bloqueo durante meses de la ayuda militar a Ucrania por parte de la Cámara de Representantes liderada por los republicanos, que una gran franja de votantes republicanos se opondría a la idea. Además, Donald Trump se encuentra últimamente ligeramente por delante de Biden en las encuestas, lo que podría deberse a que no está a favor de la ayuda militar a Ucrania, o incluso a pesar de ello.

También creo que Biden y sus estrategas de campaña saben que una amplia franja de votantes demócratas e independientes se oponen a que Estados Unidos actúe de forma que haga algo más que probable una guerra nuclear con Rusia. (Desde luego, no es una buena manera de ganarse el voto de los jóvenes o de la generación del milenio).

¿Aprobará Biden, tras haber aceptado ahora cruzar una de las «líneas rojas» de Putin, ir más allá y permitir ataques más profundos con misiles suministrados por EE.UU. contra objetivos en Rusia?

Tal vez, pero la crítica inmediata a un ataque ucraniano (no con un arma estadounidense, sino con un avión no tripulado ucraniano) contra una estación de radar utilizada como parte del sistema ruso de alerta temprana nuclear, con una orden a las fuerzas ucranianas de no volver a hacer algo así, sugiere que la locura total aún no se ha apoderado del Despacho Oval y de la Sala de Guerra de la Casa Blanca.

El problema, por supuesto, es que Biden está siendo considerado un blando internacionalmente. El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha hecho caso omiso de las advertencias de Biden de no atacar Rafah, incluso bombardeando esa ciudad que aún sobrevive en solitario en la frontera occidental de la «Franja» con Egipto después de que se le presentara la propuesta de acuerdo de alto el fuego negociado de Biden, una propuesta que Netanyahu ha descartado de plano por «no cumplir nuestros objetivos».

¿Y si Ucrania consigue misiles estadounidenses de mayor alcance y luego dispara contra objetivos críticos en el interior de Rusia a pesar de la falta de aprobación de Estados Unidos?

* * *

Mientras tanto, intenten este experimento, sugerido por Noam Chomsky y el difunto Edward Herman:

Tomen una historia en los medios de comunicación de EE.UU. como esta sobre la aprobación de EE.UU. para el uso de Ucrania de sus misiles de largo alcance para atacar objetivos militares en el interior de Rusia. Ahora, donde diga Rusia, sustitúyanlo por Estados Unidos, y donde diga Estados Unidos, sustitúyanlo por Rusia. Y, por si fuera poco, donde dice Ucrania, sustitúyanlo por Cuba o Venezuela. Ahora léanlo y vean si creen que alguna vez verían ese artículo en un periódico o revista estadounidense.

Sencillamente, no hay forma de que Estados Unidos permita ni siquiera durante una hora que Cuba o Venezuela lancen un misil de corto alcance proporcionado por Rusia para atacar cualquier objetivo, y mucho menos militar, en Florida o en otro de los estados de la costa del Golfo. Cualquiera de los dos países sería bombardeado con un ataque total de cohetes y bombarderos. Sin embargo, la idea de que Estados Unidos envíe cohetes a Ucrania para hacerle exactamente eso a Rusia se presenta en los medios de comunicación estadounidenses como algo perfectamente lógico y seguro.

¿Qué podría salir mal?

Imagen de portada de Alex Shuper.

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