¡Fiódor Dostoievski no es un villano!

Mira Oklobdzija, Foreign Policy in Focus, 11 abril 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Mira Oklobdzija es una investigadora independiente, activista, socióloga y antropóloga. Durante los últimos 12 años, ha sido investigadora en el equipo de expertos que trabaja para la oficina del Fiscal del Tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia de la ONU. Entre sus libros destacan “Revolution between Freedom and Dictatorship”, escrito con Slobodan Drakulic y Claudio Venza, “Urban Guerilla in Italy”, así como varios artículos que tratan de los derechos humanos, la violencia política, los crímenes de guerra, la reconciliación, las migraciones, la naturaleza humana, la xenofobia, los grupos marginales y los extranjeros. Está afincada en La Haya (Países Bajos).

Hoy no se acepta que se alabe nada que sea ruso, pero la discriminación indiscriminada sí que está muy en boga.

Hace un mes, el Ministerio de Cultura ucraniano, con el apoyo de varias personas del mundo del arte ucraniano, pidió sanciones para limitar la presencia rusa en el espacio cultural internacional. El llamamiento no solo afecta a “todos los proyectos en los que participe la Federación Rusa, incluidos los realizados con dinero ruso”, sino que también prohibiría a todos los rusos participar en concursos, exposiciones, foros y otros eventos culturales internacionales. En resumen, todo el mundo debería “dejar de cubrir la cultura rusa en los medios de comunicación”.

Un poco en contradicción con todas estas exigencias, los autores de la convocatoria concluyen: “El arte ha estado siempre a la vanguardia de los valores humanitarios. Creemos firmemente que la cultura no puede estar al servicio de la propaganda política, sino que debe utilizarse para desarrollar el pensamiento crítico y promover el diálogo”. Pero, ¿cómo promover el diálogo cuando incluso los artistas rusos propensos al pensamiento crítico -tanto en el pasado como ahora- han sido reducidos a nada más que a su cualidad de rusos?

El Festival Internacional de Cine de Vilnius respondió a la llamada y decidió eliminar todas las películas rusas de su programa, independientemente de las posturas de los directores sobre la guerra y el presidente ruso Vladimir Putin. El director ejecutivo del Festival, Algirdas Ramaska, dijo: “Pensamos que no es el momento adecuado para celebrar o promover a los cineastas rusos, el cine ruso y la cultura rusa”. La periodista y crítica de cine Daria Badior coincidió: “Creo que la cultura rusa en general debería quedar en suspenso… aunque algunas voces actúen de forma independiente y no estén financiadas por el Estado, siguen articulando las posturas imperiales sobre Ucrania”.

Pero otras voces del mundo del arte no están de acuerdo. Heleen Gerritsen, directora de goEast, un festival de cine de Europa Central y Oriental, sostiene que “si queremos que las ambiciones imperiales rusas en Europa Central y Oriental se detengan, también tendremos que apoyar a la oposición dentro de Rusia”. La crítica de cine búlgara Mariana Hristova, a quien le preocupa que los boicots culturales perjudiquen más a los artistas que al Estado, considera injusto un boicot total e insiste en que las películas y sus autores deben evaluarse caso por caso y presentarse en un contexto adecuado. “Hay muchos cineastas rusos que se oponen al régimen de Putin y que incluso fueron oprimidos personalmente”, señala, “ellos también están sufriendo y también necesitan apoyo en vez de reducirlos al silencio”.

Incluso antes de la decisión del Festival de Cine de Vilnius, un festival de Glasgow retiró dos películas rusas de su programa para 2022, aunque el director de una de las películas incluidas en la lista negra, Lado Kvataniya, denunció claramente la guerra. La Unión Europea de Radiodifusión anunció que no se permitiría a Rusia asistir al Festival de Eurovisión de este año. El Festival de Cine de Cannes intenta no ser excluyente. No acogerá a delegaciones oficiales rusas ni a personas vinculadas al Kremlin, pero los organizadores no descartaron aceptar películas de Rusia.

Tratando también de distinguir entre rusos “buenos” y “malos”, la Bienal de Venecia anunció la prohibición de participar a cualquier persona vinculada con el gobierno ruso, pero dará la bienvenida a quienes se opongan al actual régimen de Rusia:  “La Biennale di Venezia no cerrará sus puertas a quienes defiendan la libertad de expresión y se manifiesten contra la despreciable e inaceptable decisión de atacar a un Estado soberano y a su pueblo indefenso”. El pabellón ruso de la Exposición Internacional de Arte de la Bienal ya había cerrado después de que sus artistas y su comisario se retiraran en protesta por las acciones de Rusia en Ucrania.

Es comprensible que se prohíba la entrada a los partidarios del Kremlin, a los sirvientes de Putin, a los propagandistas y demás. Pero muchos ciudadanos anónimos extremadamente valientes están participando en manifestaciones contra el régimen en toda la Federación Rusa. Un manifiesto firmado por 11 destacados activistas, entre ellos Lev Ponomaryov, Oleg Orlov y Svetlana Gannushkina, ha anunciado la creación de un nuevo consejo antibélico de derechos humanos ruso. Una petición contra la guerra lanzada por Kommersant el primer día de la invasión rusa recogió al menos 100 firmas de periodistas, entre los que se encontraban empleados de RBC, Novaya Gazeta (cuyo redactor jefe, Dmitry Muratov, es el Premio Nobel de la Paz 2021), Dozhd y Ekho Moskvy, así como los medios de comunicación estatales TASS y RT, a los que ahora se han unido otros 30 medios de comunicación. Más de 7.000 destacados científicos rusos han firmado una carta abierta criticando la invasión rusa de Ucrania. Asimismo, más de 17.000 artistas y profesionales del arte rusos han firmado una carta abierta con el mensaje “¡No a la guerra!”  El destacado rapero ruso Oxxxymiron canceló un concierto en señal de protesta, diciendo en su cuenta de Instagram (seguida por 2,2 millones de personas) que estaba en contra de la guerra. Destacados directores rusos del Centro Meyerhold de Moscú, del Teatro Mayakovsky y del Teatro Stanislavski han dejado sus puestos a causa de la guerra. Y la lista continúa…

Hay que reconocer y celebrar a estas personas, no prohibirlas.

En otros lugares, la exclusión de los rusos, independientemente de su posición sobre la guerra, deja mucho que desear en cuanto a imaginación, respeto, memoria y sentido común. Un restaurante alemán (y otro en Portugal) decidió no servir a los clientes rusos. Las tiendas rusas han sido objeto de vandalismo. Una universidad italiana intentó cancelar su curso sobre Dostoievski. Como escribe Brendan O’Neill en The Spectator:

Las instituciones occidentales, deseosas de manifestar su enfado por Ucrania, han cancelado el arte y la bebida rusos, e incluso los gatos. La gira por el Reino Unido del Ballet Estatal Ruso de Siberia ha sido cancelada, como si las piruetas fueran propaganda, como si la danza sublime de los rusos pudiera contaminar los corazones y las mentes del público británico. Algunas salas del Reino Unido han cancelado las actuaciones de la Ópera Estatal Rusa, a pesar de que la ‘Ópera Estatal Rusa’ no es más que una ‘marca’; de hecho, forma parte de una compañía británica que reúne a graduados de instituciones artísticas de Rusia y de los antiguos países soviéticos”.

Es un misterio cómo todas estas personas perseguidas por Putin (y sus predecesores) han podido ser proclamadas tan fácilmente personas non gratas a los ojos de quienes consideraban sus aliados naturales.

Lo mismo ocurre con aquellas figuras históricas de la cultura rusa que, al estar muertas, no pueden explicar su posición sobre la guerra actual. Aplicando la misma brocha ancha del boicot, los comisarios de la esfera cultural concluirían que su condición de fallecidos no los hace inocentes. Andrei Rublev, uno de los pintores de iconos rusos más destacados durante la Edad Media, es sospechoso porque la Iglesia Ortodoxa Rusa lo canonizó como santo en 1988. El cineasta Andréi Tarkovski, que hizo una célebre película sobre Andrei Rublev, también es problemático porque aparece en un sello postal ruso de 2007. Tolstoi sirvió al Estado ruso como joven oficial de artillería durante la guerra de Crimea. ¡Crimea! Al Grupo Wagner seguramente le encantaría este hecho si alguna vez hubiera oído hablar de Tolstoi.

¿Y qué hay de Aleksandr Solzhenitsyn? Seguramente fue un disidente y puso de su parte para revelar los horrores del Gulag. Sabemos que escupió a Stalin y que pasó ocho años en el campo de prisioneros. En 1970 ganó el Premio Nobel de Literatura “por la fuerza ética con la que ha perseguido las tradiciones indispensables de la literatura rusa”. Pero también se volvió contra Occidente en su vejez y, en 2006, acusó a la OTAN de expandirse hacia el este y de intentar someter a Rusia a su control. Conoció a Vladimir Putin y al parecer le gustó. Una personalidad contradictoria no lo convierte en un escritor menos notable. Los autores no son ángeles, sobre todo los buenos, dondequiera que nazcan.

Según la definición de “ruso” como “malo”, incluso el disidente Alexei Navalny lo tendría difícil para buscar refugio en Occidente si alguna vez logra salir de la cárcel de Putin. De hecho, sería un reto explicar cómo su rechazo podría ayudar a las miles de víctimas de la guerra del Kremlin en Ucrania.

Foto de portada: Estatua de Fiodor Dostoievski (Shutterstock)

Voces del Mundo

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