Hartos de que los maten a trabajar, los trabajadores contraatacan

Eve Ottenverg, CounterPunch, 6 mayo 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Eve Ottenberg es novelista y periodista. Su último libro es “Hope Deferred”. Puede contactarse con ella en su página web.

Ha sido un buen año para la organización de los trabajadores en Starbucks. El 21 de abril, los empleados de la emblemática Reserve Roastery de Starbucks, en Seattle, votaron a favor de la sindicalización. Esta es una de las más recientes de las aproximadamente 250 campañas de sindicalización de Starbucks por todo el país desde el verano pasado. Según K-5 Seattle TV, los trabajadores de la roastery «fueron el segundo grupo de empleados de la tienda insignia que presentó una petición para unirse a Starbucks Workers United». Los empleados de una roastery en la ciudad de Nueva York fueron los primeros». Las roasteries son super tiendas de élite de Starbucks, y solo existen seis en todo el mundo. Así pues, está claro que a los peces gordos de Starbucks no les gusta que dos de ellas se hayan sindicado.

Mientras tanto, también en Seattle, el 21 de abril, los camareros se pusieron en huelga en la tienda de Chinatown-International District. A principios de ese mes, los empleados de otros dos Starbucks se declararon asimismo en huelga. A finales de abril, los trabajadores votaron a favor de sindicalizar las tiendas de Wisconsin y Carolina del Norte. Así que, con piquetes por todas partes, trabajadores en huelga y quejas vehementes de los empleados sobre el exceso de trabajo, mal pagados e historias impactantes de amenazas y represalias contra los líderes sindicales, la imagen corporativa de Starbucks ha caído en picado últimamente, por decirlo de forma suave. El fundador de la corporación, Howard Schultz, no ayudó nada al proclamar a principios de abril que sus empresas estaban siendo «asaltadas» por los sindicatos.

Según Vice News, Schultz emitió este memorable lamento «el mismo día en que la empresa despidió a un líder sindical en una tienda de Arizona». De hecho, ha despedido a bastantes líderes en todo el país y juega sucio de forma bastante descarada. Recordemos que Schultz era el tipo que encabezaba la lista de Hillary Clinton en 2016 para dirigir el departamento de Trabajo, si ascendía a la Casa Blanca. Es bueno saberlo, en caso de que todavía alberguen la ilusión de que los Clinton son de alguna manera, o alguna vez lo fueron, amigos de los sindicatos.

Schultz volvió a Starbucks a principios de abril como director general interino. A juzgar por su cháchara sobre trabajadores depredadores, su propósito al volver no era sentarse pacíficamente con los organizadores sindicales en la mesa de negociación. No. Su objetivo, al parecer, es acabar con los sindicatos. Laila Dalton, la líder de 19 años despedida del Starbucks de Arizona, lo fue porque grabó a los gerentes de las tiendas. Lo hizo, explicó, para demostrar el acoso. «Siempre estoy esperándoles», la citó Vice, «porque me acosan todos los días. Nunca sé cuándo va a venir alguien a acosarme, así que siempre estoy preparada para grabarles».

La semana que terminó el 15 de abril, «los trabajadores de Starbucks de cuatro locales de Estados Unidos votaron por unanimidad para formar un sindicato», informó Jake Johnson para In These Times. Esto, a pesar del pronunciamiento de Schultz de que ampliaría las prestaciones, pero podría excluir al personal sindicalizado de tal generosidad. Un experto en leyes de la Junta Nacional de Relaciones Laborales calificó esto como una «técnica para impedir los sindicatos». Mientras tanto, la dirección «siguió despidiendo y reprimiendo a los organizadores sindicales», lo que llevó a la National Labor Relators Board a exigir que «Starbucks deje de reprimir a los sindicatos».

En Amazon, los sindicatos consiguieron una rara victoria en un almacén de Staten Island a finales de abril. Se trataba de un pequeño sindicato independiente que otros miembros del movimiento sindical no tomaron en serio al principio. Se equivocaron. Ese error han tenido ya que corregirlo.

También esta primavera, los trabajadores agrícolas organizados del estado de Washington se declararon en huelga y consiguieron una larga lista de reivindicaciones. Los trabajadores de la Universidad de Indiana se declararon en huelga. La Federación Americana de Profesores está en huelga en lugares de Los Ángeles e Illinois, los músicos de la sinfónica de San Antonio también se declararon en huelga, al igual que los tramoyistas en Secaucus, Nueva Jersey, los Trabajadores Mineros Unidos en Brookwood, Alabama, los Trabajadores Siderúrgicos Unidos en Huntington, Virginia Occidental, y los Teamsters en Rhode Island, mientras que otras ocho huelgas de trabajadores ya organizados avanzan en otros lugares del país. Y como informó Aparna Gopalan para In These Times el 20 de abril, 700 enfermeras «abandonaron el trabajo en el Hospital St. Vincent de Worcester, Massachusetts, el 8 de marzo de 2021». Estuvieron en huelga durante casi un año, hasta el 3 de enero, alcanzando así el paro laboral más largo de 2021.

Su nuevo contrato viene con aumentos de personal, prueba, escribe el periodista, de una tendencia a negociar por el bien común. Es una excelente noticia. Me alegro de que los sindicatos hagan algo por el bien común, porque nadie más lo hace. Desde luego, no las empresas, ocupadas, como están, en empobrecer a los empleados, destruir el clima y enviar armas a cualquier aldea sin suerte de la tierra en la que exista la posibilidad de que la gente se mate entre sí. Alguien tiene que velar por el bien común. «En Connecticut, los trabajadores sociales negociaron una mayor financiación de Medicaid para las residencias de ancianos… En Virginia Occidental, Los Ángeles, Chicago y Minneapolis los profesores se pusieron en huelga por el derecho a una educación pública de calidad». Si les sorprende que los idiotas reaccionarios del Congreso no los hayan tachado de teóricos críticos de la raza, esperen. Eso viene a continuación.

No todo es color de rosa. La sindicalización en el sector privado bajó un poco, un 0,1% por ciento en 2021. Así que ahora solo el 6,1% de los trabajadores del sector privado pertenecen a un sindicato. En 2021 los sindicatos del sector público contaban con siete millones de afiliados, al igual que el sector privado. Pero, proporcionalmente, la afiliación a los sindicatos públicos es mucho mayor: el 33,9%. Si el sector privado aumentara su porcentaje de forma comparable, eso constituiría un tsunami de organización laboral.

Las encuestas muestran que muchos trabajadores quieren sindicatos. Una de ellas, realizada en 2017, situaba esa cifra en el 48%. Pero «solo una revisión de la legislación laboral actual lo hará posible», según un informe del Instituto de Política Económica del 20 de enero. Los autores citan la «feroz oposición empresarial a la organización sindical» como el principal obstáculo. ¿Qué les parece? Tal vez eso sea lo que significa la feroz, implacable y generalmente solapada represión sindical que hemos visto en el último año. Y aunque eso es ilegal, las sanciones son escasas. Así que los empresarios la llevan siempre a cabo.

Más concretamente, el problema es que la legislación laboral se basa en la Cláusula de Comercio. Shaun Richman argumentó esto en su libro, Tell the Bosses We’re Coming, y que en su lugar deberíamos anclar los derechos laborales en los derechos constitucionales. La dificultad, por supuesto, estriba en conseguir que esa mejora pase por un Congreso extremadamente derechista, en el que luminarias como Andy «los bolcheviques están llegando» Biggs y Mo «chaleco antibalas» Brooks consideran sin duda cualquier actividad sindical como marxismo violento de izquierdas.

Y ni siquiera se menciona al Tribunal Supremo, que tiene absolutamente ningún interés, cero, nada, en los derechos de cualquier persona en el lugar de trabajo, aparte de en los CEOs y en las propias empresas, a las que el Tribunal Supremo dotó de superpersonalidad: todos los privilegios de los seres humanos y ninguna de las obligaciones. Deberían esperar algo más de los supremos. Como, por ejemplo, una oración obligatoria al comienzo de la jornada laboral.

Estas Ubermenschen -corporaciones- dominan la política, la economía y la sociedad, y su enemigo jurado es, por supuesto, el trabajo organizado. Pero, aunque tengan muchas cartas, hay una que les falta: la solidaridad. Eso es lo que ocurre en Starbucks y en todas las demás empresas que se escandalizan de que sus trabajadores se opongan a que se les prive de las pausas para ir al baño o de que, por ejemplo, los trabajadores de Frito Lay se rebelaran el verano pasado contra las horas extraordinarias obligatorias y las semanas laborales de 84 horas. No les gustó el trato que recibieron en la planta de Topeka, Kansas, en la que un trabajador se desplomó en el trabajo y murió, y sus compañeros recibieron la orden de apartar el cuerpo, poner a otro trabajador y seguir adelante. (Frito Lay niega esta acusación.) Por cierto, estos trabajadores consiguieron con su lucha un contrato de dos años que aumentó los salarios y les dio un día libre a la semana.

¿Qué pasó con la jornada de ocho horas, la semana laboral de 40 horas y el fin de semana como tiempo sagrado de descanso y relajación? Han desaparecido como el plan de beneficios definidos. Es el camino del dodo. Como la mayoría de los avances laborales del siglo XX, fueron cazados hasta su extinción. El Congreso y el Tribunal Supremo están de acuerdo en ello. Así que no cometan el error de buscar su ayuda.

Pero los trabajadores conservan aún un arma en su agotado arsenal: el derecho de huelga. A juzgar por los últimos acontecimientos y las derrotas de las empresas, lo están aprovechando al máximo. Eso es una buena noticia, porque muchos empleados están trabajando hasta la saciedad. Se merecen algo mejor y, al ritmo de Frito Lay, incluso más de un día libre a la semana.

Foto de portada: andrearchy, Toronto, Canadá – CC BY 2.0

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