Jesucristo, la guerra interminable y el auge del fascismo estadounidense

Chris Hedges,  ScheerPost, 8 mayo 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y de la Oficina de los Balcanes. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on AmericaDeath of the Liberal Class,  War is a Force That Gives Us Meaning y Days of Destruction, Days of Revolt  una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.

El Partido Demócrata -que tuvo 50 años para convertir en ley el caso Roe v Wade, con Jimmy Carter, Bill Clinton y Barack Obama en pleno control de la Casa Blanca y el Congreso al inicio de sus presidencias- está apostando por proyectar su estrategia electoral en torno a la esperada decisión del Tribunal Supremo de levantar la prohibición judicial sobre la capacidad de los estados de promulgar leyes que restrinjan o prohíban el aborto.

Dudo que les funcione.

La hipocresía y la duplicidad del Partido Demócrata son el abono del fascismo cristiano. Su enfoque exclusivo en las guerras culturales y la política de identidad a expensas de la justicia económica, política y social ha alimentado una reacción de la derecha y ha avivado la intolerancia, el racismo y el sexismo que pretendía reducir. Su apuesta por la imagen en lugar de la sustancia, incluido su reiterado fracaso a la hora de garantizar el derecho al aborto, ha hecho que los demócratas sean objeto de desconfianza y vilipendio.

El gobierno de Biden invitó a la Casa Blanca al presidente del sindicato de Amazon, Christian Smalls, y a trabajadores sindicales de Starbucks y otras organizaciones. A continuación, volvió a adjudicar rápidamente un contrato de 10.000 millones de dólares a Amazon, tristemente célebre por sus prácticas antisindicales, y a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) para informática en nube. El contrato con la NSA es uno de los 26 contratos federales de informática en nube que tiene Amazon con el Ejército y la Fuerza Aérea de Estados Unidos, el Departamento de Salud y Servicios Humanos, el Departamento de Seguridad Nacional, el Departamento del Interior y la Oficina del Censo. Retener los contratos federales hasta que Amazon permitiera la organización sindical libre y abierta sería una postura potente en nombre de los trabajadores, que aún esperan el salario mínimo de 15 dólares que Joe Biden prometió como candidato. Pero detrás de los muros de la aldea Potemkin del Partido Demócrata se encuentra la clase multimillonaria. Los demócratas no han abordado las injusticias estructurales que convirtieron a Estados Unidos en un estado oligárquico, donde los obscenamente ricos se pelean como niños en un arenero por juguetes multimillonarios. Cuanto más dure este juego de teatro político, peor será la situación. 

Los fascistas cristianos se han unido como una secta en torno a Donald Trump. Están financiados por las fuerzas más retrógradas del capitalismo. Los capitalistas permiten las estupideces de los fascistas cristianos y sus autodestructivas guerras sociales y culturales. A cambio, la clase multimillonaria obtiene monopolios corporativos, la destrucción de los sindicatos, la privatización de los servicios estatales y municipales, incluida la educación pública, la revocación de las regulaciones gubernamentales, especialmente la regulación ambiental, pudiendo participar en un virtual boicot fiscal.

La industria de la guerra adora a los fascistas cristianos que convierten cada conflicto, desde Iraq hasta Ucrania, en una cruzada santa para aplastar a la última iteración de Satanás. Los fascistas cristianos creen que el poder militar, y las virtudes «varoniles» que lo acompañan, están bendecidos por Dios, Jesús y la Virgen María. Ningún presupuesto militar es demasiado grande. Ninguna guerra emprendida por Estados Unidos es mala.

Estos fascistas cristianos representan quizás el 30% del electorado, lo que equivale aproximadamente al porcentaje de estadounidenses que creen que el aborto es un asesinato. Están organizados, comprometidos con una visión, aunque sea perversa, y están inundados de dinero. John Roberts, Samuel Alito, Amy Coney Barrett, Clarence Thomas, Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, juristas mediocres e ideólogos de la Sociedad Federalista que llevan la bandera del fascismo cristiano, son quienes controlan el Tribunal Supremo.

Los republicanos y demócratas del establishment, emulando a George Armstrong Custer en la colina de Last Stand, han cerrado filas alrededor del Partido Demócrata en un intento desesperado por evitar que Trump, o un mini-yo de Trump, vuelva a la Casa Blanca. Ellos, y sus aliados en Silicon Valley, están utilizando algoritmos para censurar a los críticos de la izquierda y la derecha, convirtiendo tontamente en mártires a figuras como Trump, Alex Jones y Marjorie Taylor Greene. No se trata de una batalla por la democracia, sino del botín de poder librado por multimillonarios contra multimillonarios. Nadie pretende desmantelar el Estado corporativo.

La clase dirigente de ambos partidos mintió sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los acuerdos comerciales, la «reforma» del bienestar, la abolición de las regulaciones financieras, la austeridad, la guerra de Iraq y el neoliberalismo, lo que causó mucho más daño al pueblo estadounidense que cualquier mentira dicha por Trump. La baba reptiliana rezuma por todos los poros de estos políticos, desde Nancy Pelosi y Chuck Schumer hasta Biden, que apoyó la Enmienda Hyde de 1976 que prohibía la financiación federal de los abortos, y en 1982 votó a favor de una enmienda constitucional que permitiría a los estados anular el caso Roe v Wade. Su hipocresía no pasa desapercibida para el público, incluso con sus ejércitos de asesores, encuestadores, cortesanos en la prensa, equipos de relaciones públicas y agencias de publicidad.

Marjorie Taylor Greene no tiene ni idea y está desquiciada. Afirma que Hillary Clinton estuvo involucrada en una red de mutilación de niños y en una red de pedofilia y que varios tiroteos en escuelas de alto nivel fueron un montaje. Pero armada, al igual que Trump, es un misil político de crucero que apunta directamente al corazón de los desacreditados centros del poder tradicional.

El odio es el combustible de la política estadounidense. Nadie vota por quien quiere. Votan contra los que odian. Las comunidades marginales negras y marrones han sufrido peores asaltos que la clase trabajadora blanca, pero se han visto políticamente desgarradas con una policía militarizada que funciona como ejércitos internos de ocupación. La revocación del debido proceso, el sistema penitenciario más grande del mundo y el despojo de todos los derechos, incluido a menudo el derecho al voto por condenas por delitos graves, así como la pérdida de acceso a la mayoría de los servicios sociales y empleos, los han reducido a un nivel de subsistencia en el escalón más bajo del sistema de castas de Estados Unidos. También son los principales objetivos de la supresión de votantes y la redistribución de distritos patrocinada por los republicanos.

El pegamento que mantiene unido a este fascismo cristianizado no es la oración, aunque le dediquen tanto tiempo, sino la guerra. La guerra es la razón de ser de todos los sistemas de totalitarismo. La guerra justifica la búsqueda constante de enemigos internos. Se utiliza para revocar las libertades civiles básicas e imponer la censura. La guerra demoniza a los seres de Oriente Medio, Rusia o China, a los que se culpa de las debacles económicas y sociales que inevitablemente empeoran. La guerra desvía la rabia engendrada por un Estado disfuncional hacia los inmigrantes, la gente de color, las feministas, los liberales, los artistas, cualquiera que no se identifique como heterosexual, la prensa, los antifa, los judíos, los musulmanes, los rusos o los asiáticos. Elijan lo que quieras. Es un bufé de fanáticos. Cada elemento del menú es un blanco.

Pasé dos años con la derecha cristiana informando e investigando para mi libro American Fascists: The Christian Right and the War on America. Estos fascistas cristianos nunca han ocultado su agenda o su deseo de crear una nación «cristiana», al igual que Adolf Hitler no ocultó su demente visión de Alemania en Mein Kampf. Se aprovechan, como todos los fascistas, de la desesperación de sus seguidores. Pintan retratos horripilantes del fin de los tiempos, cuando la anhelada aniquilación de los no creyentes presagia el glorioso regreso de Jesucristo. La batalla en el Armagedón, creen, será lanzada desde el cuartel general mundial del Anticristo en Babilonia, una vez que los judíos vuelvan a tener el control de Israel. Cuanto más nos acercamos al Armagedón, más atolondrados se vuelven.

Esta gente cree en estas cosas, como creen en QAnon o en el fraude electoral que supuestamente puso a Biden en el cargo. Están convencidos de que una ideología demoníaca, secular-humanista, propagada por los medios de comunicación, las Naciones Unidas, las universidades de élite, la Unión Americana de Libertades Civiles, la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, la Organización Nacional de Mujeres, la Planificación Familiar, la Comisión Trilateral, junto con el Departamento de Estado de los Estados Unidos y las principales fundaciones, están tratando de destruirlos.

La violencia es abrazada como un agente de limpieza, un componente clave de cualquier movimiento fascista. Los fascistas cristianos no temen la guerra nuclear. La acogen con agrado. Las insanas provocaciones a Rusia por parte de la administración Biden, incluyendo la decisión de proporcionar 33.000 millones de dólares en ayuda a Ucrania, de apuntar a diez generales rusos para asesinarlos y de pasar a Ucrania la inteligencia para hundir el Moskva, el crucero de misiles guiados que era el buque insignia de la flota rusa del Mar Negro, sobrecarga la ideología de la derecha cristiana. El matrimonio de la industria bélica, decidida a hacer la guerra para siempre, con los fascistas cristianos que anhelan el apocalipsis es aterrador.  Biden nos lleva sonámbulos a una guerra con Rusia y quizás con China. Los fascistas cristianos acelerarán la sed de sangre.

Las deformidades políticas que hemos engendrado no son únicas. Son el producto de una sociedad y un gobierno que ya no funcionan en nombre de la ciudadanía, que han sido tomados por una pequeña cábala, en nuestro caso corporativa, para servir a sus intereses exclusivos. De nada valen las airosas promesas de los políticos, incluido el anuncio del candidato Barack Obama de que lo primero que haría en el cargo sería firmar la Ley de Libertad de Elección, que durante sus ocho años como presidente nunca llegó a hacer. La votación programada para la próxima semana en el Senado sobre un proyecto de ley que afirma que el aborto es legal en Estados Unidos, que se espera que sea bloqueado por el uso del filibusterismo por parte de los republicanos, una regla de procedimiento del Senado que requiere 60 votos para hacer avanzar la mayoría de la legislación en la cámara de 100 miembros, es otro gesto vacío.

Vimos las consecuencias de esta disfunción en la Alemania de Weimar y en Yugoslavia, conflicto que cubrí para The New York Times. El estancamiento político y la miseria económica generan rabia, desesperación y cinismo. Da lugar a demagogos, charlatanes y estafadores. El odio impulsa el discurso político. La violencia es la principal forma de comunicación. La venganza es el bien supremo. La guerra es la principal ocupación del Estado. Los vulnerables y los débiles son los que pagan el pato de todo.

Imagen de portada: Mr. Fish – «Con este anillo…»

Voces del Mundo

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