Elecciones en el Líbano: el cambio que no llega

Hicham Safieddine, Middle East Eye, 10 mayo 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Hicham Safieddine es profesor adjunto de historia moderna del Oriente Medio en la University of British Columbia. Es autor de “Banking on the State: The Financial Foundations of Lebanon” (Stanford University Press, 2019).

El «cambio» se ha convertido en un tema principal antes de las próximas elecciones parlamentarias en el Líbano. En las vallas publicitarias de las carreteras, en las pantallas de televisión y en las plataformas de las redes sociales se habla del cambio a través de las urnas.

Se trata de las primeras elecciones nacionales que se celebran desde el levantamiento de 2019 y el consiguiente colapso socioeconómico. Sin un cambio profundo del gobierno, hay pocas esperanzas de recuperación.

Un gran número de nuevos candidatos se autoidentifican como «fuerzas del cambio«, presentándose como alternativas serias al statu quo. Pero un cambio significativo, más allá de un cambio en el equilibrio de poder entre las fuerzas sectarias, es una noción lejana. Es probable, más bien, que las elecciones legitimen a las fuerzas gobernantes y pongan de manifiesto la debilidad de las alternativas radicales.

Las razones son muchas, desde el sistema electoral y las prácticas de votación, hasta los programas anunciados por estas «fuerzas del cambio», pasando por la intervención extranjera. No tener en cuenta estos factores creará falsas esperanzas y retrasará el cambio real.

La actual ley electoral de Líbano entró en vigor en 2018. En ese momento, el antiguo sistema de mayoría de votos se sustituyó por la representación proporcional, que se suponía iba a dar voz a los grupos políticos marginados, en particular a los que no pertenecen a los bloques sectarios tradicionales. También se suponía que fomentaría una política de partido basada en programas, en lugar de una política personal basada en lealtades individuales.

Sin embargo, la ley se adaptó a la política sectaria y clientelista del Líbano. Se introdujo el voto preferente en el distrito local y se mantuvieron las cuotas sectarias. Se utilizó una fórmula complicada para seleccionar a los ganadores. Como resultado, la representación proporcional se redujo a un bazar de reparto de votos. Las alianzas políticas duraderas basadas en una visión común del cambio fueron sustituidas por coaliciones electorales temporales.

La reforma económica

La mayoría de los grupos de la oposición tienen la culpa de este oportunismo. En la actual contienda, la mayoría de las listas de las «fuerzas del cambio» fueron confeccionadas en el último momento por conveniencia electoral. En muchos casos, ni siquiera se ha materializado una apariencia de unidad. Como resultado, las listas electorales identificadas con las «fuerzas del cambio» son más numerosas que las listas formadas por las poderosas fuerzas gobernantes.

El bajo umbral para conseguir un escaño parlamentario podría otorgar la victoria a algunos de estos candidatos, pero tales ganancias no deben confundirse con la representación de una amplia base social. Incluso si un número considerable cruza la línea de meta, es poco probable que sus perspectivas de reforma económica generen muchos cambios.

El colapso financiero del Líbano, que incluye la devaluación de la moneda, ha provocado un empobrecimiento a gran escala, una migración económica forzada, un PIB que cae en picado y recortes prolongados en servicios básicos como la electricidad, el agua, la sanidad y la educación.

En la mayoría de los países capitalistas estas condiciones extremas conducen a la intervención inmediata del Estado y a un aumento de la política socialista. No es el caso del Líbano. Más de dos años después del colapso, no se ha tomado ni una sola medida para reestructurar el sector bancario, detener la fuga de capitales o restaurar la estabilidad de la moneda. Ni una sola figura pública o privada de alto rango, incluido el gobernador del Banco Central, Riad Salameh, ha rendido cuentas por las pérdidas sufridas.

Todo lo contrario. La oligarquía de banqueros privados, comerciantes monopolistas y líderes sectarios sigue impulsando políticas que trasladan las pérdidas financieras, estimadas en 70.000 millones de dólares, a las clases medias y trabajadoras. Estas políticas incluyen la devaluación de la moneda y los llamamientos a apropiarse de los ingresos de los activos estatales. La oligarquía también sigue solicitando ayuda financiera extranjera, tanto de los donantes internacionales como de las comunidades de expatriados, siempre que no exija ningún sacrificio por su parte.

Impacto insignificante

La mayoría de las «fuerzas del cambio» hablan mal de la oligarquía y del sectarismo. Tampoco perdonan al Estado: en el peor de los casos, se culpa al propio Estado de la quiebra del Líbano. En el mejor de los casos, y con raras excepciones, los llamamientos a la intervención del Estado son minimalistas. Se trata de salvaguardar los derechos individuales, como obligar a los bancos a devolver el dinero a los depositantes, una modesta fiscalidad progresiva o vagas visiones de apoyo a una economía productiva.

Los fundamentos del libre mercado que condujeron a una actividad económica desigual y a políticas financieras imprudentes rara vez se cuestionan. El socialismo sigue siendo un tabú, a menudo sustituido por el término «justicia social». La intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI) es bien recibida o se le opone una leve resistencia, a pesar de la austeridad que requiere. La privatización, o la asociación entre el sector público y el privado, se vende como un remedio para la corrupción del gobierno y la ineficacia del sector público.

Un cartel electoral en Beirut, fotografiado el 13 de abril de 2022, reza: «Te han privado de la justicia, #vota_contra_ellos» (AFP)

En resumen, no hay nada revolucionario en los planes económicos de estos grupos. Son reformistas de corte conservador. Si las «fuerzas del cambio» constituyen un bloque minoritario en el próximo parlamento, su impacto económico sería insignificante. Más aun teniendo en cuenta que los principales poderes políticos están de acuerdo en proteger el statu quo económico. En consecuencia, el FMI y otros actores extranjeros, en sus negociaciones con la oligarquía, determinarán la hoja de ruta postelectoral para la recuperación o la ruina.

Mientras tanto, esa minoría parlamentaria tendría más peso en los asuntos sobre los que hay desacuerdo entre los principales bloques de poder. El más evidente es la próxima elección presidencial, que está ligada a cuestiones de política exterior y geopolítica. Aquí es donde reside el interés extranjero en las elecciones, más que en cualquier presunta preocupación por el bienestar del pueblo libanés.

Si hay un cambio por el que apuestan Estados Unidos y Arabia Saudí en estas elecciones, es el de anular la mayoría que ostentan Hizbolá y sus aliados en el parlamento. Mientras los saudíes intentan crear un liderazgo suní alternativo que sustituya a su distanciado aliado, Saad Hariri, los estadounidenses, con la connivencia europea, se centran en cultivar su propia versión laica de la oposición.

Ambos actores extranjeros están utilizando la coerción para conseguir lo que quieren: Los saudíes han vetado la ayuda sustantiva del Golfo y han bloqueado las exportaciones libanesas, mientras que Estados Unidos ha condicionado la importación libanesa de electricidad o la extracción de petróleo en alta mar a la normalización con Israel.

Retos de la política exterior

La intervención extranjera no exime a los actores nacionales de su complicidad, ineptitud y corrupción en la gestión de la economía. Pero la intromisión extranjera es real y no puede descartarse. El parlamento no es un consejo municipal. Una vez en el parlamento, las «fuerzas del cambio» tendrán que enfrentarse a los desafíos de la política exterior si son serias y maduras para efectuar el cambio.

Sin embargo, la mayoría de los candidatos de las «fuerzas del cambio» son débiles en política exterior. Esto es así no por accidente. La mayoría proceden de la sociedad civil. Hablan el lenguaje de las ONG de los derechos de los ciudadanos, el Estado de derecho y la buena gobernanza.

Cuando se habla de política exterior, la posición que prevalece entre las «fuerzas del cambio» más ruidosas es alguna variación de la neutralidad de Líbano. Históricamente, la neutralidad libanesa era una palabra clave para las políticas de derechas y prooccidentales que se oponían a la resistencia armada contra Israel. Esto sigue siendo así. En el pasado, el problema eran las facciones palestinas; hoy, son las armas de Hizbolá.

La oposición generalizada a la intervención extranjera no resolverá la cuestión de quién está dispuesto a suministrar armas estratégicas al ejército libanés, si crear una resistencia nacional a Israel es realmente el objetivo de desarmar a Hizbolá. Tampoco abordará las estrategias para abrir los mercados extranjeros frente a los boicots de los Estados árabes del Golfo, ni siquiera para organizar el mercado laboral nacional en un país que funciona en gran medida a costa de los trabajadores extranjeros.

Estas complicaciones recuerdan que un cambio de la envergadura necesaria en Líbano rara vez se consigue a través de las urnas. La prisa de los grupos de protesta por participar en un proceso electoral defectuoso y sectario con horizontes limitados suscita preocupaciones legítimas sobre sus motivaciones. ¿Consideran el poder parlamentario como un medio para el cambio, o son las consignas de cambio un medio para el poder parlamentario?

Foto de portada: Una mujer libanesa muestra su dedo manchado de tinta tras votar en las elecciones parlamentarias en un colegio electoral en Kuwait el 6 de mayo de 2022 (AFP)

Voces del Mundo

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