La nueva izquierda de América Latina

John Feffer, Foreign Policy in Focus, 22 junio 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


John Feffer  es autor de la novela distópica Splinterlands y de su segundo volumen: Frostlands. Completa la trilogía, de reciente aparición, Songlands.  Ha escrito también The Pandemic Pivot. Es director de Foreign Policy in Focus en el Institute for Policy Studies, donde está desarrollando un nuevo proyecto para una Transición Global Justa.

Quizás la declaración más radical de Gustavo Petro, el recién elegido presidente de Colombia, haya sido su promesa de mantener los combustibles fósiles bajo tierra. Petro ha dicho que no expedirá nuevas licencias para la exploración de hidrocarburos, que detendrá los proyectos piloto de fracking y que pondrá fin al desarrollo de las perforaciones en alta mar.

Petro ha pedido «una transición de una economía de muerte a una economía de vida» al decir: «No podemos aceptar que la riqueza y las reservas de divisas en Colombia provengan de la exportación de tres de los venenos de la humanidad: el petróleo, el carbón y la cocaína». Dado que el petróleo y el carbón son los mayores ingresos de exportación de Colombia -y el país sigue siendo el mayor productor de cocaína del mundo-, esta no va a ser una transición fácil de implementar ni de vender a la opinión pública para un político colombiano.

Pero Gustavo Petro no es un político corriente. Comenzó su carrera política como guerrillero urbano, uniéndose al grupo revolucionario M-19 cuando tenía 17 años. Nunca formó parte del círculo íntimo, pero sí pasó un tiempo en prisión por su participación en actividades clandestinas. Más tarde, tras convertirse en economista, formó parte del parlamento colombiano y llegó a ser alcalde de Bogotá.

No ha tenido miedo como político, exponiéndose una y otra vez a críticas y cosas peores. En 2009 rompió con sus colegas políticos para formar un nuevo partido. Como miembro del parlamento, sacó a la luz acuerdos corruptos entre sus compañeros del Senado y varios escuadrones de la muerte. Otras revelaciones implicaron al gobierno conservador de Uribe y a la agencia de espionaje del país.

Como parlamentario y luego como candidato a la presidencia en 2010 y 2018, Petro recibió numerosas amenazas de muerte. El resultado ha sido llevar guardaespaldas y y respetar determinados detalles de seguridad, precauciones que tuvo que seguir incluso cuando vino a Washington, DC, para aceptar un premio Letelier-Moffitt de Derechos Humanos en 2007.

Este año, al presentarse por tercera vez a la presidencia, Petro fue aún más cuidadoso. En una de las paradas de la campaña, según The Washington Post, «cuando Petro se acercó, la multitud apenas podía verle. Tuvo que ir escondido detrás de cuatro hombres que llevaban grandes escudos antibalas. Y mientras hablaba, los blindajes permanecían a ambos lados de él, recordando a los presentes en la plaza lo que significa presentarse a un cargo en este país sudamericano». En los últimos 35 años, han sido asesinados cuatro candidatos presidenciales en Colombia, tres de ellos de izquierdas.

La vicepresidenta electa, Francia Márquez, ha sido igualmente valiente. Ecologista ganadora del Premio Goldman, lideró la lucha contra la minería ilegal de oro en Colombia. Lo que en otro país podría ser un simple reto, es extraordinariamente arriesgado en Colombia, donde el año pasado fueron asesinados 138 defensores de los derechos humanos.

Tener que enfrentarse a una derecha, a veces violenta, es habitual en Colombia y en otros lugares de América Latina. Enfrentarse a una clase dirigente corrupta es también, por desgracia, algo habitual.

Pero políticos como Petro y Márquez, así como el recién llegado Gabriel Boric en Chile, también deben abrirse paso entre las distintas capas de la izquierda latinoamericana. Al hacerlo, están ayudando a construir un nuevo movimiento progresista que es significativamente diferente de la vieja izquierda (Castro y Cuba) y de la nueva izquierda (Lula y Brasil). Transformada por los movimientos sociales, la nueva izquierda latinoamericana está mostrando al mundo cómo los progresistas pueden ejercer el poder con justicia y de forma sensata en una época de cambio climático y polarización política.

Fijación en el crecimiento

Desde los albores del progresismo, la izquierda siempre ha estado preocupada por la cuestión de la justicia económica. Una vez en el poder, los partidos de izquierda han estado unidos en su creencia de que, para lograr una distribución más equitativa de la riqueza y el poder, la economía debe crecer, y rápido. La Unión Soviética sentó el precedente con planes quinquenales dedicados a transformar una sociedad mayoritariamente agraria en un gigante industrial. Los gobiernos socialdemócratas de Europa también apoyaron el crecimiento económico en la creencia de que una marea creciente levantaría todos los barcos, como diría más tarde un John F. Kennedy de mentalidad similar. Los comunistas apoyaron el crecimiento económico como forma de alcanzar a Occidente; los izquierdistas moderados querían que la economía creciera para aumentar las tasas de empleo y disponer de más recursos para los programas de bienestar social.

Este año se cumple el quincuagésimo aniversario del informe del Club de Roma The Limits of the Growth. Antes de que el cambio climático fuera más patente, 30 expertos de todo el mundo emitieron una severa advertencia de que el planeta no podía soportar el crecimiento exponencial de la actividad humana debido a los límites de la tierra cultivable, de los recursos minerales para la industria y de las consecuencias de la contaminación. A excepción de los Verdes, a los progresistas les ha costado aceptar estos límites al crecimiento económico.

En América Latina, los partidos verdes nunca llegaron a despegar. En cambio, los progresistas han seguido tradicionalmente uno de los dos caminos. Cuba siguió el modelo soviético de crecimiento rápido con una economía dirigida y empresas estatales, aunque finalmente tuvo que abandonar gran parte de ese enfoque cuando la Unión Soviética se derrumbó y los subsidios de Moscú desaparecieron en gran medida. Con el dinero del petróleo, Hugo Chávez adoptó un enfoque similar en Venezuela.

La nueva izquierda en América Latina, por el contrario, se comprometió firmemente a operar dentro de las instituciones democráticas, comenzando con el malogrado gobierno de Allende en Chile y continuando con los gobiernos del Partido de los Trabajadores en Brasil. Aunque la nueva izquierda divergía de la antigua en cuanto a la democracia y los derechos humanos, también equiparaba el crecimiento económico desenfrenado con el progreso, especialmente durante la «marea rosa» de la década de 2000. La tasa de crecimiento en Brasil bajo Lula, por ejemplo, se disparó del 1,9% al 5,2%, y el superávit comercial se duplicó con creces. En Argentina, el peronista de izquierdas Néstor Kirchner también impulsó la expansión de la economía en sus primeros años devaluando el peso y rompiendo la dependencia del país del FMI. Uruguay, bajo el progresista Frente Amplio, experimentó una importante expansión económica, especialmente en su primera década en el poder. En Bolivia, Evo Morales impulsó las industrias extractivas de su país y consiguió una media de crecimiento de casi el 5% anual a lo largo de sus 13 años de mandato.

Pero en esos años también estaba surgiendo un tipo de izquierda diferente, que reflejaba las demandas de las comunidades indígenas y los activistas medioambientales.

En 2007 Rafael Correa presentó al mundo una propuesta innovadora. El presidente ecuatoriano se comprometió a dejar el petróleo que había bajo el Parque Nacional Yasuní, una vasta reserva de biodiversidad, si la comunidad internacional aportaba 3.600 millones de dólares en compensación (aproximadamente la mitad de lo que Ecuador podría haber recibido vendiendo el petróleo). La recaudación de fondos comenzó en 2011 y un año después se alcanzó el 10% de la cifra prevista. Pero el esfuerzo se esfumó, y el gobierno ecuatoriano finalmente se asoció con una empresa china para comenzar a perforar el petróleo del Yasuní en 2016, una asociación que no ha hecho sino ampliarse bajo el actual gobierno conservador.

Pero el enfoque inicial de Correa insinuaba al menos un nuevo progresismo que no ponía el crecimiento desenfrenado en el centro de la política económica. Ese enfoque se ha reflejado, por ejemplo, en el cambio de política en Uruguay, donde, a pesar de las políticas económicas convencionales favorables al crecimiento, el gobierno de izquierdas realizó enormes inversiones en energía limpia, con casi el 95% de la electricidad suministrada por fuentes renovables en 2015. Costa Rica, bajo varios líderes socialdemócratas, ha seguido una pauta similar de descarbonización.

América Latina sigue siendo un proveedor clave tanto de energía sucia como de recursos como el litio, que impulsan una transición energética «limpia». La nueva ola de políticos de izquierda debe lidiar con los desafíos generados por el cambio climático, así como con la precariedad económica agravada por la pandemia. No tienen mucho margen de maniobra. El populismo de extrema derecha -encarnado por el presidente brasileño Jair Bolsonaro y los dos aspirantes perdedores en Chile (José Antonio Kast) y Colombia (Rodolfo Hernández)- sigue siendo poderoso y está listo si la nueva izquierda flaquea.

Una oleada post-rosa

El gobierno de Estados Unidos se ha reservado el juicio sobre la victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez. No así The Washington Post, que recientemente escribía en un editorial: «Hay muchos motivos de preocupación en la dirección política que ha articulado el Sr. Petro, en particular su llamamiento a poner fin a la nueva exploración de petróleo, un golpe potencial a la industria del país que probablemente perjudique mucho a los ingresos por exportación y no sea muy bueno para el medio ambiente mundial».

El Post, que sigue publicando anuncios a toda página para las empresas de combustibles fósiles en lugar de seguir la iniciativa de desinversión de The Guardian, está siendo obtuso en este punto. Sí, el fin de las nuevas exploraciones petrolíferas perjudicará a los ingresos de exportación de Colombia, pero al Post probablemente le preocupa más el impacto en las compañías petrolíferas estadounidenses y el precio del gas en Estados Unidos. En cuanto a lo de «poco bueno para el medio ambiente mundial», si Colombia realmente reduce la producción de combustibles fósiles bajo el mandato de Petro, sería el mayor productor mundial en cumplir con ese compromiso. Sería algo enormemente significativo.

Eso no es todo. Petro quiere trabajar con otros líderes progresistas de América Latina en una transición a nivel regional. Uno de esos líderes es el recién elegido presidente de Chile, Gabriel Boric, que ha situado el ecologismo en lo más alto de su agenda. Uno de sus primeros actos fue revertir la política de la administración anterior mediante la firma del Acuerdo de Escazú, que se centra en el acceso a la información y la justicia medioambiental. Nombró a científicos para los principales puestos de su administración, incluida la climatóloga Maisa Rojas como ministra de Medio Ambiente. El cambio climático no es un tema abstracto para Chile. El país lleva una década de sequía, entre otras condiciones agravadas por el calentamiento global.

Uno de los principales retos a los que se enfrenta Boric es la industria chilena del litio, que cuenta con las mayores reservas del mundo de esta valiosa materia prima. Ha prometido nacionalizar el sector, lo que podría permitir al gobierno regular las minas de forma más rigurosa en términos de consideraciones laborales y medioambientales. También está estudiando la posibilidad de crear una mayor transformación de valor añadido -en lugar de limitarse a exportar las materias primas-, lo que a su vez supondría más puestos de trabajo y mejor pagados.

En una serie de cuestiones, Boric se enfrenta a una fuerte oposición conservadora. Pero también debe lidiar con una izquierda intransigente que no está contenta con su disposición a dialogar con sus adversarios políticos, por ejemplo, al defender una nueva constitución para el país. Este tipo de negociación es esencial en una democracia, y Boric está comprometido con el proceso democrático, tanto dentro como fuera de Chile.

«Le moleste a quien le moleste, nuestro gobierno tendrá un compromiso total con la democracia y los derechos humanos, sin apoyar ningún tipo de dictadura o autocracia», ha tuiteado Boric. Ha criticado el historial de derechos humanos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Nicolás Maduro, el líder de Venezuela, contraatacó llamando a Boric miembro de la «izquierda cobarde».

Pero «cobarde» es la palabra menos adecuada para describir a Boric. Al igual que Petro y Márquez en Colombia, Boric no teme trazar un camino totalmente nuevo para su país. Juntos, estos líderes están dispuestos a desafiar muchas de las políticas cansadas y anticuadas que caracterizaron la anterior ola rosa.

«La victoria colombiana está dando oxígeno a una política latinoamericana que se ha caracterizado por la falta de visión», escriben los ecologistas argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale. «Esto ha sido visible en el progresismo obstinado en Argentina, Bolivia y muy probablemente también en Brasil si Lula triunfa en las próximas elecciones. No están interesados ni en promover una agenda ecosocial ni en discutir una Transición Justa. En consecuencia, están reduciendo significativamente las perspectivas de democracia y de una vida digna y sostenible».

Aunque todavía dentro de la gran carpa del progresismo latinoamericano, Petro, Márquez y Boric representan algo nuevo. Y no solo está ocurriendo a nivel de la élite gobernante. Svampa y Viale ayudaron a crear el Pacto Ecosocial del Sur, que también ha desafiado el paradigma del crecimiento, ha criticado las tendencias autoritarias de la vieja izquierda, ha puesto el ecologismo en el centro y ha insistido en amplificar las voces de los movimientos sociales, desde las comunidades indígenas y las feministas hasta los activistas LGBTQ y antirracistas.

Son tiempos sombríos en los que algunos de los hombres y mujeres menos competentes y más escandalosos llegaron a puestos de poder en algunos de los mayores países del mundo. Tal vez América Latina pueda mostrarnos una salida a esta situación. Liderada por Petro, Márquez y Boric desde arriba y empujada por el Pacto Ecosocial desde abajo, la región tiene una oportunidad real de deshacer este extraordinario desajuste entre las necesidades del momento y las capacidades de nuestros líderes.

Voces del Mundo

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