Robin Wright, The New Yorker, 25 septiembre 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Robin Wright, escritora y columnista, escribe para The New Yorker desde 1988. Su primer artículo sobre Irán ganó el National Magazine Award al mejor reportaje. Ha sido corresponsal del Washington Post, CBS News, Los Angeles Times y el Sunday Times de Londres, y ha informado desde más de ciento cuarenta países. También es miembro distinguido del Woodrow Wilson International Center for Scholars. Ha sido becaria de la Brookings Institution y de la Carnegie Endowment for International Peace, así como de Yale, Duke, Dartmouth y la Universidad de California en Santa Bárbara.
Mahsa Amini, una joven kurda de veintidós años que estaba visitando a sus familiares en Teherán este mes, tenía un pelo negro que le caía sobre los hombros y se extendía por la espalda. Amante de la música, trabajaba en una tienda de ropa y le gustaba hacerse fotos soplando las tenues semillas de un reloj de diente de león. Como tantas mujeres iraníes cuatro décadas después de la Revolución, llevaba el hiyab, o pañuelo obligatorio, suelto sobre la cabeza cuando salió del metro con su hermano menor, Kiarash, el 13 de septiembre. Se le veía parte del pelo. Sin previo aviso, la policía de la moral iraní la detuvo por llevar un «atuendo inadecuado». La llevaron a un centro de reeducación que instruye a las mujeres en el cumplimiento del estricto código de vestimenta de la República Islámica. La policía le dijo a su hermano que sería liberada esa misma noche. No fue así.
La siguiente imagen de Amini, difundida a través de las redes sociales, la mostraba con un respirador artificial en un hospital de Teherán. Estaba en coma y tenía la cabeza ensangrentada. Tres días después de su detención, se declaró su muerte cerebral. Al principio, el gobierno afirmó que había muerto de un ataque al corazón. Luego publicó un vídeo en el que se la veía en el aula de reeducación, caminando por el pasillo, comenzando a desmayarse y cayendo al suelo. Su familia afirmó que estaba sana; acusaron que sufría lesiones en la cabeza por haber sido golpeada por la policía. «La causa del accidente está clara como el agua», declaró el tío de Amini a un medio de comunicación iraní. «¿Qué pasa cuando agarran a las chicas y las meten en el coche con tanta ferocidad y terror? ¿Tienen derecho? No saben nada sobre el islam, ni sobre la humanidad».
La noticia de la muerte de Amini encendió la mecha de una disidencia que llevaba tiempo latente en Irán. Las protestas estallaron en Teherán y Saqez, su ciudad natal en el noroeste kurdo, y luego se extendieron a ochenta ciudades durante la semana siguiente. Las mujeres quemaron sus hiyabs en hogueras públicas. Otras, en grupo o solas, publicaron vídeos en los que se mostraban cortándose el pelo casi hasta el cuero cabelludo. En las principales ciudades y en los pueblos pequeños, miles de mujeres y hombres se reunieron para ondear carteles con la foto de Amini y exigir un cambio más allá del hiyab. «¡Muerte al opresor!», gritaban las multitudes. Algunos se atrevieron a pedir la muerte del ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de Irán desde 1989. La policía trató de contener a la multitud con gases lacrimógenos y pistolas de perdigones. Diez días después de la muerte de Amini, al menos treinta manifestantes habían muerto -algunos relatos sitúan la cifra mucho más alta- en las peores protestas en Irán desde 2019. Uno de ellos era un chico de 16 años, informó la BBC.
Las protestas se extendieron por todo Oriente Medio, y luego por Europa y Norteamérica. En Los Ángeles se celebró una vigilia con velas y los manifestantes que exigían la dimisión del presidente Ebrahim Raisi se concentraron ante la ONU en Nueva York. Cuatro miembros de Femen en topless -con «Mujeres, Vida, Libertad» pintado en grandes letras negras sobre el pecho- levantaron sus puños frente a la Embajada de Irán en Madrid. Las mujeres se cortaron el pelo, en señal de simpatía, en una protesta en Berlín. La policía se enfrentó a los manifestantes ante la embajada iraní en Atenas.
En medio del creciente clamor internacional, Raisi llegó a la Asamblea General de la ONU en Nueva York -su primer viaje a Estados Unidos y su debut en el organismo mundial- desbordado de su propia furia. Durante un encendido discurso ante la ONU, agitó con rabia una gran fotografía del general Qasim Soleimani, el comandante de la tristemente célebre Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria, asesinado en un ataque con drones ordenado por el presidente Donald Trump en 2020. Raisi pidió que Trump sea juzgado por el asesinato como «un servicio a la humanidad, para que a partir de ahora la crueldad no sea silenciada y la justicia prevalezca.» En su discurso, en reuniones con expertos de centros de estudios y con ejecutivos de medios de comunicación, y en una rueda de prensa, afirmó airadamente que la policía estadounidense era responsable de muchas más muertes de civiles en comparación con la única muerte en Irán. «¿Cuántas veces en Estados Unidos mueren hombres y mujeres cada día a manos de las fuerzas del orden?», nos dijo a mí y a un pequeño grupo de periodistas el jueves. Su voz se elevó tanto y tan a menudo que a menudo era difícil escuchar la traducción al inglés a través de nuestros auriculares.
Raisi, despotricando, también acusó a Estados Unidos de «pisotear» las conversaciones nucleares, que se han estancado tras diecisiete meses de reuniones en Viena y Doha entre las seis principales potencias del mundo e Irán. Culpó a Estados Unidos de «ahogar la vida» del histórico acuerdo nuclear de 2015 después de que Trump se retirara de él en 2018. Desde entonces, Irán ha incumplido las limitaciones impuestas a su controvertido programa nuclear, sobre todo enriqueciendo más uranio a niveles cada vez más cercanos a las cantidades necesarias para producir una bomba. Hoy en día, Irán está a unas pocas semanas, o incluso días, de la capacidad de alimentar una bomba. En realidad, la Unión Europea dice que las nuevas exigencias de Irán este mes han provocado el bloqueo.
En varios frentes, Raisi ha hecho retroceder el péndulo hacia el tipo de políticas xenófobas y la retórica sorda de los primeros días de la Revolución. Los intentos de otros líderes iraníes -la diplomacia de canal trasero del presidente Akbar Rafsanyani con Washington, los intentos del presidente Mohammad Khatami de derribar el «muro de la desconfianza», la disposición del presidente Hassan Rouhani a aceptar una llamada de teléfono móvil de la Casa Blanca- han desaparecido. El sábado, el periódico de línea dura Kayhan, cuyo director desde hace tiempo fue nombrado por el Líder Supremo, se jactó de que Raisi había «dejado al mundo boquiabierto» en su discurso en la ONU. «Es hora de castigar a los bastardos de Estados Unidos», escribió.
En la escena internacional, Irán ha estrechado sus lazos con el ruso Vladimir Putin y el chino Xi Jinping. Le pregunté a Raisi por los drones kamikazes iraníes que su gobierno ha vendido a Rusia y que han empezado a marcar la diferencia en el campo de batalla ucraniano. Los aviones de ala delta -pintados con los colores nacionales rusos- han derribado obuses y otros equipos clave en los alrededores de Kharkiv.
«Creo en cualquier ayuda que se pueda dar, que se pueda utilizar de forma constructiva para poner fin a la guerra», respondió Raisi. «Durante la reunión que mantuvimos con el Sr. Putin en Teherán o en las reuniones de Shanghai, le hemos expresado directamente que deseamos hacer todo lo posible para ayudar a poner fin a la guerra». Insistió en que la expansión de la OTAN, iniciada hace catorce años, había desencadenado la guerra y la había prolongado desde entonces. Se negó a decir si Irán proporcionaría algún otro material o inteligencia e insistió en que Teherán se había ofrecido a negociar el fin del conflicto. Mientras tanto, China se ha convertido en el mayor importador de petróleo iraní, ayudando a Teherán a eludir las sanciones de Estados Unidos. Irónicamente, Irán y Rusia, ambos sancionados por Washington, ofrecen ahora descuentos mientras compiten por vender petróleo a Pekín.
Pero la muerte de Amini provocó la indignación de muchas otras naciones contra Irán durante la apertura de la Asamblea General de la ONU. En su discurso del miércoles, el presidente Joe Biden expresó su solidaridad con los manifestantes. «Hoy nos solidarizamos con los valientes ciudadanos y las valientes mujeres de Irán que ahora mismo se manifiestan para garantizar sus derechos básicos», dijo a más de ciento cincuenta líderes mundiales. La semana pasada, Estados Unidos impuso nuevas sanciones a la policía de la moral iraní y autorizó a las empresas estadounidenses a saltarse las sanciones y proporcionar servicio de Internet para que los iraníes tuvieran libre acceso a la información en línea. Irán había cerrado Internet mientras se producían las protestas. SpaceX, de Elon Musk, desplegó inmediatamente su servicio de satélites Starlink -como ya hizo con Ucrania tras la invasión rusa- para facilitar el acceso a Internet. La ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, condenó la represión iraní de las protestas como «un atentado contra la humanidad», mientras que el presidente de Chile, Gabriel Boric, llamó al mundo a «movilizar esfuerzos para detener la violencia contra las mujeres, ya sea en Irán, en memoria de Mahsa Amini, que murió a manos de la policía esta semana, o en cualquier parte del mundo». Es casi seguro que Amini se habría quedado atónita ante la reacción mundial.
Mientras Irán da un duro giro en su país y en el extranjero, el gobierno orquestó el viernes sus propias manifestaciones -contra los manifestantes- para ejercer su voluntad.
Las mujeres, envueltas en chadores negros, salieron a la calle para exigir que los manifestantes fueran condenados a muerte. Kayhan, el medio de comunicación controlado por el Estado, se jactó de que decenas de millones de personas habían acudido a apoyar al régimen, con escasas pruebas de que las cifras fueran exactas. «Somos los defensores de una lucha contra la injusticia», afirmó Raisi en la ONU. Su intransigencia recordaba de forma aterradora su papel en la primera década de la Revolución. En 1988, Raisi fue uno de los cuatro fiscales de una «comisión de la muerte» que condenó a la horca a unos cinco mil presos políticos. Muchos eran adolescentes o veinteañeros. El peligro es que empiece a repetirse. El sábado, mientras las protestas se extendían a la mayoría de las treinta y una provincias de Irán, Raisi prometió «tratar con decisión» lo que llamó «disturbios.»
Foto de portada: En medio de las protestas en todo el país, los leales al gobierno se reunieron en una contramanifestación y el presidente Raisi prometió tomar medidas enérgicas. (Morteza Nikoubazl/NurPhoto/Getty).