Cómo podría terminar la guerra en Ucrania

Keith Gessen, The New Yorker, 29 septiembre 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Keith Gessen es editor fundador de n+1 y colaborador de The New Yorker, New York Times Magazine y London Review of Books. Es editor de tres libros de no ficción y traductor o cotraductor, del ruso, de una colección de cuentos, un libro de poemas y una obra de historia oral. También es autor de dos novelas, «All the Sad Young Literary Men» y «A Terrible Country», así como de un libro de ensayos, «Raffi Raising».

Hein Goemans creció en Ámsterdam en los años sesenta y setenta rodeado de historias y recuerdos de la Segunda Guerra Mundial. Su padre era judío y se había escondido «bajo las tablas del suelo», como él decía, durante la ocupación nazi. Cuando Goemans llegó a Estados Unidos para estudiar relaciones internacionales, recuerda que le preguntaron en una clase sobre su experiencia personal más formativa en materia de relaciones internacionales. Dijo que fue la Segunda Guerra Mundial. Los otros estudiantes objetaron que eso no era lo suficientemente personal. Pero para Goemans era muy personal. Recuerda que asistió a la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la liberación de Ámsterdam por las fuerzas canadienses, en mayo de 1985. Muchos de los soldados canadienses que participaron en la liberación seguían vivos, y recrearon la llegada de las tropas canadienses para liberar la ciudad. Goemans recuerda que pensó que los habitantes de Ámsterdam serían demasiado indiferentes para asistir a la conmemoración, y se sintió conmovido al ver que se había equivocado. «Toda la ciudad estaba llena de gente al lado de la carretera», me dijo recientemente. «Me sorprendió mucho lo profundamente que se sentía».

Goemans, que ahora enseña ciencias políticas en la Universidad de Rochester, escribió su disertación sobre la teoría de la terminación de la guerra, es decir, el estudio de cómo terminan las guerras. Goemans aprendió que se había trabajado mucho sobre cómo empiezan las guerras, pero muy poco sobre cómo pueden concluir. Quizás haya razones históricas para este descuido: el armamento nuclear de Estados Unidos y la Unión Soviética significaba que una guerra entre ellos podía acabar con la civilización humana; no solo con la muerte de algunos, sino con la muerte de todos. El estudio de la guerra durante la Guerra Fría dio lugar así a un rico vocabulario sobre la disuasión: disuasión directa, disuasión ampliada, disuasión por castigo, disuasión por negación. Pero la Guerra Fría terminó, y las guerras siguieron aconteciendo. Goemans vio la oportunidad de una intervención intelectual.

En su disertación, y en su posterior libro, «War and Punishment«, Goemans expuso una teoría sobre cómo y por qué algunas guerras terminaban rápidamente y otras se prolongaban brutalmente. La guerra del título era la Primera Guerra Mundial; el «castigo» era lo que los líderes de Alemania, en particular, temían que les esperara si traían a casa algo menos que una victoria. Cuando se publicó el libro de Goemans, en el año 2000, fue el primer estudio completo moderno dedicado por completo al problema de la terminación de la guerra, y contribuyó a lanzar el campo.

Tradicionalmente, escribe Goemans, se pensaba que las guerras terminaban porque un bando se rendía. «Hasta que el vencido se rinde, la guerra continúa», como dijo un autor en 1944. Pero los datos empíricos demuestran que, en el mejor de los casos, se trata de un relato incompleto. Por lo general, se necesitaban dos bandos para empezar una guerra, aunque tengan distinta culpabilidad, y normalmente se necesitaban dos bandos para terminarla; el vencido podía aceptar los términos propuestos la semana anterior, pero ¿qué iba a impedir que el vencedor inventara nuevos términos? El ejemplo clásico de la Primera Guerra Mundial fue la negativa de los bolcheviques, tras su toma de poder en Rusia, a continuar la lucha contra Alemania; proclamando «ni guerra ni paz», simplemente abandonaron las negociaciones en Brest-Litovsk. «Literalmente, los vencidos abandonaron», escribe Goemans. Pero los alemanes, en lugar de aceptarlo, siguieron avanzando hacia Rusia. Solo después de que los bolcheviques asumieran unas condiciones aún más duras que las propuestas apenas tres semanas antes, los alemanes aceptaron su salida de la guerra.

La literatura teórica más reciente había reconocido el carácter bifronte de la guerra, escribe Goemans, pero aquí también se habían pasado por alto aspectos importantes. La teoría de la guerra importó de la economía el concepto de «negociación», y se pensaba que las guerras comenzaban cuando el proceso de negociación -por un trozo de territorio, normalmente- se rompía. La causa más común del fracaso, según los teóricos de la guerra (y de nuevo tomando prestado de la economía), era alguna forma de asimetría informativa. Sencillamente, uno o ambos bandos sobrestimaban su propia fuerza en relación con la de su oponente. Había muchas razones para este tipo de asimetría informativa, y una de las más importantes era que la capacidad bélica de las naciones individuales era casi siempre un secreto muy bien guardado. En cualquier caso, la mejor manera de saber quién era más fuerte era empezar a luchar. Entonces, las cosas se aclaraban rápidamente. Muchas guerras terminaron de esta manera, con los bandos reevaluando sus fuerzas relativas y optando por llegar a un acuerdo.

Pero hubo otro tipo de guerras, en las que predominaron otros factores además de la información. Estos factores, en parte porque no desempeñaban un papel destacado en la economía, eran menos conocidos. Uno de ellos era el hecho de que los contratos en el sistema internacional -en este caso, los acuerdos de paz- tenían poco o ningún mecanismo de ejecución. Si un país realmente quería romper un acuerdo, no había ningún tribunal de arbitraje al que la otra parte pudiera recurrir. (En teoría, las Naciones Unidas podrían ser este tribunal; en la práctica, no lo son.) Esto dio lugar al problema conocido como «compromiso creíble»: una de las razones por las que las guerras podrían no terminar rápidamente es que una o ambas partes simplemente no podían confiar en que la otra respetara cualquier acuerdo de paz al que llegaran. En su libro de 2009 «How Wars End» (Cómo terminan las guerras), Dan Reiter, colega de Goemans, utilizó el ejemplo de Gran Bretaña a finales de la primavera de 1940, tras la caída de Francia. Gran Bretaña estaba perdiendo la guerra y no tenía la certeza de que Estados Unidos entrara a tiempo para salvarla. Pero los británicos siguieron luchando, porque sabían que no se podía confiar en ningún acuerdo con la Alemania nazi. Como dijo Winston Churchill a su Gabinete, a su inimitable manera: «Si esta larga historia de nuestra isla ha de terminar por fin, que sea cuando cada uno de nosotros yazca en el suelo ahogado en su propia sangre».

El otro factor que se había ignorado en la literatura, según Goemans, era la política interna. Los Estados se consideraban actores unitarios con intereses establecidos, pero esto dejaba de lado las presiones internas que se ejercen sobre el gobierno de un Estado-nación moderno. Goemans creó un conjunto de datos de todos los líderes de todos los países en guerra entre 1816 y 1995, y codificó a cada uno según un sistema tripartito. Algunos líderes eran demócratas, otros eran dictadores y otros estaban en el medio. Según Goemans, los demócratas tendían a responder a la información que les proporcionaba la guerra y a actuar en consecuencia; en el peor de los casos, si perdían la guerra, pero su país seguía existiendo, los destituían y se iban de gira promocional de libros. Los dictadores, al tener un control total de su audiencia interna, también podían poner fin a las guerras cuando lo necesitaran. Después de la primera Guerra del Golfo, Saddam Hussein era un líder de este tipo; simplemente mataba a cualquiera que lo criticara. El problema, según Goemans, residía en los líderes que no eran ni demócratas ni dictadores: como eran represivos, a menudo acababan mal, pero como no eran lo suficientemente represivos, tenían que pensar en la opinión pública y en si ésta se volvía contra ellos. Estos líderes, según Goemans, se veían tentados a «apostar por la resurrección», a seguir llevando a cabo la guerra, a menudo con una intensidad cada vez mayor, porque cualquier cosa que no fuera la victoria podría significar su propio exilio o muerte. Me recordó que el 17 de noviembre de 1914 -cuatro meses después del comienzo de la Primera Guerra Mundial- el káiser Guillermo II se reunió con su gabinete de guerra y concluyó que la guerra no se podía ganar. «Aun así, siguieron luchando durante otros cuatro años», dijo Goemans. «Y la razón era que sabían que si perdían serían derrocados, habría una revolución». Y tenían razón. Líderes como estos eran muy peligrosos. Según Goemans, fueron la razón por la que la Primera Guerra Mundial, y muchas otras, se alargaron mucho más de lo debido.

Hablé recientemente con varios teóricos de la terminación de la guerra, incluido Goemans, para ver qué podía decirnos la perspectiva teórica sobre la guerra en Ucrania. Los teóricos resultaron ser un grupo comprometido y animado, la mayoría de ellos pegados a Twitter y Telegram, en múltiples idiomas, mientras intentaban seguir la guerra en tiempo real. Creían que las guerras que habían estudiado podían arrojar luz sobre el conflicto actual. Al parecer, no eran los únicos que pensaban así. El teórico de la guerra Branislav Slantchev, uno de los antiguos alumnos de Goemans y profesor de la Universidad de California en San Diego, me dijo que en agosto le habían pedido que participara en un simposio de Zoom sobre la terminación de la guerra convocado por una agencia de inteligencia estadounidense.

Reiter, autor de «How Wars End», estaba intrigado por el hecho de que el conflicto de Ucrania fuera una guerra con un formato tan antiguo. Había muy poca guerra cibernética, y Rusia había utilizado solo unos pocos misiles hipersónicos. Dijo que, en el lado ruso, «es artillería, blindaje, infantería, brutalidad contra los civiles. Eso es el siglo XX». Y en el lado ucraniano era lo mismo: «Tienen armas razonablemente sofisticadas, junto con suficiente entrenamiento, junto con mucha valentía. Las cosas no han cambiado tanto como pensábamos».

A Tanisha Fazal, académica de la Universidad de Minnesota que está escribiendo un libro sobre la medicina en el campo de batalla, le llamó la atención la baja proporción de heridos y muertos rusos. La proporción histórica en los últimos ciento cincuenta años ha sido de alrededor de tres o cuatro a uno. En guerras recientes, como la de Afganistán, Estados Unidos había conseguido que la relación entre heridos y muertos llegara a ser de diez a uno, lo que significaba que morían menos soldados tras ser heridos. Se calcula que los rusos volvieron a tener una relación de cuatro a uno. La razón, según Fazal, es que los rusos no han conseguido establecer una superioridad aérea; no pueden sacar a sus soldados heridos con la suficiente rapidez y, por tanto, muchos de ellos mueren.

En términos más generales, la guerra ha mostrado muchos rasgos conocidos por los teóricos de la guerra. El error de cálculo inicial de Vladimir Putin de que podría invadir Ucrania en cuestión de días fue un caso clásico de asimetría informativa; también fue un caso clásico de un régimen represivo al que su propio pueblo le daba mala información. Todo el mundo estaba de acuerdo en que nos enfrentábamos a un problema «clásico» de compromiso creíble. Rusia afirmaba que no podía confiar en que Ucrania no se convirtiera, en esencia, en un Estado de la OTAN; Ucrania, por su parte, no tenía motivos para confiar en un régimen ruso que había incumplido repetidamente sus promesas y que la había invadido en febrero sin ninguna provocación. Pero la resolución del problema del compromiso creíble era complicada. En la Segunda Guerra Mundial se resolvió con la destrucción del régimen nazi, la reescritura de la constitución alemana y la partición de Alemania. Pero no muchas guerras terminan con resultados tan absolutos.

Para añadir más complicaciones, esta guerra, como otras, es dinámica. Han pasado muchas cosas desde que Rusia invadió Ucrania la mañana del 24 de febrero. Las revelaciones sobre la debilidad rusa y la fortaleza ucraniana han animado a la opinión pública ucraniana; el descubrimiento de las masacres de civiles en Bucha y ahora en Izyum la han enfurecido. Si alguna vez hubo espacio en la opinión pública ucraniana para las concesiones a Rusia, ese espacio se ha cerrado. «A veces la guerra genera sus propias causas de guerra», dijo Goemans.

Decenas de actores externos han sido arrastrados al conflicto: los treinta países de la OTAN, del lado de Ucrania; Bielorrusia, por ahora, del lado de Rusia. «Esta es una gran guerra europea, algo que pensábamos que no veríamos», dijo Goemans. «Es una guerra de trincheras, como la Primera Guerra Mundial. Y es por la existencia de Ucrania como Estado». Las implicaciones son enormes. «Esto marcará el resto del siglo XXI. Si Rusia pierde, o no consigue lo que quiere, será una Rusia diferente después. Si Rusia gana, habrá una Europa diferente después». El alcance y las complicaciones de la guerra impiden una resolución rápida. «Esto es lo que hizo que la Primera Guerra Mundial fuera tan grande, esto es lo que hizo que la Segunda Guerra Mundial fuera tan enorme», dijo Goemans. «No es solo ‘quiero un trozo de territorio porque mis hermanos étnicos están allí’. Es toda esta mierda».

Cuando hablamos por primera vez, a principios de septiembre, Goemans predijo un conflicto prolongado. Ninguna de las tres variables principales de la teoría de la terminación de la guerra -información, compromiso creíble y política interna- se había resuelto. Ambas partes seguían creyendo que podían ganar, y su desconfianza mutua era cada vez mayor. En cuanto a la política interna, Putin era exactamente el tipo de líder sobre el que había advertido Goemans. A pesar de su importante aparato represivo, no tenía el control total del país. Seguía llamando a la guerra «operación militar especial» y retrasando una movilización masiva, para no tener que enfrentarse a la agitación interna. Si empezaba a perder, predijo Goemans, simplemente se intensificaría.

Y entonces, en las semanas posteriores a la primera conversación entre Goemans y yo, los acontecimientos se precipitaron con rapidez. Ucrania lanzó una contraofensiva notablemente exitosa, recuperando grandes franjas de territorio en la región de Jarkiv y amenazando con retomar la ciudad ocupada de Jerson. Putin, como había previsto, contraatacó, declarando una «movilización parcial» de las tropas y organizando precipitados «referendos» sobre la adhesión a la Federación Rusa en los territorios ocupados. La movilización parcial se llevó a cabo de forma caótica y, como al principio de la guerra, está provocando la huida de decenas de miles de personas de Rusia. Se produjeron protestas esporádicas en todo el país, que amenazaron con aumentar de tamaño. Mientras tanto, las fuerzas ucranianas seguían avanzando en el este de su país.

En una aterradora entrada de blog, el antiguo alumno de Goemans, Branislav Slantchev, expuso algunos escenarios potenciales. Cree que el frente ruso en el Donbás sigue en peligro de colapso inminente. Si esto ocurriera, Putin tendría que escalar aún más. Esto podría tomar la forma de más ataques a la infraestructura ucraniana, pero, si el objetivo es detener los avances ucranianos, una opción más probable sería un pequeño ataque nuclear táctico. Slantchev sugiere que sería de menos de un kilotón, es decir, unas quince veces menor que la bomba lanzada sobre Hiroshima. Sin embargo, sería devastador y casi seguro que provocaría una intensa reacción de Occidente. Slantchev no cree que la OTAN responda con ataques nucleares propios, pero podría, por ejemplo, destruir la flota rusa del Mar Negro. Esto podría llevar a otra ronda de escalada. En tal situación, Occidente podría verse tentado, finalmente, a retroceder. Slantchev les instó a no hacerlo. «Es ahora o nunca», escribió. «Nos lo jugamos todo».

«Branislav está muy preocupado», me dijo Goemans, «y no es ningún cobardica». Goemans también estaba preocupado, aunque su línea temporal hipotética era más extensa. Cree que los nuevos refuerzos rusos, aunque mal entrenados y mal equipados, y la llegada de un invierno temprano, detendrán la campaña ucraniana y salvarán a los rusos, por el momento. «La gente cree que va a terminar rápidamente, pero, por desgracia, la guerra no funciona así», dijo. Pero también cree que Ucrania reanudará su ofensiva en primavera, momento en el que volverá a entrar en juego la misma dinámica y los mismos peligros. «Para que una guerra termine», dijo Goemans, «las exigencias mínimas de al menos uno de los bandos deben cambiar«. Esta es la primera regla de la terminación de una guerra. Y todavía no hemos llegado a un punto en el que los objetivos de la guerra hayan cambiado lo suficiente como para que sea posible un acuerdo de paz.

Las predicciones de los teóricos sobre lo que sucedería a continuación dependían, en parte, de cómo evaluaran las variables. ¿Se derrumbará realmente el frente ruso en el Donbás y, si es así, en qué plazo? Si se derrumbara, ¿cuánta información sobre él podría controlar el Kremlin? Estas cosas eran imprevisibles, pero había que hacer predicciones. Dan Reiter, por ejemplo, era algo más optimista que Goemans sobre la capacidad de Putin para vender una victoria parcial al pueblo ruso, debido a su dominio de los medios de comunicación rusos. Para Reiter, Putin es lo suficientemente dictador como para poder retroceder.

A pesar de ser el teórico preeminente del compromiso creíble, Reiter cree que la guerra podría terminar sin un resultado absoluto, como la destrucción de la Federación Rusa. «Realmente no te gusta dejar en su lugar a un país que va a ofrecer algún tipo de amenaza persistente», dijo. «Sin embargo, a veces ese es el mundo en el que hay que vivir, porque es demasiado costoso eliminar la amenaza por completo». Vio un futuro en el que Ucrania aceptaba un alto el fuego y luego se convertía gradualmente en un «erizo militar», un país espinoso que nadie querría invadir. «Los Estados de tamaño medio pueden protegerse incluso de adversarios muy peligrosos», dijo Reiter. «Ucrania puede hacerse más defendible en el futuro, pero tendrá un aspecto muy diferente como país y como sociedad del que tenía antes de la invasión». Se parecería más a Israel, con altos impuestos, gastos militares y un largo servicio militar obligatorio. «Pero Ucrania es defendible», dijo Reiter. «Lo han demostrado».

Goemans se sentía muy preocupado. Una vez más, sus pensamientos le llevaron a la Primera Guerra Mundial. En 1917, Alemania, sin esperanzas de victoria, decidió apostar por la resurrección. Desató su arma secreta, el submarino, para realizar operaciones ilimitadas en alta mar. El riesgo de la estrategia era que llevara a Estados Unidos a la guerra; la esperanza era que ahogara a Gran Bretaña y condujera a la victoria. Se trataba de una estrategia de «alta varianza», en palabras de Goemans, lo que significa que podía conducir a una gran recompensa o a una gran calamidad. En efecto, condujo a la entrada de Estados Unidos en la guerra, a la derrota de Alemania y a la destitución del Kaiser.

En esta situación, el arma secreta es la nuclear. Y su uso conlleva el riesgo, de nuevo, de una mayor implicación en la guerra por parte de EE.UU. Pero también podría, al menos temporalmente, detener el avance del ejército ucraniano. Si se utiliza eficazmente, podría incluso provocar una victoria. «La gente se entusiasma mucho con la idea de que el frente se derrumbe», dijo Goemans. «Pero para mí es, como, ‘¡Ah-h-h!” En ese momento, Putin estaría realmente atrapado.

Por el momento, Goemans sigue creyendo que la opción nuclear es poco probable. Y cree que Ucrania ganará la guerra. Pero eso también llevará mucho tiempo, con un coste de cientos de miles de vidas.

Foto de portada: Un puente sobre el río Irpin, en Ucrania, se ha convertido en un improvisado monumento a los muertos durante la invasión y ocupación rusa. Los estudiosos de la teoría del fin de la guerra creen que el alcance y las complicaciones de la guerra impiden una resolución rápida (Mila Teshaieva para The New Yorker).

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s