Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 6 noviembre 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y jefe de la Oficina de los Balcanes del periódico. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on America, Death of the Liberal Class, War is a Force That Gives Us Meaning y Days of Destruction, Days of Revolt una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.
El proyecto bipartidista de desmantelamiento de nuestra democracia, que se llevó a cabo durante las últimas décadas en nombre de las corporaciones y los ricos, ha dejado solo la cáscara exterior de la democracia. Los tribunales, los órganos legislativos, el poder ejecutivo y los medios de comunicación, incluida la radiodifusión pública, son cautivos del poder corporativo. No queda ninguna institución que pueda considerarse auténticamente democrática. El golpe de Estado corporativo ha terminado. Han ganado. Nosotros hemos perdido.
Los restos de este proyecto neoliberal son espantosos: guerras interminables e inútiles para enriquecer un complejo militar-industrial que desangra el Tesoro de Estados Unidos con la mitad de todo el gasto discrecional; la desindustrialización que ha convertido las ciudades estadounidenses en ruinas decadentes; el recorte y la privatización de los programas sociales, incluyendo la educación, los servicios públicos y la atención sanitaria, que ha hecho que más de un millón de estadounidenses representen una quinta parte de las muertes mundiales por Covid, a pesar de que somos el 4% de la población mundial; formas draconianas de control social encarnadas en la policía militarizada, que funciona como ejércitos letales de ocupación en las zonas urbanas pobres; el mayor sistema penitenciario del mundo; un virtual boicot fiscal por parte de los individuos y corporaciones más ricos; elecciones saturadas de dinero que perpetúan nuestro sistema de soborno legalizado; y la más intrusiva vigilancia estatal de la ciudadanía en nuestra historia.
En «los Estados Unidos de la Amnesia», por citar a Gore Vidal, la prensa corporativa y la clase dirigente crean personajes ficticios para los candidatos, tratan todas las campañas políticas como si fuera un día de carreras y pasan por alto el hecho de que en todos los temas importantes, desde los acuerdos comerciales hasta la guerra, hay muy poca diferencia entre demócratas y republicanos. El Partido Demócrata y Joe Biden no son el mal menor, sino, como señaló Glen Ford, «el mal más eficaz».
Biden apoyó la campaña de desprestigio y humillación de Anita Hill para nombrar a Clarence Thomas para el Tribunal Supremo. Fue uno de los principales artífices de las interminables guerras en Oriente Próximo, y pidió «acabar con Sadam» cinco años antes de la invasión de Iraq. Rehabilitó al gobernante de facto de Arabia Saudí, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, después de haber prometido convertir al país en un paria por el asesinato del columnista del Washington Post Jamal Khashoggi. Biden es un ferviente partidario de Israel, ha calificado al Estado de apartheid como «la mayor fuerza que tiene Estados Unidos en Oriente Medio» y ha declarado «soy sionista. No hace falta ser judío para ser sionista». Sus campañas han sido profusamente financiadas por el lobby israelí durante al menos dos décadas.
En los años 70 luchó contra el transporte escolar, argumentando que la segregación era beneficiosa para los negros. Junto con el senador racista de Carolina del Sur, Strom Thurmond, patrocinó la Ley de Control Integral del Crimen, que eliminó la libertad condicional para los presos federales y limitó la cantidad de tiempo que se podían reducir las sentencias por buen comportamiento. Biden patrocinó e impulsó agresivamente el proyecto de ley contra el crimen de 1994, que también ayudó a redactar, pidiendo su aprobación porque «tenemos depredadores en nuestras calles que la sociedad, de hecho, en parte por su negligencia, ha creado.» El proyecto de ley ampliaba la pena de muerte para docenas de delitos federales existentes y nuevos, y ordenaba la cadena perpetua para un tercer delito violento, también conocida como la regla de los «tres golpes y estás fuera», duplicando con creces la población carcelaria del país. El proyecto de ley proporcionó fondos para añadir 100.000 nuevos agentes de policía y construir nuevas prisiones, con la condición de que los presos cumplieran todas sus condenas. Impulsó la Ley Antiterrorista y de Pena de Muerte Efectiva de 1996, que eliminaba el recurso federal de habeas corpus, suprimía los derechos de los condenados a muerte y establecía duras normas federales para la imposición de penas.
Biden se atribuye el mérito de haber redactado la Ley Patriota de 2001, que amplió la capacidad del gobierno para vigilar las comunicaciones telefónicas y de correo electrónico de cualquier persona, recopilar registros bancarios y de información crediticia y rastrear la actividad en Internet. Apoyó los programas de austeridad, incluida la destrucción de la asistencia social y los recortes en la Seguridad Social. Luchó por el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y otros acuerdos de «libre comercio» que alimentaron la desigualdad, la desindustrialización, una importante caída de los salarios y la deslocalización de millones de puestos de trabajo en la industria manufacturera a trabajadores mal pagados que trabajan en talleres de explotación en países como México, Malasia, China o Vietnam.
También apoyó la Ley de Reforma de la Inmigración Ilegal y Responsabilidad de los Inmigrantes que, como escribe Human Rights Watch, «eliminó defensas clave contra la deportación y sometió a muchos más inmigrantes, incluidos los residentes legales permanentes, a la detención y la deportación.»
Biden se opuso durante mucho tiempo al aborto, y así escribió en una carta a un elector: «Los que nos oponemos al aborto no deberíamos estar obligados a pagarlo. Como sabrá, he votado sistemáticamente -en no menos de 50 ocasiones- contra la financiación federal de los abortos.»
Estuvo a la vanguardia de la desregulación de la industria bancaria y de la abolición de la Glass-Steagall, que contribuyó al colapso financiero mundial, incluida la quiebra de casi 500 bancos, en 2007 y 2008. Es uno de los favoritos de la industria farmacéutica y de los seguros con fines de lucro, que contribuyó con 6,3 millones de dólares a su campaña presidencial de 2020, casi cuatro veces más dinero del que canalizaron a la campaña de Donald Trump. Biden y los demócratas aumentan anualmente el presupuesto militar, aprobando 813.000 millones de dólares para el año fiscal 2023. Él y los demócratas han proporcionado más de 60.000 millones de dólares en ayuda y asistencia militar a la guerra de Ucrania, sin final a la vista. En el Senado, Biden sirvió abyectamente a los intereses de MBNA, la mayor empresa independiente de tarjetas de crédito con sede en Delaware, que también empleó al hijo de Biden, Hunter.
Las decisiones de políticos como Biden tienen un coste humano asombroso, no solo para los pobres, los trabajadores y la menguante clase media, sino para millones de personas en Oriente Medio, millones de familias desgarradas por el encarcelamiento masivo, millones más forzados a la bancarrota por nuestro mercenario sistema médico con fines de lucro, en el que se permite legalmente a las corporaciones mantener como rehenes a los niños enfermos mientras sus frenéticos padres se arruinan para salvarlos, millones que se hicieron adictos a los opioides y cientos de miles que murieron a causa de ellos, millones a los que se les negó la asistencia social, y todos nosotros nos dirigimos hacia la extinción debido a la negativa a frenar la codicia y el poder destructivo de la industria de los combustibles fósiles, que ha obtenido 2.800 millones de dólares al día en beneficios durante los últimos 50 años.
Biden, moralmente vacuo y de inteligencia limitada, es responsable de más sufrimiento y muerte en casa y en el extranjero que Donald Trump. Pero las víctimas en nuestros espectáculos mediáticos de Punch-and-Judy se vuelven invisibles. Y por eso las víctimas desprecian toda la superestructura y quieren derribarla.
Estos políticos del establishment y sus jueces designados promulgaron leyes que permitieron al 1% superior saquear 54 billones de dólares del 90% inferior, desde 1975 hasta 2022, a un ritmo de 2,5 billones al año, según un estudio de la corporación RAND. El terreno fértil de nuestro naufragio político, económico, cultural y social engendró una serie de neofascistas, estafadores, racistas, criminales, charlatanes, teóricos de la conspiración, milicias de derecha y demagogos que pronto tomarán el poder.
Las sociedades decadentes, como la Alemania de Weimar o la antigua Yugoslavia, que cubrí para The New York Times, siempre vomitan deformidades políticas que expresan el odio que un público traicionado siente por una clase dirigente corrupta y un liberalismo en quiebra. El ocaso de los imperios griego, romano, otomano, de los Habsburgo y ruso no fue diferente.
Estas deformidades políticas interpretan el papel del clan Snopes en la trilogía de William Faulkner «The Hamlet«, «The Town» y «The Mansion«. Los Snopes arrebataron el control en el Sur a una élite aristocrática degenerada. Flem Snopes y su extensa familia -que incluye a un asesino, un pederasta, un bígamo, un pirómano, un discapacitado mental que copula con una vaca y un pariente que vende entradas para presenciar la bestialidad- son representaciones ficticias de la escoria que secuestró al Partido Republicano.
«La habitual referencia a la ‘amoralidad’, aunque precisa, no es suficientemente distintiva y por sí misma no nos permite situarlos, como debería ser, en un momento histórico», escribió el crítico Irving Howe sobre los Snopes. «Tal vez lo más importante que hay que decir es que son lo que viene después: las criaturas que emergen de la devastación, con el fango todavía en los labios».
«Dejemos que un mundo se derrumbe, en el Sur o en Rusia, y aparezcan figuras de burda ambición abriéndose paso desde el fondo social, hombres para los que las reivindicaciones morales no son tan absurdas como incomprensibles, hijos de forajidos o mujiks que se transforman desde la nada y se hacen con el poder por la pura indignación de su fuerza monolítica», escribió Howe. «Se convierten en presidentes de bancos locales y presidentes de comités regionales del partido, y más tarde, un poco maquillados, se abren paso en el Congreso o en el Politburó. Carroñeros sin inhibiciones, no necesitan creer en el desmoronado código oficial de su sociedad; solo tienen que aprender a imitar sus sonidos».
Biden y otros políticos del establishment no están pidiendo realmente democracia. Piden urbanidad. No tienen ninguna intención de extraer el cuchillo clavado en nuestras espaldas. Esperan tapar la podredumbre y el dolor con el decoro de la charla educada y mesurada que utilizaron para vendernos la estafa del neoliberalismo. La corrección política y la inclusividad impuestas por las élites universitarias, por desgracia, se han asociado ahora con el asalto corporativo, como si una mujer directora general o un agente de policía negro fueran a mitigar la explotación y el abuso. Las minorías son siempre bienvenidas, como lo fueron en otras especies de colonialismo, mientras sirvan a los dictados de los amos. Así es como Barack Obama, a quien Cornel West llamó «mascota negra de Wall Street», llegó a la presidencia.
La libertad para millones de estadounidenses enfurecidos se ha convertido en la libertad de odiar, la libertad de usar palabras como «negro», «judío», «chino», «cabeza de chorlito» y «marica»; la libertad de agredir físicamente a los musulmanes, a los trabajadores indocumentados, a las mujeres, a los afroamericanos, a los homosexuales y a cualquiera que se atreva a criticar su fascismo cristiano; la libertad de celebrar movimientos y figuras históricas que las élites universitarias condenan, incluidos el Ku Klux Klan y la Confederación; la libertad de ridiculizar y desestimar a los intelectuales, las ideas, la ciencia y la cultura; la libertad de silenciar a quienes les han dicho cómo comportarse; la libertad de deleitarse con la hipermasculinidad, el racismo, el sexismo, la violencia y el patriarcado.
Estos criptofascistas siempre han formado parte del paisaje estadounidense, pero la privación de derechos de millones de estadounidenses, especialmente de los blancos, ha inflamado estos odios. Votar a los arquitectos de lo que el filósofo político Sheldon Wolin llama nuestro sistema de «totalitarismo invertido» no hará que desaparezcan; de hecho, desacreditará aún más las ideas liberales y la democracia liberal. Esto pone a los liberales en un terrible aprieto. Tienen todo el derecho a temer a la extrema derecha. Todos los escenarios oscuros son correctos. Pero al apoyar a Biden y al partido corporativo gobernante, se aseguran su irrelevancia política.
El Partido Demócrata ha gastado millones en la financiación de candidatos de extrema derecha, asumiendo que serían más fáciles de derrotar, una táctica tontamente copiada de la campaña de Clinton, que secretamente «elevó» a Trump con la esperanza de que ganara la nominación republicana. Han trabajado para censurar a los críticos de la izquierda y la derecha en las redes sociales. Afirman que son el último baluarte contra la tiranía. Ninguno de estos subterfugios funcionará. Estados Unidos descenderá a un autoritarismo del tipo de Viktor Orbán sin una profunda reforma política, social y económica.
Después de que la guerra de Iraq se fuera al traste, a mí, como alguien que se opuso públicamente a la invasión y que había sido jefe de la oficina de Oriente Medio de The New York Times, me preguntaban a menudo qué debíamos hacer ahora. Yo respondía que Iraq ya no podía recomponerse. Estaba roto. Nosotros lo rompimos. Los que preguntan si debemos apoyar a los demócratas como táctica para detener nuestro descenso a la tiranía se encuentran en un dilema similar. Mi respuesta no es diferente. Deberíamos haber abandonado al Partido Demócrata cuando aún teníamos una oportunidad.
Ilustración de portada: El cuerpo político (Mr. Fish)