La «justicia popular» amenaza a los sirios en las ciudades turcas afectadas por el terremoto

Abdullah Ayasun, The New Arab, 25 febrero 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Abdullah Ayasun es un periodista turco afincado en Nueva York que cubre temas de política internacional, diplomacia turca, Oriente Medio y asuntos sociopolíticos de Estados Unidos. Sus trabajos han aparecido en The Globe Post, The Huffington Post, The Diplomat, Wima y muchos otros medios. Twitter: @Abyasun

Cuando la nación turca aún no se ha recuperado de los dos devastadores terremotos que han causado la muerte de más de 45.000 personas y reducido a escombros innumerables edificios en el sur de Turquía y el norte de Siria, la difusión de imágenes de vídeo de saqueadores linchados pone de relieve el peligro de la justicia popular que se cierne sobre las zonas afectadas por el terremoto.

Las escenas de linchamiento difunden una sensación de anarquía incluso después del despliegue de refuerzos de tropas en la región para tranquilizar a una población agotada.

Según los informes, al menos cuatro personas murieron después de que una turba enfurecida sacara a los pasajeros de una camioneta cargada de materiales que se creía habían sido robados de la ciudad de Antakya, en el sur de Turquía, afectada por el terremoto, el fin de semana anterior.

La muchedumbre acorraló a cuatro presuntos saqueadores mientras la policía intentaba frenar a la turba sin mucho éxito. Todos los sospechosos abatidos murieron en el acto.

En lugar de interrogatorios adecuados bajo custodia policial, seguidos de cargos legales por robo o saqueo de propiedad privada, tanto las fuerzas del orden como los vigilantes imponen su propia justicia popular sangrienta a las personas de las que «sospechan que han robado las pertenencias de las víctimas del terremoto».

En otro caso, un sospechoso, que fue brutalmente golpeado por la gendarmería -la policía militar-, murió posteriormente a causa de sus heridas en un hospital de Antakya. Según el informe médico de la autopsia, le rompieron la nariz y sufrió una hemorragia cerebral.

Despojados de la mayoría de las necesidades básicas durante el caos y la anarquía inmediatamente posteriores al terremoto que destrozó la vida cívica normal en diez provincias, algunos ciudadanos desesperados irrumpieron en tiendas y supermercados en una frenética búsqueda de alimentos.

Más tarde, otros oportunistas aprovecharon el vacío de seguridad creado por la chapucera respuesta de ayuda de las autoridades y registraron edificios abandonados en busca de objetos de valor como dinero y oro.

Los saqueos se convirtieron en una pesadilla tanto para las autoridades como para los ciudadanos, preocupados en gran medida por las frenéticas operaciones de búsqueda y rescate para salvar a sus seres queridos atrapados bajo los escombros.

Es evidente que la respuesta de la muchedumbre plantea serias cuestiones éticas. El amplio apoyo que algunos sectores de la sociedad están prestando a la sangrienta violencia infligida a los saqueadores puede considerarse bastante atroz.

Entre los apologistas figuran actores, movimientos políticos, sectores de los medios sociales, periodistas, así como fuerzas del orden.

Intensidad del terremoto en las diferentes zonas afectadas 

El problema de la apología

Para poner fin a los saqueos -pero no a los asesinatos colectivos-, el presidente Recep Tayyip Erdogan prometió que el gobierno trataría con firmeza a los saqueadores. En consonancia con ello, las fuerzas de seguridad han detenido hasta ahora a 300 personas acusadas de saqueo.

Pero el respaldo a la violencia extrajudicial contra presuntos saqueadores en las redes sociales es especialmente desconcertante.

Por ejemplo, un periodista que compartió el vídeo de la paliza que la policía propinó a los sospechosos detenidos no tuvo reparos en aplaudir los brutales actos y elogiar públicamente a la policía.

No es una figura aislada. Hubo una oleada de apoyo al enfoque violento contra los presuntos saqueadores. Innumerables vídeos se hicieron virales en Twitter y una avalancha de comentarios registró una aprobación generalizada, para horror de algunos ciudadanos respetuosos de la ley, críticos alarmados y periodistas desconcertados.

Cuando los cuerpos sin vida de los sospechosos linchados estaban apiñados cerca del camión, uno de los espectadores exclamó con orgullo que tenían lo que se merecían: justicia.

A medida que aparecen en las redes sociales más y más vídeos de sospechosos apaleados acusados de saqueo, surge un patrón espantoso: en lugar de interrogatorios adecuados bajo custodia policial seguidos de acusaciones legales por robo/ expolio de propiedad privada, tanto las fuerzas del orden como los vigilantes imponen su propia justicia popular sangrienta a las personas de las que «sospechan» que han robado las pertenencias de las víctimas del terremoto.

«Los que hacen esto deberían ser investigados. Si atrapan al ladrón, deben entragarlo a un tribunal, no tienen derecho a golpearlo, de lo contrario, se les llamará mafia callejera y pandilla, no Estado», escribió en Twitter Ihsan Eliacik, un reputado columnista, furioso por la aparición de la justicia popular que se está convirtiendo en algo habitual en la región afectada por el terremoto.

El discurso del odio pone a los sirios en la diana

Lo más significativo es que los destinatarios de los linchamientos son inmigrantes sirios y ciudadanos turcos que viven al margen de la sociedad. Tras los vídeos de linchamientos, la periodista turco-armenia Alin Ozinian registró un sentimiento de alarma por la tóxica propaganda ultranacionalista dirigida contra los refugiados sirios. Teme de verdad que se produzca un pogromo contra la comunidad siria, cuyas penurias se han visto agravadas por los dos seísmos.

Sus temores no son injustificados ni exagerados. En consonancia con la narrativa nacionalista antisiria predominante desde 2011, cuando Turquía abrió sus fronteras a los sirios que escapaban del régimen de Assad, la campaña concertada contemporánea de las facciones nacionalistas señala directamente a los sirios como los sospechosos habituales detrás de cada acto de saqueo o vandalismo. Pero los datos desmienten este estereotipo. La mayoría de los saqueadores detenidos son ciudadanos turcos, no inmigrantes.

Las noticias falsas y las teorías de la conspiración se extienden como la pólvora y ponen a los inmigrantes bajo una amenaza inmediata. Un famoso influencer de Instagram fue detenido por la policía turca por publicar un tuit en el que decía que «un afgano cortó el brazo de una mujer sin vida que yacía bajo los escombros y le robó el oro».

Esto movilizó a la población local. En el interrogatorio, admitió que no había visto el suceso; la información que tenía se basaba en rumores. La historia resultó ser falsa tras una rigurosa comprobación de los hechos por parte de las autoridades.

«Si el terremoto supuso una experiencia demoledora para los desplazados sirios, las nuevas amenazas del frío glacial, el hambre inminente y la amenaza de la justicia por mano propia parecen igualmente demoledoras”.

Un autoproclamado detective digital ha elaborado una lista de historias trucadas y noticias falsas que pusieron innecesariamente en peligro la vida de personas inocentes en los confusos momentos posteriores al terremoto.

Gracias a los «vendehúmos» y a los traficantes de conspiraciones, los ciudadanos que aplican el castigo sangriento como justicia se sienten envalentonados para impartir justicia callejera a los sospechosos, independientemente de la veracidad de las acusaciones. El más leve soplo de sospecha puede convertirse fácilmente en fatal para las personas con aspecto de inmigrantes.

Para contrarrestar el discurso venenoso contra los sirios, un comandante militar turco local publicó un vídeo. «No hay ninguna persona turca o siria capaz de cometer este robo o maldad. Cualquiera que carezca de valores humanos, no tenga moral ni buenos modales, puede hacerlo», afirmó el comandante.

Hay historias contrarias que confirman al jefe militar: una ciudadana que perdió a su bebé de ocho meses y a su marido en Kahramanmaras en el primer terremoto contó una historia conmovedora. «Cuando estábamos en estado de shock, unos sirios sacaron a ocho personas vivas de entre los escombros de nuestro apartamento, pero huyeron al amanecer por miedo a que los consideraran saqueadores”.

Si el terremoto ha supuesto una experiencia demoledora para los desplazados sirios, las nuevas amenazas del frío glacial, el hambre inminente y la amenaza de la justicia por mano propia parecen igualmente demoledoras.

A la vanguardia de las críticas a los sirios se encuentra el político nacionalista Umit Ozdag, que difunde el odio aprovechando la ira en bruto del público.

Considerado como el Geert Wilders de Turquía, Ozdag no perdió tiempo en azuzar el sentimiento antisirio describiéndolos como «ladrones, saqueadores e invasores de hogares vacíos».

Haciéndose eco de un discurso trumpiano, Ozdag contó innumerables patrañas, produciendo una historia ficticia tras otra, levantando una tubería de acusaciones infundadas y lamentablemente erróneas.

La letanía de acusaciones contra Ozdag, fundador del Partido de la Victoria cuyo objetivo central es deportar a los refugiados sirios de vuelta a Siria, devastada por la guerra, es bastante abrumadora. Acusó falsamente a un hombre de robar un teléfono inteligente durante una rueda de prensa televisada en directo en Antakya. El hombre al que Ozdag presentó como un ladrón sirio resultó ser un cooperante turco. Tampoco hubo hurto en el acto. El acusado simplemente se había sacado el teléfono de su propio bolsillo.

En otro caso, Ozdag llegó a afirmar que inmigrantes sirios estaban implicados en un saqueo masivo en el distrito de Samandagi, en la provincia de Hatay, cerca de la frontera con Siria. El jefe local del partido tuvo que reprender duramente a su propio presidente, Ozdag.

La mentira más peligrosa, sin embargo, fue la afirmación de que, en la ciudad mediterránea de Mersin, algunos inmigrantes sirios fumaban narguile y veían porno en una residencia universitaria.

Antes reservada a las universitarias, pero abierta a los sirios que se quedaron sin hogar tras el terremoto, la residencia, gestionada por el gobierno, se convirtió de repente en un foco de tensión intercomunitaria.

Toda la ciudad se vio sacudida por las acusaciones que circulaban por Internet. Una turba se reunió frente a la residencia para linchar a sirios, pero las fuerzas de seguridad lo impidieron. El principal legislador del opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP) por Mersin, Ali Mahir Basarir, rechazó tales afirmaciones como infundadas tras una visita personal a la residencia.

Aunque el gobierno ha declarado una creciente represión de los saqueadores para restablecer la seguridad pública, los ciudadanos que se convierten en agentes de la autoridad constituyen otra fuente de amenaza.

Un funcionario local afiliado al Partido de Acción Nacionalista (MHP), el partido de menor rango en la alianza gobernante con el Partido AK del presidente Erdogan, publicó una foto jactanciosa en Instagram, en la que aparecía con un rifle automático que suele estar reservado a las tropas turcas y a las fuerzas especiales de la policía. «Nada de saqueos. ¡Estamos haciendo guardia!»

Foto de portada: AP.

Voces del Mundo

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