Cómo reducir rápidamente el uso de combustibles fósiles

John Feffer, Foreign Policy in Focus, 17 mayo 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


John Feffer es autor de la novela distópica Splinterlands, siendo Frostlands (Dispatch Books) el segundo volumen de laserie; la última novela de la trilogía es Songlands. También ha escrito Right Across the World: The Global Networking of the Far-Right and the Left Response. Es asimismo el director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies.

La quema de combustibles fósiles -petróleo, carbón, gas natural- es responsable de casi el 90% de las emisiones mundiales de carbono. A pesar del reconocimiento casi universal de la necesidad de reducir el uso de esos combustibles fósiles, el mundo industrializado es el que tiene más dificultades para acabar con su adicción. En 2021, el repunte económico provocado tras el cierre a causa de la COVID-19 generó el mayor aumento de la historia de las emisiones mundiales procedentes de combustibles fósiles: unos 2.000 millones de toneladas. El aumento en 2022 fue considerablemente más modesto -gracias a un aumento de las inversiones en energías renovables-, pero no por ello dejó de ser un aumento. Mientras tanto, las subvenciones al consumo de combustibles fósiles aumentaron hasta alcanzar la cifra récord de 1 billón de dólares el año pasado.

El enfoque predominante para reducir la dependencia de los combustibles fósiles se ha centrado en los precios, ya sea mediante un impuesto sobre el carbono o algún tipo de régimen de comercio de derechos de emisión. Alrededor de dos docenas de países aplican impuestos sobre el carbono: establecen un precio para el carbono y hacen que los emisores paguen ese precio por unidad de carbono consumida. Mientras tanto, en los diversos sistemas de «tope y comercio» vigentes en la Unión Europea y otros lugares, se establece un «tope» de emisiones mediante la expedición de permisos. Pero las industrias pueden sobrepasar su «tope» simplemente pagando una multa, mientras que las que no utilizan todo el valor de su permiso pueden vender su derecho de emisión a otras.

Uno de los problemas del impuesto sobre el carbono es que su precio se ha fijado tradicionalmente demasiado bajo, de modo que productores y consumidores no sienten el necesario empuje económico para abandonar los combustibles fósiles. El problema del mecanismo de comercio de derechos de emisión con fijación previa de límites máximos es que, por lo general, ha desplazado las emisiones de carbono en lugar de reducirlas sustancialmente.

«Como he explorado con colegas en trabajos revisados por pares en el pasado, el ‘cap-and-trade‘ [fijacion de límites máximos e intercambio de derechos de emisión] casi invariablemente no contiene ningún tope significativo», explica Shaun Chamberlin, autor y activista que ha asesorado al gobierno del Reino Unido sobre el racionamiento del carbono y estuvo involucrado con los movimientos Transition Towns y Extinction Rebellion desde el principio. «Siempre tiene algún tipo de mecanismo de válvula de seguridad, que básicamente significa que, si el precio se va de las manos, se ignora el tope».

En consecuencia, el mercado no ha logrado guiar la economía mundial hacia un futuro sin combustibles fósiles en el plazo requerido por el aumento de las temperaturas y otros efectos del cambio climático. Los científicos estiman ahora que el mundo superará el umbral crítico de 1,5 grados sobre los niveles preindustriales en la primera mitad de la década de 2030. Los enfoques basados en el mercado tienden a reforzar el statu quo en lugar de transformar las estructuras que ante todo han creado el problema.

En cambio, en las crisis caracterizadas por la escasez, una solución común ha sido racionar los recursos valiosos. En tiempos de guerra, por ejemplo, se han racionado muchos productos básicos, desde los alimentos hasta la energía. En caso de catástrofe natural, puede racionarse el agua. Estos sistemas introducen una medida de equidad para evitar que los ricos y los poderosos compren los artículos escasos y que los inescrupulosos abusen de los precios para obtener beneficios rápidos. En tales circunstancias, la limitación del consumo es obvia, ya que simplemente no se dispone de más alimentos, energía o agua.

En el caso de los combustibles fósiles, la urgencia no estriba en la escasez: todavía hay mucho petróleo, gas natural y carbón bajo tierra y en los océanos (aunque no es ilimitado). Más bien, la comunidad internacional debe actuar con rapidez debido al daño colectivo que producen los combustibles fósiles. Por ello, los diversos planes propuestos para racionar el uso de combustibles fósiles no son medidas temporales que se acaban cuando vuelven los excedentes. Más bien, el enfoque «cap-and-ration» establece un tope que disminuye con el tiempo para eliminar la dependencia «de forma que garantice la suficiencia, la equidad y la justicia para todos», observa Stan Cox, investigador de estudios sobre la ecosfera en el Land Institute. «Estas políticas incluirían, como mínimo, una cuidadosa asignación de la energía entre los sectores económicos y un racionamiento justo para los consumidores».

Utilizar el racionamiento para reducir el uso de combustibles fósiles -especialmente en el Norte Global- ya se ha acercado a la realidad política. El Gobierno británico encargó un estudio de viabilidad de un sistema de racionamiento de este tipo, las cuotas energéticas negociables (TEQ, por sus siglas en inglés), que arrojó resultados positivos en 2008, y un número significativo de diputados apoyó la implantación de un sistema de TEQ en 2011. La idea también atrajo el interés de la Comisión Europea en 2018, ya que ofrecía los medios para aplicar y alcanzar realmente los objetivos de limitación del carbono establecidos por los políticos.

Dado que estos topes se diseñan a nivel nacional -basados en objetivos de reducción de carbono acordados internacionalmente, como los del Acuerdo de París-, están sujetos a la toma de decisiones democrática. Pero no reflejan necesariamente la justicia global.

«No tiene en cuenta la deuda climática existente», señala Ivonne Yáñez, ecologista ecuatoriana y miembro fundador de Acción Ecológica y Oilwatch International. «Los países más ricos han ‘ocupado’ históricamente la atmósfera con sus emisiones. Así que estos presupuestos de carbono se calculan sin tener en cuenta esta injusticia histórica».

En una sesión celebrada el 21 de marzo y patrocinada por Global Just Transition, Chamberlin, Cox y Yáñez debatieron sobre el valor de racionar los combustibles fósiles como método para hacer frente al agravamiento de la crisis climática.

Más allá del precio del carbono

El Reino Unido cuenta con un presupuesto de carbono jurídicamente vinculante -al menos en teoría- que restringe la cantidad de emisiones de carbono que el país en su conjunto puede emitir en cada quinquenio. Fue el primer país en promulgar una medida de este tipo.

«Como nuestro Gobierno no se cansa de decirnos, aquí en el Reino Unido hemos estado ‘liderando el mundo en presupuestos de carbono desde 2010′», señala Shaun Chamberlin. «Nuestra Ley de Cambio Climático decía que reduciríamos las emisiones en el Reino Unido en un 80% para 2050. Lo que no tenemos -y no parece que vayamos a tener pronto- es ningún plan razonable para cumplir realmente esos objetivos. En cambio, tenemos un Comité del Cambio Climático que publica regularmente informes que dicen: ‘En realidad, no estamos ni cerca de cumplir lo que el Gobierno prometió en sus objetivos legalmente vinculantes'».

Según sus objetivos, el Reino Unido debe reducir sus emisiones de carbono en un 68% para 2030 (respecto a los niveles de 1990) con el fin de alcanzar el objetivo de cero emisiones netas en 2050. Pero el Gobierno ha admitido que, incluso en el mejor de los casos -si se realizaran todos los recortes previstos y la última tecnología de captura de carbono funcionara realmente-, el Reino Unido sólo alcanzará el 92% de su objetivo para 2030. En otras palabras, su estrategia basada en la tarificación del carbono sigue fracasando.

«Se ha hecho tanto hincapié, y con razón, en acordar presupuestos de carbono apropiados a escala mundial que sean lo suficientemente elevados como para abordar el problema del cambio climático, pero tampoco tan exigentes como para destruir economías y vidas», explica Chamberlin. «Pero se ha prestado muy poca atención a la cuestión paralela de cómo reducimos realmente las emisiones del Norte Global en un 90% en 20 años, o lo que consideremos una reducción radical de las emisiones».

El plan que el Reino Unido estuvo a punto de adoptar hace más de una década -las cuotas de TEQ- habría adoptado un enfoque muy distinto. «Las TEQ surgieron de un paradigma diferente a todo el planteamiento de fijación de precios del carbono», explica Chamberlin. «Existe una tensión imposible en la fijación del precio del carbono. Tenemos que encarecer el carbono lo suficiente como para expulsarlo de la economía. Pero, al mismo tiempo, necesitamos que la energía siga siendo asequible».

Sin embargo, según la Agencia Internacional de la Energía, alrededor del 80% de la energía mundial sigue procediendo de combustibles fósiles, un nivel que se ha mantenido constante durante décadas. «Así que, si nuestra energía está tan altamente carbonizada, se hace -sin sorpresas- imposible subir el precio del carbono sin subir el precio de la energía», señala Chamberlin. El planteamiento de la tarificación del carbono no ha conseguido cuadrar este círculo.

«Lo que las TEQ harían es darle la vuelta a la tortilla», prosigue. «Al eliminar la necesidad de subir los precios del carbono, unificaría a todo el mundo en torno a objetivos realmente compartidos y compatibles: minimizar la desestabilización del clima y mantener los servicios energéticos disponibles y asequibles. Y haría que la economía existiera dentro de un presupuesto de carbono, en lugar de al revés».

Explicación de las TEQ

El sistema de TEQ, creado por el economista e historiador de la cultura David Fleming en 1996, es un sistema nacional para limitar y reducir el consumo de energía procedente de combustibles fósiles de todos los usuarios de energía: particulares, instituciones y empresas.

«Se trata de un sistema nacional para aplicar los compromisos nacionales sobre el carbono acordados por el gobierno de ese país», explica Chamberlin. «Todas las personas de ese país reciben un derecho incondicional, igual y gratuito de lo que se denominan unidades de TEQ, que podrían considerarse cupones electrónicos de racionamiento. Para comprar cualquier combustible o energía en cualquier lugar de la economía, hay que entregar estas unidades junto con el pago habitual de dinero. Así que, vas a la gasolinera, pagas en efectivo o con tarjeta de crédito, y también entregas algunas de estas unidades TEQ».

Y continúa: “Se tendrá derecho a una proporción igual del presupuesto nacional de carbono. Si consumes menos que eso, si eres un consumidor de energía por debajo de la media, te sobrará algo del derecho que recibes cada semana y podrás venderlo al emisor. Así pues, los ahorradores de energía obtienen un beneficio económico por consumir menos. Los que quieren consumir más de lo que les corresponde pueden comprar esas unidades sobrantes, pero, por supuesto, están pagando a los más ahorradores por el beneficio de hacerlo».

El sistema lo administra un registrador que emite las cuotas. «En el Reino Unido, alrededor del 40% de las emisiones proceden de particulares y hogares, y alrededor del 60% de las emisiones, de la industria y las empresas y usuarios de energía no domésticos», explica Chamberlin. «De acuerdo con esas proporciones, el 40% del presupuesto va a los particulares, mientras que el 60% se destina mediante subasta a todos los demás usuarios. Sólo los particulares y los hogares obtienen las unidades de TEQ gratuitas; todos los demás usuarios de energía tienen que comprar las unidades que necesitan, lo que fija un precio nacional único. El único lugar donde cualquiera puede conseguir sus unidades de TEQ es con el registrador. No hay comercio directo entre tú y tu vecino. Si quieres vender algunas unidades, se las vendes al registrador. Si quieren comprar algunas unidades, se las compran al registrador».

Como las unidades de TEQ son necesarias para todo uso energético, y sólo se emiten en función del tope nacional de carbono, éste no puede superarse. «Por lo tanto, la tarificación del carbono es innecesaria y, sin esa necesidad artificial de subir el precio de la energía, todo el mundo puede centrarse en mantener la energía lo más asequible posible y la vida lo mejor posible dentro del límite», añade.

La otra pieza clave del sistema es un sistema de calificación. «El Gobierno evaluará a cada minorista energético del país en función de la intensidad de carbono de su combustible», explica Chamberlin. «Por ejemplo, si una petrolera tiene un proceso de refinado más eficiente en carbono que otra, su gasolina exigirá menos unidades de TEQ al consumidor en el punto de compra. Esto crea un incentivo en toda la economía para los procesos con menos carbono. Y, por supuesto, en relación con cualquier productor de petróleo, la energía renovable va a requerir muchas menos unidades de TEQ. No ninguna, porque sigue utilizándose combustible fósil en la producción de turbinas eólicas o paneles solares, pero sí muchas menos».

Y como la intensidad de carbono de la energía y los combustibles se evalúa y clasifica en el momento en que entran en la economía, no hay necesidad de complejos análisis del ciclo de vida de los productos. «No tenemos que calcular cuánto carbono entra en cada bolsa de patatas fritas», continúa Chamberlin. «No hace falta medir las emisiones que salen de cada chimenea o de cada tubo de escape de un coche. En lugar de eso, el sistema de clasificación se aplica aguas arriba, y la gente se compromete con él aguas abajo».

La equidad también está integrada en el sistema. «En cualquier momento, la gente puede ir al registro a comprar más unidades de TEQ si cree que las necesita, y en cualquier momento la gente puede vender», añade Chamberlin.  «Como el número de unidades emitidas a la economía viene fijado por el presupuesto de carbono, el precio en un momento dado viene determinado por la demanda. Si mucha gente tiene dificultades para vivir con el presupuesto de carbono, habrá mucha gente intentando comprar unidades de TEQ, lo que hará subir el precio. Así se transmite un mensaje muy claro a toda la sociedad de que no se está adaptando muy bien al presupuesto, lo que crea un propósito común y un impulso político real para descarbonizar la economía y bajar ese precio para todos. Del mismo modo, si el precio baja, casi todo el mundo lo acogerá con satisfacción. Todo el mundo tiene acceso a unidades al mismo precio en cualquier momento. El precio nacional fluctúa en función de la demanda nacional. Y comprar y vender es muy sencillo, como recargar un teléfono móvil».

«El sistema que tenemos hoy es esencialmente un racionamiento en función de la riqueza», señala. «Hay una cantidad limitada de energía disponible y los más ricos se la llevan. Las TEQ nos harían pasar de este sistema en el que se quema lo que uno puede permitirse, a otro en el que se repartiera equitativamente lo que podemos permitirnos quemar colectivamente, facilitando al mismo tiempo las reducciones radicales que exige la comprensión de la ciencia del clima”.

Las TEQ también generarían dinero mediante la subasta de las unidades a usuarios de energía no domésticos, como las industrias, que luego se utilizaría para subvencionar a los consumidores más afectados por el precio del combustible o para invertir en proyectos de infraestructuras difíciles de financiar, como el transporte público.

Las gasolineras y los generadores de electricidad cederían sus TEQ cuando compren a los mayoristas. «Cuando compran combustible a los proveedores, a los perforadores, a los extractores o a los importadores, tienen que ceder unidades», añade Chamberlin. «No importa si todo eso está integrado en una empresa o si son 20 empresas a lo largo de la línea, al final esas unidades acaban en manos de la gente que aporta la energía a la economía, ya sea extrayéndola dentro de las fronteras nacionales o importándola». Para obtener la licencia de explotación, tienen que devolver esas unidades al registro. Así que tenemos un sistema circular».

Chamberlin enumera las ventajas del sistema. «No quita dinero a la gente como lo hacen los impuestos, así que en realidad mejora su situación», afirma. «Beneficia a los más pobres de la sociedad, porque tienden a consumir menos energía, pero también garantiza el derecho a la energía para todos. Aborda la escasez de combustible y garantiza la reducción de emisiones. No es engorroso ni difícil para el ciudadano de a pie, pero integra activamente en nuestra vida cotidiana la importancia de reducir el consumo de energía. Y proporciona un nuevo paradigma de liderazgo para la nación que nos permite alcanzar realmente nuestros objetivos en materia de cambio climático, haciendo que la economía exista bajo un tope de carbono y no al revés”.

Aproximación a su aplicación

El Reino Unido financió por primera vez la investigación sobre el sistema de TEQ en 2006. Dos años más tarde, el Gobierno promulgó la Ley de Cambio Climático y puso en marcha un estudio de viabilidad completo sobre las TEQ. La conclusión, sin embargo, fue que el sistema de TEQ estaba «adelantado a su tiempo».

«En su lugar, el Gobierno decidió centrarse en lo que denominó reducción internacional», lamenta Chamberlin. «En otras palabras, en lugar de reducir realmente las emisiones del Reino Unido, el Gobierno pretendía pagar a otros países para que las redujeran en su nombre, porque eso era más eficiente desde el punto de vista económico». Ese mismo año, 2008, el Comité Parlamentario de Auditoría Medioambiental, que es el órgano oficial que revisa los procedimientos del Parlamento, se mostró increíblemente crítico con esta postura, afirmando que el Gobierno debería estudiar esta cuestión con mucha más urgencia e impulsar su aplicación».

Tres años después, un Grupo Parlamentario Multipartidista sobre Cambio Climático publicó un informe sobre las TEQ que cosechó cobertura mediática internacional, recibió el respaldo de varias personalidades destacadas, «y de nuevo fue esencialmente ignorado por el Gobierno», recuerda Chamberlin. En 2015, Chamberlin se asoció con dos académicos para publicar un artículo revisado por pares sobre las TEQ en la revista Carbon Management. Ese año, y de nuevo en 2018, la Comisión Europea se ocupó de la cuestión, pero no consiguió implantar el sistema.

Su experiencia con los detalles detrás de estos titulares ha hecho que Chamberlin se muestre algo receloso. «Si volvemos a conseguir que las TEQ se acerquen a la implementación política, vamos a enfrentarnos de nuevo a la determinación de socavarlas», dice. «Imaginemos una campaña mundial a favor de las TEQ durante los próximos cinco años que cree un impulso político irresistible. Llegaría un punto en el que la gente de algún departamento gubernamental o grupo de reflexión empresarial diría: «Sí, está bien, pero tenemos que poner esta pequeña válvula de seguridad para asegurarnos de que los precios no suben demasiado». Y el significado de esto, es decir, volver a convertirlo en otra política de precios del carbono, será algo que sólo nosotros, los expertos en política, entenderemos. El peligro es que algo que se implemente bajo el nombre de TEQ o racionamiento no sea realmente ni lo uno ni lo otro, y puedan canalizar todo ese impulso político hacia algo que simplemente mantenga el statu quo. Para mí, ése es el reto principal: ¿cómo podemos defender las facetas fundamentales del sistema a medida que se acercan a la realidad política?».

¿Quién toma las decisiones?

A pesar de los numerosos debates sobre transiciones limpias y recortes drásticos de las emisiones de carbono, el Norte Global sigue siendo un gran consumidor de combustibles fósiles. Estados Unidos, por ejemplo, es el principal consumidor de petróleo y gas natural del mundo (China e India, sin embargo, son los principales consumidores de carbón).

Estas tasas de consumo no sólo han mantenido altas las emisiones de carbono, sino que han hecho que la conversación se centre en los presupuestos para el carbono -cuánto es todavía factible emitir- en lugar de limitarse a reducir la extracción y el consumo lo más rápidamente posible. Las TEQ podrían ponerse al servicio de cualquiera de estos objetivos, pero, como señala Chamberlin, «las TEQ no ayudan a alcanzar un acuerdo político sobre la rapidez con la que las naciones deberían reducir el uso de combustibles fósiles, sino que ofrecen los medios para lograr reducciones más radicales y rápidas del uso de la energía en el Norte Global, cuando o si ese objetivo se considera políticamente aceptable».

Ivonne Yáñez trabaja para Acción Ecológica en Ecuador, que «lleva más de 20 años trabajando sobre el cambio climático», señala. «Además, durante más de 20 años, hemos apoyado la idea de dejar los combustibles fósiles bajo tierra. Esta es la premisa más importante que hay que tener en cuenta a la hora de definir cualquier política relativa a la reducción del dióxido de carbono, a la energía o a cualquier transición o transformación energética”.

Chamberlin está de acuerdo: «Absolutamente, la prioridad debería ser dejar los combustibles fósiles bajo tierra. La cuestión es cómo conseguirlo. Una de las cosas que tenemos que hacer es que la gente del Norte Global aprenda a vivir sin consumir tanta energía como lo hace, que es donde entran en juego las TEQ».

Yáñez señala que los presupuestos de carbono los establecen los gobiernos nacionales. Los presupuestos que cuentan, en términos de tener un impacto en la producción y el consumo de petróleo y gas, son los de los países del Norte Global. Son los mismos países responsables de la mitad de las emisiones mundiales desde el inicio de la Revolución Industrial. «Entonces, cuando una comisión establece el presupuesto de carbono del Reino Unido, ¿tiene en cuenta el consumo actual de energía del país o el 50% menos de energía que el Reino Unido debería consumir según un cálculo justo de justicia climática?», se pregunta.

«Estoy de acuerdo en que la idea de un presupuesto de carbono es en sí misma problemática», responde Chamberlin. «Desde mi punto de vista, no queda ningún presupuesto de carbono para quemar aceptable. Ya estamos en un punto en el que el clima se ha desestabilizado y está teniendo efectos profundamente indeseables. Estamos divididos entre la realidad física y la realidad política: si pudiera chasquear los dedos y transformar ambas, lo haría. Pero la razón por la que los países no están dispuestos a decir: ‘Sí, dejaremos de emitir carbono mañana mismo’ es porque toda su economía depende del combustible que contiene ese carbono. Y de ahí que tengamos este enorme y muy disfuncional proceso de la ONU en el que los países intentan negociar entre ellos cuál sería un presupuesto de carbono apropiado».

Garantizar la equidad

El uso de combustibles fósiles es bastante barato, porque los gobiernos utilizan subvenciones para mantener los precios bajos para los consumidores y porque los costes medioambientales de la extracción y el uso no se tienen en cuenta en el precio. Esto significa que un aumento del precio del combustible afecta desproporcionadamente a los consumidores que menos pueden permitirse comprar paneles solares o cambiar a un vehículo eléctrico. También significa que aumentar el precio del gas es políticamente impopular.

«Las TEQ y otros sistemas de cap-and-ration tienen un sólido potencial para lograr una amplia aceptación política», afirma Stan Cox. «Siempre que quede claro que, con estos sistemas, la mayoría de la sociedad tendría garantizado el acceso a una energía asequible para satisfacer sus necesidades y con mayor seguridad económica de la que puede tener hoy».

Cox y su colega Larry Edwards, ingeniero y consultor medioambiental, han desarrollado un sistema similar a las TEQ que llaman «cap-and-adapt«. La diferencia es que los topes y las raciones se miden en términos de barriles de petróleo, metros cúbicos de gas y toneladas de carbón, en lugar de unidades de carbono.

El racionamiento en estos sistemas, explica Cox, no hace recaer la carga de la reducción de emisiones en los individuos de los hogares limitando su consumo. Más bien, es el tope decreciente el que garantiza las reducciones de las emisiones totales. «Un programa de racionamiento tan directo pretende garantizar que todo el mundo tenga suficiente y que el acceso sea equitativo», afirma. «En estos sistemas, el racionamiento no es el matón, el racionamiento es tu amigo. Es algo para hacer la sociedad más justa y garantizar una cantidad suficiente».

Tales sistemas encajarían idealmente con «una política industrial global que dirija la energía y otros recursos hacia la producción de bienes y servicios esenciales y los aleje de la producción derrochadora e innecesaria», añade. «Esas políticas, por ejemplo, podrían desviar recursos de la producción militar hacia el desarrollo de infraestructuras ecológicas y la rehabilitación de edificios. O del uso de aviones y vehículos privados al transporte público. O de la construcción de McMansiones (*) a viviendas asequibles, duraderas y energéticamente eficientes. O de la producción de cereales forrajeros para el ganado a los cereales y legumbres para la alimentación. O, en general, del lujo a las necesidades básicas».

Cox también propone un enfoque más amplio que va más allá de los controles de precios y el racionamiento: «Un sistema de servicios básicos universales que garantice a todos los hogares un acceso suficiente a los bienes y servicios esenciales, incluidos el suministro público de agua y energía, los servicios médicos, la educación pública y el transporte, alimentos de buena calidad, viviendas asequibles, espacios verdes, aire limpio y seguridad pública sin represión». Se apresura a aclarar. «No quiero decir que todo sería gratis. Pero habría alguna garantía de que la gente, independientemente de sus ingresos, tendría acceso a esos bienes». ¿Podría ser todo esto factible? Sí, concentrando el suministro de energía en los bienes y servicios esenciales en lugar de en la producción despilfarradora y exclusivamente lucrativa. También supondría sacrificar el crecimiento por el crecimiento».

Los movimientos del Sur Global también han abordado el problema del crecimiento desenfrenado. Yáñez señala que el término «decrecimiento» tiene poca resonancia «porque ¿cómo podemos pedir a los indígenas que decrezcan? Prefiero hablar de poscrecimiento o de esta idea de vivir bien: el buen vivir en español o sumac kawsay en quechua».

«El movimiento del decrecimiento se centra sobre todo en Europa», reconoce Cox, «pero ha sido muy valioso para vislumbrar cómo sería una sociedad de decrecimiento o poscrecimiento, y señalar las diferencias entre el crecimiento económico y el crecimiento del bienestar humano. El movimiento no ha entrado a propósito en los mecanismos para lograr el decrecimiento. Pero creo que es importante que la sociedad vea que tenemos que elegir entre crecimiento o supervivencia, y que, si hacemos lo necesario para sobrevivir, no tendremos crecimiento. En las sociedades ricas estaríamos mejor con menos, y mientras tanto, habrá otras soluciones en las sociedades no ricas».

Acciones conjuntas

Aunque ningún gobierno nacional ha implantado todavía un sistema de racionamiento de los combustibles fósiles, varios Estados se han unido para poner fin a su dependencia del petróleo y el gas. Encabezados por Dinamarca y Costa Rica, los miembros de la Alianza Beyond Oil and Gas se han comprometido a poner fin a las nuevas prospecciones de petróleo y gas. Bajo el nuevo liderazgo de Gustavo Petro, Colombia también quiere unirse a sus filas, lo cual es significativo dada la dependencia económica del país de las exportaciones de combustibles fósiles. En 2018, Irlanda se convirtió en el primer país del mundo en desinvertir en fondos de combustibles fósiles.

Las naciones insulares del Pacífico de Tuvalu y Vanuatu, mientras tanto, lideran una iniciativa a nivel de la ONU para aprobar un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles que pondría fin a la expansión de la producción de combustibles fósiles, eliminaría gradualmente la infraestructura de combustibles fósiles existente y aceleraría una transición justa a la energía limpia.

También ha habido muchas iniciativas desde abajo para reducir el uso de combustibles fósiles. Una vía ha sido detener la extracción. «Durante décadas, movimientos de pueblos indígenas, campesinos y pescadores han luchado contra el cambio climático», señala Ivonne Yáñez. «¿Y cómo? No hablan de emisiones o reducciones de carbono. Sólo quieren detener la extracción de petróleo, gas y carbón. Aquí en Ecuador, por ejemplo, hay muchas comunidades que se resisten a la extracción de petróleo y son criminalizadas por ello”.

Yáñez también señala que actuar juntos significa no sólo solidaridad entre los pueblos, sino establecer vínculos más fuertes con el resto de la naturaleza. «Sería bueno incorporar propuestas en las TEQ y debatir el punto de vista de los no humanos, incluidas las piedras y los espíritus», propone.

Chamberlin está totalmente de acuerdo en ambos puntos. «Yo mismo he sido detenido al intentar cerrar lugares de extracción de combustibles fósiles, y fui uno de los primeros arrestados con Extinction Rebellion», relata. «Las TEQ es un intento de traducir parte de la sabiduría de la moderación y los límites absolutos al lenguaje de un imperio enfermo. Es un intento desde el interior de una cultura omnicida de limitar parte del daño que está haciendo».

Y continúa: «En última instancia, no se trata del crecimiento o decrecimiento de la economía de mercado. Se trata de prepararse para el momento en que el sistema se derrumbe bajo el peso de su propia insostenibilidad. Hemos heredado un sistema que depende del crecimiento; ese crecimiento terminará por accidente o por diseño, y pronto. Después de que este sistema se desvanezca en la historia, los sistemas futuros volverán a basarse en las relaciones informales entre los seres del planeta, como siempre lo han hecho en el pasado, antes de estos pocos siglos de locura. Las culturas más antiguas de nuestro planeta saben cómo vivir en ese mundo y deberíamos hacerles más caso».

«Mientras tanto, sin duda haríamos bien en reducir drásticamente, todo lo que podamos, las emisiones», concluye. «Y sin duda ya es hora de pasar de los interminables debates sobre presupuestos de carbono ‘justos’ a la labor real de reducir el consumo de combustibles fósiles en el Norte Global, en solidaridad con la resistencia liderada por los indígenas en el Sur Global que trabajan para detener la extracción de combustibles fósiles. Para ello, el «cap-and-ration» -ya sean las TEQ u otras propuestas estrechamente relacionadas- parece el único paradigma político adecuado para cortar el paralizante nudo gordiano con el que nos han atado los precios del carbono.»

N. de la T.:

(*) Mcmansion: En las comunidades suburbanas, McMansion es un término peyorativo para una gran vivienda «producida en masa» comercializada para la clase media alta, principalmente en los Estados Unidos.

Ilustración de portada: Consumo energético mundial según el tipo de combustible (Shutterstock).

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