Adiós al siglo USA: China, la India y el nuevo orden mundial emergente

Michael Klare, TomDispatch.com, 18 mayo 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Michael T. Klare, colaborador habitual de TomDispatch, es profesor emérito de estudios sobre la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College, así como miembro visitante de la Arms Control Association. Es autor de quince libros, el último de los cuales es All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change, y uno de los fundadores del Comité para una Política Sensata entre Estados Unidos y China.

No hace mucho, los analistas políticos hablaban del «G-2», es decir, de una posible alianza de trabajo entre Estados Unidos y China destinada a gestionar los problemas mundiales en beneficio mutuo. Se consideraba que este dúo de colaboradores podría ser incluso más poderoso que el G-7, el grupo de las principales economías occidentales. Como escribió en 2008 el ex subsecretario del Tesoro C. Fred Bergsten, quien imaginó originalmente esa alianza: «La idea básica sería desarrollar un G-2 entre Estados Unidos y China para dirigir el proceso de gobernanza mundial».

Esa noción se convertiría en la base del acercamiento inicial de la administración Obama a China, aunque perdería atractivo en Washington a medida que las tensiones con Pekín siguieran aumentando en torno a Taiwán y otras cuestiones. Con todo, si algo nos enseña la guerra de Ucrania es que, sean cuales sean los deseos de los dirigentes estadounidenses, no tendrán más opción (distinta de la guerra) que compartir las responsabilidades de la gobernanza mundial con China y, en un nuevo giro geopolítico, también con la India. Al fin y al cabo, esta nación emergente con armas nucleares es ahora la más poblada del planeta y pronto poseerá también la tercera economía más grande. En otras palabras, si se quiere evitar un desastre mundial, les guste o no a los estadounidenses, este país no tendrá más remedio que empezar a planificar un G-3 emergente.

Dos preguntas vienen inmediatamente a la mente: ¿Por qué un G-3, y por qué es probable que su aparición sea un resultado tan inevitable de la guerra en Ucrania?

Si empezamos por la segunda de esas preguntas críticas, el G-3 está en nuestro futuro exactamente porque ni Estados Unidos ni Rusia han demostrado ser capaces de lograr lo que sus líderes podrían considerar un resultado satisfactorio de esa guerra. Por parte de Moscú, la posibilidad de acabar con Ucrania como Estado funcional ha demostrado ser un fracaso notable; por parte de Washington, la derrota total de Rusia y la desaparición de Vladimir Putin parece muy improbable.

En medio de la aparentemente interminable catástrofe de la guerra en Ucrania, cada vez es más evidente que China y la India darán forma probablemente a su resolución final. Rusia no puede seguir luchando sin el apoyo de esos dos países, gracias a su negativa a acatar las duras sanciones occidentales, su continuo comercio con Moscú y sus compras masivas de reservas rusas de combustibles fósiles. Además, ninguno de esos países quiere que la guerra se intensifique o se prolongue durante mucho más tiempo, dado el daño que está causando a las perspectivas de crecimiento mundial. Para los chinos, en particular, ha generado fricciones con socios comerciales cruciales en Europa, que se resienten de los continuos lazos de Pekín con Moscú. Por tanto, es probable que, por sus propias razones, los líderes de esos dos países presionen cada vez más a Moscú y Kiev para que busquen un resultado negociado que, huelga decirlo, no satisfará a ninguna de las partes.

Al mismo tiempo, aunque la guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto la sorprendente debilidad del hasta ahora cacareado ejército ruso, también ha revelado de forma sorprendente los límites del poderío estadounidense. Después de todo, cuando comenzó la guerra en febrero de 2022, el presidente Joe Biden confiaba en que la mayor parte del mundo se uniría a Estados Unidos y Europa para aislar a Moscú, entre otras cosas, deteniendo las compras de suministros energéticos rusos e imponiendo duras sanciones a ese país. Para él, éste seguía siendo el siglo USA. «Estados Unidos no está haciendo esto solo», declaró entonces. «Durante meses, hemos estado construyendo una coalición de socios que representan bastante más de la mitad de la economía mundial… Limitaremos la capacidad de Rusia de hacer negocios en dólares, euros, libras y yenes para formar parte de la economía mundial».

Así las cosas, parece que hemos entrado en una nueva época aún por definir caracterizada por la disminución del peso mundial de Estados Unidos. Después de todo, a pesar de los decididos esfuerzos de Washington y sus aliados de la OTAN por limitar el acceso de Rusia a la economía mundial, Moscú ha logrado en gran medida mantenerse a flote, incluso mientras financia su cada vez más costoso desastre militar en Ucrania. Esto se debe en gran medida a China y la India, que han seguido comprando enormes cantidades de petróleo y gas natural rusos (aunque a precios muy rebajados).

No menos significativo es el hecho de que Washington haya fracasado en gran medida a la hora de persuadir a la mayor parte del Sur global, incluidas potencias emergentes clave como Brasil, India y Sudáfrica, para que adopten la visión del presidente Biden de la guerra de Ucrania como una lucha «existencial» entre Estados democráticos liberales y Estados autocráticos antiliberales. Como dijo en un discurso pronunciado hace un año en Varsovia: «Hemos resurgido de nuevo en la gran batalla por la libertad, una batalla entre democracia y autocracia, entre libertad y represión, entre un orden basado en normas y otro gobernado por la fuerza bruta».

Pero fuera de Europa, estas declaraciones han caído en saco roto, ya que los líderes no occidentales han hecho hincapié en sus propias necesidades nacionales y han denunciado la hipocresía de Occidente a la hora de defender las «normas» mundiales que dice respetar. En particular, se han quejado del modo en que las sanciones impuestas a Rusia han elevado los precios de los alimentos y los fertilizantes en sus propios países, perjudicando a millones de sus ciudadanos.

«S. Jaishankar, ministro de Asuntos Exteriores de la India, declaró a Roger Cohen, del New York Times: «Me gustaría ver un mundo que se base más en normas. «Pero cuando la gente empieza a presionarte en nombre de un orden basado en normas para que te rindas, para que transijas en lo que son intereses muy profundos, en ese momento me temo que es importante rebatirlo y, si es necesario, denunciarlo».

Por poco que Washington haya atendido a tales perspectivas, cuenten con una cosa: después de Ucrania, nos encontraremos en un nuevo orden mundial. Tras la esperada ofensiva ucraniana de primavera/verano, que es poco probable que desaloje a todas las tropas rusas de las tierras de las que se han apoderado desde el pasado febrero, la India y China empujarán casi con toda seguridad a ambos países hacia un acuerdo de paz destinado más a restablecer el flujo del comercio mundial que a defender principios fundamentales de ningún tipo.

En realidad, el plan de paz chino para la guerra, aunque ignorado o denostado por la mayoría de los analistas occidentales, puede acabar resultando el proyecto más eficaz para un acuerdo, con su vago llamamiento a respetar la soberanía de todos los Estados y su énfasis en la eliminación de las sanciones, el restablecimiento de las líneas de suministro mundiales y la liberación del comercio de cereales ruso y ucraniano. De hecho, aunque a regañadientes, incluso el secretario de Estado Antony Blinken ha reconocido que podría servir de modelo para un futuro acuerdo.

¿Por qué el G-3?

Aunque el desenlace de la guerra de Ucrania sigue siendo incierto, cuenten con una cosa: la aparición de China y la India como actores principales en su resolución ayudará a definir el futuro orden mundial, uno en el que Estados Unidos tendrá que compartir responsabilidades de gobernanza global con China y la India, los otros dos grandes nodos de poder del mundo. Europa no está capacitada para desempeñar ese papel debido a sus divisiones internas y a su dependencia del poder militar estadounidense; Rusia no lo está debido al declive de su poderío militar y económico. Sin embargo, los países del G-3 poseen algunas características básicas que los diferencian de todas las demás potencias y que probablemente se acentuarán en el futuro.

Empecemos por la población. En 2022, China, India y Estados Unidos tenían la mayor, la segunda y la tercera población del mundo, con una población conjunta estimada de 3.200 millones de personas, aproximadamente el 40% de todos los habitantes del planeta. Aunque se espera que este año la India supere a China como nación más poblada del mundo, es probable que estos tres países sigan a la cabeza de la población en 2050, con una población estimada de 3.400 millones de personas para entonces. Por supuesto, nadie sabe cómo pueden afectar a estas cifras las grandes hambrunas, pandemias o desastres climáticos, pero esas poblaciones confieren enormes ventajas en lo que respecta a la producción, el consumo e incluso, si es necesario, la lucha contra la guerra.

A continuación, consideremos el peso económico. Estados Unidos y China ocupan desde hace tiempo los puestos número uno y dos de las economías mundiales, con la India en sexto lugar y subiendo, aunque todavía por detrás de Japón, Alemania y el Reino Unido. Sin embargo, se espera que supere al Reino Unido este año y, según algunas proyecciones, alcance el número tres en 2030. En conjunto, el G-3 representará entonces una parte mayor de la actividad económica mundial que los 20 países siguientes juntos, incluidas todas las economías europeas y Japón. Considérenlo una forma de poder que nadie podrá ignorar.

En general, se considera que Estados Unidos y China poseen los dos ejércitos más grandes y poderosos del mundo, mientras que Rusia sigue ocupando el tercer puesto, aunque su ejército se ha visto gravemente mermado por la guerra de Ucrania y no es probable que recupere su fuerza anterior a la guerra en años, si es que llega a hacerlo. El ejército indio es grande, con unos 1,4 millones de hombres y mujeres uniformados (frente a los dos millones de China, menos de un millón de Rusia y 1,4 millones de Estados Unidos), pero no está tan bien equipado con armamento avanzado como los otros tres. Sin embargo, los indios están gastando miles de millones de dólares en la adquisición de sistemas de combate avanzados de Europa, Rusia y Estados Unidos. A medida que aumente su participación en la riqueza mundial, cuenten con que Nueva Delhi invertirá cada vez más dinero en la «modernización» de sus fuerzas armadas.

Hay otro ámbito en el que China, India y Estados Unidos lideran el mundo en cifras: en sus emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que alteran el clima. Dado que los tres siguen dependiendo de los combustibles fósiles para una gran parte de su consumo energético, se espera que China, India y Estados Unidos encabecen la lista de los principales emisores de carbono del mundo en las próximas décadas. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), se calcula que el G-3 será responsable del 42% de las emisiones mundiales de carbono en 2050, más que África, Europa, América Latina y Oriente Medio juntos.

El G-3 en la práctica

Si sumamos todos estos factores, resulta obvio que China, India y Estados Unidos dominarán cualquier orden mundial futuro. Lamentablemente, eso no significa que estén destinados a cooperar, ni mucho menos. La competencia y el conflicto seguirán siendo, sin duda, una característica duradera de sus relaciones, y los lazos entre dos de ellos aumentarán y disminuirán constantemente. (Pensemos en las alianzas y antagonismos cambiantes entre el Lejano Oriente, Eurasia y Oceana en la profética novela distópica 1984 de George Orwell). Pero de una cosa podemos estar seguros: ningún gran problema mundial, ya sea el cambio climático, una catástrofe económica, otra pandemia letal o una guerra al estilo de Ucrania, se resolverá si esas tres potencias no consiguen encontrar alguna forma de cooperación, por informal que sea. 

Hubo al menos un momento previo de concordancia a tres bandas. En noviembre de 2014, en los prolegómenos de la Cumbre del Clima de París del año siguiente, el presidente Barack Obama forjó una alianza de trabajo con el presidente de China, Xi Jinping, encaminada a lograr un resultado satisfactorio, y luego incorporó a su esfuerzo conjunto al primer ministro indio, Narendra Modi. Sus reuniones con Xi y Modi al comienzo de la Cumbre de París tenían por objeto, según el entonces viceconsejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Ben Rhodes, «enviar un mensaje firme al mundo sobre su firme compromiso con el cambio climático». Muchos analistas creen que la cumbre de 2015 nunca habría tenido éxito de no haber sido por el liderazgo combinado de Obama, Xi y Modi.

Ni que decir tiene que esa incipiente alianza se vino abajo cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca y puso fin a la adhesión de Estados Unidos a ese acuerdo. Lamentablemente, en los años siguientes, la cooperación de Washington con Pekín y Nueva Delhi en materia de cambio climático cesó en gran medida, mientras que las disputas estadounidenses con China sobre comercio, Taiwán y el mar de la China Meridional no hicieron sino acentuarse. En la actualidad, los líderes de las dos principales economías del mundo apenas se dirigen la palabra y sus fuerzas armadas parecen dispuestas a enfrentarse violentamente en casi cualquier momento. Washington exige a Pekín que rompa sus lazos económicos con Rusia y los chinos insisten en la legitimidad de su «férrea» alianza con Moscú.

Una vez más, por desgracia, es más probable que estos antagonismos se conviertan en la norma en las relaciones entre Estados Unidos y China que aquel breve brote de cooperación de 2014-2015. Y aunque la India se ha acercado más a Estados Unidos en los últimos años -en gran parte para equilibrar el creciente poderío económico y militar de China-, sus líderes se resisten a depender excesivamente de cualquier potencia extranjera, por muy alineados que estén en términos políticos. El pronóstico, por tanto, es que las relaciones entre los países del G-3 seguirán siendo frágiles y a menudo tensas.

No obstante, estas tres naciones no tendrán más remedio que tratar entre sí de alguna manera cuando se trate de los grandes problemas mundiales a los que se enfrentan todas ellas. El cambio climático es, sin duda, uno de los más acuciantes: si las emisiones mundiales de carbono siguen aumentando según las previsiones actuales de la AIE, las temperaturas mundiales podrían dispararse a mucho más de 2,0 Celsius (3,6 grados Fahrenheit) por encima de la era preindustrial, el objetivo máximo fijado por el Acuerdo de París sobre el Clima. Eso, a su vez, garantizará una nueva realidad calamitosa para los tres países (así como para el resto del mundo), incluyendo inundaciones costeras extremas, desertificación generalizada y una profunda escasez de agua. Ninguno de ellos podrá evitarlo por sí solo. Sólo trabajando de forma concertada para reducir las emisiones globales podrían evitar lo que, de otro modo, probablemente sería una catástrofe climática para ellos y para el planeta.

Lo mismo puede decirse de cualquier otro gran desafío mundial, como futuras crisis económicas graves, brotes pandémicos, grandes conflictos regionales y una mayor proliferación de armas nucleares. Por muy incómodos que se muestren los dirigentes de China, la India y Estados Unidos a la hora de colaborar con sus homólogos, no tendrán más remedio si quieren escapar de un futuro cada vez más calamitoso. Les guste o no, tendrán que aceptar alguna forma de colaboración del G-3, por poco reconocida que sea al principio. Con el tiempo, a medida que reconozcan su interdependencia mutua, podrían incluso colaborar de manera más formal y amistosa, en beneficio de todos los habitantes del planeta Tierra.

Foto de portada: Narendra Modi and Xi Jinping (Shutterstock)

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