Dejen de preocuparse y pónganse a amar las armas

Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 23 octubre 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y jefe de la Oficina de los Balcanes del periódico. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on AmericaDeath of the Liberal Class,  War is a Force That Gives Us Meaning y Days of Destruction, Days of Revolt  una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.

He cubierto suficientes guerras para saber que una vez que se abre la caja de Pandora, los muchos males que se vierten están fuera del control de cualquiera. La guerra acelera el torbellino de la matanza a escala industrial. Cuanto más se prolonga una guerra, más se acerca cada bando a la autoaniquilación.  A menos que se detenga, la guerra por poderes entre Rusia y Estados Unidos en Ucrania garantiza prácticamente una confrontación directa con Rusia y, con ella, la posibilidad muy real de una guerra nuclear.

Joe Biden, que no siempre parece estar muy seguro de dónde está o de lo que se supone que está diciendo, está siendo apuntalado, en el concurso de «soy un hombre más grande que tú» con Vladimir Putin, por una camarilla de belicistas rabiosos que han orquestado más de 20 años de fiascos militares. Están salivando ante la perspectiva de enfrentarse a Rusia, y luego, si queda algún habitante vivo en el planeta, a China. Atrapados en la mentalidad polarizadora de la Guerra Fría -donde cualquier esfuerzo por desescalar los conflictos a través de la diplomacia se considera apaciguamiento, un pérfido momento de Múnich-, empujan con suficiencia a la especie humana cada vez más cerca de la destrucción. Por desgracia para nosotros, uno de esos verdaderos creyentes es el secretario de Estado Antony Blinken.

«Putin dice que no va de farol. Pues bien, no puede permitirse el lujo de ir de farol, y tiene que quedar claro que la gente que apoya a Ucrania y la Unión Europea y los Estados miembros, así como Estados Unidos y la OTAN, tampoco van de farol», advirtió el jefe de la política exterior de la UE, Josep Borrell. «Cualquier ataque nuclear contra Ucrania creará una respuesta, no nuclear, pero sí una respuesta tan poderosa desde el punto de vista militar que el Ejército ruso será aniquilado».

Aniquilado. ¿Esta gente está loca?

Saben Vds. que tenemos problemas si resulta que Donald Trump es la voz de la razón.

«Debemos exigir la negociación inmediata de un final pacífico de la guerra en Ucrania, o acabaremos en la tercera guerra mundial», dijo el expresidente. «Y no quedará nada de nuestro planeta; y todo porque la gente estúpida no tenía ni idea (…) No entienden a qué se enfrentan, al poder de lo nuclear».

Traté con muchos de estos ideólogos -David Petraeus, Elliot Abrams, Robert Kagan, Victoria Nuland- como corresponsal en el extranjero de The New York Times. Una vez que se les quita el pecho lleno de medallas o títulos de lujo, se encuentran hombres y mujeres superficiales, cobardes arribistas que sirven servilmente a la industria de la guerra que asegura sus promociones, paga los presupuestos de sus grupos de reflexión y los colma de dinero como miembros de los consejos de administración de los contratistas militares. Son los chulos de la guerra. Si usted informara sobre ellos, como hice yo, no dormiría bien por la noche. Son lo suficientemente vanidosos y estúpidos como para hacer estallar el mundo mucho antes de que nos extingamos a causa de la crisis climática, que también han acelerado diligentemente.

Si, como dice Joe Biden, Putin «no bromea» sobre el uso de armas nucleares y nos arriesgamos a un «Armagedón» nuclear, ¿por qué no está Biden al teléfono con Putin? ¿Por qué no sigue el ejemplo de John F. Kennedy, que se comunicó repetidamente con Nikita Khrushchev para negociar el fin de la crisis de los misiles en Cuba? Kennedy, que a diferencia de Biden sirvió en el ejército, conocía lo obtuso de los generales. Tuvo el sentido común de ignorar a Curtis LeMay, el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea y jefe del Mando Aéreo Estratégico, así como el modelo del general Jack D. Ripper en «Dr. Strangelove», que instó a Kennedy a bombardear las bases de misiles cubanas, un acto que probablemente habría desencadenado una guerra nuclear. Pero Biden no está hecho de la misma pasta.

¿Por qué Washington envía 50.000 millones de dólares en armas y asistencia para mantener el conflicto en Ucrania y promete miles de millones más durante «todo el tiempo que sea necesario»? ¿Por qué Washington y Whitehall disuadieron a Vladimir Zelensky, un antiguo cómico que ha sido transformado mágicamente por estos amantes de la guerra en el nuevo Winston Churchill, de proseguir las negociaciones con Moscú, establecidas por Turquía? ¿Por qué creen que humillar militarmente a Putin, al que también están decididos a desalojar del poder, no le llevará a hacer lo impensable en un último acto de desesperación?

Moscú insinuó con firmeza que usaría armas nucleares en respuesta a una «amenaza» a su «integridad territorial», y los chulos de la guerra se pusieron a gritarle a cualquiera que expresara su preocupación de que todos pudiéramos volar en nubes de hongos, tachándolos de traidores que están debilitando la determinación ucraniana y occidental. Mareados por las pérdidas en el campo de batalla sufridas por Rusia, atizan al oso ruso con una ferocidad cada vez mayor. El Pentágono ayudó a planificar la última contraofensiva ucraniana, y la CIA pasa la información del campo de batalla. Estamos pasando, como en Vietnam, de asesorar, armar, financiar y apoyar, a combatir.

A nada de esto ayuda la sugerencia de Zelensky de que, para disuadir el uso de armas nucleares por parte de Rusia, la OTAN debería lanzar «ataques preventivos».

«Esperar primero los ataques nucleares y luego decir ‘lo que va a pasar’. ¡No! Es necesario revisar la forma en que se está ejerciendo la presión. Por lo tanto, es necesario revisar este procedimiento», dijo.

El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, dijo que las declaraciones, que Zelensky trató de revocar, no eran «más que un llamamiento a iniciar una guerra mundial».

Occidente lleva décadas provocando a Moscú. Informé desde Europa del Este al final de la Guerra Fría. Observé cómo estos militaristas se proponían construir lo que llamaban un mundo unipolar, un mundo en el que solo ellos gobernaran. Primero, rompieron sus promesas de no ampliar la OTAN más allá de las fronteras de una Alemania unificada. Luego rompieron sus promesas de no «estacionar permanentemente fuerzas de combate sustanciales» en los nuevos países miembros de la OTAN en Europa Oriental y Central. Después rompieron las promesas de no estacionar sistemas de misiles a lo largo de la frontera con Rusia. Luego rompieron las promesas de no interferir en los asuntos internos de los estados fronterizos como Ucrania, orquestando el golpe de estado de 2014 que destituyó al gobierno electo de Víctor Yanukovich, sustituyéndolo por un gobierno antirruso –alineado con el fascismo– que, a su vez, condujo a una guerra civil de 8 años, ya que las regiones pobladas por rusos en el este buscaron la independencia de Kiev. Armaron a Ucrania con armas de la OTAN y entrenaron a 100.000 soldados ucranianos después del golpe. Después reclutaron a las neutrales Finlandia y Suecia para la OTAN. Ahora se pide a Estados Unidos que envíe sistemas avanzados de misiles de largo alcance a Ucrania, lo que, según Rusia, convertiría a Estados Unidos en «parte directa del conflicto». Pero cegados por la arrogancia y sin ninguna comprensión de la geopolítica, nos empujan, como los desventurados generales del imperio austrohúngaro, hacia la catástrofe.

Exigimos la victoria total. Rusia se anexiona cuatro provincias ucranianas y ayudamos a Ucrania a bombardear el puente de Kerch. Rusia lanza una lluvia de misiles sobre las ciudades ucranianas y le damos a Ucrania sofisticados sistemas de defensa aérea. Nos regodeamos en las pérdidas rusas. Rusia introduce el servicio militar obligatorio. Ahora Rusia lleva a cabo ataques con aviones no tripulados y misiles de crucero contra plantas de energía, alcantarillado y tratamiento de agua. ¿Dónde acaba todo esto?

«¿Está Estados Unidos, por ejemplo, tratando de ayudar a poner fin a este conflicto, mediante un acuerdo que permita una Ucrania soberana y algún tipo de relación entre Estados Unidos y Rusia?», se pregunta un editorial del New York Times. «¿O es que ahora Estados Unidos intenta debilitar a Rusia de forma permanente? ¿Ha cambiado el objetivo de la administración a desestabilizar a Putin o a destituirlo? ¿Tiene Estados Unidos la intención de responsabilizar a Putin como criminal de guerra? ¿O el objetivo es tratar de evitar una guerra más amplia? Y si es así, ¿cómo se consigue esto cacareando que se proporciona inteligencia estadounidense para matar a los rusos y hundir uno de sus barcos?»

Nadie tiene respuestas.

El editorial del Times ridiculiza la insensatez de intentar recuperar todo el territorio ucraniano, especialmente los territorios poblados por rusos étnicos.

«Una victoria militar decisiva de Ucrania sobre Rusia, en la que Ucrania recupere todo el territorio que Rusia ha tomado desde 2014, no es un objetivo realista», se lee. «Aunque la planificación y los combates de Rusia han sido sorprendentemente descuidados, Rusia sigue siendo demasiado fuerte, y el señor Putin ha invertido demasiado prestigio personal en la invasión como para echarse atrás».

Pero el sentido común, junto con los objetivos militares realistas y una paz equitativa, se ve superado por la intoxicación de la guerra.

El 17 de octubre, los países de la OTAN comenzaron un ejercicio de dos semanas en Europa, denominado Steadfast Noon, en el que 60 aviones, incluyendo cazas y bombarderos de largo alcance que volaron desde la Base Aérea de Minot, en Dakota del Norte, están simulando el lanzamiento de bombas termonucleares sobre objetivos europeos. Este ejercicio se realiza anualmente. Pero el momento es sin embargo ominoso. Estados Unidos tiene unas 150 cabezas nucleares «tácticas» estacionadas en Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía.

La de Ucrania será una guerra de desgaste larga y costosa, que dejará gran parte de Ucrania en ruinas y cientos de miles de familias convulsionadas por un dolor de por vida. Si la OTAN se impone y Putin siente que su poder está en peligro, ¿qué le impedirá arremeter a la desesperada? Rusia tiene el mayor arsenal de armas nucleares tácticas del mundo, armas que pueden matar a decenas de miles de personas si se utilizan en una ciudad. También posee casi 6.000 ojivas nucleares. Putin no quiere acabar, como sus aliados serbios Slobodan Milošević y Ratko Mladić, como un criminal de guerra condenado en La Haya. Tampoco quiere seguir el camino de Saddam Hussein y Muammar Gaddafi. ¿Qué le impedirá subir la apuesta si se siente acorralado?

Hay algo lúgubremente arrogante en la forma en que los jefes políticos, militares y de inteligencia, incluido el director de la CIA William Burns, exembajador de Estados Unidos en Moscú, coinciden en el peligro de humillar y derrotar a Putin y en el espectro de la guerra nuclear.

«Dada la posible desesperación del presidente Putin y de los dirigentes rusos, dados los reveses que han sufrido hasta ahora en el plano militar, ninguno de nosotros puede tomarse a la ligera la amenaza que supone un posible recurso a las armas nucleares tácticas o a las armas nucleares de bajo rendimiento», dijo Burns en unas declaraciones realizadas en Georgia Tech, en Atlanta.

El exdirector de la CIA, Leon Panetta, que también fue secretario de Defensa con el presidente Barack Obama, escribió este mes que las agencias de inteligencia estadounidenses creen que las probabilidades de que la guerra en Ucrania se convierta en una guerra nuclear son tan altas como una de cada cuatro.

La directora de Inteligencia Nacional, Avril Haines, se hizo eco de esta advertencia, al trasladar al Comité de Servicios Armados del Senado en mayo que si Putin creía que había una amenaza existencial para Rusia, podría recurrir a las armas nucleares.

«Creemos que [la impresión de Putin de una amenaza existencial] podría darse en el caso de que perciba que está perdiendo la guerra en Ucrania, y que la OTAN, en efecto, está interviniendo o está a punto de intervenir en ese contexto, lo que obviamente contribuiría a la percepción de que está a punto de perder la guerra en Ucrania», dijo Haines.

«A medida que esta guerra y sus consecuencias debilitan lentamente la fuerza convencional rusa… es probable que Rusia confíe cada vez más en su disuasión nuclear para señalar a Occidente y proyectar fuerza a sus audiencias internas y externas», escribió el teniente general Scott Berrier en la evaluación de amenazas de la Agencia de Inteligencia de Defensa presentada al mismo Comité de Servicios Armados a finales de abril.

Teniendo en cuenta estas evaluaciones, ¿por qué Burns, Panetta, Haines y Berrier no abogan urgentemente por la diplomacia con Rusia para desescalar la amenaza nuclear?

Esta guerra nunca debería haber ocurrido. Estados Unidos era muy consciente de que estaba provocando a Rusia. Pero estaba ebrio de su propio poder, especialmente al emerger como la única superpotencia mundial al final de la Guerra Fría, y, además, había miles de millones de beneficios que obtener en la venta de armas a los nuevos miembros de la OTAN.

En 2008, cuando Burns era embajador en Moscú, escribió a la secretaria de Estado Condoleezza Rice: «La entrada de Ucrania en la OTAN es la más brillante de todas las líneas rojas para la élite rusa (no solo para Putin). En más de dos años y medio de conversaciones con los principales actores rusos, desde los que se arrastran en los oscuros recovecos del Kremlin hasta los más agudos críticos liberales de Putin, todavía no he encontrado a nadie que vea a Ucrania en la OTAN como algo distinto a un desafío directo a los intereses rusos.»

Sesenta y seis miembros de la ONU, la mayoría del sur global, han hecho un llamamiento a la diplomacia para poner fin a la guerra en Ucrania, como exige la Carta de la ONU. Pero pocas de las grandes potencias están dispuestas a escuchar.

Si creen que la guerra nuclear no puede ocurrir, visiten Hiroshima y Nagasaki. Estas ciudades japonesas no tenían ningún valor militar. Fueron aniquiladas porque la mayoría del resto de los centros urbanos de Japón ya habían sido destruidos por las campañas de bombardeo de saturación dirigidas por LeMay. Estados Unidos sabía que Japón estaba paralizado y listo para rendirse, pero quería enviar un mensaje a la Unión Soviética de que con sus nuevas armas atómicas iba a dominar el mundo.

Ya hemos visto lo que pasó.

Ilustración de portada: ¡Bombas fuera! (Mr. Fish)

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