Pagar por un planeta sobrecalentado, ¿en qué mundo vivimos?

Priti Gulati Cox y Stan Cox, TomDispatch.com, 1 diciembre 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Priti Gulati Cox es una artista y organizadora local de la Sidewalk Gallery of Congress de CODEPINK, un espacio de arte callejero comunitario en Salina, Kansas. Su obra visual, It’s Time (Es la hora), crece mes a mes mientras relata lo que podría ser la época más fatídica para nuestro país desde la década de 1860. Twitter: @PritiGCox.

Stan Cox, colaborador habitual de TomDispatch, es investigador de estudios de la ecosfera en el Land Institute. Es autor de The Path to a Livable Future: A New Politics to Fight Climate Change, Racism, and the Next Pandemic, The Green New Deal and Beyond: Ending the Climate Emergency While We Still Can, y la actual serie climática In Real Time de City Lights Books. Twitter: @CoxStan.

El 29 de octubre, Saifullah Paracha, de 75 años, el detenido más antiguo de Guantánamo, fue finalmente liberado por las autoridades estadounidenses y trasladado a su casa en Karachi, Pakistán. Llevaba casi dos décadas encarcelado sin cargos ni juicio. Su avión aterrizó en una tierra que todavía se tambalea por las catastróficas inundaciones monzónicas de este año que, en julio, habían cubierto un tercio de ese país en un hecho sin precedentes. Incluso el barrio de su propia familia, el acomodado complejo de la Autoridad de Vivienda de la Defensa, se había visto completamente inundado con, como escribió un reportero en ese momento, «agua entrando a borbotones en las casas«.

Tras haber soportado 19 años de sufrimiento infligido por la fuerza bruta del imperialismo durante la «Guerra Global contra el Terror» de Estados Unidos, Paracha, junto con todo Pakistán, sufrirá ahora la devastación climática provocada por la mano invisible del imperialismo económico. De hecho, mientras sus familiares le abrazaban por primera vez desde aquel fatídico día de 2003 en que fue capturado en una operación encubierta del FBI en Tailandia, los gobiernos y las empresas de todo el Norte Global afilaban sus cuchillos, preparándose para reafirmar su dominio como hacen cada año en la conferencia de la ONU sobre el clima, esta vez la COP27 en Sharm el Sheikh, Egipto.

Pero también estaban allí los delegados de países vulnerables al clima y con poco dinero, como Pakistán y Egipto, junto con miembros de movimientos por la justicia climática de todo el planeta. Cansados de que les presionen, tenían otros planes.

Un avance y un fracaso demasiado previsible

En las anteriores COP, las negociaciones dentro de la sala se centraron principalmente en lo que se conoce como «mitigación del clima» -es decir, tratar de mantener los futuros gases de efecto invernadero fuera de la atmósfera- junto con la adaptación a los trastornos climáticos, pasados, presentes y futuros. Por primera vez en las negociaciones oficiales, la COP27 también contará con las demandas de los países vulnerables de bajos ingresos, deseosos de ser compensados por los devastadores impactos que, como el inundado Pakistán, ya han sufrido o sufrirán gracias al cambio climático. Al fin y al cabo, el sobrecalentamiento global del momento actual fue causado por los gases de efecto invernadero emitidos durante los dos últimos siglos, principalmente por las grandes sociedades industriales del Norte global. En la taquigrafía de esas negociaciones, esa compensación de quien contamina paga se conoce como «daños y pérdidas».

En anteriores cumbres sobre el clima, los «ricos» se resistieron a la idea de que los «pobres» exigieran compensaciones por pérdidas y daños por dos razones principales: en primer lugar, preferían no admitir, ni siquiera implícitamente, que ellos habían creado la crisis que ahora abrasa y ahoga a las comunidades del Sur Global, y, en segundo lugar, no tenían interés alguno en desembolsar las enormes sumas que se necesitarían entonces.

Este año, sin embargo, la espantosa muerte y destrucción infligidas por las inundaciones de Pakistán y, más recientemente, de Nigeria, avivaron un movimiento que ya estaba surgiendo para incluir por primera vez las pérdidas y los daños en la agenda de la COP. Y gracias a la incesante presión de esa oleada de justicia climática, la COP27 terminó con la aprobación por parte de Estados Unidos, la Unión Europea y el resto del mundo rico de un acuerdo para «establecer un fondo para responder a las pérdidas y los daños». Haciéndose eco de los pensamientos de muchos, la líder de la justicia climática Jean Su tuiteó que el acuerdo era «un testimonio de la increíble movilización de los países vulnerables y la sociedad civil. Queda mucho trabajo por hacer, pero se ha roto un dique».

La euforia que siguió a la creación de un fondo de pérdidas y daños estaba bien justificada. Pero, como señaló Su, la lucha está lejos de haber terminado. En una corrección de su artículo que informaba sobre ese acuerdo, el Washington Post aclaraba que, aunque la masa ya se había mezclado, el pastel no estaba ni mucho menos en el horno. El periódico informó a los lectores de que «una versión anterior de este artículo decía, de forma incorrecta, que las naciones ricas habían acordado pagar miles de millones de dólares a un fondo de pérdidas y daños. Si bien acordaron crear un fondo, su tamaño y mecanismo de financiación aún no se han resuelto». Estas dos cuestiones restantes de cuánto y cómo hacerlo son cualquier cosa menos triviales. En el debate sobre pérdidas y daños, de hecho, son las principales cuestiones sobre las que los países han estado discutiendo durante muchos años sin alcanzar resolución de tipo alguno.

Si el mundo compromete fondos suficientes (o incluso insuficientes) para pagar por las pérdidas y los daños (y eso es un gran «si«), los países vulnerables podrían finalmente tener los medios para empezar a recuperarse de los últimos desastres climáticos. Sin embargo, lo más trágico es que, a medida que aumentan las cantidades de carbono y metano que se dirigen a nuestra atmósfera, lo que las poblaciones afectadas puedan necesitar ahora es solo un indicio del tipo de compensación que necesitarán en un futuro en el que se garantiza un número cada vez mayor de desastres como las inundaciones de Pakistán.

Y la razón de ello no es complicada: Los negociadores de la COP27 no consiguieron acompañar su avance en materia de pérdidas y daños con ningún progreso significativo en la contención de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los esfuerzos para llegar a un acuerdo sobre la eliminación progresiva de las principales fuentes de esas emisiones -petróleo, gas y carbón- fracasaron, como lo han hecho en todas las COP anteriores. Lo único que consiguieron los negociadores fue repetir la resbaladiza promesa del año pasado de perseguir una «reducción progresiva [no ‘eliminación’] de la energía de carbón, gas y petróleo [no de ‘toda’]».

Por un lado, los movimientos de la sociedad civil se impusieron en el debate sobre las pérdidas y los daños. Por otro, el imperialismo energético siguió muy vivo en Egipto, ya que los intereses corporativos y los gobiernos que les sirven prolongaron su racha de 27 años de victorias en el bloqueo de los esfuerzos para reducir las emisiones al ritmo que se necesita urgentemente. Yeb Saño, que dirigió la delegación de Greenpeace en la COP27, declaró a Phys.org: «Es poco creíble que se hayan olvidado de los combustibles fósiles. En Sharm el Sheikh se ve y se oye por todas partes la influencia de la industria de los combustibles fósiles. Se han presentado en un número récord para intentar desvincular la acción climática de la eliminación de los combustibles fósiles».

¿Cómo pagar?

El Banco Mundial estima que las inundaciones en Pakistán causaron más de 30.000 millones de dólares en daños, mientras que la rehabilitación y la reconstrucción costarán otros 16.000 millones. Y eso, dice el banco, ni siquiera incluye los fondos que se necesitarán «para apoyar la adaptación de Pakistán al cambio climático y la resiliencia general del país ante futuras perturbaciones climáticas». Se calcula que las inundaciones perjudicaron a 33 millones de personas, desplazaron a 8 millones de sus hogares y dejaron más de 1.700 muertos. Según el informe del Banco Mundial, «la pérdida de ingresos y activos de los hogares, el aumento de los precios de los alimentos y los brotes de enfermedades están afectando a los grupos más vulnerables. Las mujeres han sufrido notables pérdidas de sus medios de vida, en particular los relacionados con la agricultura y la ganadería». La catástrofe ilustró con crudeza los indiscutibles motivos morales y humanitarios para obligar a los gobiernos de los países ricos a pagar por la devastación que han causado sus décadas de quema de combustibles fósiles.

Para Pakistán, en particular, las industrias bélicas y de seguridad nacional de Estados Unidos, generosamente financiadas, están unidas a la emergencia climática mundial. Si bien esas fuerzas son directamente responsables de privar a Saifullah Paracha y a innumerables personas de su libertad o de sus vidas, las emisiones de gases de efecto invernadero que generan también han contribuido al tipo de devastación con el que regresó a casa cuando finalmente fue liberado. Además, estas industrias han desperdiciado billones de dólares que podrían haberse gastado en prevenir, adaptarse y compensar el colapso ecológico.

En lo que va de otoño, Washington ha prometido 97 millones de dólares (con «m») en ayuda para las inundaciones en Pakistán. Parece mucho dinero, pero solo equivale a una quincuagésima parte de la estimación de pérdidas y daños del Banco Mundial. En sombrío contraste, solo entre 2002 y 2010, en plena Guerra Global contra el Terrorismo, el gobierno de Estados Unidos proporcionó a Pakistán 13.000 billones de dólares (con «b») en ayuda militar.

Para eludir la culpa y minimizar sus costes, los países ricos han propuesto una serie de alternativas en lugar de limitarse a pagar el dinero de las pérdidas y los daños a los países de bajos ingresos, como deberían. En su lugar, prefieren que los gobiernos afectados por los desastres financien su propia recuperación y adaptación al cambio climático pidiendo préstamos a los bancos del Norte. En efecto, en lugar de obtener fondos de ayuda y recuperación directamente del Norte, países como Pakistán estarían obligados a pagar intereses a los bancos del Norte.

Hartos de que se les imponga una y otra vez la insoportable carga de la deuda, los países del Sur dicen no a la propuesta de endeudarse aún más. En respuesta, el Norte ha estado lanzando otras ideas. Por ejemplo, animar a los bancos de desarrollo, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, a que liberen a los países afectados por las catástrofes de su obligación de pagar una parte del dinero que ya deben en concepto de intereses de deudas anteriores y lo utilicen en su lugar para apoyar su propia recuperación y reconstrucción. Pero los países del Sur están diciendo, en efecto, «Oigan, durante décadas, han utilizado su poder para cargarnos con una deuda injusta y punitiva. Por favor, cancelen esa deuda, pero aún tienen que pagarnos por las pérdidas y daños climáticos que han causado».

Los países ricos han llegado a plantear la idea de tomar una parte del dinero que antes destinaban a la ayuda al desarrollo y depositarlo en un fondo mundial que pagaría los daños a los países vulnerables que sufrieran futuros desastres climáticos. La clave de todas estas «soluciones» es que los países ricos no tienen gastos adicionales. ¡Qué acuerdo tan bueno! Es como si, a nivel nacional, el gobierno de Estados Unidos empezara a emitir cheques más pequeños de la Seguridad Social y utilizara el dinero que «ahorra» de esa manera para pagar las prestaciones de Medicare.

Se supone que el nuevo fondo para pérdidas y daños de la COP27 prohíbe este tipo de juegos de trileros, a la vez que saca la financiación del clima de los reinos del imperialismo, la servidumbre de la deuda y lo que Oxfam llama el «tazón de la mendicidad del desastre». Lo que se necesita, dice Oxfam, una organización centrada en el alivio de la pobreza mundial, es «un mecanismo justo y automático de apoyo financiero, basado en el principio de que los que más han contribuido a la crisis climática paguen por los daños que ésta causa en los países menos responsables y más afectados».

¿Cuánto y dónde conseguirlo?

Cuando se enfrentan a cifras que terminan en «-illón», como lo hicieron los estadounidenses durante los debates sobre los proyectos de ley de gastos del Congreso de 2021 y 2022, es bastante fácil que los ojos se nublen y pasen por alto las diferencias de órdenes de magnitud entre esas cifras. En un mundo estadounidense en el que solo el presupuesto del Pentágono se dirige al billón de dólares en algún momento de esta década, es bastante fácil olvidar, por ejemplo, que un millón de esos dólares es sólo una millonésima parte de un billón de ellos. Por eso, al hablar de las asombrosas sumas necesarias para hacer frente a nuestro planeta, que ya se está recalentando desesperadamente, y de las cantidades disponibles para pagar las pérdidas y los daños, ahora lo pondremos todo en términos de miles de millones de dólares estadounidenses.

Los países con altas emisiones, como el nuestro, han acumulado una cuenta climática considerable. Un informe de junio de 2022 del grupo V-20, que representa a 55 de las economías de más bajos ingresos y más vulnerables al clima del mundo, estima que, entre 2000 y 2019, sus miembros perdieron 525.000 millones de dólares gracias a los trastornos climáticos. Es un golpe enorme para un conjunto asombrosamente grande de países cuyos productos internos brutos suman apenas 2.400.000 millones de dólares. Pero en el Norte Global, esas sumas, e incluso otras mucho mayores, aunque son más que calderilla, siguen siendo fácilmente asequibles, como sugiere ese presupuesto del Pentágono.

Según cálculos de Oxfam, se podrían recaudar cientos de miles de millones de dólares para pagar las pérdidas y los daños gravando la extracción de combustibles fósiles, el transporte internacional de mercancías, los vuelos frecuentes y otras actividades que producen mucho carbono. Los impuestos progresivos sobre la riqueza podrían suponer aún más: 3.600.000 millones de dólares anuales, según la Red de Acción por el Clima (CAN, por sus siglas en inglés), que también calcula que acabar con las subvenciones gubernamentales a las empresas (un tercio de las cuales van a parar a las compañías de combustibles fósiles) podría suponer 1.800.000 millones de dólares anuales. Además, los recortes en el gasto militar podrían liberar la friolera de 2 billones de dólares al año en todo el mundo. Este último podría ser un objetivo especialmente jugoso. Por ejemplo, según las estimaciones de la CAN, la parte que le corresponde a Estados Unidos de los pagos que debe hacer al Sur Global para la mitigación y adaptación al clima, más las reparaciones por pérdidas y daños, ascendería a unos 1.600.000 millones de dólares durante la próxima década. Y esos 10 pagos de 160.000 millones de dólares cada uno podrían cubrirse si el Pentágono abandonara la producción de su caza más desastrosamente caro, el F-35, de 1.700.000 millones de dólares, y desviara el dinero hacia la asistencia climática.

Siempre es tarea del gobierno gastar a lo grande cuando Estados Unidos se enfrenta a una emergencia extrema, venga de donde venga el dinero. En 2020-2021, el Congreso aprobó más de 3 billones de dólares en ayuda a la covid, lo suficiente para pagar nuestra cuenta climática internacional, según estimaciones de CAN, durante 19 años.

«Nuestra causa es una»

Poco después del regreso de Saifullah Paracha a Karachi, en octubre, otra familia, en Sharm el Sheikh, a 3.000 kilómetros de distancia, se había embarcado en lo que el periodista Jeff Shenker calificó de «misión desesperada y posiblemente temeraria» para salvar la vida de uno de los suyos: el activista de derechos humanos británico-egipcio Alaa Abd el-Fattah, posiblemente el preso político más destacado de Egipto.

Abd el-Fattah, que ha pasado la mayor parte de la última década entre rejas por denunciar el régimen opresivo de Egipto, llevaba en huelga de hambre parcial desde abril. Tras visitarlo el 18 de noviembre, su familia informó de que había interrumpido su huelga de hambre «por el deseo de seguir vivo, pero que la reanudaría si no se producían avances en su libertad».

Según manifestó a los periodistas su hermana Sanaa Seif dentro de la sala de conferencias de la COP27,

«No está en la cárcel por la publicación en Facebook de la que le acusan. Está en prisión porque es alguien que hace que la gente crea que el mundo puede ser un lugar mejor. Es alguien que intenta hacer del mundo un lugar mejor… Hay decenas de miles de presos políticos en Egipto. Hay más en todo el mundo. Los activistas del clima son detenidos, secuestrados en América Latina. Nos enfrentamos al mismo tipo de opresión, y nuestra causa es una sola«.

¿Qué es la bahía de Guantánamo sino un lugar donde el imperio estadounidense ha practicado sus tácticas para romper a los seres humanos durante 20 años sin rendir cuentas en el exterior de ningún sistema de justicia? ¿Qué es la cumbre del clima de la ONU sino un lugar de encuentro en el que la élite mundial ha protegido su poder durante 27 años y más?

Vivir como un «prisionero para siempre» (como apodó The Guardian a Saifullah Paracha en 2018) fue, según dijo una vez, «como estar vivo en tu propia tumba.» Guerras para siempre, prisioneros para siempre, caos climático para siempre, robo para siempre. Ese es el mundo en el que vivimos, en el que gobiernos como los de Estados Unidos y Egipto arrojan a musulmanes inocentes como Saifullah Paracha y a disidentes prodemocráticos como Alaa Abd el-Fattah a la cárcel por oponerse a sus intereses siempre represivos.

Al informar sobre la lucha para liberar a Abd el-Fattah, Shenker señaló: «La frase ‘Todavía no hemos sido derrotados’ se convirtió en el lema no oficial de la COP27, una referencia al título de un libro de Abd el-Fattah publicado en 2021, ‘Todavía no habéis sido derrotados'». ¿Podría la perseverancia y el valor de personas como Paracha, Abd el-Fattah y los activistas por la justicia climática y los derechos humanos -tanto los que asistieron a la conferencia de Sharm el Sheik como otros innumerables en todo el mundo- hacer posible que algún día se elimine el «todavía» y se diga simplemente «No hemos sido derrotados»?

Foto de portada: Las intensas lluvias monzónicas, agravadas por el cambio climático, provocaron grandes inundaciones en todo Pakistán en el verano de 2022. Meses después, muchas partes del país siguen inundadas (Abdul Majid, AFP, Getty Images).

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