Migrantes atrapados «entre dos muertes» en Libia

Max Granger, The Intercept, 8 marzo 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Max Granger es un escritor y traductor que ha publicado sus trabajos en The Intercept, The Baffler, High Country News, The Guardian, Guernica y otros medios. Es traductor habitual del aclamado medio de investigación y periodismo narrativo centroamericano El Faro, y ha trabajado durante más de una década con la organización de ayuda humanitaria en la frontera No More Deaths. Max es coautor de la serie de informes “Disappeared: How U.S. Border Enforcement Agencies are Fueling a Missing Persons Crisis”. Puede encontrarse más información sobre su trabajo en www.maxgranger.info

Un nuevo libro describe la violencia de los centros de detención financiados por la UE en Libia, exponiendo el doble rasero racista en el centro de la política europea de fronteras.

El pasado lunes, la comisaria de Asuntos de Interior de la Unión Europea, Ylva Johansson, visitó un paso fronterizo y un campo de refugiados en la ciudad rumana de Siret, mientras miles de ucranianos llegaban huyendo de la guerra y buscando asilo. En declaraciones a la prensa, Johansson elogió la “conmovedora” cooperación y solidaridad de autoridades y voluntarios. Europa, dijo, estaba unida “de una forma que nunca habíamos visto antes”. El domingo, Johansson había anunciado planes para conceder protección temporal a todos los refugiados ucranianos, y el jueves, la UE había acordado por unanimidad acelerar los permisos de residencia para todos los que huyen de la guerra. La comisaria no se mostró ingenuo ni optimista ante la situación: «Tenemos que prepararnos para millones», dijo.

Las declaraciones de Johansson se produjeron en medio de una avalancha de apoyo internacional a los refugiados ucranianos, que superan ya los 1,7 millones, mientras políticos, periodistas y comentaristas de todo el mundo occidental expresaban un sentimiento compartido de empatía y solidaridad con las víctimas de la agresión militar rusa. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, afirmó que el gobierno de Biden -que en menos de dos años ha llevado a cabo más de un millón de expulsiones de inmigrantes latinoamericanos y caribeños, sin darles la oportunidad de solicitar asilo- “está ciertamente preparado” para acoger a los refugiados ucranianos. El jueves, el Departamento de Seguridad Nacional prometió el Estatus de Protección Temporal a todos los ucranianos actualmente presentes en Estados Unidos, una designación que aún no se ha extendido a los afganos, entre otros cuyos países de origen Estados Unidos desempeñó un papel directo en la desestabilización. Los Estados europeos asumieron compromisos aún mayores y más concretos, expresados con un aire de orgullo y deber patriótico, como si abrir las fronteras a los necesitados fuera simplemente una tradición europea consagrada, que se da por sentado que es lo correcto.

Las encomiables muestras de simpatía y hospitalidad de la UE hacia los refugiados ucranianos, en su mayoría blancos y cristianos, contrastan violentamente con sus políticas de disuasión, detención y muerte sancionada por el Estado contra millones de solicitantes de asilo africanos y de Oriente Medio. “Nos preguntamos –dijo a Reuters Ahmad al-Hariri, que huyó de la guerra de Siria hace diez años y desde entonces intenta llegar a Europa- por qué los ucranianos son bienvenidos en todos los países mientras que nosotros, los refugiados sirios, seguimos en tiendas de campaña y permanecemos bajo la nieve, enfrentándonos a la muerte sin que nadie nos mire”. El contraste, por decirlo crudamente, es tan claro como lo blanco y lo negro: Incluso dentro de la población de refugiados de Ucrania, los estudiantes africanos de intercambio y otros residentes no blancos se han enfrentado a la violencia racista y a la segregación cuando intentan abandonar el país, y muchos han denunciado que se les ha impedido cruzar las fronteras mientras que sus compañeros blancos son recibidos con los brazos abiertos.

Según estimaciones de las Naciones Unidas, hay más de 82 millones de personas desplazadas a la fuerza por la violencia y la persecución y más de 280 millones de migrantes en todo el mundo (sin contar los 780 millones de personas desplazadas dentro de sus propios países). Estas cifras seguirán aumentando, ya que la crisis climática hace inhabitables grandes partes del planeta, lo que va a obligar a desplazarse a unos 1.200 millones de personas para 2050. Los principales destinos de los migrantes internacionales y solicitantes de asilo han sido durante mucho tiempo Estados Unidos y Europa. La respuesta de la UE a la llegada de refugiados procedentes de las antiguas colonias europeas de Siria, Eritrea, Afganistán e Iraq, entre otras, ha sido una despiadada campaña de militarización y disuasión. Ha incluido la construcción de más de 1.000 millas de muros y vallas de alta tecnología, junto con la rápida expansión de la Agencia Europea de Guardia de Fronteras y Costas, o Frontex, cuyo presupuesto se ha disparado de 118 millones de euros en 2018 a una propuesta de 754 millones de euros en 2022.

Al igual que Estados Unidos, Europa subcontrata cada vez más el control de sus fronteras a otros países mediante políticas que buscan impedir la migración y detener y matar a las personas incluso antes de que lleguen a las costas del sur del Mediterráneo. Una vez en el mar, los migrantes se enfrentan a la probabilidad de morir: Desde 2014, más de 45.000 personas han muerto o desaparecido al intentar la travesía. Muchos pasan años en centros de detención, prisiones clandestinas y en condiciones de trabajo forzado antes de poder pisar un barco. Mientras tanto, el número de personas que perecen en el desierto antes de llegar al mar, o que mueren en cautiverio tras ser repelidos por la disuasión de la UE, sigue siendo en gran medida desconocido, ya que ningún gobierno u organización lleva la cuenta. La Organización Internacional para las Migraciones, una agencia de las Naciones Unidas, calcula que las muertes en el desierto del Sáhara son “al menos el doble” que en el Mediterráneo, pero nadie lo sabe realmente. Estas muertes, vale la pena repetirlo, son el resultado de las políticas creadas por los mismos gobiernos que ahora acogen a millones de ucranianos sin dudarlo.

Quizá no haya mejor testimonio del doble rasero racista en el centro de la política europea de fronteras que los relatos de refugiados y migrantes recogidos en un nuevo libro de la periodista Sally Hayden: “My Fourth Time, We Drowned – Seeking Refuge on the world’s Deadliest Migration Route”  (Mi cuarta vez, nos ahogamos: Buscando refugio por la ruta migratoria más mortífera del mundo)”. En 2018, Hayden, que cubre la migración, los conflictos y las crisis humanitarias y es la corresponsal en África del Irish Times, comenzó a recibir mensajes online de refugiados recluidos en centros de detención en Libia. Las personas que le enviaban mensajes, pronto descubrió, se habían quedado atrapadas en un interminable vaivén entre la detención en tierra y la interceptación en el mar, un juego de la oca mortal en el que, como lo describe la estudiosa y organizadora antifronteriza Harsha Walia, hay “muchos obstáculos”. Estaban atrapados, como un migrante kurdo describió su situación a la BBC, “entre dos muertes”.

Portada del libro de Sally Hayden. (Imagen: Cortesía de Melville House Books)
Portada del libro de Sally Hayden. (Imagen: Cortesía de Melville House Books)

“No hay comida, ni agua. Los niños están llorando… Diles que la gente está muriendo aquí”. Pronto Hayden estaba recibiendo actualizaciones regulares de personas dentro de casi una docena de diferentes centros de detención de migrantes en Libia, a través de mensajes de Facebook y WhatsApp redactados y enviados usando teléfonos de contrabando, a menudo con grupos de decenas o incluso cientos de personas que se agolpaban alrededor de un solo dispositivo para “deliberar cuidadosamente [la] mejor manera de describir su situación”. “My Fourth Time, We Drowned” es una investigación amplia y perturbadora basada en estas conversaciones, junto con entrevistas con refugiados, funcionarios de la ONU y la UE, abogados de derechos humanos y otros. Los relatos del libro dibujan un retrato íntimo y terriblemente detallado de lo que el periodista Ian Urbina ha llamado el “sistema de inmigración en la sombra” de Europa, en el que una “red de prisiones con ánimo de lucro” somete a miles de personas a condiciones de terror y abusos indecibles.

“Quería documentar las consecuencias de las políticas migratorias europeas empezando por el punto en el que Europa se vuelve éticamente culpable: cuando los refugiados son rechazados por la fuerza”, escribe Hayden. En Europa, el derecho internacional prohíbe a los Estados obligar a las personas a regresar al peligro, por lo que recurren a fuerzas interpuestas para hacer el trabajo sucio, sobre todo en Libia, un país que nunca ha firmado la Convención de Refugiados de 1951 ni su Protocolo de 1967 y que, por tanto, no tiene la obligación de proteger a los refugiados.

Desde 2017, la “guardia costera” libia -menos una agencia gubernamental oficial y más una afiliación de milicianos, muchos de los cuales están a su vez involucrados en el tráfico de personas- se ha convertido en una parte integral de la intrincada y siempre creciente arquitectura de disuasión de los migrantes de la UE. Esta violenta patrulla fronteriza marítima recibe financiación, apoyo y cooperación estratégica directa de la Unión Europea y de algunos de sus Estados miembros. La guardia costera libia, que a menudo opera con información de vigilancia aérea proporcionada por Frontex, intercepta o “rescata” a los migrantes y los devuelve a Libia. Los que no son entregados inmediatamente a los contrabandistas o desaparecen en la red de prisiones secretas y mercados de esclavos del país son enviados a una de las docenas de centros de detención oficiales gestionados por la Dirección de Lucha contra la Migración Ilegal, financiada por la UE, una agencia del Gobierno de Acuerdo Nacional respaldado por la ONU que, al igual que la guardia costera, también está controlada por las milicias y es conocida por torturar, abusar y matar a los migrantes.

Compárese la actitud de acogida de Europa hacia los ucranianos blancos con la experiencia, por ejemplo, de Fátima Ausman Darboe, una de las personas a las que Hayden entrevista en el libro. Fátima escapó de los escuadrones de la muerte y de la dictadura en su país natal, Gambia, una pequeña nación de África Occidental que limita con Senegal. Vivía en Libia con su familia cuando su marido sufrió una enfermedad cardíaca que les obligó a arriesgarse a cruzar el mar para buscar atención médica en Europa. Fátima, embarazada de su tercer hijo, fue interceptada en el mar junto con su marido y sus dos hijos, y luego trasladada a Zintan, un antiguo almacén agrícola reconvertido en prisión para migrantes. Hasta que cerró en 2020, Zintan estaba considerado uno de los peores centros de detención del país, un lugar al que los refugiados llamaban “Guantánamo”.

En el transcurso de varios días en octubre de 2018, Fátima vio con impotencia cómo su hijo de 6 años, Abdou Aziz, moría de apendicitis. Hayden describe cómo Fátima suplicó a los guardias que la ayudaran mientras el estómago de su hijo se hinchaba, mientras se retorcía de dolor. Apenas unas semanas después de enterrar al niño, el marido de Fátima murió de un derrame cerebral. Ella dio a luz a su tercer hijo en prisión. Al igual que Fátima, la mayoría de las más de 12.000 personas que actualmente están detenidas oficialmente en Libia fueron enviadas allí tras ser “rescatadas” en el mar por la guardia costera libia.

“El mayor peligro para los refugiados encerrados en Zintan”, escribe Hayden, “no era el abuso o la tortura, era el olvido”. Los detenidos le enviaron mensajes desde dentro:

“¿Es cierto que la UE nos ha rescatado o salvado la vida? Solo nos están condenando a muerte… Es mejor morir que quedarse aquí.

Hemos perdido la esperanza. Muchos de nosotros hemos desarrollado trastornos mentales porque hemos estado detenidos aquí durante un año y seis meses en estas terribles condiciones.

Somos unos 620 refugiados eritreos detenidos en una sala. Mucha gente sufre de tuberculosis, tiene hambre y se está muriendo…”

Se suponía que el Cuerpo Médico Internacional iba a prestar ayuda y atención médica en Zintan, con financiación de la Agencia de la ONU para los Refugiados, o ACNUR, el Fondo Fiduciario de Emergencia de la UE para África, un fondo común de miles de millones de euros destinado a detener la migración hacia Europa, y los gobiernos británico y alemán. Pero no había forma de encontrar a la organización por ningún sitio. “Cada dos semanas muere una persona”, le dijo a Hayden un migrante detenido. En aquel momento, el ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones desestimaron los informes sobre las muertes en Zintan como “noticias falsas” y vilipendiaron a las personas que solicitaron la evacuación y el reasentamiento como “alborotadores”. Cuando Médicos Sin Fronteras, o MSF, finalmente logró acceder a las instalaciones en mayo de 2019, la organización humanitaria encontró personas que necesitaban atención médica inmediata, sobreviviendo en condiciones que un trabajador describió como “más allá de las palabras”. Al menos 22 personas habían muerto, y el Cuerpo Médico Internacional estimaría más tarde que aproximadamente el 80% de los detenidos tenían tuberculosis sin tratar.

La situación en Zintan era extrema, pero en muchos aspectos resultaba típica. Gran parte del libro de Hayden está dedicado a documentar la corrupción, el despilfarro, la negligencia y, a menudo, las actitudes paternalistas de las principales agencias de la ONU y de las organizaciones no gubernamentales de ayuda que operan en Libia (con la notable excepción de MSF, que Hayden describe como “a menudo la única gran organización dispuesta a hablar de forma significativa”). El ACNUR, que proporciona ayuda vital a los refugiados en Libia y ha facilitado la evacuación de miles de personas, también se ha enfrentado a feroces protestas y acusaciones de complicidad en abusos de los derechos humanos por parte de las mismas personas a las que la agencia se enorgullece de ayudar, incluyendo, por ejemplo, la inanición deliberada de los refugiados a su cargo.

En este y otros aspectos, Hayden escribe constantemente desde una posición de solidaridad con las personas con las que se pone en contacto. Las cita directa y extensamente, centra sus perspectivas y actos de valentía, y se une a ellas para culpar a los gobiernos y organizaciones que lo merecen. Reflexiona con franqueza sobre sus propios sentimientos de culpa y malestar como periodista, al recibir premios por sus reportajes y ver cómo su carrera avanza mientras las personas cuyas historias cuenta siguen languideciendo en la cárcel, sin que su situación cambie en gran medida. “Odio la arrogancia que acompaña a este trabajo”, escribe, “la sensación de que eres importante simplemente porque eres consciente de lo que está pasando”.

Su humildad y transparencia confieren a los reportajes de Hayden un grado de empatía que a menudo se echa en falta en las representaciones mediáticas de los inmigrantes negros y morenos, que tienden a presentar a esos seres humanos como masas indiferenciadas, ilegales e incluso peligrosas: “inundaciones”, “oleadas” y todo tipo de metáforas deshumanizadoras y anegadas. Al mismo tiempo, Hayden evita con elegancia la tendencia inversa y quizá igualmente popular: humanizar a las víctimas individuales sin dar cuenta de las estructuras que las victimizan.

Un grupo de migrantes sostienen pancartas durante la visita del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, al centro de detención de migrantes de Ain Zara, en Trípoli, el 4 de abril de 2019. (Foto: Mahmud Turkia/AFP vía Getty Images)
Un grupo de migrantes sostienen pancartas durante la visita del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, al centro de detención de migrantes de Ain Zara, en Trípoli, el 4 de abril de 2019. (Foto: Mahmud Turkia/AFP vía Getty Images)

Hay 27 centros de detención oficiales que siguen funcionando en Libia, y Europa sigue colaborando con la guardia costera para obligar a las personas a volver a manos de las milicias y los contrabandistas. A principios de este año, el 10 de enero, las fuerzas de seguridad libias atacaron a más de 600 refugiados en las calles de Trípoli, quemaron su campamento de tiendas de campaña y los trasladaron por la fuerza a lo que muchos llaman allí “los campos de concentración de Ain Zara”, un centro de detención en las afueras del sur de la ciudad. El ataque se produjo después de una represión aún mayor en octubre que dejó cientos de heridos y más de 5.000 detenidos.

Describir los centros de detención de Libia como campos de concentración puede parecer una burda hipérbole hasta que se escuchan los relatos de las personas retenidas allí. Pasan hambre, son torturados, violados y obligados a trabajar como esclavos. En Ain Zara, Hayden describe cómo “algunas mañanas, alrededor de las 3:00 a.m., los guardias libios armados llamaban a cientos de detenidos para proceder a su ‘recuento’, haciéndolos sádicamente permanecer de pie en el frío durante horas”, una práctica que recuerda a la Appellplatz, pasar lista de madrugada por parte de los guardias nazis en los campos de concentración.

En octubre de 2021, una misión de investigación encargada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU concluyó que los patrones de violencia y abusos rutinarios en los centros de detención libios “forman parte de un ataque sistemático y generalizado dirigido a esta población, en apoyo de una política de Estado” y que esos actos “pueden constituir crímenes contra la humanidad”. Como argumentan los abogados de derechos humanos Omer Shatz y Juan Branco, a quienes Hayden entrevista en el libro, en una petición a la Corte Penal Internacional, el ahogamiento masivo de migrantes en el Mediterráneo y la “política de traslado forzoso” de Europa, que subcontrata la vigilancia de las fronteras marítimas a la guardia costera libia, equivalen a “atrocidades cometidas en tiempo de paz” y posiblemente a “genocidio”.

Los crímenes contra la humanidad cometidos por Europa en Libia son una expresión excepcionalmente horrible de un sistema de apartheid global cada vez más brutal y normalizado: un “abismo”, como lo llama Hayden, que separa “a los privilegiados impasibles e inconscientes”. A medida que aumenta el número de personas desplazadas por la guerra, la crisis climática y la desposesión y el “desarrollo” capitalistas, los países responsables se enfrentarán a un mayor número de personas que buscan seguridad y supervivencia a sus puertas y que traspasan sus muros y vallas. En lugar de servir para acentuar o reforzar la lógica racista de las fronteras, la respuesta de acogida de Europa a los ucranianos debe ser un modelo para futuras respuestas al desplazamiento y la migración. Los acontecimientos de los últimos días demuestran que las fronteras pueden abrirse si lo deseamos, y que la invocación de una “crisis” de migrantes o refugiados no es más que un arma retórica utilizada para propagar el odio y el miedo, no una descripción neutral de las fuerzas y los acontecimientos exteriores.

La semana pasada, le pregunté a Hayden qué pensaba de la actitud de acogida de los gobiernos europeos hacia los ucranianos que huyen de la guerra. “Creo que ver lo que ha ocurrido en Ucrania ha hecho que gran parte de la opinión pública europea se dé cuenta de que la guerra puede empezar de repente, destrozando vidas y obligando a gente desesperada a huir para ponerse a salvo. Espero que también provoque una mayor empatía hacia los refugiados que no son mayoritariamente blancos, o incluso cristianos, que huyen de situaciones que quizá no reciban la misma cobertura internacional, pero que también son horribles. La reacción hacia los refugiados ucranianos nos ha demostrado que es posible una política más empática”.

Foto cabecera: Un ucraniano desplazado y un niño cruzan la frontera en Siret, Rumanía, el 2 de marzo de 2022. (Andrei Pungovschi/Bloomberg vía Getty Images)

Voces del Mundo

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s