Binoy Kampmark, CounterPunch, 7 marzo 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Binoy Kampmark fue becario de la Commonwealth en el Selwyn College de Cambridge. En la actualidad imparte clases en la Universidad RMIT de Melbourne. Es colaborador habitual de CounterPunch. También es asociado del Instituto Nautilus de Seguridad y Sostenibilidad (San Francisco) y miembro del programa de valores humanos de la Royal Roads University (Canadá). Correo electrónico: bkampmark@gmail.com; Twitter: @bkampmark
“Esta no es la gente a la que solemos ver… esta gente es europea”. (Kiril Petkov, primer ministro búlgaro, Associated Press, 1 de marzo de 2022)
En la historia de la aceptación de refugiados, los países han mostrado rasgos más que erráticos. A menudo se han pasado por alto las características humanas universales en favor de las particulares: raza, hábitos culturales, religión. Incluso naciones de inmigración, como Estados Unidos y Australia, han mostrado vaivenes xenófobos en la cuestión de a quién aceptar, ya sean víctimas de pogromos, crímenes de guerra, genocidio o hambruna.
El ataque ruso a Ucrania ha producido ya cientos de miles de refugiados. Para el 2 de marzo, cuando la guerra llevaba una semana, se calculaba que 874.000 personas habían abandonado Ucrania. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que pueden llegar a salir hasta cuatro millones, mientras que la Unión Europea añade otros tres millones a esa cifra.
Esto está produciendo ya un creciente capital de hipocresía por parte de los Estados receptores, que han mostrado una profunda reticencia a la hora de aceptar refugiados de otros orígenes procedentes de otros conflictos. Algunos de estos conflictos han sido también, claramente, el fruto nocivo de campañas o intervenciones llevadas a cabo por Estados occidentales.
Los ofrecimientos de generosidad -al menos para los ucranianos rubios- están por todas partes. Polonia, que será uno de los principales receptores y país de paso de muchos ucranianos, está mostrando una amplia consideración hacia los que llegan mientras cruzan la frontera. Se ven a sí mismos haciendo de sacerdotes morales de la salvación.
Un informe del ACNUR señala que las instalaciones de varios pasos fronterizos están abastecidas con “alimentos, agua, ropa, sacos de dormir, zapatos, mantas, pañales y productos sanitarios para las personas que llegan solo con lo que pueden cargar”. Anna Dąbrowska, directora de Homo Faber, menciona ese sentimiento: “Nuestros dos pueblos han mantenido siempre estrechas relaciones… ¡Por supuesto, que vamos a ayudar a nuestros vecinos!”.
Esta solidaridad ha sido selectiva. Las personas de origen africano y de Oriente Medio se han enfrentado a un trato bastante diferente en la frontera, si es que han conseguido llegar hasta ella. El número de relatos de obstrucciones y violencia, tanto dentro de Ucrania como en la frontera, es cada vez mayor.
También se ha acusado a las autoridades polacas de dirigirse explícitamente a los estudiantes africanos al negarles la entrada dando preferencia a los ucranianos, aunque el embajador polaco ante la ONU dijo el 28 de febrero que esto era “una mentira total y un terrible insulto para nosotros”. Según Krzysztof Szczerski, hasta 125 nacionalidades han sido admitidas en Polonia procedentes de Ucrania.
Los escépticos tienen motivos para dudar. Solo el año pasado, el ministro del Interior, Mariusz Kamiński, y el ministro de Defensa Nacional, Mariusz Błaszczak, dieron una impresión muy diferente de la acogida, sugiriendo que los refugiados de aspecto más oscuro -los de Oriente Medio, en particular- eran tipos inmorales que tendían a la bestialidad. También se acusó de que estas llegadas eran armas utilizadas por el régimen de Lukashenko, en Bielorrusia, como parte de un programa de “guerra híbrida”. El presidente Adrzej Duda también firmó un proyecto de ley para construir lo que se ha descrito como “una barrera de alta tecnología en la frontera con Bielorrusia para protegerse de la afluencia de inmigrantes irregulares”.
Está bien acusar a los rusos de desinformación, pero las autoridades polacas no han dejado de sembrar sus propias variantes sórdidas, atacando a las llegadas de vulnerables y demonizándoles en el proceso. En 2021 cientos de personas que huían de Afganistán, Siria, Iraq y Yemen quedaron abandonadas en los gélidos bosques de la frontera polaco-bielorrusa. Ocho personas perecieron.
En esta cruel farsa de inhumanidad, la Unión Europea, junto con Polonia y los Estados bálticos, especialmente Lituania, deben asumir la culpa. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ha calificado abiertamente la forma en que Lukashenko aborda las llegadas de irregulares como “un ataque híbrido, un ataque brutal, un ataque violento y un ataque vergonzoso”. Al decir eso consigue que nos preocupemos menos.
A nivel mundial, la guerra en Ucrania está dando a los países la oportunidad de mostrarse muy morales con el tipo correcto de refugiados. Están huyendo de los estragos y la vileza del Oso Ruso, el matón de la historia; esta es una oportunidad para mostrar colores más complacientes. Como mínimo, proporciona también una cobertura de distracción para las políticas más brutales utilizadas contra otras llegadas irregulares menos deseables.
Se trata de una estrategia que está funcionando, con medios de comunicación como USA Today publicando artículos amnésicos en los que se afirma que las familias ucranianas, al luchar contra “el régimen asesino de Putin”, están inmersas en una “batalla… por la vida y la muerte; no hay tiempo para debates sobre correcciones políticas”.
Los países de Europa Occidental también están mostrando una cara diferente a los que huyen de Ucrania. El Reino Unido, que pretende adoptar una versión australiana de la tramitación de los (otros) refugiados -el uso de islas lejanas y terceros países, largos periodos de detención y la frustración de las solicitudes de asilo- ha abierto los brazos a 200.000 refugiados ucranianos.
La lejana Australia, cuya participación en la guerra ilegal contra Iraq produjo refugiados y solicitantes de asilo que acabarían dirigiéndose a las antípodas, se ofrece ahora a aceptar un mayor número de refugiados de Ucrania y a “acelerar” sus solicitudes. Los mismos políticos hablan con aprobación de un sistema que encarcela indefinidamente a los solicitantes de asilo y a los refugiados en puestos avanzados del Pacífico, prometiendo no reasentarlos nunca en Australia. El subtexto aquí es que esto es lo que esos tipos -los Behrouz Boochani– se merecen.
En palabras del Centro de Recursos para Solicitantes de Asilo (ASRC, por sus siglas en inglés), “el Gobierno de Morrison ha presidido la desarticulación de la admisión de refugiados en Australia, haciendo que este país sea incapaz de responder adecuadamente ante emergencias”, con 2022 “marcando la admisión de refugiados más baja en casi 50 años”. Es cierto que la pandemia mundial no ayudó a la situación, pero la COVID-19 hizo poco respecto a un descenso abrupto en las plazas de refugiados. El límite de admisión de refugiados de Australia se redujo de 18.750 personas en 2018-2019 a 13.750 en 2020-2021.
La reducción de estas plazas se ha producido a pesar del papel de Canberra en una serie de conflictos que han alimentado la crisis mundial de refugiados. El fracaso de Australia en Afganistán, y el hecho de haber puesto en peligro a cientos de traductores y personal de seguridad locales, solo supuso un esfuerzo tibio para abrir puertas. Tal esfuerzo se caracterizó por la incompetencia y el pobre despliegue de recursos.
La cruda realidad de la política de refugiados es que los gobiernos siempre toman decisiones y muestran preferencias. “Hablar de trasladar algunas solicitudes ‘a lo más alto del montón’ enfrenta a los más vulnerables”, opina el destacado fundador de la ASRC, Kon Karapanagiotidis. “Es una aberración moral y algo que está completamente fuera de lugar para el pueblo australiano”.
Lamentablemente, la buena gente de la ASRC está interpretando mal el sentimiento de ese pueblo. Este es un año electoral; aceptar a los refugiados ucranianos estará bien visto, se considerará una buena política, al igual que se seguirá alabando la detención indefinida de los que llegan en barco desde tierras empobrecidas y devastadas por la guerra (procedentes de muchos Estados de mayoría musulmana afectados por las políticas de los Estados occidentales).
Foto cabecera: Refugiados varados en la frontera entre Polonia y Bielorrusia.