Reflexiones sobre Oriente Medio y la invasión rusa de Ucrania

Mouin Rabbani, Jadaliyya.com, 9 marzo 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Mouin Rabbani centra sus trabajos en temas palestinos, el conflicto palestino-israelí y el Oriente Medio contemporáneo. Anteriormente fue analista principal de Oriente Medio y asesor especial sobre Israel-Palestina en el International Crisis Group, así como jefe de asuntos políticos en la Oficina del Enviado Especial de las Naciones Unidas para Siria. Es coeditor de Jadaliyya Ezine.

[El 24 de febrero de 2022, el ejército ruso invadió Ucrania, desencadenando de inmediato una crisis mundial que sigue intensificándose. En Oriente Medio, la mayoría de los gobiernos tardaron en adoptar una posición clara sobre el conflicto, y sus políticas parecían a menudo estar en desacuerdo con sus alianzas exteriores. Hesham Sallam, coeditor de Jadaliyya, entrevistó a Mouin Rabbani, coeditor de Jadaliyya y editor de Quick Thoughts, para conocer mejor las respuestas de la región ante la crisis y la resonancia de la misma en una región que ha superado ya su cuota de guerra y agitación].

Hesham Sallam (HS): ¿Qué explica el enfoque inicialmente cauteloso que adoptaron los antiguos aliados de Estados Unidos en Oriente Medio, como Egipto, Israel y Arabia Saudí, ante la invasión rusa de Ucrania? ¿Cómo han evolucionado sus posiciones desde entonces?

Mouin Rabbani (MR): Los países que mencionas no solo son antiguos aliados de Estados Unidos, sino también Estados clientes regionales que dependen de Washington para su seguridad y, en varios casos, para su propia supervivencia. Sin la inversión estratégica de Estados Unidos en estas relaciones, Israel no existiría, Arabia Saudí sería conocida con otro nombre y quizás con otras fronteras, y el gobierno de Egipto tendría un aspecto bastante diferente. En cambio, sus relaciones con Rusia son más recientes, más transaccionales y más equilibradas.

Teniendo en cuenta lo anterior, cabría esperar que estos gobiernos hicieran instintivamente suyo el deseo de Washington. El hecho de que no lo hayan hecho refleja algunos factores que estos Estados tienen en común y otros específicos de cada caso. Entre los factores comunes está que los gobiernos suelen ser más sensibles a las necesidades a corto plazo de las relaciones transaccionales que a las de las alianzas estables a largo plazo. En segundo lugar, también puede darse el caso de que inicialmente vieran esto como un conflicto en el que Rusia es un participante directo, pero Estados Unidos no, y por tanto prestaran más atención a sus relaciones con Moscú de lo que hubiera sido el caso.

Si tomamos a estos gobiernos individualmente, se ha hablado mucho del miedo de Israel a poner en peligro los acuerdos con Rusia que permiten a Israel bombardear rutinariamente Siria sin que las defensas aéreas rusas estacionadas en ese país lo cuestionen. Este es sin duda un factor, al igual que los sentimientos de la gran población rusa en Israel, que constituye un electorado importante. También se pueden señalar los estrechos lazos que mantienen con Israel muchos oligarcas rusos, algunos de los cuales tienen ciudadanía israelí. Un factor adicional, pero que a menudo se pasa por alto, es la habitual impunidad de la que goza Israel en Washington. En la práctica, la clase política estadounidense ha dado a los dirigentes israelíes todas las razones para que estos crean que pueden hacer lo que les plazca, y pasar por encima no solo de las resoluciones de las Naciones Unidas, el derecho internacional y los derechos de los palestinos, sino también de los intereses y prioridades de Estados Unidos definidos por Washington. Las ventas israelíes de tecnología militar avanzada de Estados Unidos a China, por ejemplo, un asunto que los estadounidenses se toman muy en serio, no suscitan más que un golpe en la muñeca. 

No es de extrañar que la prensa israelí esté repleta de informes en los que se afirma que sus dirigentes esperan que esta tormenta también pase sin daños significativos. A lo largo de los años, Washington ha propiciado que esas actitudes arraiguen en Israel y ha dado a sus dirigentes todas las razones para llegar a esas conclusiones. ¿Cómo explicar, si no, que el Yad Vashem, el centro israelí para la memoria del Holocausto, haya encontrado perfectamente apropiado apelar a Estados Unidos para que no sancione al oligarca ruso Roman Abramovich? En este contexto más amplio, los informes de prensa que afirman que Washington reclutó a Israel para presionar a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) para que condenaran la invasión rusa son risibles y cínicos a partes iguales. Las afirmaciones de que el temor a avivar el antisemitismo en Rusia y/o Ucrania es un factor importante en la política israelí tampoco son serias, y se esgrimen para legitimar el rechazo de Israel a los llamamientos de Estados Unidos para que proporcione armas a Ucrania y la no participación israelí en las sanciones occidentales contra Rusia.

La posición de Arabia Saudí, como tantas otras cosas en ese país hoy en día, parece reflejar adicionalmente los caprichos del príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS). El suministro mundial de petróleo es desde 2016 en gran medida una función del consenso saudí-ruso formalizado en una serie de acuerdos conocidos como la OPEP+. Cuando MBS decidió que podía dar una lección a Rusia lanzando una guerra de precios en plena pandemia de COVID-19 a principios de 2020, los precios del crudo se desplomaron y por primera vez en la historia descendieron por debajo de cero, y Estados Unidos amenazó con romper las relaciones militares con Riad. Mantener a Rusia dentro del marco de la OPEP+ es, por tanto, una prioridad para un escarmentado MBS, y responder a los llamamientos de Estados Unidos para aumentar la producción no le va a sentar bien al presidente ruso Vladimir Putin. Como deja claro el reciente artículo  sobre MBS en The Atlantic, MBS siente nostalgia por los días de Jared Kushner y está resentido por la frialdad que ha recibido del presidente estadounidense Joe Biden. Así que no le va a hacer ningún favor a Biden, y además puede estar calculando que la desproporcionada contribución del petróleo al aumento de la inflación puede perjudicar a Biden política y electoralmente.

En el caso de Egipto, muchos han señalado que este país es el mayor importador de grano del mundo y que el 70% del mismo es suministrado por Rusia (un 10% adicional se compra a Ucrania). Dado que estas importaciones se van a ver gravemente interrumpidas independientemente de la postura de Egipto a causa de las sanciones financieras promulgadas contra Rusia, esto es solo una parte de la historia. En términos más generales, el presidente Abdel-Fatah Sisi ha cultivado asiduamente en los últimos años las relaciones con Putin, que ha proporcionado apoyo militar y político al gobernante egipcio, por ejemplo, en Libia, donde Estados Unidos se lo negó.

Egipto convocó una reunión extraordinaria de ministros de Asuntos Exteriores de la Liga Árabe para debatir la crisis de Ucrania, que el 1 de marzo se opuso rotundamente a condenar la invasión rusa. En cambio, pidió a todas las partes que dieran muestras de moderación, evitaran una mayor escalada y entablaran un diálogo que permitiera una solución diplomática. El Cairo y sus homólogos estaban en este punto claramente más preocupados por no alienarse a Moscú que por cumplir la voluntad de Washington. Al mismo tiempo, una muestra de independencia con respecto a Estados Unidos, al haber repetido como loros el lenguaje que este último ha desplegado durante décadas para proteger a Israel de la responsabilidad por sus atrocidades contra los árabes, estaba garantizado que sería bien recibida por el público egipcio. Dadas las crecientes críticas a Sisi en el Congreso, y la reciente decisión de la administración Biden de retener 130 millones de dólares en ayuda alegando problemas de derechos humanos -una medida puramente simbólica dado que se acababa de aprobar un acuerdo de armamento por valor de 2.500 millones de dólares, pero que no deja de ser una vergüenza política-, El Cairo parece haber considerado también que este era un momento oportuno para recordar a Washington que no debe dar todo por sentado, y que la diplomacia estadounidense se ve socavada cuando carece del apoyo entusiasta de un aliado regional influyente como Egipto.

El caso más interesante, y en mi opinión puramente transaccional a este respecto, es en realidad el de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Hace poco levantó muchas cejas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cuando,  junto con China e India, se abstuvo en el proyecto de resolución que condenaba la invasión rusa de Ucrania. Las mismas cejas volvieron a subir, incluso más, al día siguiente, cuando Rusia votó a favor de una resolución que designaba al movimiento hutí de Yemen como organización terrorista, una iniciativa emiratí contra la que Moscú había advertido previamente, pero que de repente abrazó. En términos más generales, y sobre todo tras la decisión de Suiza de adoptar las sanciones de la Unión Europea contra Rusia y los interrogantes sobre la viabilidad del blanqueo financiero de Londres, los EAU prevén unas ganancias financieras inesperadas, ya que los oligarcas rusos incluidos en la lista negra, como tantos otros antes, aparcan sus riquezas ilícitas en Dubai. Como centros logísticos, se espera que Abu Dhabi y Dubai, así como Doha, en Qatar, se beneficien también sustancialmente del régimen de sanciones, sirviendo, por ejemplo, como puntos de tránsito para los viajes aéreos entre Europa y Asia oriental que ya no pueden utilizar el espacio aéreo ruso o ucraniano.

Por tanto, lo que estamos viendo es a estos Estados tomando posiciones no en base a las relaciones ruso-ucranianas o incluso ruso-estadounidenses, sino a sus propias y muy diferentes relaciones con Rusia y Estados Unidos. Cabe mencionar que esto es solo al comienzo de este conflicto. Si persiste y se intensifica, habrá una creciente presión de EE.UU. sobre sus Estados clientes para que se alineen tanto de palabra como de hecho. Preveo que Israel lo hará formalmente mientras mantiene una línea abierta con Moscú con el pretexto de que está en una posición única para mediar en la resolución de la crisis; que Egipto buscará la ayuda de Estados Unidos y Europa para el suministro de grano; y que MBS indicará que solo puede actuar si se lo pide personalmente Biden, a fin de obtener el reconocimiento que claramente ansía. La altura de las apuestas determinará el precio que Washington está dispuesto a pagar y el nivel de presión que ejercerá. Como miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, los EAU seguirán en la cuerda floja. Es muy posible que lleguen a la conclusión de que ya han logrado sus objetivos y no están en condiciones de incurrir en una mayor desaprobación por parte de Occidente, y ajustarán su comportamiento de voto en consecuencia mientras hacen todo lo posible por mantener una alfombra de bienvenida para los fondos rusos.

Esto es, de hecho, lo que ya estamos viendo. Israel rechazó la petición estadounidense de copatrocinar el proyecto de resolución del Consejo de Seguridad que condenaba a Rusia (al igual que todos los Estados árabes, excepto Kuwait). Los EAU, actualmente el único miembro árabe del Consejo de Seguridad, se abstuvieron en la votación posterior. Sin embargo, varios días después, Israel, Egipto y los seis Estados del Consejo de Cooperación del Golfo votaron a favor de la adopción de una resolución similar por parte de la Asamblea General de la ONU. Habiendo asegurado inicialmente sus intereses con Moscú, estos gobiernos pueden ahora señalar la virtud en el escenario internacional sobre los males de la agresión militar y la ocupación extranjera, y la santidad de la vida civil y el derecho internacional junto con las potencias occidentales que apoyan su destrucción de Líbano, Palestina, Siria y Yemen. El término técnico para esta conducta es de el de “win-win” (todos se benefician).

De similar interés son las posiciones de los Estados regionales alineados con Rusia. Siria, cuyo gobierno debe su supervivencia y la derrota de la oposición armada a la intervención militar rusa que comenzó en 2015, alabó incondicionalmente la invasión de Ucrania, opinando al parecer que Putin ha asestado un golpe mortal a los que están en contra del gobierno de Damasco. De hecho, es el único Estado de Oriente Medio que ha adoptado una posición inequívoca desde la entrada de los militares rusos en Ucrania. Irán ha sido considerablemente más circunspecto. Su líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, ha responsabilizado de la crisis a Estados Unidos. Sin embargo, en los hechos, Irán se ha abstenido de apoyar abiertamente las acciones de Rusia. Ahora que las negociaciones sobre la renovación de la participación de Estados Unidos en el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés), el acuerdo nuclear iraní, llegan a su momento de la verdad, Teherán parece haber considerado prudente no provocar innecesariamente a los europeos.

HS: ¿Cómo ha evolucionado el compromiso de Rusia en Oriente Medio en la década anterior y cómo ha desafiado los intereses de Washington?

MR: Con el final de la Guerra Fría la influencia rusa en Oriente Medio siguió inicialmente una trayectoria descendente, la República Democrática Popular de Yemen, un aliado especialmente cercano a la Unión Soviética, dejó de existir y se fusionó con la República Árabe de Yemen. Otro antiguo socio soviético, Iraq, fue invadido, ocupado y destruido a conciencia por Estados Unidos en 2003 y después. En el norte de África, Muamar el Gadafi cambió el patrocinio de Moscú por el de Tony Blair, Nicolas Sarkozy y Silvio Berlusconi. Las relaciones ruso-iraníes habían sido siempre complejas desde 1979, y en la periferia de la región se eliminó efectivamente la influencia rusa en Afganistán y Etiopía. Solo quedaba Siria, un Estado comparativamente pobre cuya influencia regional disminuyó considerablemente tras la muerte de Hafez al-Asad en el año 2000. Quizás el único beneficio que Rusia obtuvo del colapso de la Unión Soviética fue el restablecimiento en 1992 de las relaciones diplomáticas con Arabia Saudí, que Riad había cortado a finales de la década de 1930, y con Israel en 1991, que Moscú había roto en 1967. La emigración masiva de ciudadanos soviéticos a Israel durante los primeros años de la década de 1990 también proporcionó a Rusia una especie de electorado y un grado de influencia política en la política de un Estado regional clave.

El ataque de la OTAN a Libia en 2011 y el posterior asesinato de Gadafi se considera a menudo como el punto más bajo de la influencia rusa en Oriente Medio. No porque Libia fuera un Estado cliente de Rusia, sino por el desprecio con el que Estados Unidos y los europeos trataron a Moscú al utilizar el apoyo de este último a una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que establecía una zona de exclusión aérea sobre Libia como una licencia para el cambio de régimen. Así es al menos como lo vivió el Kremlin, aunque otros concluyeron que Rusia fue principalmente víctima de su propia ingenuidad.

Libia también se considera un punto de inflexión para el compromiso de Rusia en Oriente Medio, ya que posteriormente resolvió asegurarse de que el gobierno sirio, su aliado restante en la región, no siguiera el camino de Iraq y Libia.

Sin embargo, Siria es solo la mitad de la historia. Cuando en 2015 Rusia se convirtió en un participante directo en el conflicto sirio y dictó en efecto sus resultados, ya había desarrollado amplias relaciones en el Golfo gracias a su papel como actor principal en los mercados mundiales de la energía que conduciría a los acuerdos de la OPEP+. Había establecido una relación similar con Qatar en el marco del Foro de Países Exportadores de Gas (GECF, por sus siglas en inglés) creado varios años antes. Para entonces, Rusia también era fabricante de numerosos magnates que invertían o blanqueaban sus riquezas en Dubái y, en menor medida, en Israel, y fue un participante clave en las negociaciones que en 2015 desembocaron en el acuerdo nuclear iraní (papel que vuelve a desempeñar en la actualidad). En los últimos años, Moscú ha desarrollado relaciones más estrechas con Egipto que en cualquier otro momento desde principios de la década de 1970; vende sistemas avanzados de armamento a Turquía, miembro de la OTAN; cuenta con Khalifa Haftar, uno de los principales señores de la guerra en Libia (y un antiguo activo de la CIA) como su protegido; mantiene relaciones tanto con la Autoridad Palestina como con Hamás y está ampliando constantemente sus relaciones e influencia en toda la región.

Rusia vuelve a ser un actor importante en Oriente Medio. Si tomamos Siria como caso de estudio, se demuestra que, en comparación con Estados Unidos, Rusia tiene la ventaja de que sus coaliciones tienden a ser más pequeñas, menos difíciles de manejar y más unificadas en su propósito, y que Rusia está dispuesta a comprometer los recursos y el capital político necesarios para lograr sus objetivos. Debido a las políticas de Occidente de imponer amplias sanciones políticas y económicas a quienes rechazan sus dictados, Moscú tiene la ventaja adicional de que sus clientes no tienen alternativas serias en el mercado de socios internacionales poderosos.

A pesar de lo anterior, Rusia, con pocas excepciones, no es un árbitro de los asuntos de la región como lo ha sido Estados Unidos en las últimas décadas. Más bien ha ampliado y expandido su papel a causa de las políticas estadounidenses que, de un modo u otro, han disminuido la influencia de Estados Unidos o le han impedido comprometerse con actores clave. Se dice que el hecho de que Washington no haya cumplido las expectativas en su respuesta al bombardeo de drones y misiles iraníes de 2019 contra infraestructuras petroleras vitales en el este de Arabia Saudí, y más recientemente con respecto a los ataques de los hutíes contra los EAU, ha contribuido al deseo de Riad y Abu Dhabi de enviar un mensaje a Biden aplacando a Putin. Los líderes estadounidenses que periódicamente postulan por un “pivote hacia Asia” y un alejamiento de Oriente Medio también les animan a tener más en cuenta sus relaciones con Moscú.

Hasta ahora, los desafíos directos de Rusia a los intereses estadounidenses en Oriente Medio han sido escasos y poco frecuentes. El ámbito más probable para tal desafío es la política energética. El reciente acuerdo entre Rusia y Arabia Saudí para mantener, en lugar de aumentar, la producción de petróleo es un indicio de lo que podría estar a punto de ocurrir. Si los informes de que Moscú está exigiendo garantías por escrito a Estados Unidos de que su comercio con Irán no será sancionado en el contexto de una reanudación de la participación de Estados Unidos en el acuerdo nuclear iraní son exactos, esto puede ocultar un intento ruso de retrasar un acuerdo a fin de mantener el suministro de petróleo iraní fuera del mercado por el momento. También podría proporcionar a Rusia un importante resquicio contra las sanciones económicas y financieras.

HS: ¿Cómo caracterizaría y explicaría la cobertura de los medios de comunicación panárabes del ataque de Rusia contra Ucrania?

MR: Es muy difícil generalizar sobre los medios de comunicación árabes y las respuestas populares a la invasión rusa de Ucrania. En la medida en que se ve como un conflicto ruso-ucraniano, a menudo se presenta como una invasión ilegítima de un país por parte de un vecino más grande y poderoso que no puede reclamar el derecho de autodefensa, y que al hacerlo está produciendo un sufrimiento humano masivo y una crisis de refugiados. En la medida en que se considera una contienda geopolítica en la que Rusia y Occidente se enzarzan en una guerra por poderes contra el último ucraniano, hay una mezcla de simpatía por este pueblo, por la determinación de Rusia de no tener a la OTAN a sus puertas, y de un sentimiento en contra del autoproclamado derecho de Rusia a dictar las relaciones exteriores de un Estado extranjero.

Muchos aplauden la valentía de los ucranianos por resistir frente a lo que parecen ser probabilidades abrumadoras, otros sienten que los líderes ucranianos permitieron innecesariamente que su país fuera utilizado como un peón en un conflicto de grandes potencias, especialmente porque la OTAN desde el principio dejó claro que no defendería a Ucrania. Por supuesto, también existe la preocupación de que se produzca una nueva escalada y las posibles ramificaciones en la región. Una vez que se va más allá de la empatía por las víctimas civiles de este conflicto, al igual que en cualquier otro lugar, las posiciones suelen reflejar afiliaciones políticas y puntos de vista geopolíticos preexistentes. Por regla general, hay poco amor por Rusia, especialmente entre quienes se oponen a su papel en Siria, pero Estados Unidos es activamente vilipendiado en toda la región.

Cabe recordar que las imágenes de sufrimiento, destrucción, desplazamiento forzoso y exilio son realidades que para una parte importante de los habitantes de Oriente Medio son experiencias que han soportado personalmente, en muchos casos durante décadas o desde su nacimiento. Por ello, las imágenes suelen resonar en ellos de forma personal.

Otro tema principal ha sido la extraordinaria hipocresía en la forma en que los gobiernos occidentales han respondido a este conflicto y la manera en que los medios de comunicación occidentales lo informan. Esto se refiere, por supuesto, a los gobiernos que llevaron a cabo o participaron en la invasión y ocupación ilegal de Iraq, pero que ahora pontifican sobre el derecho internacional, y a los Estados Unidos que se ponen en evidencia por su veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y luego afirman que una resolución de la Asamblea General tiene un significado real. Es igualmente difícil tomarse en serio la moralización estadounidense y británica sobre el sufrimiento de Ucrania cuando se considera su complicidad directa en infligir guerra, peste, hambruna y muerte al Yemen durante los últimos siete años.

En realidad, esto se remonta a 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea y Occidente descubrió que la anexión de territorio extranjero es realmente algo a lo que hay que oponerse y sancionar. Sin embargo, la anexión de Jerusalén Este y los Altos del Golán, que en ese momento todos los Estados que sancionaban a Rusia consideraban ilegal y nula, se había permitido durante décadas sin consecuencias. Por el contrario, fue cada vez más normalizada por Occidente, un proceso que culminó durante la presidencia de Trump con el reconocimiento por parte de Estados Unidos de la soberanía israelí sobre Jerusalén y los Altos del Golán, y una propuesta de anexión israelí adicional de territorio de Cisjordania a la que se hacía referencia rutinariamente como una iniciativa de paz en los medios de comunicación occidentales. Para que conste, Biden no ha dado marcha atrás en el reconocimiento por parte de Estados Unidos de las anexiones de Israel ni de la anexión marroquí del Sáhara Occidental.

Prácticamente todos los aspectos de esta crisis -corrección: todos los aspectos sin excepción- son un caso de estudio de la hipocresía y el doble rasero occidentales, y la mayoría de las veces también de racismo. Por ejemplo, Rusia tiene toda la razón al afirmar que Ucrania es relevante para la historia rusa y el desarrollo de la cultura y la identidad rusas. Sin embargo, nadie en su sano juicio cree que estas realidades indiscutibles doten a Rusia de derechos políticos en Ucrania, que le den derecho a invadir y ocupar siquiera un centímetro cuadrado de territorio ucraniano, y mucho menos a apoderarse de todo el país y reclamarlo como propio. Sin embargo, en el caso de Palestina, en Occidente se considera de sentido común evidente que la presencia de israelitas en ese territorio hace varios miles de años y el permanente apego religioso de los judíos a Palestina deberían traducirse en derechos territoriales exclusivos e incluso en la condición de Estado. 

De repente, los llamamientos a la moderación mutua, la denuncia de los terroristas suicidas, las exigencias de pasar décadas en una cámara de negociación, la condena de los combatientes que defienden sus pueblos y ciudades como cobardes que se esconden detrás de los civiles, la persecución asesina de los refugiados desesperados en las fronteras polaca y húngara, han dado paso no solo a un cálido abrazo a las víctimas del conflicto y la agresión, sino a la glorificación de la resistencia armada, incluida la de civiles ordinarios que trabajan en cadena para producir cócteles molotov que, si se utilizan correctamente, queman a sus objetivos hasta la muerte, y la de un soldado que se inmoló para detener un avance enemigo.

Hasta el 24 de febrero, la posición oficial era mantener la política fuera del deporte, e Israel dentro de la federación internacional de fútbol FIFA, ignorando a los francotiradores del ejército israelí que disparaban a los jugadores palestinos a la de la rodilla. Sin embargo, a los pocos días de invadir Ucrania, Rusia ha sido expulsada no solo de la FIFA, sino de todas las competiciones deportivas del planeta. Hasta el 24 de febrero, quienes boicoteaban a un Estado porque ocupaba a otro pueblo eran criminalizados y expulsados de sus puestos de trabajo y de sus cargos con una frecuencia cada vez mayor. Sin embargo, a los pocos días de la invasión de Ucrania estos mismos habitantes de la libertad comenzaron con la destrucción de las existencias de vodka producido en Letonia, prohibieron la enseñanza de Dostoievski y el concierto con música de Tchaikovsky, e incluso prohibieron la participación de felinos rusos en exposiciones, mientras sus gobiernos imponían no menos de 5.530 sanciones distintas a Rusia, que superan con creces las aplicadas a Irán y Corea del Norte.

Hasta el 24 de febrero, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas era denunciado sistemáticamente por tener la temeridad de preguntar por los derechos humanos del pueblo palestino. De repente, se ha convertido en una institución valorada precisamente porque condena la ocupación extranjera y las violaciones inherentes a este estado de cosas.

En su discurso del 1 de marzo ante el Consejo, el secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, se las arregló para denunciar a Rusia, afirmar que ningún Estado está exento de responsabilidad y exigir al Consejo que dejara de investigar a Israel en el espacio de dos minutos, y lo hizo sin ruborizarse ni pestañear. Quienes crean que la respuesta internacional ante Ucrania hará que Occidente sea más sensible a los derechos de los palestinos, al derecho internacional en Oriente Medio o a los refugiados de la región, solo tienen que leer sus palabras para comprender que se trata de una ilusión. No ocurrió tras la ocupación iraquí de Kuwait, y no ocurrirá en respuesta a la invasión rusa de Ucrania.

Foto de portada: Un convoy de vehículos blindados rusos avanza por una carretera en Crimea (AP).

Voces del Mundo

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