Farrah Hassen, CounterPunch, 21 marzo 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Farrah Hassen, doctora en Derecho, es escritora, analista política y profesora adjunta en el Departamento de Ciencias Políticas de Cal Poly Pomona (Universidad Estatal Politécnica de California).
La pasada semana se cumplió el 11º aniversario de la guerra en Siria.
Como estadounidense de origen sirio, es difícil reconocer un hito tan sombrío sin sentir una profunda angustia por las casi 500.000 vidas perdidas, el desplazamiento de más de 13 millones de personas y la destrucción de sus reliquias culturales.
A menudo me pregunto si los sirios y los refugiados palestinos que he conocido durante mis visitas allí siguen estando a salvo. Me aferro a mis recuerdos de antes de la guerra, como mi eufórico primer viaje a Alepo para descubrir mis raíces ancestrales. También recuerdo todavía aquel tranquilo día de 2004 en el que me deleité con el esplendor de las impresionantes ruinas romanas de Palmira, años antes de que los terroristas del Dáesh dañaran gravemente la antigua ciudad.
A pesar de esta implacable tragedia, el pueblo sirio ha mantenido su capacidad de resistencia al enfrentarse a los retos que tiene ante sí. Los refugiados también se han adaptado a sus hogares reubicados y a los campos de refugiados por todo Oriente Medio. Aunque las circunstancias no son las ideales, se centran en reconstruir sus vidas y algunos de ellos han creado sus propios negocios. Esto habla de su valentía y coraje, que rara vez aparece en las noticias.
Independientemente de cuántos aniversarios pasen, la solución al conflicto sigue siendo la misma. La comunidad internacional debe negociar un acuerdo político significativo en Siria que finalmente ponga fin a las hostilidades y permita que se arraigue la tan necesaria reconstrucción.
La guerra comenzó hace 11 años, cuando las protestas de la “Primavera Árabe” por la libertad y los derechos humanos estallaron en Túnez, Egipto y Libia.
Por la misma época, en la ciudad de Daraa, en el suroeste de Siria, un grupo de niños sirios pintó un grafiti en un muro contra el presidente Bashar al-Assad. En respuesta, las fuerzas de seguridad del gobierno los detuvieron y los torturaron.
La indignación por el horrible trato que recibieron desencadenó protestas por la dignidad de todo el pueblo sirio y una denuncia de las décadas de gobierno autoritario y corrupción de la familia Assad. El aumento de la pobreza intensificó su preocupación, ya que la economía siria, basada principalmente en la agricultura, había sufrido las consecuencias de una grave sequía. En conjunto, estos factores desencadenaron un levantamiento generalizado el 15 de marzo de 2011.
A medida que aumentaban las manifestaciones, Assad respondía con brutalidad y hacía pocas concesiones. Finalmente, el movimiento de protesta, inicialmente pacífico, se convirtió en una variada oposición armada abastecida por poderosos Estados regionales como Arabia Saudí y Turquía. Los grupos terroristas no estatales que se oponían al gobierno de Assad, como el Dáesh, explotaron el caos.
Estados Unidos lideró entonces una coalición militar contra el Dáesh en 2014, que todavía lleva a cabo operaciones dentro de Siria y ha contribuido aún más a la violencia. A medida que se intensificaban los combates, los antiguos aliados de Siria, Irán y Rusia, apoyaron a Assad. A petición de Assad, Rusia intervino formalmente en 2015 y, sin que quepa duda alguna, le ha mantenido en el poder.
Lo que comenzó como un levantamiento sirio ha mutado en múltiples guerras por delegación, incluso en un momento dado entre Estados Unidos y Rusia. El vecino Israel, que sigue ocupando los Altos del Golán sirios, ataca con frecuencia objetivos iraníes dentro de Siria.
En el lapso de una década, Siria se ha convertido en un campo de reclutamiento de terroristas, en un campo de batalla para los Estados que compiten por intereses geopolíticos y en un estímulo para la industria armamentística. No es de extrañar, pues, que se haya producido allí la mayor crisis de refugiados del mundo.
Los derechos fundamentales del pueblo sirio, que se levantó valientemente y exigió dignidad, se han perdido de forma preocupante en medio de este caos. Un informe de 2021 de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre Siria concluyó que todos los bandos del conflicto han cometido las “más atroces” violaciones de los derechos humanos, incluidos posibles crímenes de guerra.
En un caso, un ataque de un dron estadounidense en 2019 mató hasta 64 mujeres y niños en la ciudad de Baghuz, según un informe de investigación del New York Times. En otros casos, el ejército sirio y las fuerzas aéreas rusas han bombardeado barrios civiles, hospitales y mercados. Todas las partes deben rendir cuentas por estos crímenes.
Mientras la atención del mundo se centra en la guerra de Rusia en Ucrania, Rusia también ha continuado su guerra en Siria, donde las condiciones son terribles.
Además del continuo número de muertes y desplazamientos de sirios, la tasa de pobreza ronda el 90%. Unos 14,6 millones de personas en Siria dependen de la ayuda humanitaria. La guerra de Ucrania ha amenazado aún más la seguridad alimentaria de Siria, ya que la mayor parte del trigo que se importa a Siria procede de Rusia y Ucrania.
Las sanciones económicas de Estados Unidos a Siria también están perjudicando más a los civiles que a sus objetivos. No han llevado a la destitución de Assad, pero han dejado a las comunidades sin productos básicos.
La guerra en Siria nunca debería haber llegado a su undécimo aniversario. Solo un acuerdo político internacional puede poner fin a los combates y al sufrimiento del pueblo sirio. Por el bien de los fallecidos y de otras víctimas olvidadas desde hace tiempo, la comunidad internacional debe mostrar la misma determinación para poner fin a la guerra en Siria que la que ha mostrado hasta ahora en Ucrania.
Foto de portada: Zona destruida de Raqqa, situada en el norte de Siria, junto al río Éufrates. (Autor: Mahmud Bali (VOA) – dominio público)