Yassin al-Haj Saleh, Al-Jumhuriya English, 25 marzo 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Yassin al-Haj Saleh es un escritor sirio, expreso político y cofundador de Al-Jumhuriya. Su último libro está disponible en español «Siria, la revolución imposible» (Ediciones del Oriente y el Mediterráneo)
Hasta hace poco parecía que mucha gente en Occidente pensaba que la guerra rusa en Ucrania era cualitativamente diferente de la que lleva seis años y medio en Siria. Mientras asistimos a la indignación internacional por la invasión rusa de Ucrania y los países europeos arman a los ucranianos contra los invasores, ni un solo país occidental condenó la guerra de Rusia en Siria ni exigió la retirada de las fuerzas rusas del país. La guerra contra el terrorismo, entendida implícitamente como una guerra contra el islamismo militante, ha creado un terreno común entre Estados Unidos, los países europeos y Rusia en Siria. Muchos regímenes autoritarios y cleptocráticos de la región y, por supuesto, Israel, comparten también ese terreno. Aunque parezca increíble, apenas hubo voces que se opusieran a esa guerra, incluso entre los intelectuales y las organizaciones de derechos humanos. Hasta autoridades de izquierda, como Noam Chomsky, niegan que la guerra rusa en Siria sea imperialista porque Rusia está apoyando al “gobierno”. ¿Y si el “gobierno” es una guerra civil permanente contra la mayoría de su población? ¿Y si es un genocidio? La misma autoridad apoya ahora el derecho ucraniano a defender su país, pero jamás el de los sirios.
Las relaciones entre las potencias occidentales y Rusia no han estado nunca más cerca de la guerra desde la Segunda Guerra Mundial que después de la invasión rusa de Ucrania, mientras que EE.UU. y Rusia nunca estuvieron más cerca uno del otro que en Siria tras el acuerdo químico de septiembre de 2013. Para decirlo de otra manera, ha habido dos Rusias en Siria, una de ellas se llama Estados Unidos de América, y todo lo que la Rusia rusa ha estado haciendo ha sido esencialmente aceptable para la Rusia estadounidense. Todavía no está claro si esta hermandad imperialista cambiaría después de la invasión de Ucrania, donde la Rusia rusa es ahora considerada la mala. Por mi parte, lo dudo mucho.
En Siria, la guerra de Rusia es una continuación de la guerra que un régimen genocida estaba librando contra sus súbditos rebeldes, una guerra que llevaba cuatro años y medio hasta finales de septiembre de 2015, cuando la Rusia imperialista intervino. En Ucrania, que, a diferencia de Siria, es vecina de Rusia, la guerra es contra un gobierno elegido. Siria no ha tenido elecciones libres desde hace 60 años, y esa es una de las principales razones por las que tuvimos una revolución (que se convirtió después en guerra). Sin embargo, las dos guerras tienen algo en común: ambas son contra la población local, mucho más débil que el agresor. Ambas están dirigidas por la Rusia autoritaria que ha expresado abiertamente su hostilidad hacia la democracia, ya sea en la propia Rusia, o en Ucrania y toda la región postsoviética, o en Oriente Medio. La Rusia putinista ha expresado abiertamente su enemistad con la “Primavera Árabe”.
No es seguro que el régimen de Putin hubiera llevado a cabo su actual guerra de agresión si su guerra en Siria se hubiera enfrentado a una poderosa oposición internacional. Precisamente porque Siria no es vecina de Rusia, obtener un mandato indiscutible sobre ella fue un gran impulso para las ambiciones imperiales de Putin. Invadir Ucrania no es en absoluto una ruptura de esta ambición imperialista, es un paso más en la resurrección del imperio ruso. Desde su base en Siria, los buques de guerra rusos se trasladaron a Ucrania (al menos antes de que Turquía cerrara los estrechos). Esto significa que es incoherente y poco ético condenar la nueva agresión rusa sin remontarse a la última guerra expansionista del mismo régimen, condenarla y ayudar a los sirios a recuperar su país.
¿Sigue siendo posible para alguien, después del 24 de febrero, dividir el putinismo con una cara perniciosa en Ucrania y otra benigna en Siria? Por desgracia, la respuesta parece ser afirmativa, no solo entre los fascistas y los populistas de derechas en Europa. En la primera semana después de la guerra, ya hubo una colección nada agradable de comentarios racistas por parte de periodistas y políticos que jerarquizan a las víctimas de la guerra y a los refugiados según el color de su pelo, piel y ojos. Los que son como nosotros, europeos nativos y premigrantes, merecen apoyo, a diferencia de los sirios, iraquíes, afganos y africanos, o incluso de los europeos posmigrantes. El primer ministro búlgaro, Kiril Petkov, llegó a decir: “Estos refugiados [ucranianos] no son los refugiados a los que estamos acostumbrados. Estas personas son europeas, inteligentes y educadas. No es la oleada de refugiados a la que estábamos acostumbrados, gente de la que no estábamos seguros de su identidad, que podían ser incluso terroristas”. Los comentarios narcisistas y autocomplacientes que se escuchan de los interlocutores europeos y occidentales no son sorprendentes después del giro genocrático, a pesar del continuo zumbido sobre los derechos humanos. Sin embargo, el “inteligente” comentario de Petkov sería malinterpretado si se entendiera como un gesto de bienvenida a los refugiados ucranianos. Creo que es más bien una expresión de hostilidad hacia la condición de posmigrante en Europa.
Charlie D’Agata, destacado corresponsal de CBS News en el extranjero, dijo que Ucrania “no es un lugar, con el debido respeto, como Iraq o Afganistán, que han visto cómo conflicto arrasaba todo durante décadas. Se trata de una ciudad relativamente civilizada, relativamente europea -también tengo que elegir esas palabras con cuidado-, en la que no se esperaría eso, ni se esperaría que algo así ocurriera”. En el Telegraph, Daniel Hannan escribió: “Se parecen tanto a nosotros. Eso es lo que lo hace tan chocante. Ucrania es un país europeo. Su gente ve Netflix y tiene cuentas de Instagram, vota en elecciones libres y lee periódicos sin censura. La guerra ya no es algo que se hace contra poblaciones empobrecidas y remotas”. La lógica que subyace en estos dos comentarios, recogidos por muchos, como AMEJA (siglas en inglés de la Asociación de Periodistas Árabes y de Oriente Medio), que se expone en un comunicado especial sobre estas declaraciones racistas, es que esto no debería ocurrirles a los ucranianos porque son como nosotros, y por supuesto, a diferencia de ellos, nosotros somos grandes por lo que somos. Los observadores se ven obligados a concluir que no pasa nada si lo que les ocurre a los que son como nosotros les ocurre también a los que no son como nosotros. Forma parte de lo que son que estén empobrecidos, que solo puedan leer periódicos censurados y que solo voten en elecciones no libres.
Aimé Césaire, el gran poeta y político martiniqués, tiene algo que decir a estos “civilizados”. En su Discurso sobre el colonialismo, escribió “lo que él [‘el muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX’] no puede perdonar a Hitler no es el crimen en sí mismo, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre como tal, es el crimen contra el hombre blanco, la humillación del hombre blanco, y el hecho de que haya aplicado a Europa procedimientos colonialistas que hasta entonces estaban reservados exclusivamente a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de África”. Parece que este mordaz castigo a la lógica racista sigue siendo válido. En su libro Frames of War, Judith Butler defiende que las distintas formas de racismo, instituido y activo al nivel de la percepción, tienden a producir “versiones icónicas de unas poblaciones eminentemente dignas de ser lloradas, y de otras cuya pérdida no constituye una pérdida como tal al no ser objeto de duelo”.
Incluso los escritores internacionales que pudieron escribir una carta abierta condenando la invasión rusa y apoyando al pueblo ucraniano no mencionaron ni una sola vez a Siria, al menos como precedente de la guerra en curso del mismo régimen oligárquico. La mayoría de los 1040 firmantes no pronunciaron ni una palabra sobre la guerra rusa en Siria. Yo mismo, como firmante de la carta, he notado la distribución diferencial de la solidaridad, así como la capacidad diferencial de duelo por las vidas: una proyección en la vida intelectual de la lógica racista de la soberanía global y el imperialismo. Es decepcionante ver que esta lógica se propaga incluso en el contexto de la condena de actos de imperialismo, como la más reciente guerra putinista.
Hace unos meses estuve en Ucrania participando en la Bienal de Kiev. Mi participación fue crítica con el concepto de solidaridad y su práctica en Occidente, especialmente la solidaridad selectiva, que parece estar bastante normalizada en Europa. Hablando en Kiev en noviembre de 2021, no se me ocurrió entonces que en cuatro meses vería esta selectividad en relación con la misma potencia imperialista, Rusia: criminal en Ucrania, pero no criminal en mi país, Siria. ¿Dice esto algo sobre Ucrania o Siria, o incluso sobre la propia Rusia? Más bien dice cosas muy desagradables sobre las potencias globales, y la mercantilización de las causas, que postulan, algunas, como “solidarias”, por así decirlo, y descartan otras, por lo general en relación con una mercantilización neoliberal de las causas, donde los que otorgan la solidaridad ganan capitales simbólicos a cambio.
¿Ha experimentado este patrón algún cambio durante las tres semanas de la invasión rusa de Ucrania? Es un alivio que más personas en los medios sociales, e incluso en los grandes medios de comunicación, se refieran al papel de Rusia en el apoyo al régimen monstruoso de Siria, y en la situación desesperada del país. Más gente se acuerda ahora de Alepo, y de que Rusia atacó hospitales en muchos distritos sirios antes de hacer lo mismo en Mariupol. Sin embargo, sería ingenuo pensar que esto marca un cambio paradigmático. Rusia sigue siendo un Estados Unidos de América en Siria.
Hay que defender a Ucrania y ayudar al pueblo ucraniano en su lucha por la independencia y la libertad. La guerra putinista es un acto de imperialismo puro, y debe ser condenada y hacer que los invasores se retiren totalmente.
Pero esto debe ocurrir también en Siria. En todo caso, la dinámica actual parece más cercana a la sirianización de Ucrania, dejando que caiga total o parcialmente bajo la ocupación, que a la ucranización de Siria, ayudando a los sirios de forma significativa contra el imperialismo ruso.
A través de la guerra, el mundo parece estar profundamente interconectado, a pesar de la activa política de desconexión centrada en las identidades de las fronteras.
(Foto de portada: Soldados rusos y sirios durante un ensayo para un desfile militar en la base aérea de Hmeimim, Latakia, Siria – mayo de 2016 © EPA)