La necesidad de tener en cuenta la «correlación de fuerzas»

Michael Klare, TomDispatch, 3 abril 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Michael T. Klare, colaborador habitual de TomDispatch, es profesor emérito de estudios sobre la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College, así como miembro visitante de la Arms Control Association. Es autor de 15 libros, el último de los cuales es All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change. Es uno de los fundadores del Comité para una Política Sensata entre Estados Unidos y China.

En los círculos militares occidentales, es común referirse al “equilibrio de fuerzas”: la alineación de tanques, aviones, barcos, misiles y formaciones de combate en los bandos opuestos de cualquier conflicto. Si uno tiene el doble de recursos de combate que su oponente y las capacidades de liderazgo de cada parte son aproximadamente iguales, debería ganar. Basándose en este razonamiento, la mayoría de los analistas occidentales supusieron que el ejército ruso -con una ventaja aparentemente abrumadora en número y equipamiento- superaría rápidamente a las fuerzas ucranianas. Es ya evidente que las cosas no han resultado exactamente así. El ejército ucraniano, de hecho, ha luchado contra los rusos hasta casi paralizarlos. Las razones de ello serán sin duda objeto de debate entre los teóricos militares durante años. Cuando lo hagan, podrían empezar por el sorprendente fracaso de Moscú a la hora de prestar atención a una ecuación militar diferente -la “correlación de fuerzas”- desarrollada originalmente en la antigua Unión Soviética.

Esta noción difiere de la de “equilibrio de fuerzas” al conceder mayor importancia a los factores intangibles. Establece que el más débil de dos beligerantes, medido en términos convencionales, puede prevalecer sobre el más fuerte si su ejército posee una moral más alta, un mayor apoyo en casa y el respaldo de importantes aliados. Si ese cálculo se hubiera realizado a principios de febrero, se habría llegado a la conclusión de que las perspectivas de Ucrania no eran ni mucho menos tan malas como los analistas rusos u occidentales solían suponer, mientras que las de Rusia eran mucho peores. Y eso debería recordarnos lo crucial que resulta comprender la correlación de fuerzas en este tipo de situaciones si se quieren evitar graves errores de cálculo y un sinnúmero de tragedias.

El concepto en la práctica antes de Ucrania

La noción de correlación de fuerzas tiene una larga historia en el pensamiento militar y estratégico. Algo parecido, por ejemplo, puede encontrarse en el epílogo de la novela épica de León Tolstoi, Guerra y Paz. Al escribir sobre la desastrosa invasión de Rusia por parte de Napoleón en 1812, Tolstoi observó que las guerras no se ganan por la superioridad general de los líderes carismáticos, sino por el espíritu de lucha de los soldados comunes que se alzan en armas contra un enemigo repugnante.

Esta perspectiva se incorporaría más tarde a la doctrina militar de los bolcheviques rusos, que trataban de calcular no solo la fuerza de las tropas y el equipamiento, sino también el grado de conciencia de clase y el apoyo de las masas en cada lado de cualquier conflicto potencial. Después de la revolución de 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial, el líder ruso Vladimir Lenin argumentó, por ejemplo, en contra de continuar la guerra con Alemania porque la correlación de fuerzas aún no era la adecuada para librar una “guerra revolucionaria” contra los Estados capitalistas (como instaba su compatriota León Trotsky). “Al resumir los argumentos a favor de una guerra revolucionaria inmediata”, dijo Lenin, “hay que concluir que tal política debería responder tal vez a las necesidades de la humanidad de luchar por lo bello, lo espectacular y lo llamativo, pero que despreciaría totalmente la correlación objetiva de fuerzas de clase y los factores materiales en la etapa actual de la revolución socialista ya iniciada”.

Para los bolcheviques de su época, la correlación de fuerzas era un concepto “científico”, basado en una evaluación tanto de los factores materiales (número de tropas y armas en cada bando) como de los cualitativos (el grado de conciencia de clase en cuestión). En 1918, por ejemplo, Lenin observó que “el campesinado pobre de Rusia… no está en condiciones de iniciar inmediatamente y en el momento actual una guerra revolucionaria seria. Ignorar esta correlación objetiva de fuerzas de clase en la presente cuestión sería un error fatal”. Por ello, en marzo de 1918, los rusos firmaron una paz por separado con las Potencias Centrales dirigidas por Alemania, cediéndoles mucho territorio y poniendo fin al papel de su país en la guerra mundial.

Cuando el Partido Bolchevique se convirtió en una dictadura institucionalizada bajo el mando de Iósif Stalin, el concepto de correlación de fuerzas se convirtió en un artículo de fe basado en la creencia en la victoria final del socialismo sobre el capitalismo. Durante las épocas de Jruschov y Brézhnev, en los años sesenta y setenta, los dirigentes soviéticos afirmaban regularmente que el capitalismo mundial había entrado en un declive irreversible y que el campo socialista, reforzado por los regímenes revolucionarios del “Tercer Mundo”, estaba destinado a alcanzar la supremacía mundial.

Este optimismo prevaleció hasta finales de la década de 1970, cuando la marea socialista en el Tercer Mundo comenzó a retroceder. Lo más significativo en este sentido fue la revuelta contra el gobierno comunista de Afganistán. Cuando el Partido Democrático Popular de Kabul, apoyado por los soviéticos, fue atacado por insurgentes islámicos, o muyahidines, las fuerzas soviéticas invadieron y ocuparon el país. A pesar de enviar contingentes de tropas cada vez mayores y de emplear una gran potencia de fuego contra los muyahidines y sus partidarios locales, el Ejército Rojo se vio finalmente obligado a volver cojeando a casa en 1989 para ver cómo la propia Unión Soviética implosionaba poco después.

Para los estrategas estadounidenses, la decisión soviética de intervenir y, a pesar de las interminables pérdidas, perseverar, era una prueba de que los dirigentes rusos habían ignorado la correlación de fuerzas, una vulnerabilidad que debía ser explotada por Washington. En la década de 1980, bajo el mandato del presidente Ronald Reagan, se convirtió en una política estadounidense armar y ayudar a los insurgentes anticomunistas de todo el mundo con el objetivo de derrocar a los regímenes prosoviéticos, una estrategia que a veces se denomina Doctrina Reagan. Se entregaron enormes cantidades de municiones a los muyahidines y a rebeldes como los Contras en Nicaragua, normalmente a través de canales secretos establecidos por la Agencia Central de Inteligencia. Aunque no siempre tuvieron éxito, estos esfuerzos generalmente pusieron en aprietos a los dirigentes soviéticos. Como escribió alegremente el secretario de Estado George Shultz en 1985, mientras que la derrota de Estados Unidos en Vietnam había llevado a los soviéticos a creer “que lo que ellos llamaban la ‘correlación de fuerzas’ global se estaba desplazando a su favor”, ahora, gracias a los esfuerzos de Estados Unidos en Afganistán y otros lugares, “tenemos razones para confiar en que ‘la correlación de fuerzas’ se está desplazando de nuevo a nuestro favor”.

Y sí, el fracaso soviético en Afganistán reflejó efectivamente una incapacidad para sopesar adecuadamente la correlación de todos los factores implicados: el grado en que la moral de los muyahidines superaba a la de los soviéticos, el apoyo relativo a la guerra entre las poblaciones soviética y afgana y el papel de la ayuda exterior proporcionada por la CIA. Pero las lecciones no terminaron ahí. Washington nunca consideró las implicaciones de armar a voluntarios árabes bajo el mando de Osama bin Laden o de permitirle crear una empresa yihadista internacional, “la Base” (Al Qaida), que más tarde se volvió contra Estados Unidos, lo que condujo a los ataques terroristas del 11-S y a una desastrosa “guerra global contra el terror” de 20 años que consumió billones de dólares y debilitó al ejército estadounidense sin eliminar la amenaza del terrorismo. Los dirigentes estadounidenses tampoco calcularon la correlación de fuerzas al emprender su propia guerra en Afganistán ignorando los factores que condujeron a la derrota soviética, sufriendo así el mismo destino 32 años después.

Los errores de cálculo de Putin en Ucrania

Ya se ha hablado mucho de los errores de cálculo del presidente ruso Vladimir Putin con respecto a Ucrania. Sin embargo, todos ellos empezaron con su incapacidad para evaluar adecuadamente la correlación de fuerzas implicadas en el conflicto que se avecinaba y que, curiosamente, fue el resultado de la mala interpretación que hizo Putin del significado de la salida de Estados Unidos de Afganistán.

Al igual que muchos en Washington –especialmente en el ala neoconservadora del Partido Republicano-, Putin y sus asesores cercanos consideraron la repentina retirada estadounidense como un signo evidente de la debilidad de Estados Unidos y, en particular, del desorden dentro de la alianza occidental. El poderío estadounidense estaba en plena retirada, creían, y las potencias de la OTAN irremediablemente divididas. “Hoy estamos asistiendo al colapso de la política exterior de Estados Unidos”, dijo Vyacheslav Volodin, presidente de la Duma Estatal rusa. Otros altos funcionarios se hicieron eco de su opinión.

Esto hizo que Putin y su círculo íntimo estuvieran convencidos de que Rusia podía actuar con relativa impunidad en Ucrania, lo que supone una interpretación radicalmente errónea de la situación mundial. De hecho, junto con los altos mandos militares estadounidenses, la Casa Blanca de Biden estaba ansiosa por salir de Afganistán. En su lugar, querían centrarse en lo que consideraban prioridades mucho más importantes, especialmente la revitalización de las alianzas de Estados Unidos en Asia y Europa para contener mejor a China y Rusia. “Estados Unidos no debe, y no lo hará, involucrarse en ‘guerras eternas’ que han costado miles de vidas y billones de dólares”, afirmó la administración en su Guía Estratégica Provisional de Seguridad Nacional de mayo de 2021. Así pues, Estados Unidos se posicionaría “para disuadir a nuestros adversarios y defender nuestros intereses… [y] nuestra presencia será más sólida en el Indo-Pacífico y en Europa”.

Como resultado, Moscú se ha enfrentado exactamente a lo contrario de lo que sin duda preveían los asesores de Putin: no a un Occidente débil y dividido, sino a una alianza de Estados Unidos y la OTAN recién dinamizada y decidida a ayudar a las fuerzas ucranianas con suministros de armas vitales (aunque limitados) mientras aísla a Rusia en la escena mundial. Ahora se están desplegando más tropas en Polonia y en otros Estados de “primera línea” que se enfrentan a Rusia, poniendo su seguridad a largo plazo en un riesgo aún mayor. Y quizá lo más perjudicial para los cálculos geopolíticos de Moscú sea que Alemania ha abandonado su postura pacifista, abrazando plenamente a la OTAN y aprobando un enorme aumento del gasto militar.

Pero los mayores errores de cálculo de Putin se produjeron respecto a las capacidades de combate comparativas de sus fuerzas militares y las de Ucrania. Evidentemente, él y sus asesores creían que estaban enviando a Ucrania el gigantesco Ejército Rojo de la época soviética, y no el mucho más débil ejército ruso de 2022. Y lo que es más grave, parece que creían que los soldados ucranianos recibirían a los invasores rusos con los brazos abiertos o que solo opondrían una resistencia simbólica antes de rendirse. Atribuyan este engaño, al menos en parte, a la inflexible creencia del presidente ruso de que los ucranianos eran realmente rusos de corazón y que, por tanto, acogerían con naturalidad su propia “liberación”.

Lo sabemos, en primer lugar, porque muchas de las tropas enviadas a Ucrania -a las que solo se les dio suficiente comida, combustible y munición para unos pocos días de combate- no estaban preparadas para luchar en un conflicto prolongado. No es de extrañar que tengan una moral sorprendentemente baja. Lo contrario ha ocurrido con las fuerzas ucranianas que, después de todo, están defendiendo sus hogares y su país, y han sido capaces de explotar las debilidades del enemigo, como los largos y lentos trenes de suministro, para infligir grandes pérdidas.

También sabemos que los altos funcionarios de inteligencia de Putin le proporcionaron información inexacta sobre la situación política y militar de Ucrania, lo que contribuyó a que creyera que las fuerzas defensoras se rendirían tras unos pocos días de combate. Posteriormente, detuvo a algunos de esos funcionarios, incluido Sergey Beseda, jefe de la rama de inteligencia exterior del FSB (el sucesor del KGB). Aunque se les acusó de malversación de fondos estatales, el verdadero motivo de su detención, según Vladimir Osechkin, un activista de derechos humanos ruso exiliado, fue proporcionar al presidente ruso “información poco fiable, incompleta y parcialmente falsa sobre la situación política en Ucrania”.

Como están redescubriendo los dirigentes rusos, apenas dos décadas después de la debacle soviética en Afganistán, no evaluar adecuadamente la correlación de fuerzas cuando se entabla una batalla con enemigos, supuestamente más débiles, en su propio terreno puede conducir a resultados desastrosos.

Las evaluaciones erróneas de China

Históricamente, los dirigentes del Partido Comunista Chino han sido muy cuidadosos a la hora de calibrar la correlación de fuerzas cuando se enfrentan a adversarios extranjeros. Por ejemplo, proporcionaron una considerable ayuda militar a los norvietnamitas durante la guerra de Vietnam, pero no tanto como para que Washington los considerara un beligerante activo que requería un contraataque. Del mismo modo, a pesar de sus reivindicaciones sobre la isla de Taiwán, hasta ahora han evitado cualquier movimiento directo para tomarla por la fuerza y arriesgarse a un encuentro a gran escala con fuerzas estadounidenses potencialmente superiores.

En base a este historial, resulta sorprendente que, hasta donde sabemos, los dirigentes chinos no hayan generado una evaluación precisa de los planes de Putin para Ucrania ni de la probabilidad de una intensa lucha por el control de ese país. En realidad, los dirigentes chinos han mantenido durante mucho tiempo relaciones cordiales con sus homólogos ucranianos y sus servicios de inteligencia seguramente han proporcionado a Pekín información fiable sobre las capacidades de combate de ese país. Por ello, resulta sorprendente que la invasión y la feroz resistencia ucraniana les haya pillado tan desprevenidos

Asimismo, deberían haber sacado las mismas conclusiones que sus homólogos occidentales a partir de los datos satelitales que mostraban la enorme acumulación militar rusa en las fronteras de Ucrania. Sin embargo, cuando el gobierno de Biden les presentó información de inteligencia que indicaba que Putin tenía la intención de lanzar una invasión a gran escala, los altos dirigentes se limitaron a regurgitar las afirmaciones de Moscú de que se trataba de pura propaganda. Como resultado, China ni siquiera evacuó a miles de sus propios ciudadanos de Ucrania cuando Estados Unidos y otras naciones occidentales lo hicieron, dejándolos en su lugar cuando estalló la guerra. E incluso entonces, los chinos afirmaron que Rusia solo estaba llevando a cabo una operación policial de menor importancia en la región de Donbás de ese país, lo que les hace parecer fuera de contacto con las realidades sobre el terreno.

China también parece haber subestimado seriamente la ferocidad de la reacción estadounidense y europea ante el asalto ruso. Aunque nadie sabe a ciencia cierta lo que ocurrió en las discusiones políticas de alto nivel entre ellos, es probable que también hayan interpretado mal el significado de la salida estadounidense de Afganistán y, al igual que los rusos, hayan asumido que indicaba la retirada de Washington del compromiso global. “Si Estados Unidos no puede ni siquiera asegurar una victoria en una rivalidad con países pequeños, ¿cuánto mejor podría hacerlo en un juego de grandes potencias con China?”, se preguntaba el periódico estatal Global Times en agosto de 2021. “La asombrosa rapidez con la que los talibanes han tomado el control de Afganistán ha demostrado al mundo que la competencia de Estados Unidos para dominar los juegos de grandes potencias se está desmoronando”.

Este error de cálculo -tan evidente en la potente respuesta de Washington a la invasión rusa y en su acumulación militar en la región Indo-Pacífica- ha puesto a los dirigentes chinos en una posición incómoda, ya que la administración Biden intensifica la presión sobre Pekín para que niegue ayuda material a Rusia y no permita el uso de los bancos chinos como conductos para las empresas rusas que tratan de evadir las sanciones occidentales. Durante una teleconferencia el 18 de marzo, el presidente Biden habría advertido al presidente Xi Jinping de “las implicaciones y consecuencias” para China si “proporciona apoyo material a Rusia”. Presumiblemente, esto podría implicar la imposición de “sanciones secundarias” a las empresas chinas acusadas de actuar como agentes de empresas o agencias rusas. El hecho de que Biden se sintiera capaz de lanzar semejantes ultimátum al líder chino refleja una nueva y potencialmente peligrosa sensación de influencia política en Washington, basada en la aparente indefensión de Rusia ante las sanciones impuestas por Occidente.

Evitar la extralimitación estadounidense

En la actualidad, la correlación de fuerzas mundial parece realmente positiva para Estados Unidos y eso, en un extraño sentido, debería preocuparnos a todos. Sus principales aliados se han unido a su lado en respuesta a la agresión rusa o, al otro lado del planeta, al temor al ascenso de China. Y las perspectivas para los principales adversarios de Washington no parecen muy halagüeñas. Incluso si Vladimir Putin saliera de la presente guerra con una mayor porción de territorio ucraniano, presidirá sin duda una Rusia claramente disminuida. Ya era un petroestado inestable antes de que comenzara la invasión, y ahora está en gran medida aislada del mundo occidental y condenada a un atraso perpetuo.

Con una Rusia ya disminuida, China puede experimentar un destino similar, al haber puesto tantas expectativas en una asociación importante con un país que se tambalea. En tales circunstancias, será tentador para la administración Biden explotar todavía más este momento único buscando una ventaja aún mayor sobre sus rivales, por ejemplo, apoyando el “cambio de régimen” en Moscú o un mayor cerco a China. El comentario del presidente Biden del 26 de marzo sobre Putin –“este hombre no puede permanecer en el poder”- sugiere ciertamente el anhelo de tal futuro. (La Casa Blanca intentó más tarde retractarse de sus palabras, afirmando que solo quería decir que a Putin “no se le puede permitir ejercer el poder sobre sus vecinos”). En cuanto a China, los recientes comentarios de altos funcionarios del Pentágono en el sentido de que Taiwán es “fundamental para la defensa de los intereses vitales de Estados Unidos en el Indo-Pacífico” sugieren cierta inclinación a abandonar la política estadounidense de “una sola China” y reconocer formalmente a Taiwán como Estado independiente, poniéndolo bajo la protección militar de Estados Unidos.

En los próximos meses podemos esperar un mayor debate sobre los méritos de estas medidas. Los expertos y políticos de Washington, que todavía sueñan con Estados Unidos como la potencia sin parangón del planeta Tierra, argumentarán sin duda que este es el momento en el que Estados Unidos podría realmente derrotar a sus adversarios. Esa extralimitación -que implica nuevas aventuras que excederían las capacidades estadounidenses y conducirían a nuevos desastres- es un verdadero peligro.

Buscar un cambio de régimen en Rusia (o en cualquier otro lugar, en realidad) seguramente alienará a muchos gobiernos extranjeros que ahora apoyan el liderazgo de Washington. Asimismo, un movimiento precipitado para atraer a Taiwán a la órbita militar de Estados Unidos podría desencadenar una guerra entre Estados Unidos y China, que ninguna de las partes desea, con consecuencias catastróficas. La correlación de fuerzas puede parecer ahora favorable a Estados Unidos, pero si hay algo que aprender del momento actual es lo voluble que pueden resultar esos cálculos y lo fácil que puede volverse la situación mundial en nuestra contra si nos comportamos caprichosamente.

Imaginemos, pues, un mundo en el que las tres “grandes” potencias han malinterpretado la correlación de fuerzas que pueden encontrar.  Mientras los altos funcionarios rusos continúen hablando del uso de armas nucleares, cualquiera debería sentir ansiedad ante un futuro de extralimitación definitiva que no va a correlacionarse con nada bueno en absoluto.

Voces del Mundo

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