David Ost, Foreign Policy in Focus, 31 marzo 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

David Ost es profesor de política en los Hobart and William Smith Colleges, en el norte del estado de Nueva York. Ha escrito mucho sobre Europa del Este, centrándose en las cuestiones relativas al trabajo, la clase, la democracia y la nueva derecha. Entre sus libros destacan: “Solidarity and the Politics of Anti-Politics”, “Workers After Workers’ States”, “The Defeat of Solidarity” y una colección elaborada en edición especial titulada “Class After Communism”. Sus artículos han aparecido en Politics and Society, Eastern European Politics and Society, Constellations, European Journal of Social Theory, Comparative Politics, Theory and Society, Perspectives on Politics, European Journal of Industrial Relations, The Nation, Dissent, Telos y Tikkun. Actualmente trabaja en un libro que llevará el título de “Workers, The Fascist Allure, and the Transformation of the Left”.
A los izquierdistas les resulta difícil estar en el mismo bando que la corriente dominante. En esos momentos podemos sentir fácilmente que estamos perdiendo algo, que estamos defraudando la lucha, que al unirnos incluso a un actor ciertamente malo estamos ayudando a fortalecer a la némesis en casa, permitiéndole aparecer como el bueno. Ese ha sido el caso desde 1917 con respecto a la izquierda occidental y Rusia. Antes de 1917, la Izquierda consideraba a la autocracia zarista como el pináculo de la reacción autoritaria, una actitud que facilitó el camino para que los partidos socialistas de los enemigos de Rusia abrazaran la Primera Guerra Mundial. Pero desde la Revolución Rusa, la Izquierda ha sido cautelosa a la hora de unirse a cualquier condena burguesa occidental del país, a pesar de sus propias objeciones, a menudo feroces, al estalinismo o a la represión de la democracia interna.
Ahora que la guerra entra en su segundo mes, vemos de nuevo esta situación en el caso de Ucrania, a pesar de que la Rusia de Putin está mucho más cerca del modelo zarista que de cualquier otra cosa del período soviético. En los primeros días de la invasión, parecía que casi todo lo que los destacados comentaristas de la izquierda occidental podían hablar no era de Rusia sino de la OTAN. La invasión fue un error, solían afirmar al principio y luego procedían a centrarse en el “verdadero” culpable, invariablemente Occidente. ¿Su culpa? Que ya había ampliado la OTAN hacia el este y que no descartaba la posibilidad de que Ucrania entrara en ella. No importaba que la expansión de la OTAN fuera más impulsada por los europeos del este que por Washington, que en un principio estaba bastante dividido al respecto. Tampoco importaba que el ingreso de Ucrania en la OTAN fuera apenas inminente, o que en ningún escenario fuera imaginable un ataque de la OTAN a Rusia.
Lo que importaba era que todos estos movimientos enfurecían a Rusia, y era la ira justificada de Rusia en la que tantos izquierdistas occidentales parecían tan ansiosos por centrarse en estos primeros días tras la invasión de Rusia. De este modo han minimizado efectivamente la responsabilidad de Rusia al adoptar una visión “realista” de que la furia destructiva de una “gran” potencia es algo que el mundo debe aceptar de algún modo como normal. No es de extrañar que los izquierdistas de Europa del Este hayan sido implacables en sus críticas a sus homólogos occidentales, acusándoles de “westsplaining” (ya está Occidente dando lecciones al mundo).
Incluso Noam Chomsky, aunque criticó más visceralmente la invasión -la calificó como “un gran crimen de guerra, que se sitúa al lado de la invasión de Iraq por parte de Estados Unidos y de la invasión de Polonia por parte de Hitler y Stalin en septiembre de 1939”-, procedió a hablar de la OTAN, respaldando la afirmación de otra persona de que “no habría habido ninguna base para la crisis actual si no hubiera habido expansión” de la OTAN. Una vez más, Putin aparece aquí como alguien casi impotente, alguien a quien no parece quedarle otra opción que invadir Ucrania para tratar de defender a Rusia.
La declaración del “Partido para el Socialismo y la Liberación” fue más contundente, pero no difiere realmente del enfoque de muchos otros: “Aunque no apoyamos la invasión rusa, reservamos nuestra más enérgica condena [énfasis añadido] al gobierno de Estados Unidos, que rechazó las legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia en la región”.
En otras palabras, en los primeros días de esta invasión brutal y completamente no provocada de un país soberano, la primera preocupación de muchos izquierdistas occidentales fue contextualizar la invasión, trasladando la culpa al enemigo en casa, y quedando así al margen de la avalancha de condenas de la corriente dominante.
En cuanto a sus supuestas “garantías de seguridad”, quizá Rusia las “necesite”; las grandes potencias siempre insisten en ello. Pero es escandaloso que los izquierdistas se preocupen más por los intereses de seguridad de una gran potencia -en este caso, una potencia militarista de derechas que se mantiene casi por completo con la extracción y venta de combustibles fósiles que matan el planeta- que por los deseos de un pueblo pequeño que espera asegurar su independencia y no ser invadido. Los izquierdistas nunca han tratado a los pueblos marginados por el imperialismo occidental de una manera tan despectiva.
Pasar por alto el imperialismo
Sin embargo, esto no me sorprende tanto. Llevo escribiendo como izquierdista sobre Europa del Este desde finales de los años setenta. Cuando criticaba duramente las políticas soviéticas o apoyaba los movimientos de oposición en el bloque soviético, los colegas de la izquierda occidental me miraban a veces con recelo. Al fin y al cabo, la prensa dominante y, por lo general, incluso el gobierno estadounidense, criticaban a menudo las mismas cosas y, al menos, apoyaban discursivamente los mismos movimientos. ¿No estaba yo apoyando las políticas de los gobiernos occidentales de la Guerra Fría cuando, como estadounidense, debería centrarme en cómo cambiar las cosas aquí?
A principios de la década de 1980 escribí numerosos artículos desde Polonia para el semanario de izquierda estadounidense In These Times sobre el movimiento sindical Solidaridad, un movimiento obrero que luchaba contra el gobierno respaldado por los soviéticos y que practicaba la democracia participativa, se oponía al capitalismo y exigía sindicatos independientes. Cuando llegué a casa, un amigo me presentó como un “antiguo izquierdista”. El hecho de que mi crítica al sistema socialista de Estado, supuestamente de izquierdas, nunca sonara como la de sus homólogos burgueses -el hecho de que los izquierdistas defendieran realmente los derechos laborales de los trabajadores polacos, a diferencia de, por ejemplo, la cínica defensa de Solidaridad por parte de Ronald Reagan mientras aplastaba los movimientos obreros en su país- no significaba nada para algunos izquierdistas, preocupados sobre todo por el hecho de que adoptar una determinada posición les ponía “del mismo lado” que sus enemigos en casa.
Sin embargo, es contrario a todos los principios internacionalistas, y claramente usacéntrico, pasar por alto, aunque sea levemente, un imperialismo solo porque el país que lo hace se opone al país que tú crees que lo hace más. Culpar a Estados Unidos de que Rusia invada Ucrania es como culpar al Partido Comunista Alemán del asesinato de Rosa Luxemburgo. Si el Partido no hubiera organizado un levantamiento, al que los Freikorps y el gobierno habían dejado claro que se resistirían, no la habrían fusilado. En política, los Estados siempre se enfrentan a provocaciones. Pero no están obligados a responder de la peor manera posible.
El problema de la OTAN
Por supuesto, la OTAN ha sido durante mucho tiempo un importante punto de discordia para Rusia. Occidente ha entendido la perspectiva de la adhesión de Ucrania como algo tan inaceptable para Rusia que la OTAN ha declarado repetidamente que no había planes para iniciar la adhesión, aunque sin retirar formalmente su declaración de 2008 de que ese era el objetivo a largo plazo.
Entonces, ¿invadió Putin para mantener a la OTAN fuera de Ucrania? Objetar a la OTAN es una cosa. Pero librar una guerra que invariablemente conduce al fortalecimiento de la OTAN sugiere que ésta no es la cuestión clave aquí. Si el objetivo principal fuera eliminar el ingreso en la OTAN, Rusia podría haber mantenido sus tropas alrededor de Ucrania y haber anunciado que estaba lista para invadirla. Entonces habría aplazado cualquier ataque a la espera de las conversaciones de emergencia sobre la neutralidad ucraniana. En caso de ser rechazada, podría haber iniciado una incursión limitada en las tierras ya controladas por los separatistas y amenazar con una escalada si no había un acuerdo sobre la OTAN. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, dijo poco después de la invasión que estaba abierto a discutir la cuestión de la neutralidad. Putin podría haber tomado varias medidas sin llegar a una guerra total para abordar lo que muchos han dicho que es el principal agravio de Rusia.
Por lo tanto, debe haber habido algo más. Y no se ha ocultado.
Putin ha venido expresando ampliamente sus opiniones sobre Ucrania durante años. En julio de 2021, Putin escribió (tal vez él mismo) un artículo de 7.000 palabras completamente dedicado a dos puntos: que Ucrania es una parte inalienable de Rusia y que los ucranianos no tienen derecho a gobernarse a sí mismos a menos que lo hagan en profunda colaboración con Rusia. El artículo argumenta que durante más de mil años existió una conexión inquebrantable entre Rusia y Ucrania hasta que Lenin y los bolcheviques la rompieron definitivamente, permitiendo que una gran república soviética ucraniana se convirtiera en un Estado independiente cuando la Unión Soviética se derrumbó.
Olvidemos por un momento la extraña suposición de que las naciones adoptan su forma eterna en un momento determinado de la creación. La cita más importante de Putin es ésta: “La política soviética de nacionalidades creó tres pueblos eslavos separados, cuando en realidad solo hay una gran nación rusa, un pueblo trino que comprende a los grandes rusos [es decir, los rusos], los pequeños rusos [es decir, los ucranianos] y los bielorrusos”.
El problema, pues, de todos los relatos que se centran en la OTAN -un tema apenas mencionado en el texto de julio de Putin- es que niegan a Putin la capacidad de acción. Presentan a Putin como alguien que solo es capaz de reaccionar ante Estados Unidos. Putin ha repetido sin cesar, y con claridad meridiana, lo que piensa de Ucrania al margen de la cuestión de la OTAN. La cuestión de la OTAN no carece ciertamente de importancia, pero los analistas occidentales que siguen insistiendo en su absoluta centralidad son sencillamente culpables de no dejar que los habitantes del Este, incluso en este caso el propio Vladimir Putin, hablen por sí mismos. Sin embargo, Putin lo tiene claro: si la OTAN, hace un año, hubiera retirado su adhesión, Putin seguiría teniendo el problema de que Ucrania insiste en que es una entidad completamente separada de Rusia.
Una prueba más de la centralidad del tema de “una gran nación rusa” proviene de un notable artículo publicado un día después de la invasión en Novosti, la agencia de noticias oficial rusa, y borrado horas más tarde cuando se dieron cuenta del alcance de la resistencia de Ucrania. Sorprendentemente, algunos en la cúpula directiva creían que esto iba a ser pan comido, porque el artículo anuncia que ha comenzado “una nueva era”, con Rusia “restaurando su plenitud histórica” al volver a unir al pueblo ruso “en su totalidad de grandes rusos, bielorrusos y pequeños rusos”. La independencia de Ucrania, continúa, es intolerable porque significa la “desrusianización de los rusos”.
¿Cuánto más claro puede decir Rusia que la OTAN era solo un síntoma menor de un problema mayor? Rusia habló públicamente de la OTAN porque sabía que era algo a lo que cualquiera que desconfiara del poderío estadounidense podría aferrarse, como una forma de minimizar la responsabilidad rusa. En efecto, deberíamos desconfiar del poderío estadounidense. Pero puestos a escuchar lo que dice Putin, entonces debemos reconocer sus claras y orgullosas expresiones de ambiciones totalmente imperialistas hacia Ucrania.
Putin y la izquierda
¿Siguen algunos albergando la idea de que Putin es una especie de izquierdista? ¿Es por eso que todavía existe esa reticencia en algunos círculos de la izquierda occidental (aunque no en los círculos de la izquierda de Europa del Este) a atribuir a Rusia las mismas malas intenciones que a Estados Unidos?
Es cierto que Putin sirvió durante mucho tiempo al Estado soviético, perteneció al Partido Comunista y lamentó el fin de la Unión Soviética. También es cierto que, en la mayoría de los conflictos internacionales durante la Guerra Fría, a excepción de los que se produjeron dentro del bloque soviético, la Unión Soviética solía estar en el lado progresista.
Pero Putin entró en el aparato estatal de la Unión Soviética no por ninguna razón progresista, sino para servir a un poderoso Estado ruso. No hay pruebas de que Putin se haya interesado nunca por algún tipo de ideología de izquierdas. Pertenece directamente a la tradición de aquellos antiguos emigrados del Ejército Blanco imperial que empezaron a abrazar a la Rusia soviética en los años 30 cuando vieron que ésta restablecía el poder de la Gran Rusia por el que habían estado presionando todo el tiempo.
De hecho, lo más cerca que está Putin de tener un héroe intelectual es uno de los teóricos clave del bando antibolchevique en la Guerra Civil: Ivan Ilyin, un monárquico cristiano y temprano admirador de Hitler, cuyas cenizas Putin recuperó de EE. UU. para reintegrarlas ceremoniosamente a Moscú. En cuanto a los líderes rusos en los que se inspira, su modelo es el zar Alejandro III, que revirtió las reformas de su predecesor y reforzó el régimen autoritario durante su reinado entre 1881 y 1894, convirtiéndose en un modelo para la derecha de Europa occidental que se resistía a las reformas liberales y socialistas, del mismo modo que Putin es ahora un héroe para Marine Le Pen o Tucker Carlson, que luchan contra las tendencias igualitarias “woke” en la actualidad.
George Kennan hizo sus advertencias sobre la expansión de la OTAN antes de que nadie hubiera oído hablar de Vladimir Putin. Cualquier Rusia probablemente desconfiaría de la OTAN en sus fronteras. Pero no cualquier Rusia trataría a Ucrania como un país desprovisto de los más elementales derechos de autodeterminación. Ni Lenin, ni Gorbachov, ni Yeltsin trataron así a Ucrania, y Putin los ha denunciado a los tres. No toda Rusia respondería a una lejana posibilidad de ingreso de Ucrania en la OTAN con una guerra total. Y para los que siguen volviendo a los justificados temores de Rusia ante la presencia de la OTAN en sus fronteras, ¿cómo explicar una invasión que, como cualquiera podría haber predicho, ya está conduciendo a una OTAN más agresivamente antirrusa que cualquier otra cosa desde el final de la Guerra Fría?
Reconocer la enorme culpabilidad de Putin no significa dar un pase libre a Estados Unidos. Dada su falta de voluntad para impulsar el ingreso de Ucrania en la OTAN, debería haber descartado públicamente esa posibilidad y haber trabajado para lograr un acuerdo conjunto de neutralidad que hubiera desactivado el principal argumento de Rusia. Sin embargo, a pesar de todos los pecados y culpas históricas de Estados Unidos, la guerra en Ucrania no es uno de ellos. Incluso Putin sitúa las causas de la guerra en la presión de Ucrania por la plena independencia, una presión, nos dice repetidamente, que no puede aceptar.
Casi nadie en la izquierda ha apoyado la guerra. Pero decir “Abajo la invasión rusa” y luego pasar inmediatamente a culpar a Estados Unidos, y solo a Estados Unidos, por provocarla es casi lo mismo. No solo muestra una falta de comprensión básica sobre Rusia, sino que también es una asombrosa traición a los principios internacionalistas más básicos. Si queremos apoyar el derecho de autodeterminación de los vecinos de Estados Unidos, no podemos negar lo mismo a los de Rusia. Si no somos capaces de reconocer los múltiples imperialismos, somos culpables del mismo tipo de usacentrismo por el que castigamos a otros.
Foto de portada: El presidente ruso Vladimir Putin y el ministro de Defensa Sergei Shoigu (Shutterstock)