Jonathan Cook, Middle East Eye, 5 abril 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Jonathan Cook ((1965) es un escritor británico y periodista independiente afincado desde 2001 en Nazaret, que escribe principalmente sobre el conflicto palestino-israelí. En 2011 ganó el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Entre sus libros, cabe destacar Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the MiddleEast (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Página web: www.jonathan-cook.net
Tres atentados palestinos distintos y mortales en ciudades israelíes en una semana han provocado una respuesta previsible. El ejército israelí ha enviado muchos más soldados a Cisjordania y a los alrededores de Gaza, territorios palestinos ya sometidos a décadas de brutal ocupación militar.
Pero el hecho de que, inusualmente, dos de los atentados hayan sido perpetrados por ciudadanos israelíes -miembros de una gran minoría palestina cuyos derechos están severamente circunscritos y son inferiores a los de la mayoría judía- ha elevado considerablemente la apuesta de la derecha israelí.
Un total de 11 israelíes murieron en los atentados perpetrados con pocos días de diferencia en las ciudades de Beersheba, Hadera y Bnei Brak, un suburbio de Tel Aviv. Las fuerzas israelíes, de gatillo fácil, mataron a tres palestinos en incidentes separados el jueves, inmediatamente después de los ataques.
Los letales ataques fueron una oportunidad para que Naftali Bennett, el líder de extrema derecha que arrebató el verano pasado el cargo de primer ministro israelí a Benjamín Netanyahu, demostrara sus credenciales ante el principal electorado de su partido: Los colonos judíos decididos a expulsar a los palestinos de sus tierras y reclamar un supuesto derecho de nacimiento bíblico.
En una declaración en vídeo, Bennett dijo a “quienquiera que tenga una licencia de armas” -es decir, a la inmensa mayoría de los ciudadanos judíos- “es hora ya de llevar pistola”. Y, por si fuera poco, anunció que el gobierno estaba considerando “un marco más amplio para involucrar a los voluntarios civiles que quieran ayudar y ser de utilidad”.
Violencia callejera
Lo que esto significa en la práctica no es difícil de descifrar. Hace casi un año, la intensificación de las medidas de limpieza étnica del barrio palestino de Sheikh Jarrah, en el Jerusalén Oriental ocupado, se convirtió en uno de los desencadenantes de la peor violencia intercomunitaria en Israel en al menos una generación.
Los ciudadanos palestinos que organizaron manifestaciones airadas no solo se enfrentaron a la esperada represión de la policía paramilitar israelí, sino a la violencia callejera de las turbas judías de extrema derecha que parecían actuar conjuntamente con las fuerzas de seguridad israelíes.
Por primera vez parecía que los dirigentes israelíes estaban trasladando una característica clave de la ocupación al interior de la Línea Verde.
En los territorios ocupados, los colonos armados actúan eficazmente como milicias, aterrorizando a las comunidades palestinas cercanas, observadas impasiblemente, o a veces asistidas, por el ejército israelí. Actúan como el brazo largo del Estado israelí, ofreciendo una denegación plausible a las autoridades israelíes mientras explotan la violencia de los colonos.
El objetivo de los colonos y el del Estado israelí es el mismo: expulsar a los palestinos de sus hogares para que los colonos judíos puedan hacerse con las tierras desocupadas.
La primavera pasada, el uso de ese mismo modelo dentro de Israel fue más difícil de disimular. El gobierno israelí parecía estar contratando parte de su seguridad interna a los mismos colonos fanáticos y violentos, permitiéndoles entrar sin obstáculos en las comunidades palestinas dentro de Israel. Allí actuaban como vigilantes.
Destrozaron tiendas palestinas, corearon “¡Muerte a los árabes!” y golpearon a los ciudadanos palestinos que se cruzaron en su camino. Al mismo tiempo, políticos israelíes de todo el espectro les incitaron en contra de la minoría palestina.
Ahora Bennett parece esperar aprovechar los tres ataques para formalizar este acuerdo anterior.
En concreto, se ha formado ya una milicia “Barel Rangers” en la región del Negev, en el sur de Israel, donde se produjo uno de los atentados. Su fundador, un antiguo policía, expuso su propósito en un post en las redes sociales: “Cuando tu vida está amenazada, solo estáis tú y el terrorista. Tú eres el policía, el juez y el verdugo”.
Recientemente se ha creado otra milicia en Lod, una ciudad cercana a Tel Aviv, que fue testigo de los peores actos de violencia el pasado mes de mayo.
Jugar con fuego
El llamamiento de Bennett a los “voluntarios civiles” para defender al Estado judío pretendía presumiblemente hacerse eco del presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, que ha instado a los civiles ucranianos a luchar contra el ejército invasor ruso. Bennett puede confiar en que, en el actual clima internacional, haya pocas críticas a las milicias judías que actúan de forma similar.
Pero mientras que Zelensky ha pedido a los ucranianos que luchen contra los invasores extranjeros, Bennett está reuniendo a las milicias para que ataquen a los propios ciudadanos de su país, basándose en su etnia. Está jugando con fuego, avivando un ambiente de guerra civil en el que un bando, el de los judíos israelíes, tiene las armas y los recursos del Estado, mientras que el otro -la minoría palestina- está en gran medida indefenso.
En particular, tras el segundo ataque reciente en la ciudad judía de Hadera, el martes, perpetrado por dos ciudadanos palestinos, se formó una turba que coreaba “¡Muerte a los árabes!”.
Un general retirado del ejército, Uzi Dayan, ahora miembro del parlamento israelí por el partido Likud de Netanyahu, subrayó a qué podría llevar esto. Advirtió a los 1,8 millones de ciudadanos palestinos de Israel que “tuvieran cuidado”. Se enfrentaban, dijo, a otra Nakba, o Catástrofe, la limpieza étnica masiva de palestinos de su tierra natal por parte de las milicias israelíes y el ejército en 1948.
“Si llegamos a una situación de guerra civil, las cosas terminarán en una palabra y una situación que ya conocen, que es la Nakba”, dijo. “Esto es lo que ocurrirá al final”. Y añadió: “Somos más fuertes. Nos estamos conteniendo en muchas cosas”. La limpieza étnica asociada a la Nakba “no se ha completado”, señaló.

Los ciudadanos palestinos no podrán evitar esta situación si los dirigentes israelíes lo desean. Muchos de la minoría han tenido miedo de salir de sus casas, ir a trabajar o aventurarse en zonas judías -que es la mayor parte del país- por temor a las represalias. Y eso es precisamente porque Bennett y Dayan representan una amplia franja de opinión en Israel que considera a los palestinos -incluso a los ciudadanos palestinos- como el enemigo.
Las medidas que se están “conteniendo”, como expresó Dayan, podrían incluir no solo más violencia respaldada por el Estado, sino esfuerzos para despojar a la minoría palestina incluso de su degradado estatus de ciudadanía.
Durante casi dos décadas, los líderes de la extrema derecha, como Avigdor Lieberman, han estado pidiendo promesas de lealtad y políticas de transferencia para socavar los derechos de los ciudadanos palestinos. La controvertida ley del Estado-nación de 2018 astilló aún más esos derechos. El escenario ya está preparado para un nuevo asalto a la ciudadanía.
Leyes racistas
Los atentados mortales perpetrados por miembros de la minoría palestina de Israel, como los dos ocurridos en rápida sucesión, son poco frecuentes. Son llevados a cabo invariablemente por lo que Israel denomina “lobos solitarios”, individuos profundamente desilusionados y alienados, más que organizados por movimientos palestinos dentro de Israel.
La minoría palestina ha preferido enfrentarse a la discriminación y la opresión sistemáticas que supone vivir como población no judía en un Estado autoproclamado judío utilizando las limitadas herramientas legales y políticas que tiene a su disposición.
Decenas de leyes explícitamente racistas han sido impugnadas en los tribunales, aunque con mínimo éxito. La minoría ha presionado cada vez más a la comunidad internacional en busca de ayuda, peticiones que han avergonzado a Israel.
En el último año, cada vez más grupos de derechos humanos y jurídicos han declarado que Israel es un Estado de apartheid, tanto en los territorios ocupados como dentro del propio Israel. La discriminación estructural expuesta por la minoría palestina ha desempeñado un papel crucial para que estas organizaciones lleguen a una conclusión tan severa.
Por lo tanto, dirigentes como Bennett tienen todos los motivos para intentar exagerar la importancia de estos atentados, sugiriendo, como hizo esta semana, que forman parte de una nueva “oleada de terror”. Ha prometido ampliar el alcance de las draconianas órdenes de detención de la administración -encarcelamiento sin acusación o sin que se hagan públicas las pruebas- para hacer frente a esta supuesta oleada.
Haciendo que el caso resulte más plausible para él, los tres ciudadanos palestinos involucrados en los dos ataques -en Beersheba y Hadera- tenían vagas afiliaciones con el grupo del Estado Islámico.
Un grano de sal
Pero, aunque los tres autores parecen haber tenido de hecho simpatías ideológicas con el EI -uno de ellos incluso intentó sin éxito llegar a un campo de entrenamiento en Siria en 2016-, el grupo no tiene una presencia significativa en la población palestina, ni en los territorios ocupados ni en Israel.
La identificación con el EI entre un pequeño sector del público palestino alcanzó su punto máximo hace cinco años, cuando el grupo parecía ofrecer un modelo exitoso para desbancar a los tiranos árabes corruptos y escleróticos de la región. Los fracasos del EI y su brutalidad pronto erosionaron incluso esa pequeña reserva de apoyo.

Las evaluaciones concluyen que, a pesar de su intenso espionaje y vigilancia de los palestinos en las redes sociales, Israel solo ha podido identificar a unas pocas docenas de partidarios del EI, que están en sus prisiones. Incluso en esos casos, la mayoría han sido detenidos por su simpatía ideológica con el grupo, no por vínculos tangibles.
Y, en cualquier caso, el EI nunca ha expresado un interés acuciante en atentar contra Israel. Un comunicado de 2016 dejaba claro que el grupo priorizaba la lucha contra los gobiernos musulmanes que, en su opinión, habían roto con los principios centrales del islam.
Por el contrario, las facciones palestinas islamistas están comprometidas con la liberación de la patria palestina, y no tratan de reinventar una mítica era dorada de gobierno islámico unificado en todo Oriente Medio. Son movimientos palestinos de liberación nacional, no yihadistas.
Solo por esta razón, la reivindicación del EI de la autoría de los dos atentados debe tomarse con un gran grano de sal. El grupo tiene un incentivo para sugerir la participación en los ataques porque coincidieron con la llegada a Israel la semana pasada de los líderes de cuatro Estados árabes –Egipto, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos– para una cumbre.
Estos Estados árabes -y otros que están a la espera- desean convertir a Israel en el eje de un nuevo pacto de seguridad e inteligencia regional compartido, diseñado para prevenir las amenazas a su gobierno, incluyendo un resurgimiento de la Primavera Árabe.
Para los partidarios del EI, la medida es una nueva humillación y una prueba de la ilegitimidad de las autocracias árabes de la región.
Doble golpe
Estos atentados fueron llevados a cabo por lobos solitarios -y, en un caso, por una pareja de lobos solitarios- que se han vuelto cada vez más desesperados, furiosos y vengativos tras décadas de opresión de los palestinos por parte de Israel y por la complicidad y traición de los gobiernos occidentales y árabes.
La oleada de rabia de los atacantes coincidió con una parte de la agenda del EI. Pero en su caso, las raíces penetran mucho más profundamente.
Los autores palestinos dentro de Israel no necesitaron el adoctrinamiento de los dirigentes extranjeros del EI para llevar a cabo sus ataques. Tenían muchas razones para querer atacar, al igual que el “lobo solitario” palestino de Cisjordania que perpetró un tercer atentado cerca de Tel Aviv, pero que no tenía vínculos con el EI.
Las verdaderas causas son las décadas de brutal gobierno militar en los territorios ocupados y la discriminación y opresión sistemáticas dentro de Israel.
Tampoco se puede pasar por alto el doble golpe de Israel contra el sector más leal de la minoría palestina en Israel.
En primer lugar, el partido religioso mejor organizado y más astuto políticamente en Israel, el Movimiento Islámico del Norte bajo el mando del jeque Raed Salah, fue ilegalizado en 2015. Los críticos israelíes, incluso dentro de las fuerzas de seguridad, advirtieron en su momento que la medida llevaría a la clandestinidad algunas protestas islámicas y fomentaría un mayor extremismo.
Y, en segundo lugar, el rival Movimiento Islámico del Sur, bajo el mando de Mansour Abbas, echó una mano a Bennett el pasado verano para expulsar a Netanyahu del poder. El partido de Abbas se convirtió en el primero en unirse a un gobierno israelí, a cambio de unas migajas de la extrema derecha.
Ambos acontecimientos han dejado a los musulmanes leales que se oponen a la ocupación israelí y al aplastamiento de los derechos palestinos sin un canal de protesta serio y legítimo. Se les ha quitado el poder y se les ha humillado, condiciones ideales para provocar que una franja de la población organice ataques violentos como los que se han visto en los últimos días.
Y para colmo de males, el partido de Abbas apoya a un gobierno que esta semana ha permitido a un legislador virulentamente antipalestino, Itamar Ben Gvir, visitar el lugar sagrado musulmán de al-Aqsa en Jerusalén bajo protección fuertemente armada. Ben Gvir quiere que la plaza de la mezquita esté bajo soberanía judía.
Lección equivocada
Hay una lección aquí que Israel ignora voluntariamente, al igual que los Estados occidentales que le sirven de patrón.
Si tratas a las poblaciones con violencia estructural, si las despojas de sus derechos, si las rebajas y humillas, y si les niegas la posibilidad de opinar sobre su futuro, no puedes sorprenderte -y menos aún mantener una autojustificación- cuando algunos arremeten con sus propias formas de violencia contra ti.
La lección errónea e interesada que aprenderá Israel -como lo ha hecho durante décadas- es que la respuesta correcta debe ser una mayor violencia, una mayor humillación y una demanda intensificada de sumisión. La opresión continuará, al igual que la resistencia.
El apoyo ilimitado de Occidente a Israel y a las autocracias árabes, que ahora se muestran abiertamente complacientes con Israel, tiene un coste. Descartarlo como el simple salvajismo del EI puede tranquilizar. Pero no impedirá que la presión aumente, o que la explosión se produzca.
Foto de portada: Un manifestante palestino es detenido por el ejército israelí durante los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes cerca de la Puerta de Damasco de la Ciudad Vieja de Jerusalén el 3 de abril de 2022 (AFP)