El rostro femenino del movimiento antiguerra ruso ¿Por qué protestan las mujeres?

Ella Rossman, Lefteast.org, 25 abril 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Ella Rossman es estudiante de doctorado en la UCL School of Slavonic and East European Studies (SSEES) y cursa una especialización en historia de género de la última época de la URSS. Es también activista feminista.

Desde el comienzo de la guerra a gran escala en Ucrania, y el posterior establecimiento de la ley marcial de facto en Rusia, los rusos han estado protestando contra la guerra. Aunque esta protesta es débil y fragmentada y está expuesta a la represión del gobierno, sigue en marcha en muchas ciudades y pueblos de Rusia, e incluye no sólo manifestaciones callejeras y piquetes, sino también formas invisibles de resistencia, como el sabotaje en el trabajo o diferentes formas de distribución de información sobre la guerra, en lucha contra la estricta censura.

Después de más de un mes de esta protesta, ya es evidente que las mujeres son muy activas en ese movimiento.  Uno de los primeros grupos rusos contra la guerra, que apareció ya el segundo día de la guerra, fue organizado por feministas: se trata de la Resistencia Feminista contra la Guerra, de la que me alegra formar parte. Actualmente, el canal de Telegram de coordinación de la FAR reúne a más de 29.000 activistas de toda Rusia y del extranjero. La acción de la FAR en el Día Internacional de la Mujer, organizada en recuerdo de las ucranianas muertas en la guerra, unió a 112 ciudades, pueblos y aldeas de Rusia y otros países.

No solo protestan las activistas feministas. Mujeres de todas las tendencias políticas participan en manifestaciones y piquetes. Muchas de las representantes de las mujeres ante las autoridades locales se han convertido en notables opositoras a la guerra. El 16 de marzo, Helga Pirogova, política liberal de la oposición y diputada de la Asamblea Municipal de Novosibirsk, acudió a su trabajo con una corona de flores y una blusa vyshyvanka con los colores de la bandera ucraniana. Este pequeño gesto provocó un gran escándalo en la Asamblea: otros diputados comenzaron a agredir verbalmente a Pirogova y propusieron retirarle el mandato. Nina Belyaeva, diputada del Consejo de Distrito de Semiluksky de la región de Voronezh, condenó la guerra en una reunión del consejo de distrito el 22 de marzo. Calificó públicamente las acciones de las autoridades rusas de «crimen de guerra». Belyaeva fue expulsada inmediatamente del Partido Comunista de la Federación Rusa, y ahora la fiscalía local está estudiando una denuncia contra ella. Hay muchos otros ejemplos como estos, y aparecen cada día.

Manifestación contra la guerra en San Petersburgo (Foto: Anton Vaganov, Reuters)

¿Por qué el movimiento antiguerra en Rusia tiene rostro femenino? Para responder a esta pregunta, tengo que recurrir a la evolución del feminismo ruso en los últimos diez años. En estos años, el feminismo en Rusia ha experimentado un renacimiento. De ser un movimiento local y relativamente marginal concentrado en círculos reducidos, el feminismo se ha convertido en un tema ampliamente discutido o incluso en una especie de moda. Ha provocado un amplio crecimiento del número de grupos feministas y ha creado un nuevo tipo de agencia de capacidad y voluntad política femenina en Rusia.

El feminismo ruso en la era postsoviética

El feminismo ruso y el pensamiento feminista tienen una larga historia no exenta de altibajos. Comenzó a mediados del siglo XIX en el contexto de las reformas liberales del emperador ruso Alejandro II. El punto crucial que predeterminó todo su desarrollo posterior fue el año 1930, cuando el propio Iósif Stalin proclamó que las autoridades rusas habían resuelto la «cuestión de la mujer» y ya no había necesidad de organizaciones femeninas independientes. Todos los grupos feministas de base en la URSS fueron desarticulados. Solo a finales de los años 70 y en los 80 empezaron a surgir de nuevo en los círculos disidentes e intelectuales. Eran pequeños grupos con una influencia muy limitada, pero, aun así, se enfrentaron a una persecución masiva por parte de las autoridades estatales y los servicios especiales. Por ejemplo, casi todos los principales creadores del almanaque feminista samizdat «La mujer y Rusia» (1979) tuvieron que abandonar la URSS bajo la presión del KGB.

Después de 1991 comenzó un nuevo capítulo de la historia del movimiento feminista ruso. Comenzó con dos acontecimientos significativos: los Foros de Mujeres Independientes de 1991 y 1992 celebrados en la ciudad de Dubna. Rusia estaba experimentando transformaciones a gran escala, tanto económicas como políticas. El lema de los Foros era «La democracia sin las mujeres no es democracia». Sus participantes esperaban que las mujeres se convirtieran en agentes esenciales de la democratización en la Rusia postsoviética.

Por desgracia, esto solo se produjo de forma parcial. La transición a una economía de mercado creó nuevos problemas de género en las sociedades poscomunistas. Reforzó la desigualdad laboral, justificó la comercialización de los cuerpos de las mujeres y provocó el declive de los servicios sociales, que afectaron principalmente a las mujeres y a los grupos vulnerables. A pesar de todos estos problemas, la agenda feminista siguió siendo relativamente marginal, escribió Anastasia Posadskaya, una de las primeras estudiosas de género en la Rusia postsoviética. Según Posadskaya, en la década de 1990, las élites y el público en general identificaban la emancipación de la mujer con la ideología soviética, que había explotado este tema tanto a nivel interno como internacional. Se orientaban hacia nuevos valores políticos nacionalistas con una visión bastante tradicionalista de los roles de género. Por eso el feminismo no se generalizó; solo los pequeños círculos consideraron seriamente la agenda de género. Las nuevas feministas y los estudios de género tuvieron una influencia limitada.

La situación cambió drásticamente en la década de 2010, y puede que hubiera muchas razones para ese cambio. Una de ellas radica en las particularidades del giro conservador en la política interna y externa de Rusia. A principios de la década de 2010, las autoridades y los medios de comunicación gubernamentales comenzaron a promover activamente la idea de los «valores tradicionales». Alabaron el ideal de una «familia rusa tradicional»: heterosexual, multigeneracional, con tres o más hijos. La «familia tradicional» se convirtió en el reflejo de la idea de un Estado ruso soberano: en la propaganda, ambos se representaban en oposición a todo «Occidente». Los altavoces del Estado y los medios de comunicación situaron la política de la OTAN y de la ONU en una línea con los movimientos LGBTQ+, los matrimonios homosexuales y los derechos humanos. Se empezó a describir cualquier influencia externa como un peligro para la independencia y el modo de vida de Rusia, incluidas sus familias.

Rusia dejó de colaborar con las organizaciones internacionales en cuestiones de género. Por ejemplo, la parte rusa se negó a ratificar el Convenio de Estambul de 2011 (Convenio del Consejo de Europa para prevenir y combatir la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica). En 2013 las autoridades rusas aprobaron una ley que prohíbe la «promoción de relaciones familiares no tradicionales» entre los menores. Las «relaciones familiares no tradicionales» se refieren sobre todo a las familias LGBTQ+, pero el término es vago y está abierto a nuevas interpretaciones.

Сontrariamente a las expectativas de las autoridades, la obsesiva propaganda de los «valores tradicionales» no suscitó tanta simpatía: mucha gente la reconoció como un deseo de interferir en sus asuntos personales, como ocurría en la época soviética. Otros factores también estimularon el interés por la agenda feminista, por ejemplo, la conocida actuación de las Pussy Riot en el interior de la Catedral de Cristo Salvador en 2012 o el auge de las redes sociales y la difusión de campañas feministas online como #metoo. El comienzo de la década de 2010 también fue la época de las protestas masivas de la oposición y la movilización política en toda Rusia. Los grupos de oposición de la época eran a menudo tan sexistas y jerárquicos como los pro-Estado. Sin embargo, el aumento del interés público por la política afectó a las mujeres. Muchas de ellas se involucraron en la política y, al mismo tiempo, comenzaron a reflexionar sobre las jerarquías en los círculos políticos.

Como resultado, el movimiento feminista ruso ha crecido en la última década, a pesar de las represiones que siguieron a las protestas de 2011-2013 y todos los factores que las acompañaron. La agenda feminista se ha extendido más allá de los grupos locales y ha llegado a los medios de comunicación, incluyendo medios de estilo de vida y políticos que nunca antes habían escrito sobre estos temas. Los eventos sobre feminismo y estudios de género se convirtieron en una parte ineludible de la vida cultural e intelectual de muchas ciudades y pueblos.

Curiosamente, durante algún tiempo, las autoridades no consideraron los derechos de la mujer tan peligrosos como otros temas políticos. Además, la política feminista permaneció invisible, ya que el Estado y los servicios secretos estaban más interesados en las actividades de destacados políticos masculinos como Alexey Navalny. A diferencia de otros grupos de oposición en Rusia, el feminismo se desarrolló como un movimiento horizontal sin jerarquías estrictas ni líderes individuales. Parece que las autoridades no lo consideraron durante algún tiempo suficientemente revolucionario. Tampoco se consideraba tan peligroso para los «valores tradicionales» como, por ejemplo, los derechos de los homosexuales. Por lo tanto, los actos feministas podían tener lugar incluso en instituciones estatales como bibliotecas, museos y galerías de arte. Personalmente, fui una de las organizadoras de un festival feminista en una de las mayores bibliotecas estatales de Moscú en 2017. Activistas feministas, estudiosos del género y blogueros a favor de la libertad sexual participaron en este evento, y no tuvimos que enfrentamos a presión alguna por parte de la administración de la biblioteca o de las autoridades de la ciudad.

Dos efectos de la difusión del feminismo en la década de 2010

La difusión de la agenda feminista en Rusia tuvo dos efectos principales. El primero es el crecimiento del número de organizaciones feministas de base. Según mi propio seguimiento, que hago desde 2019, el número de grupos feministas de base en los últimos años fue creciendo. Al principio de la guerra, estaban funcionando por todo el país más de 45 de estos grupos. Digo «más de 45 grupos», ya que sé que hay varios grupos de este tipo en el Cáucaso Norte. Trabajan en secreto, ya que es una amenaza para la vida de sus miembros revelar sus identidades, y no tengo protocolos de seguridad para tratar de llegar a ellos para obtener detalles. Muchos grupos feministas tienen su sede en Moscú y San Petersburgo, pero no se concentran solo en estas ciudades. También hay grupos feministas activos en Novosibirsk y Kaliningrado, Krasnodar y Khabarovsk, Murmansk, Ulan-Ude y muchos otros lugares.

El segundo efecto es más complejo y necesita una investigación más exhaustiva. Supongo que la difusión de la agenda feminista creó una nueva comprensión de la capacidad política de las mujeres en la Rusia moderna. Aunque Rusia tiene una importante historia de participación femenina en la vida social y política, tanto en la época soviética como en la postsoviética, las mujeres no obtuvieron una representación adecuada en los niveles más altos de la administración estatal. Solo conocemos casos aislados de mujeres que llegaron a ser ministras u ocuparon otros altos cargos de decisión. Durante mucho tiempo, para muchos rusos y para las propias mujeres, la política y especialmente los asuntos militares no eran un «asunto de mujeres» («неженское дело«)

La agenda feminista se convirtió en una poderosa herramienta para la politización de las mujeres y llegó incluso a aquellas que inicialmente tenían poco interés en la política. Los rusos tienen en general una actitud negativa hacia cualquier colectividad al asociarla con la violenta politización de la época soviética. Las autoridades rusas utilizaron con éxito este individualismo durante años, demostrando una y otra vez que el «ciudadano de a pie» no puede cambiar nada y debe mantenerse alejado de los «asuntos sucios» de la política. El régimen se ha apoyado en la apatía e indiferencia de la población. Por ello, no es de extrañar que en Rusia sea bastante común la opinión de que es imposible influir en el Estado: la gente cree que el círculo de familiares y amigos más cercanos es el que más puede afectar. El feminismo, con su fórmula de «lo personal es político», se convirtió en un elemento de cambio en estas circunstancias. Muchas activistas feministas que conozco llegaron al feminismo para encontrar respuestas a preguntas sobre sus cuerpos o cuestiones domésticas y, más tarde, estas preguntas las llevaron a debates sobre la democracia representativa y la dictadura y a reconsiderar la política y la protesta y su lugar en ella. Como resultado, hoy vemos a las mujeres en las calles y a las mujeres organizando la resistencia, y estas mujeres muestran una confianza absoluta en que su voz es importante y debe ser considerada seriamente. No dudan en unirse, mantenerse firmes y criticar a otros activistas políticos y periodistas si las ignoran o subestiman. Por desgracia, muchas de estas mujeres corren un gran peligro. La amenaza no solo proviene del Estado ruso, que reprime a los ciudadanos que protestan contra la guerra o revelan la verdad sobre ella. Incluso antes de la guerra, las feministas rusas y las mujeres políticamente activas recibían cientos de amenazas de muerte por parte de rusos de a pie, enfadados porque incluso el mero hecho de hablar en voz alta de los estereotipos de género, de la violencia de género o de participar en política, hacía que estas mujeres violaran el orden patriarcal tácito. Los oradores públicos deshumanizaban a las feministas, llamándolas «demonios» y «animales» o comparándolas con los nazis [feminazis]. Me temo que los soldados rusos que tarde o temprano regresen de Ucrania compartirán esta actitud cuando descubran que muchas mujeres rusas no los ven como héroes y salvadores, sino que los maldicen y llaman criminales de guerra. Estos hombres, que perpetraron verdaderas atrocidades en la provincia de Kiev, no tolerarán estas voces; podrían vengarse de quienes revelaron la verdad, y no estoy segura de que el público ruso en general, acostumbrado a la violencia y en su mayoría todavía hostil a las feministas, les haga frente.

Voces del Mundo

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