Una década de guerra ha convertido los campos de cultivo de Siria en tierra quemada

Harun al-Aswad, Middle East Eye, 21 mayo 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Harun al-Aswad es un periodista y fotógrafo de Damasco. Está especializado en la cobertura de conflictos armados, situaciones humanitarias y acontecimientos militares y políticos en Siria. Sus trabajos se publican en periódicos y medios de comunicación locales sirios y árabes.

En el noroeste de Siria, en manos aún de los rebeldes, los daños causados por las fuerzas gubernamentales rusas y sirias hacen que las tierras de cultivo de Ahmed al-Amin y sus vecinos ya no sean aptas para el cultivo.

«Un misil balístico ruso cayó el mes pasado, destruyendo olivos de unos 30 años», dijo Amin a Middle East Eye desde su casa en Yabal al-Zawiya, en el sur de la provincia de Idlib.

«Los bombardeos indiscriminados han arrasado el suelo, haciendo que las tierras de cultivo sean rocosas y no aptas para la agricultura. Están llenas de restos de la guerra. Los árboles perennes han quedado amputados tras ser alcanzados por la metralla que ha estropeado sus frutos», dijo.

Para los agricultores que trabajan en la recuperación de la productividad de sus tierras, hay peligros potenciales a cada paso, lo que supone una amenaza para algo más que sus medios de vida.

En abril, artefactos explosivos sin detonar y artefactos explosivos improvisados mataron al menos a tres civiles e hirieron al menos a cinco más en el noroeste de Siria, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA, por sus siglas en inglés).

En un informe de marzo, el grupo de Defensa Civil Siria, conocido comúnmente como los Cascos Blancos, advirtió que las bombas de racimo suponían el mayor peligro para los civiles debido a su amplio uso por parte de las fuerzas gubernamentales sirias y rusas.

El grupo dijo haber documentado la utilización de once tipos de esta arma prohibida internacionalmente, y acusó a las fuerzas progubernamentales de utilizar minas y municiones de racimo como parte de una «política sistemática destinada a causar el mayor daño posible a la población», e impedir que los desplazados puedan regresar a sus hogares y cultivar sus tierras.

El grupo dijo que había atendido en 20 explosiones causadas por restos de la guerra en 2021 y los tres primeros meses de 2022 que habían matado a 15 personas, entre ellas ocho niños, y herido a otras 27.

El miércoles, los Cascos Blancos informaron que un niño había resultado gravemente herido en una explosión en una granja en el pueblo de Korin, en el sur de Idlib.

Voluntarios de los Cascos Blancos registran las tierras de cultivo sirias en busca de munición sin explotar (Defensa Civil Siria)

El grupo dijo que sus equipos de control de la munición sin explotar en el noroeste de Siria habían eliminado hasta ahora más de 23.000 municiones, incluidas más de 21.000 bombas de racimo, a costa de la vida de cuatro voluntarios de los Cascos Blancos.

En vísperas de la temporada de cosecha, instó a los agricultores a no manipular los restos de la guerra y dijo que habían intensificado las campañas de concienciación para educar a los civiles sobre el peligro de los artefactos sin estallar.

Miles de agricultores como Amin se enfrentan ahora a la disyuntiva de arriesgar sus vidas para recuperar sus tierras o abandonar un modo de vida que en muchos casos ha mantenido a sus familias y comunidades durante generaciones.

En la región de Afrin, ahora controlada por los rebeldes respaldados por Turquía, muchas granjas están desiertas después de que los agricultores las abandonaran debido a los peligros que suponen miles de minas no detectadas.

La zona fue muy minada por las fuerzas de las Unidades de Protección Popular (YPG) kurdas antes de su retirada de Afrin ante la ofensiva militar turca de principios de 2018.

Las minas han detonado al paso de los tractores que labran la tierra, matando o hiriendo a los agricultores y a menudo destruyendo vehículos, con un coste económico catastrófico.

En otras ocasiones, las minas han estallado al paso de rebaños de ganado, matando a decenas de animales.

Tierras de cultivo abandonadas

Las minas siguen siendo un peligro en las zonas que ahora vuelven a estar bajo el control del gobierno sirio. Tierras antes fértiles cerca de Damasco, antaño rebosantes de cultivos y árboles, fueron destruidas en gran medida antes de ser reconquistadas por las fuerzas gubernamentales en 2018.

«Gran parte de las tierras de cultivo siguen desiertas porque el gobierno no está haciendo ningún esfuerzo para eliminar las minas y las municiones sin explotar», dijo a MEE un antiguo agricultor que trabajó en la zona.

«Esta situación puede aplicarse a la mayoría de las tierras agrícolas en las grandes áreas que el gobierno ha retomado en diferentes partes del país desde 2014”.

El gobierno sirio publica periódicamente actualizaciones sobre las operaciones de detonación de explosivos, cuya colocación atribuye a los «terroristas», término que utiliza para referirse a los combatientes de la oposición siria, así como imágenes de ejercicios militares en las tierras agrícolas recuperadas, generalmente en antiguos bastiones de la oposición en el norte del país.

Sin embargo, en un nuevo informe en el que se traza un mapa del impacto de la década de guerra en Siria sobre las tierras agrícolas del noroeste, Radio Rozana, con sede en Francia, descubrió que todas las partes del conflicto habían contribuido a la destrucción y contaminación de la tierra, el suelo, los cultivos y los árboles.

«Se expropiaron tierras para su control militar, se talaron árboles y se lanzaron mortíferas armas experimentales sobre zonas civiles y agrícolas», señala el informe, elaborado en colaboración con Unbias the News, una agencia de noticias con sede en Alemania.

El informe destacaba el papel de Rusia en el conflicto como principal aliado del presidente sirio Bashar al-Assad. Decía que Rusia había hecho de Siria un campo de pruebas para nuevas armas, citando un informe de los medios de comunicación estatales rusos en 2018 en el que Sergei Shoigu, ministro de Defensa de Rusia, declaró que las fuerzas de su país habían probado 210 armas en Siria.

La Defensa Civil de Siria declaró que había identificado 11 tipos de bombas de racimo utilizadas por el gobierno sirio y las fuerzas rusas (Defensa Civil de Siria)

El informe señala que las fuerzas progubernamentales sirias han llevado a cabo una política de «tierra quemada» que, según los funcionarios de la oposición siria, ha destruido 110.000 hectáreas en el noroeste del país.

Sin embargo, el informe concluye que los rebeldes sirios y otras fuerzas implicadas en el conflicto han causado asimismo importantes daños medioambientales.

El informe afirma que los rebeldes respaldados por Turquía en Afrín han quemado y arrancado unos 280.000 olivos en Afrin, incluidos algunos de más de 60 años.

También citó el caso de un agricultor de la ciudad de Morek, cerca de Hama, en el centro-oeste de Siria, que dijo que las fuerzas turcas estacionadas en su tierra habían cortado los pistachos y arrasado gran parte de la zona para construir defensas, dejando la tierra inutilizable para la agricultura.

Otro agricultor asentado cerca de Alepo contó una historia similar, describiendo cómo las fuerzas turcas habían convertido parte de sus tierras en una base militar sin su permiso.

Turquía ha construido decenas de bases militares por todo el noroeste de Siria como parte de un acuerdo de desescalada con Rusia que asegurara un alto el fuego en la región en 2018.

Suelo contaminado

Para los sirios, el impacto de la devastación de las tierras agrícolas del país es inmediato y pone en peligro su vida. Alrededor de 12,4 millones de sirios sufren de inseguridad alimentaria, y más del 90% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.

Pero las consecuencias se dejarán sentir también en las generaciones venideras.

El informe de Radio Rozana citaba una investigación de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, según la cual «la guerra moderna utiliza armas de destrucción no degradables y productos químicos que pueden permanecer en los suelos afectados durante siglos después del final del conflicto».

El informe describe la «Zona Roja» del noreste de Francia, considerada no apta para ser habitada tras la Primera Guerra Mundial, y donde el suelo de algunas zonas sigue contaminado por altos niveles de metales y productos químicos peligrosos como consecuencia de las batallas libradas hace más de un siglo.

Los expertos afirman que la eliminación de los artefactos sin explotar es solo el primer paso para restaurar las tierras de cultivo de Siria, ya que también es necesario realizar análisis de laboratorio para determinar si el suelo es seguro para el pastoreo de animales y los cultivos para el consumo humano.

Fadi Obeid, un ingeniero agrícola que vive en Idlib, dijo: «Los elementos pesados que componen los explosivos son absorbidos por el suelo, y luego se transmiten a los humanos, y, si el porcentaje de metales pesados supera el límite permitido, puede provocar cáncer, y las deformaciones también se transmiten a los animales, ovejas y vacas, de cuya leche o carne se alimentan los humanos, además del temor de que puedan matar a los agricultores si explotan».

Foto de portada: Ahmed al-Amin inspecciona sus tierras de cultivo dañadas en Yabal al-Zawiya, en el sur de la provincia de Idlib (Foto: Bilal al-Hammoud/MEE)

Voces del Mundo

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