¿Por qué el hijo de un dictador odiado ganó las elecciones en Filipinas?

Walden Bello, Foreign Policy in Focus, 18 mayo 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Walden Bello (Manila, 1945) ha sido candidato a vicepresidente en las recientes elecciones filipinas. Fue miembro de la Cámara de Representantes de Filipinas y actualmente es profesor adjunto de Sociología en la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton.

Como activista progresista, estoy consternado por la elección de Ferdinand Marcos Jr., hijo del antiguo dictador, por una amplia mayoría en las recientes elecciones presidenciales filipinas. Pero, como sociólogo, puedo entender el motivo.

No me refiero al mal funcionamiento, intencionado o no, de más de 1.000 máquinas de votación. No aludo a la liberación masiva de miles de millones de pesos para la compra de votos que hizo de las elecciones de 2022 una de las más sucias de los últimos años. Tampoco tengo en mente la campaña de desinformación online de una década de duración que transmutó los años de pesadilla de la ley marcial durante el gobierno del anciano Marcos en una «época dorada».

Sin duda, cada uno de estos factores influyó en el resultado electoral. Pero los más de 31 millones de votos -el 59% del electorado- son simplemente demasiado masivos para atribuírselos solo a ellos.

La verdad es que la victoria de Marcos fue en gran medida un resultado democrático en el sentido electoral estricto. El reto para los progresistas es entender por qué una mayoría arrolladora del electorado filipino votó para que una familia impenitente y ladrona volviera al poder después de 36 años.

¿Cómo pudo la democracia producir un resultado tan desviado?

El antiliberalismo es popular

Por muy hábil o sofisticada que fuera la campaña en Internet, habría tenido poco impacto si no hubiera habido ya un público receptivo para ella.

Aunque el mensaje revisionista de Marcos también atrajo el apoyo de las clases media y alta, ese público era, en números absolutos, mayoritariamente de clase trabajadora. También era un público mayoritariamente juvenil, más de la mitad de los cuales eran niños pequeños durante el último período de la ley marcial o habían nacido después del levantamiento de 1986 que derrocó a Marcos, más conocido como la «Revolución EDSA«.

Ese público no tenía experiencia directa de los años de Marcos. Pero lo que sí experimentaron directamente fue la brecha entre la extravagante retórica de la restauración democrática y un futuro justo e igualitario del Levantamiento de EDSA y las duras realidades de la continua desigualdad, pobreza y frustración de los últimos 36 años.

Esa brecha puede llamarse la «brecha de la hipocresía», y es la que creó un resentimiento cada vez mayor cada año que el establishment de EDSA celebraba el levantamiento del 25 de febrero o lloraba la imposición de la ley marcial el 21 de septiembre. Visto desde este punto de vista, el voto de Marcos puede interpretarse como un voto de protesta que afloró por primera vez de forma dramática en las elecciones de 2016 que impulsaron a Rodrigo Duterte a la presidencia.

Aunque probablemente incipiente y difuso a nivel de motivación consciente, el voto a Duterte y el voto aún mayor a Marcos fueron impulsados por el resentimiento generalizado ante la persistencia de una gran desigualdad en un país en el que menos del 5% de la población acapara más del 50% de la riqueza. Fue una protesta:

  • Contra la pobreza extrema que envuelve al 25% de la población y la pobreza, en sentido amplio, que tiene en sus garras a cerca del 40%.
  • Contra la pérdida de puestos de trabajo y medios de vida decentes debido a la destrucción de nuestro sector manufacturero y nuestra agricultura por las políticas que nos imponen el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y Estados Unidos.
  • Contra la desesperación y el cinismo que envuelven a la juventud de las masas trabajadoras que crecen en una sociedad en la que aprenden que la única manera de conseguir un trabajo decente que te permita salir adelante en la vida es ir al extranjero.
  • Contra los golpes diarios a la dignidad infligidos por un sistema de transporte público podrido en un país en el que el 95% de la población no tiene coche.

Estas son las condiciones que la mayoría de los votantes de la clase trabajadora experimentaron directamente, no los horrores del período de Marcos, y su resentimiento subjetivo los preparó para los seductores llamamientos de un retorno a una ficticia «época dorada».

En las elecciones presidenciales, toda la fuerza de este resentimiento contra el statu quo de EDSA se dirigió a la principal oponente de Marcos, la vicepresidenta Leni Robredo. Injustamente, ya que es una mujer de gran integridad personal.

El problema es que a los ojos de los marginados y los pobres que se decantaron por Marcos, Robredo no fue capaz de separar su imagen de sus asociaciones con el Partido Liberal, el neoliberal y conservador Makati Business Club, la familia del asesinado Benigno Aquino, Jr, el doble rasero en materia de corrupción que convirtió el lema de Benigno Aquino III «donde no hay corrupción, no hay pobreza» en objeto de burla, y -sobre todo- el devastador fracaso de la República de EDSA, de 36 años de antigüedad.

La retórica del «buen gobierno» puede haber resonado en la base de la clase media y la élite de Robredo, pero para la masa (las masas) olía a la misma hipocresía de siempre. La buena gobernanza o «tapat na papamalakad» sonaba a sus oídos como si los liberales se presentaran a sí mismos como la «gente decente» que los llevó a la derrota en las elecciones de 2016 y al ascenso de Rodrigo Duterte.

Además, la base de Marcos no era una masa pasiva e inerte. Alimentados con mentiras por la maquinaria de los Marcos, un gran número de ellos se enfrentó con entusiasmo en Internet al bando de Robredo, a los medios de comunicación, a los historiadores, a la izquierda… a todos aquellos que se atrevieron a cuestionar sus certezas. Llenaron las secciones de comentarios de los sitios de noticias con propaganda a favor de Marcos, en gran parte memes que glorificaban a Marcos o satirizaban injustamente a Robredo.

Rebelión generacional

Esta protesta contra la República de EDSA tuvo un componente generacional.

Ahora bien, no es inusual que una nueva generación se oponga a lo que la vieja generación aprecia. Pero suele ocurrir que la generación más joven se rebela al servicio de una visión de futuro, de un orden de cosas más justo.

Lo inusual de las generaciones milenials y de la Generación Z de las masas trabajadoras es que no se inspiraron en una visión de futuro, sino en una imagen fabricada del pasado, cuya persuasión se vio reforzada por lo que sociólogos como Nicole Curato han llamado la «positividad tóxica» de la persona de Marcos Junior en Internet. Le reconstruyeron a golpe de cibercirugía para que apareciera como un tipo normal, incluso benigno, que simplemente quería lo mejor para todos.

Desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Filipina, pasando por la Revolución China, el movimiento global contra la guerra de los años sesenta y la tormenta del primer trimestre, fue la izquierda la que normalmente ofreció la visión a la que se aferró la juventud para expresar su rebelión generacional.

Desgraciadamente, en el caso de Filipinas, la izquierda simplemente ha sido incapaz de ofrecer ese sueño de un orden futuro por el que merezca la pena luchar. Desde que fracasó en su intento de influir en el curso de los acontecimientos en 1986 asumiendo el papel de espectador durante el levantamiento de EDSA, la izquierda no ha logrado recuperar el dinamismo que la hizo tan atractiva para la juventud durante la ley marcial.

La decisión de la izquierda de marginarse deliberadamente durante el levantamiento de EDSA provocó la escisión del movimiento progresista a principios de la década de 1990. Además, el socialismo, que había servido de faro para generaciones desde finales del siglo XIX, se vio muy empañado por el colapso de las burocracias socialistas centralizadas de Europa del Este.

Pero quizá lo más perjudicial fue el fracaso de la imaginación política. La izquierda no supo ofrecer una alternativa atractiva al orden neoliberal que reinaba desde finales de los años ochenta, y su presencia en la escena nacional se redujo a una voz que ladraba ante los fracasos y abusos de las sucesivas administraciones.

Esta falta de visión se unió a la incapacidad de elaborar un discurso que captara y expresara las necesidades más profundas de la gente, con su continua dependencia de frases rebuscadas y formulistas de los años 70 que simplemente se convirtieron en ruido en la nueva era. También hubo una influencia continua de una estrategia de organización de masas «vanguardista» que podría haber sido apropiada bajo una dictadura, pero que estaba desconectada del deseo de la gente de una participación genuina en un sistema democrático más abierto.

Los tiempos requerían a Gramsci, pero gran parte de la izquierda se quedó con Lenin.

Este vanguardismo en la organización de las masas iba unido, paradójicamente, a una estrategia electoral que restaba importancia a la retórica de clase, echaba por la borda prácticamente todas las referencias al socialismo y se conformaba con ser un minisocio en las elecciones con las facciones contendientes de la élite capitalista. Sin duda, no se puede exagerar la significativa represión estatal ejercida contra algunos sectores de la izquierda, pero lo que fue decisivo fue la percepción de que la izquierda era irrelevante o, peor aún, un estorbo por parte de amplios sectores de la población a medida que se desvanecía el recuerdo de su papel heroico durante la ley marcial.

Como dicen, la naturaleza aborrece el vacío, y cuando se trató de captar la energía generacional de la juventud de la clase trabajadora en el último período de la EDSA, ese vacío lo llenó el mito revisionista de Marcos.

La inestabilidad que viene

Esta es la historia contra la que se desarrollaron las elecciones de 2016 y 2022. Pero lo bueno de la historia es que es abierta y en gran medida indeterminada.

Como observó un filósofo, las mujeres y los hombres hacen la historia, pero no en las condiciones que ellos mismos eligen. La élite gobernante puede esforzarse por controlar hacia dónde se dirige la sociedad, pero esto suele verse frustrado por la aparición de contradicciones que crean el espacio para que los sectores subordinados intervengan e influyan en la dirección de la historia.

El bando de Marcos-Duterte se regodea actualmente tras la fachada de los llamamientos a «enterrar el hacha de guerra», y debemos esperar que esta espuma se desborde en el período previo al 30 de junio. A partir de esa fecha, cuando asuma formalmente el poder, la realidad alcanzará a esta banda.

La alianza Marcos-Duterte, o lo que es ahora el círculo de múltiples dinastías políticas en torno a ese eje, es una connivencia de conveniencia entre familias poderosas. Como la mayoría de las alianzas de este tipo, que se construyen puramente sobre el reparto del botín, resultará muy inestable.

No nos extrañaría que, al cabo de un año, los Marcos y los Duterte estuvieran enfrentados, algo que podría presagiar el hecho de que a la vicepresidenta electa, Sara Duterte, se le negara el poderoso puesto de jefa del Departamento de Defensa Nacional y se le diera, en cambio, el cargo relativamente impotente de secretaria de Educación.

Esta inevitable lucha por el poder se desplegará en un contexto en el que millones de personas se darán cuenta de que no les han conducido a la tierra prometida de la leche y la miel y los 20 pesos por kilo de arroz, sino al desorden en un sector empresarial que todavía tiene recuerdos del capitalismo de amiguetes de los años de Marcos padre y a las divisiones en un ejército que tendrá que trabajar horas extras para contener la inestabilidad desencadenada por el regreso de una controvertida dinastía que los propios militares -o una facción de ellos- contribuyeron a derrocar en 1986.

Pero probablemente el elemento más importante en este volátil escenario sea un amplio sector, millones de seres de hecho, que están decididos a no dar la más mínima legitimidad a una banda que ha engañado y mentido y robado y sobornado para llegar al poder.

Al votar por Marcos, 31 millones de personas han votado por seis años de inestabilidad. Eso es lamentable. Pero también es el lado positivo de este escenario, por lo demás sombrío. Uno de los organizadores del cambio con más éxito del mundo observó: «Hay un gran desorden bajo el cielo, pero, chicos, la situación es excelente«.

Las inevitables crisis del régimen Marcos-Duterte ofrecerán oportunidades para organizar un futuro alternativo, y esta vez será mejor que los progresistas filipinos lo hagamos bien.

Foto de portada: Carteles electorales filipinos de Ferdinand Marcos, Jr., y Sara Duterte (Shutterstock)

Voces del Mundo

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