Javier Perea y Camila Plá, Americas Program, 23 mayo 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
«Los ojos no mienten» repite Ruth, una salvadoreña que busca a su hijo en la ciudad de Tijuana. Sostiene una gran fotografía de su hijo Rafael, mientras dos indigentes en la calle la observan atentamente y buscan en sus memorias un recuerdo del rostro del hijo desaparecido. «Puede que haya cambiado con los años, pero los ojos no mienten», dice la madre.
Ana Ruth Delandaverde busca a su hijo, Ernesto Rafael Valencia, desde el 9 de octubre de 2012. El día que desapareció, Rafael se comunicó con ella desde Piedras Negras, Coahuila, después de partir desde El Salvador para encontrar «el sueño americano». Ruth corrió la voz en redes sociales y encontró indicios de que su hijo podría estar en Tijuana, pero hasta ahora no tenía forma de hacer el viaje al norte para buscarlo.
«Doy gracias a Dios porque por mi cuenta no podía venir a buscar a mi hijo aquí, solo ahora, tras crearse la Primera Brigada Internacional de Búsqueda he podido venir a buscarlo», dice. Pega carteles con su cara y sus datos personales en farolas y paredes. Junto con decenas de madres y familiares de desaparecidos, Ruth buscó en las calles de los dos estados fronterizos más occidentales del territorio mexicano: Sonora y Baja California.
La I Brigada Internacional de Búsqueda tuvo lugar del 16 de febrero al 4 de marzo de 2022 en la frontera noroeste de México. Surgió como un esfuerzo colectivo de familiares de México, Perú, Colombia, El Salvador y Honduras para buscar a sus seres queridos desaparecidos que se cree que están en esta región. Los grupos locales que buscan a los desaparecidos mexicanos vieron la necesidad urgente de abordar el problema de las desapariciones de migrantes en la zona y decidieron organizar una brigada internacional e invitar a familiares de otros países a unir sus fuerzas.

México es una ruta migratoria por la que cruzan miles de personas cada mes y muchas pierden la comunicación con sus seres queridos en el camino. Algunos se ven obligados a vivir en la calle o son víctimas de la trata de personas. Las condiciones a las que se enfrentan los migrantes centroamericanos, haitianos, sudamericanos y africanos en México son extremadamente adversas. Los estados colindantes con la frontera se han convertido en espacios habitados por quienes intentan cruzar o han sido deportados. Esto ha llevado a muchas familias a buscar a sus hijos preguntando en las calles de las ciudades fronterizas, buscando pistas sobre su paradero e información que los lleve a encontrarlos.
«Una vez aquí me he dado cuenta de que hay muchas personas que son de otros países que se quedaron aquí y ahora están en la calle. Como madre, me duele el corazón. Sé que cada uno de ellos tiene una madre y esa madre -en cualquier país del mundo- debe estar llorando la pérdida de su hijo. Los hijos de cualquiera de nosotros podrían estar en cualquier estado y si la policía no los persiguiera aquí, podrían volver a sus casas», dice Ruth, saliendo de la periferia de Tijuana, que sirve de punto de encuentro para las personas sin hogar.
El miedo que estas personas tienen a la policía y a las autoridades es palpable. Las madres de los desaparecidos cuentan las condiciones en las que viven. Dicen que en Mexicali, la nueva gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila Olmeda, ordenó una «limpieza social» del centro de la ciudad, por lo que se vieron obligados a marcharse para huir de la violencia estatal.
El 28 de febrero, cuando la brigada estaba en la capital del estado, la gobernadora visitó el albergue donde se encontraban las familias. En cuanto la vieron, las madres se apresuraron a expresar su dolor y sus experiencias, y también sus protestas y peticiones. Exigieron que se les permitiera entrar en las cárceles para ver a los reclusos cara a cara y no solo en fotografías. Denunciaron algunos de sus casos en los que la fiscalía aseguraba haber perdido las pruebas, y que a las familias que repatriaban los cuerpos de sus hijos encontrados en fosas comunes se les cobraban tasas. En Baja California, la estadística oficial señala 1.431 personas desaparecidas, sin embargo, las familias dijeron a la gobernadora que esta cifra es inventada, ya que en repetidas ocasiones la fiscalía no presenta denuncias de las desapariciones. Es decir, las autoridades no abren carpetas de investigación a todos los que acuden a denunciar una desaparición.
«En Colombia no me apoyan porque dicen que mi niña desapareció aquí en México y que es aquí donde tienen que responder. Por eso me uní a la Brigada y a los grupos porque las autoridades no han hecho nada últimamente, no han enviado expedientes de nada. Tengo que seguir buscando a mi hija, no puedo dejar que la olviden», afirma Luz Dary Calderón Zuluaga, de Medellín, Colombia. Luz Dary busca a su hija Alía Vanessa Uruaga Calderón, desaparecida el 30 de noviembre de 2013 en Morelia, Michoacán.
«Hay muchas madres aquí en México que han adoptado a mi hija; cada vez que salen a buscar llevan también su fotografía. No he dejado de buscarla desde que desapareció. La primera vez que vine sola no sabía nada y no conocía a nadie», dice Luz Dary. Añade que la Brigada le ha permitido conocer a más personas en una situación similar a la suya.
«Nos sentimos como una familia, con el mismo dolor, todos. Y para mí ha sido una familia muy especial». Al igual que Luz Dary, ninguno de los extranjeros que han participado en la Brigada ha recibido apoyo de los gobiernos de sus países y, al no conocer el funcionamiento de las instituciones en este país, sus derechos son fácilmente vulnerados.
México, territorio peligroso para los migrantes
México no es un territorio fácil de atravesar. Entre los múltiples problemas que enfrentan las personas en tránsito está la violencia que crece cada día. Con base en el Registro Nacional de Personas Extraviadas y Desaparecidas en México, se informa ya de más de 100.000 personas desaparecidas en el país.
«Mi mujer sufrió mucho porque iba sola a reunirse con los funcionarios de nuestro gobierno y nunca la escuchaban. Entonces encontró este grupo que la ha acompañado paso a paso para encontrar lo más querido de la vida», dice Jesús Garrido, mientras sube la cuesta con una pala al hombro. «Nosotros, como padres, también tenemos sensibilidad y corazón». Jesús se unió a la Brigada para buscar a su hijo del mismo nombre, desaparecido el 12 de diciembre de 2013 en Reynosa, Tamaulipas.
Mientras sigue buscando en la ladera, Jesús nos cuenta su historia. Nacido en Michoacán, se trasladó al estado de México a temprana edad. Toda su vida ha trabajado como cocinero y panadero; actualmente tiene una panadería en Coahuila. Hace nueve años, su hijo Jesús Garrido Salas fue «amenazado» por un grupo y desde entonces su familia lo busca.

Comenta que «no es justo que corten los sueños de nuestros hijos, de nuestros padres, de nuestras hermanas, de nuestras esposas. Tenemos miedo de ir a una fiscalía a decir: ‘Tengo un problema, mi hijo no aparece’. Y que me digan que lo sienten mucho, pero que ahora no tienen tiempo. Eso es lo que le dijeron a mi mujer. Así que venimos a buscar, de lugar en lugar».
Cargados de herramientas, un grupo de familiares se adentra en el desierto fronterizo, las montañas y las barrancas en busca de fosas clandestinas, cavadas por grupos criminales de la zona, o de los restos de quienes han perecido en su intento de cruzar. Los familiares dicen que los caminos, los montes y los desiertos son como libros: páginas que uno puede leer, escuchar lo que el terreno tiene que decir. Una rama rota puede ser indicio del paso de una persona, una huella puede quedar como rastro del paso cansado de todo un grupo.
El campo, las montañas, los caminos y los huesos les hablan y las personas que buscan han tenido que aprender a escucharlos mientras buscan respuestas. Aunque a menudo los buscadores no tienen ni idea de que su familiar desapareció allí, buscan a todos los desaparecidos.
«Hoy descansa una madre», comentan cuando descubren restos. «Cuando muere un ser querido, vamos a la tumba a rezar. ¿Qué hacemos con los desaparecidos?», pregunta Jesús, sentado en un peñasco mientras los brigadistas examinan los restos de una persona aún no identificada. «Cada vez que encontramos un cuerpo, se me pasa por la cabeza que puede ser mi hijo».
Lupita Sánchez, dice que cuando encontró a su hijo sintió cierta tranquilidad, «pero el dolor y la necesidad de estar con él nunca se va». Dice que desea que todas sus compañeras puedan encontrar a sus hijos como ella pudo hacerlo. «Quiero que todos sientan lo que yo sentí cuando encontré a mi hijo», dice. Añade que su otro deseo es que los familiares de los desaparecidos sigan unidos: «Quiero decir a todos los colectivos que nos unamos. Nos une el mismo dolor de tener una persona desaparecida y tenemos que unirnos». Con palabras de agradecimiento a todas las personas implicadas, el 4 de marzo se clausuró la I Brigada Internacional con una cena de despedida. Al unísono los participantes gritaron «¡Brigada Internacional de Búsqueda, presente ahora y siempre!».