Ziad Majed, VendredisArabes.blogspot, 23 mayo 2022
Traducido del francés por Sinfo Fernández

El profesor Ziad Majed es catedrático de Estudios de Oriente Medio Elliott E. Burdette y escribe sobre asuntos libaneses, sirios y árabes, así como sobre transiciones y crisis políticas regionales. Desde 1994 participa en trabajos de investigación y campañas de reforma relacionadas con los procesos políticos y las causas de la sociedad civil en Líbano y otros países árabes. Durante los últimos veinte años, Majed ha publicado regularmente artículos y trabajos en árabe (en Now Lebanon, Al-Quds al-Arabi, Al-Hayat, Aljazeera Center, el Journal for Palestine Studies, Daraj y Megaphone) y en francés (en L’Orient Littéraire, Mediapart, Le Monde, L’Express, Libération y AOC). Es asimismo miembro del consejo de administración de institutos y organizaciones culturales libanesas, sirias y francesas, y conferenciante en festivales internacionales y conferencias anuales.
Los horrores infligidos a los sirios por el régimen de Assad, a lo largo de sus décadas en el poder, son innumerables. La magnitud de la violencia que se ha cebado con ellos (y con los palestinos de Siria) en los últimos siete años [1] es especialmente escalofriante. Basta con mirar los nombres de las ciudades y pueblos en el mapa del país para recordar las masacres que han tenido lugar allí, el asedio, el hambre, el desplazamiento, la tortura y el asesinato con bombas de barril o armas químicas.
Estos crímenes deben ser recordados incansablemente por muchas razones: en primer lugar, para garantizar que no se olviden; en segundo lugar, para construir un caso de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad sobre esta base; y, en tercer lugar, para eliminar la inmunidad de los autores de las atrocidades. Además, es necesario estudiar detenidamente los hechos y los factores que contribuyen a ello para analizar la filosofía del régimen de Assad y los objetivos políticos y simbólicos de su violencia.
El texto siguiente intenta hacerlo en parte centrándose en dos operaciones criminales concretas, organizadas simultáneamente por el régimen en el marco de su control territorial (es decir, fuera de las zonas de combate o de las áreas que bombardea). Estos dos crímenes encarnan e ilustran la relación del régimen con sus «ciudadanos»: la confiscación y la profanación, por un lado, y la detención de decenas de miles de personas -el asesinato de miles de ellas bajo tortura y la desaparición de sus cadáveres-, por otro.
Sobre el ta’afish (confiscación y profanación) y su simbolismo
El saqueo de casas y propiedades privadas no solo está relacionado con el comportamiento aislado de los soldados y los shabihas [milicias o bandas aliadas al régimen] en las zonas asediadas o bombardeadas. Esta metódica empresa de vandalismo y saqueo está impulsada por la sed de venganza y el deseo de humillar al enemigo, pero no solo. La cuestión del ta’afish, como lo llaman coloquialmente los sirios, trasciende ese comportamiento o las «iniciativas de campo» y el caos que acompañan a la guerra. Es una política sistemática del régimen. Ta’afish ofrece un botín a los combatientes que defienden a Assad que refuerza así su lealtad a su régimen. Expone la vulnerabilidad y la fragilidad de las víctimas que, si sobreviven a los asesinatos, corren el riesgo de que su vida pública sea totalmente confiscada, sus asuntos privados profanados y sus bienes personales expropiados y expuestos.
Al lanzar soldados y shabihas sobre los supervivientes y lo que ha podido quedar de la destrucción de sus casas, oficinas y talleres, el régimen recuerda a los sirios que están desprovistos de derechos, despojados de su presente y con un futuro que depende de su voluntad. Sigue teniendo la última palabra en cuestiones de vida y muerte, quemando vidas hasta el cansancio y confiscando sin esfuerzo los recuerdos de un pasado íntimo. Esto incluye salones, bibliotecas, oficinas, ordenadores, dormitorios, alfombras, cachivaches y todos los objetos personales, que en un abrir y cerrar de ojos pasan a ser propiedad de los ladrones. Los ladrones venden algunos de estos artículos en mercados etiquetados con nombres sectarios («mercados suníes»), para que los compradores sepan el origen de sus compras. Al hacerlo, los saqueadores no solo privan a sus víctimas de su vida pasada, sino que también agravan el miedo y el odio sectario.
De este modo, el régimen pretende transformar a las poblaciones que gobierna en dos facciones principales: los saqueadores, que quedan impunes mientras le sean leales, y los saqueados. En medio de estos dos grupos está el resto: los consternados, humillados y callados, o los cómplices y regodeados.
Asesinatos en centros de detención y secuestro de cadáveres
La atrocidad más salvaje y espantosa de las múltiples formas del régimen es, por supuesto, la que se organiza en sus cárceles, donde decenas de miles de personas son retenidas y hechas desaparecer. Es una mezcla de brutalidad medieval y burocracia moderna que hace funcionar las prisiones como una máquina de torturas, asesinatos y desaparición de cadáveres en descomposición.
Esta cuestión de la detención y la desaparición en Siria se articula hoy en tres niveles:
El primer nivel está relacionado con la transformación de la «gestión» de la detención y la tortura en una burocracia rutinaria. Según informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, en 2017 esta gestión dio lugar a una industria del exterminio, con al menos 30.000 detenidos y detenidas asesinados por tortura, hambre, enfermedad o ejecución. Solo el objetivo de un fotógrafo militar que desertó bajo el seudónimo de «César» documentó más de 5.000 de estos cadáveres. Estaban cuidadosamente numerados (a menudo de forma secuencial). Los supervivientes de los campos de detención declaran que les obligaron a apilar los cadáveres en camiones y a transportarlos a lugares desconocidos.
El segundo nivel está relacionado con el establecimiento de una economía mafiosa, basada en la extorsión a las familias de los detenidos a cambio de promesas sobre ellos: promesas de liberación, o de información sobre ellos, o de devolución de sus cuerpos, o de protección frente a torturas graves, o de suministro de medicamentos, o de traslado a prisiones «menos difíciles» o «menos masificadas». Militares, abogados, jueces e intermediarios se han beneficiado del aparato del régimen. Hacen promesas que a menudo no se cumplen y proporcionan información que a menudo es falsa. De este modo, se apoderan de lo que queda de los bienes y las esperanzas de los familiares de los desaparecidos.
El tercer nivel se basa en la propagación del miedo, la ansiedad y una cultura del rumor y la duda que afecta no solo a las familias de los detenidos, sino también a todos los que los rodean o están en contacto con ellos. Por ello, cualquier información sobre el destino de los desaparecidos está más cerca de los rumores que de la realidad. No se entregan los cuerpos de los supuestos fallecidos, ni se proporcionan certificados de defunción, ni siquiera fechas para archivar en las cajas de los registros oficiales. Esto mantiene a amplios sectores de la sociedad en un estado constante de alerta, parálisis y anticipación, como si fueran rehenes a la espera de un resultado.
El secuestro de cadáveres no trata tanto de ocultar los efectos de los crímenes de Assad como de intensificar el estado de terror y la incertidumbre sobre los seres queridos. La amenaza de la pérdida pende a diario sobre las cabezas de las familias de las víctimas y sus redes sociales como una espada de Damocles, aunque a veces lo peor haya pasado ya de hecho. Algunos viven con el temor constante de lo que les ocurrirá a sus seres queridos desaparecidos. Para otros, la ausencia de un cuerpo les impide hacer el duelo y suspende sus vidas, convirtiendo cada día en una atormentada e interminable espera. Ni afirmación de la vida, ni confirmación de la muerte, ni fechas fijas mientras las personas afectadas desaparezcan sin dejar rastro. No hay posibilidad de identificar los lugares de detención o entierro. Los desaparecidos se convierten en fantasmas errantes, y las conversaciones sobre ellos en hipotéticas y dolorosas.
Vivir entre fantasmas
El régimen de Assad mata a siri@s y palestin@s que residen en Siria y oculta a muchos de los asesinados. Tortura, viola y mata de hambre para grabar el dolor, el hambre y la degradación en la memoria de los supervivientes. Los familiares de los desaparecidos permanecen siempre suspendidos entre la esperanza y la desesperación, vulnerables a las promesas de los mafiosos del régimen, en busca de los cuerpos engullidos, al igual que las posesiones de las víctimas, las fotos, pasadas y presentes, por los saqueadores.
El régimen tiraniza así tanto a los vivos como a los muertos. Es como si esta industria genocida no solo se contentara con matar, sino que también pretendiera transformar a sus víctimas en fantasmas. Porque no hay víctima sin cadáver. No hay muerte sin tumba. Solo hay fantasmas que recuerdan cada día a los supervivientes el destino que les puede deparar, y a los asesinos la misma posibilidad si su máquina de matar flaquea y el régimen se derrumba.
La Siria de Assad es, en este sentido, una Siria de fantasmas, una Siria de terror, de rumores, de degradación y de expectación agónica. Ya no es una cuestión local o regional, ni un campo de batalla para los actores internacionales establecidos o emergentes.
La cuestión siria aborda un problema existencial universal que debe entenderse como un reto para toda la humanidad.
Imagen de portada de @Najah Al-Bukai
[1] Artículo publicado en árabe en 2018 en Al-Quds Al-Arabi y traducido al francés por Nadia L. Aïssaoui.