Pistoleros de masas en la Era Tóxica

Steven Higgs, CounterPunch.com, 3 junio 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Steven Higgs es periodista y fotógrafo medioambiental; vive en Bloomington, Indiana.  Es autor de A Guide to Natural Areas of Southern Indiana.

Estamos inmersos en un experimento toxicológico masivo, con nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos como sujetos experimentales”.  (Dr. Philip J. Landrigan, director del Centro de Salud Ambiental Infantil del Hospital Mount Sinai, alrededor de 1996)

Mientras los estadounidenses se esfuerzan por comprender el cómo y el por qué del azote nacional de los tiroteos masivos, yo sugeriría que, en relación con el factor de la salud mental, los pistoleros son los sujetos del experimento de más de un siglo de la humanidad con los productos químicos industriales tóxicos mencionados anteriormente.

De hecho, para nosotros los baby boomers (*), Dylan Kleebold y Eric Harris de Littleton, Adam Lanza de Newtown, Nicholas Cruz de Parkland y Salvador Ramos de Uvalde son los hijos de nuestros hijos.

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La cita del Dr. Landrigan me sacudió el corazón cuando era redactor y editor senior en el Departamento de Gestión Ambiental de Indiana entre 1996 y 2000. Se refería a los 50.000 productos químicos industriales que la ley estadounidense permitía verter cada día en el aire, el agua y la tierra. Las estimaciones actuales oscilan entre 80.000 y 85.000.

Después de descubrir el trabajo del Dr. Landrigan, pasé quince años escribiendo sobre las conexiones entre la contaminación industrial y sus impactos en el desarrollo y el comportamiento de los niños (para CounterPunch, mi página web The Bloomington Alternative y otras publicaciones digitales e impresas).

Las implicaciones para los pistoleros de masas -y otros que están en la raíz de los descuidados problemas sociales y de salud mental a los que nos enfrentamos hoy en día- eran y son fundamentalmente intuitivas.

Las sustancias químicas sintéticas e industriales presentes en el cuerpo de los niños -absorbidas a través de la placenta de sus madres después de la concepción y a través del aire, el agua y la tierra después del nacimiento- interfieren en su desarrollo neurológico y afectan a una amplia gama de funciones cognitivas y de comportamiento.

Entre los impactos científicamente demostrados nos topamos con: disminución del coeficiente intelectual, impulsividad y violencia. No sé cuán inteligente es el pistolero de masas promedio, aunque tengo ciertas conjeturas. Pero, por definición, son impulsivos y violentos.

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Cuando escribí sobre la salud ambiental de los niños en 2001, el periodista de la PBS Bill Moyers tenía 84 sustancias químicas industriales en su cuerpo cuando el Monte Sinaí le hizo una prueba de carga química corporal, es decir, el número de sustancias químicas industriales en el cuerpo humano. Otros estudios realizados en aquella época encontraron hasta 200. Hoy en día, los investigadores daneses afirman que la cifra ha llegado a 700.

«Nuestros cuerpos están contaminados por cientos de sustancias químicas que no deberían estar ahí», dicen los daneses en su página web The World Counts. El impacto de la contaminación en la salud humana es todavía desconocido, dicen, aunque estamos empezando a entenderlo. «Y no es especialmente agradable».

Sin embargo, a través de su Programa de Inventario de Emisiones Tóxicas (TRI, por sus siglas en inglés), el gobierno federal solo regula 770 sustancias químicas incluidas individualmente en la lista y 33 categorías químicas. Todo esto significa que las instalaciones que fabrican, procesan o utilizan sustancias químicas del TRI por encima de los límites establecidos deben presentar informes anuales para cada sustancia química.

Mediante la Ley de Control de Sustancias Tóxicas de 1976, los federales solo han prohibido nueve sustancias químicas. Y dos de las más persistentes y omnipresentes -los PCB y el amianto- siguen utilizándose y, de vez en cuando, aunque raramente, se escapan al medio ambiente.

Mientras tanto, uno de cada seis niños -el 17%- sufre algún tipo de anomalía en el desarrollo neurológico, según señaló el Dr. Philippe Grandjean, director de la Unidad de Investigación de Medicina Ambiental de la Universidad del Sur de Dinamarca, en el artículo de 2013 «Only One Chance: How Environmental Pollution Impairs Brain Development – and How to Protect the Brains of the Next Generation [“Solo tenemos una oportunidad: Cómo la contaminación ambiental perjudica el desarrollo del cerebro  y cómo proteger los cerebros de la próxima generación”].

Y aunque se desconocen las causas de la mayoría de estos trastornos, se sabe o se sospecha que la contaminación ambiental provoca daños en el desarrollo del cerebro, dijo Grandjean, que también es profesor adjunto de salud ambiental en la Escuela de Salud Pública de Harvard.

Pero se han analizado muy pocos de los más de 80.000 productos químicos industriales en cuestión.

«Ignoramos este problema y asumimos ingenuamente que la falta de pruebas significa que no hay riesgo», dijo.

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He escrito sobre la salud ambiental de los niños desde 1996 hasta 2011, cuando científicos visionarios como Landrigan y Herman L. Needleman, de la Universidad de Pittsburgh, y periodistas como Moyers, Diane Dumanoski (Our Stolen Future [Futuro robado], 1996) y Philip y Alice Shabecoff (Poisoned for Profit [Envenenados por lucro], 2008), llamaron la atención del mundo sobre lo evidente.

La doctrina Reagan de desregulación medioambiental estaba alterando la bioquímica humana de forma peligrosa y permanente. Y aunque es obvio en retrospectiva, el aumento de los pistoleros de masas, imprevisible un par de décadas antes de las redes sociales y las armas de asalto fácilmente disponibles, era inevitable.

Needleman, cuyo trabajo pionero llevó al gobierno federal a prohibir el plomo en los combustibles en 1979, calificó este metal pesado de «veneno para el cerebro» en un artículo publicado en mayo de 2006 en el Washington Post titulado «Chemicals and Crime: A Truly Toxic Effect» [“Químicos y crimen: un efecto verdaderamente tóxico”]. A través de múltiples estudios, demostró una conexión directa entre el plomo y la disminución del coeficiente intelectual.

«El cerebro es importante para regular el comportamiento, especialmente los lóbulos prefrontales», dijo Needleman. «Están implicados en la toma de decisiones, en las elecciones que hacemos, en la resistencia a los impulsos».

Un estudio publicado en 2009 en la revista Physiology & Behavior, titulado «Environmental causes of violence» [“Causas medioambientales de la violencia], encontró pruebas de que el comportamiento violento y antisocial, «normalmente atribuido a factores sociales, como la pobreza, la mala educación y la inestabilidad familiar», también está relacionado con un menor coeficiente intelectual y la violencia.

«El papel de la exposición a los contaminantes ambientales ha recibido poca atención como factor que predispone al comportamiento violento», escribieron los investigadores del Instituto de Salud y Medio Ambiente de la Universidad de Albany. «Sin embargo, se ha documentado que una serie de exposiciones ambientales dan lugar a un patrón común de efectos neuroconductuales, incluyendo la disminución del coeficiente intelectual, la reducción de la capacidad de atención y el aumento de la frecuencia del comportamiento antisocial.»

En 2015, el «Monitor on Psychology» de la Asociación Americana de Psicología publicó un artículo titulado «Chemical Threats» [«Amenazas químicas»] que sugería que los productos químicos domésticos comunes conocidos como disruptores endocrinos son peligrosos.

Los niños de entre 8 y 15 años con niveles detectables de pesticidas piretroides -el insecticida más utilizado en los hogares- tenían el doble de probabilidades de presentar síntomas de hiperactividad e impulsividad que los niños con niveles inferiores a los detectados, según investigadores del Hospital Infantil de Cincinnati. La asociación no se observó en las niñas.

«Dado que estas sustancias químicas parecen tener efectos sobre las hormonas sexuales en modelos animales, los resultados que difieren según el género son comunes en la investigación de las alteraciones endocrinas», dice el artículo.

El artículo del Post de 2016 también citaba a Roger D. Masters, profesor emérito de gobierno Nelson A. Rockefeller en el Dartmouth College, que descubrió una conexión entre los metales pesados y la delincuencia en las comunidades en las que se utilizaba el silicofluoruro químico para fluorizar los sistemas de agua.

«Si nos fijamos en los delitos violentos, encontramos lo mismo, una especie de duplicación de los índices de delincuencia en los lugares donde se utiliza el silicofluoruro», dijo Masters, que también es presidente de la Fundación para la Neurociencia y la Sociedad. «… Tenemos que empezar a mirar seriamente como cultura lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos a través de la química».

Un efecto claro, dijo: «Los productos químicos tóxicos pueden destruir los sistemas inhibitorios y causar violencia».

Sobre Needleman, Masters y otros en el campo, el artículo del Post atribuyó una amplia importancia a su trabajo.

«Están descubriendo que los contaminantes ambientales son actores clave en la causa del comportamiento violento, así como de las enfermedades», decía el artículo. «Sus hallazgos son tan convincentes que deben incluirse en cualquier plan maestro para reducir la violencia en este país».

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Por supuesto, los cerebros de los jóvenes, intoxicados con sustancias químicas perniciosas, no son más que una faceta de la Era Tóxica. La desesperación alimentada por la desigualdad económica, el racismo endémico, la xenofobia rampante, los medios de comunicación violentos, las omnipresentes armas de guerra y otros males sociales del siglo XXI contribuyen a la proverbial tormenta perfecta para la violencia al estilo estadounidense, ya sea criminal, doméstica, política o de tiroteos masivos.

Y aunque las reformas políticas, económicas y sociales podrían mejorar algunas de las condiciones que contribuyen al salvajismo, los sujetos del experimento masivo y toxicológico de la humanidad serán elementos esenciales de la experiencia humana para la eternidad.

A falta de la confiscación de las armas en Estados Unidos, los pistoleros de masas son una nueva normalidad.

 N. de la T.:

(*) Nacidos entre 1946 y 1965.

Foto de portada: Martyn Fletcher – CC BY 2.0

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