Mamoon Alabbasi, Middle East Monitor, 8 junio 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Mamoon Alabbasi es investigador y editor digital en el Centro de Investigación de TRT World (Londres). Con anterioridad fue subdirector y editor The Arab Weekly, y editor de opiniones y noticias de Middle East Eye. Lleva trabajando activamente en el campo del periodismo desde 2005, tras una carrera de una década en el ámbito de la educación. Tiene un máster en Lingüística Aplicada.
Desde la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero, millones de personas han tenido que huir de sus hogares en búsqueda de seguridad. Según las cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), alrededor de siete millones de personas han abandonado Ucrania, mientras que otros ocho millones se habrían desplazado internamente.
El primer obstáculo para los que huyen de la guerra es encontrar rutas seguras hacia sus destinos mientras están bajo el fuego ruso. Algunas personas son demasiado frágiles para viajar, incluso en tiempos de paz.
Abandonar el escenario de la guerra no siempre significa escapar de las garras del enemigo. Algunos ucranianos se vieron obligados a ir a Rusia. Sin embargo, afortunadamente, la mayoría de los refugiados ucranianos han llegado a países que los tildan de aliados.
Es importante distinguir entre el apoyo declarado a la difícil situación de los ucranianos y cómo esa retórica se traduce en hechos. Muchos países que han expresado con fuerza su solidaridad con Ucrania -especialmente los que no comparten frontera con ella- no han actuado con rapidez para permitir la entrada de refugiados ucranianos.
A pesar de toda su retórica a favor de Ucrania, Estados Unidos, por ejemplo, solo había reubicado a 12 refugiados ucranianos en marzo. De hecho, para entrar en Estados Unidos, algunos ucranianos tuvieron que volar a México y entrar por la frontera terrestre con América.
Del mismo modo, el Reino Unido ha tenido su cuota de errores y de burocracia restrictiva a la hora de acoger a los refugiados ucranianos, a pesar de la generosidad y la buena voluntad expresadas por la opinión pública británica.
El desajuste de Gran Bretaña entre las palabras y los hechos con respecto a Ucrania puede no ser necesariamente intencionado. Las medidas de inmigración de «entorno hostil» se habían puesto en marcha mucho antes de que hubiera refugiados ucranianos. «El instinto del Ministerio del Interior… es mantener a la gente fuera. Eso es lo que hace principalmente todo el tiempo. Y le resulta increíblemente difícil cambiar. No puede dar un giro de 180 grados», dijo el diputado británico David Davis a la radio LBC.
Desafíos prácticos
Una vez que los refugiados ucranianos son acogidos en los países de acogida, se enfrentan a una nueva serie de problemas.
Ya sea en el Reino Unido, Francia o Alemania, el problema inicial con el que se encuentran muchos refugiados es la barrera del idioma, que retrasa el asentamiento en los países de acogida. Puede dificultar las oportunidades de trabajo de los adultos cualificados y provocar un vacío educativo en los niños.
A medida que aumenta el número de refugiados ucranianos, los países de acogida tienen problemas para ofrecerles un alojamiento adecuado. En Irlanda, algunos refugiados fueron ubicados en centros de acogida directa.
Polonia es el país que acoge el mayor número de refugiados ucranianos, pero es posible que no pueda seguir prestando su costoso apoyo sin la ayuda financiera de la Unión Europea (UE). Muchos de los refugiados de Europa del Este, en particular, necesitan ayuda especializada para tratar el trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Las ucranianas que han escapado de la violencia sexual dentro de la Ucrania de posguerra siguen amenazadas por estos abusos en Europa. Además de la vulnerabilidad de los niños y mujeres ucranianos refugiados, la ruptura de las familias es traumática por sí misma.
A largo plazo, existe el riesgo de que muchos de los que han acogido a los refugiados ucranianos den marcha atrás. «Si la guerra se prolonga, las economías se ralentizan y los gobiernos no consiguen proporcionar a los recién llegados vivienda, servicios y empleo, las alfombras de bienvenida de Europa podrían retirarse. En algunos países sobrecargados ya se escuchan disensiones. En Rumanía, una franja nacionalista sostiene que Ucrania, y no Rusia, es el enemigo. En Moldavia, algunos coches de ucranianos han sido objeto de vandalismo», escribió The Economist.
Amenazas ideológicas
La «bienvenida a los refugiados ucranianos» que existe en Occidente se divide en dos grupos: uno que simpatiza con las personas necesitadas independientemente de su etnia; el otro tiene motivaciones un tanto sesgadas -si no intolerantes– que favorecen solo a los refugiados blancos.

El grado de intolerancia en algunos sectores de Europa ha llevado, por ejemplo, a algunos alemanes a convertirse en inmigrantes en Paraguay porque se sentían incómodos con los inmigrantes llegados a Alemania.
Existe la esperanza de que el espíritu de bondad hacia los refugiados ucranianos despierte una compasión más amplia hacia los solicitantes de asilo de todo el mundo. Pero también existe el temor de que los que hoy hicieron excepciones con los ucranianos se vuelvan contra ellos mañana. Para este último grupo es fácil buscar lo que divide a la gente.
Mientras Ucrania y Rusia se acusan mutuamente de ser neonazis, algunos partidarios de ambos países han repetido como loros estas acusaciones sin analizar sus propias ideologías. Los fascistas de extrema derecha de todos los bandos parecen estar en desacuerdo con la palabra «nazi», pero no con sus manifestaciones.

De hecho, si no hubiera sido por la guerra en Ucrania, muchos elementos de la extrema derecha en Occidente seguirían apoyando a Moscú y recibiendo su ayuda. Aplaudieron a Rusia mientras bombardeaba a la población civil y apuntalaba una dictadura en la región de Oriente Medio y Norte de África.
Algunos derechistas veían al presidente ruso Vladimir Putin como defensor de la fe cristiana porque los popes rusos bendecían los aviones de guerra que luego se dedicaban a bombardear hospitales en Siria.
Los derechistas no están solos. El presidente «centrista» de Francia, Emmanuel Macron, al que se acusa de hacer que los musulmanes franceses no sean bienvenidos en su propio país, vuelve a adoptar una postura blanda hacia Putin.
En 2014 el ex primer ministro británico laborista Tony Blair pidió al gobierno del Reino Unido que dejara de lado sus diferencias con Rusia sobre Ucrania (es decir, después de que las fuerzas rusas invadieran Crimea) y cooperara con Putin para luchar contra «la amenaza del islamismo radical.»
Hay que subrayar que la obsesión por una amenaza (como el terrorismo cometido por musulmanes) por encima de todo tipo de otras amenazas es una de las razones por las que se ha permitido que Putin se convierta en un peligro para Europa (además de desplazar a los ucranianos).
Y no es solo Putin. Ha habido un aumento del terrorismo de extrema derecha en Occidente tras la preocupación por la amenaza del «otro» no blanco. Aunque el peligro de los terroristas extranjeros debe ser siempre abordada con urgencia, hacer frente a estas amenazas a la seguridad no debe significar dar oxígeno a las ideologías fascistas o a los partidarios de Putin. El «islam radical» nunca podrá derribar la civilización o las democracias occidentales, pero el fascismo, el nazismo o la supremacía blanca sí. Y el hombre que goza del apoyo de muchos fascistas está amenazando la seguridad de toda Europa.
Es esta mentalidad llena de odio la que causa estragos en Ucrania hoy y la que amenazará mañana a los refugiados ucranianos, dondequiera que estén en Europa.
Foto de portada: Refugiados de Ucrania asisten a una feria de empleo en Berlín el 2 de junio de 2022 [John MacDougall/AFP vía Getty Images]