Los sirios que regresan del campo de Al-Hol se enfrentan al estima de sus antiguos vínculos con el Dáesh

Delil Souleiman, Al Monitor, 15 junio 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Delil Souleiman es un fotoperiodista independiente afincado en Qamishli, Siria.

Noura al-Khalif se casó con un simpatizante del grupo del Dáesh y luego acabó sin su marido en un campamento sirio considerado por muchos como el último reducto superviviente del «califato».

Esta mujer de 31 años regresó hace tres años a su ciudad natal, a las afueras de la ciudad norteña de Raqa, pero le cuesta quitarse de encima el estigma de haber vivido en el campamento de Al-Hol.

«La mayoría de mis vecinos me llaman simpatizante del Dáesh», dijo a AFP desde la casa de su padre cerca de Raqa, donde ahora vive con sus dos hijos.

«Solo quiero olvidar, pero la gente insiste en arrastrarme de vuelta al pasado, y desde que salí de Al-Hol no me he sentido bien ni económica ni emocionalmente».

Al-Hol, en el noreste controlado por los kurdos, sigue albergando a unas 56.000 personas, en su mayoría sirios e iraquíes, algunos de los cuales mantienen vínculos con el Dáesh.

Alrededor de 10.000 son extranjeros, entre ellos familiares de combatientes del grupo, y los observadores están cada vez más preocupados de que lo que fue concebido como un centro de detención temporal se esté convirtiendo en un caldo de cultivo para yihadistas.

La mayoría de los residentes de Al-Hol son personas que huyeron o se rindieron durante los últimos días del autoproclamado «califato» del Dáesh a principios de 2019.

Por quedarse hasta el final, ya fuera por elección o no, se les considera partidarios fanáticos del Dáesh, aunque la población del campamento también incluye a civiles desplazados por las batallas contra los yihadistas.

El estigma es un desafío para Khalif, que llegó a Al-Hol desde Baghouz, la aldea ribereña donde el Dáesh fue declarado definitivamente derrotado por las fuerzas kurdas respaldadas por Estados Unidos.

«El campamento de Al-Hol fue más misericordioso con nosotros que Raqa. Dejé el campamento por mis hijos y su educación, pero la situación aquí no es mejor», dijo.

Jefes tribales

En 2014, Khalif se casó con un yihadista de origen saudí y vivió con él por varias regiones controladas por el Dáesh antes de que ambos fueran separados por los combates.

No sabe nada de su marido desde que se fue a Al-Hol en 2019.

Tras unos meses viviendo en el campamento, a Khalif se le permitió salir junto a otros cientos de sirios en virtud de un acuerdo entre los jefes tribales sirios y las autoridades kurdas que supervisan las instalaciones.

Desde entonces, más de 9.000 sirios han sido autorizados a salir de Al-Hol en virtud de este tipo de acuerdos, cuyo objetivo es vaciar el campo de nacionales, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con sede en Gran Bretaña.

La vuelta a casa de Khalif ha sido todo menos dulce.

Relata que le cuesta ganarse la vida limpiando casas y que se enfrenta a constantes sospechas.

«Algunas familias no me dejan limpiar sus casas porque llevo el niqab (velo facial) y porque piensan que soy partidaria del Dáesh», dijo.

«La sociedad no me acepta».

El anciano de la tribu de Raqa, Turki al-Suaan, ha organizado la liberación de 24 familias de Al-Hol con el objetivo de facilitar su reintegración en sus comunidades, pero reconoció que no era una tarea fácil.

«Conozco a sus familias y son de nuestra región», dijo a AFP, explicando su apoyo.

«Pero la intolerancia que la sociedad tiene hacia estas personas es una reacción a los abusos cometidos por el Dáesh contra los civiles de la zona durante su dominio», dijo.

Sara Ibrahim, residente en Raqa, advirtió del peligro que supone estigmatizar a las personas que regresan a Raqa desde Al-Hol, la mayoría de las cuales son mujeres y niños.

«Muchas familias de Raqa se niegan a relacionarse con estas personas y esto… podría empujarlas hacia el extremismo en el futuro», dijo.

Prejuicios

Por temor a los prejuicios, Amal ha mantenido un perfil bajo desde que llegó a Raqa procedente de Al-Hol hace siete meses.

Esta abuela de 50 años y los miembros de su familia fueron de los últimos en salir de Baghouz, donde los yihadistas hicieron su última parada.

«Mis vecinos en Raqa no saben que estuve en el campamento de Al-Hol, y temo que la gente se haga una mala idea de mí si sabe que estuve viviendo allí”, dijo, con un niqab cubriendo su rostro.

«Mientras esté a gusto con mi vida… no hay necesidad de que la gente lo sepa», añadió.

Umm Mohammad, que también huyó de Baghouz hace tres años, sigue adaptándose a la vida en Raqa desde que abandonó Al-Hol a finales del año pasado con garantías tribales.

«¿Cuándo va a dejar la sociedad de tratarnos como partidarios del Dáesh? «Solo quiero vivir con paz y tranquilidad».

Foto de portada: Noura al-Khalif lleva tres años de vuelta a su ciudad natal, a las afueras de Raqa, pero le cuesta quitarse de encima el estigma de haber vivido en el campo de Al-Hol, donde se recluía a familiares de presuntos combatientes del grupo del Dáesh-Estado Islámico (Delil Souleiman).

Voces del Mundo

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