Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 31 julio 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y de la Oficina de los Balcanes. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on America, Death of the Liberal Class, War is a Force That Gives Us Meaningy Days of Destruction, Days of Revolt una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.
MARION, Illinois – Daniel Hale, vestido con un uniforme caqui, con el pelo cortado y luciendo una larga y cuidada barba marrón, está sentado detrás de una pantalla de plexiglás, hablando a un receptor telefónico en la prisión federal de Marion, Illinois. Sujeto un auricular al otro lado del plexiglás y escucho cómo describe su trayectoria desde que trabajaba para la Agencia de Seguridad Nacional y la Fuerza de Operaciones Especiales Conjuntas en la base aérea de Bagram, en Afganistán, hasta que se convirtió en el preso federal 26069-07.
Hale, ex analista de inteligencia de señales de la Fuerza Aérea, de 34 años de edad, está cumpliendo una condena de 45 meses de prisión, tras ser declarado culpable en virtud de la Ley de Espionaje por revelar documentos clasificados sobre el programa de asesinatos con aviones no tripulados del ejército estadounidense y su elevado número de muertes de civiles. Se cree que los documentos son el material de origen de «The Drone Papers» publicados por The Intercept, el 15 de octubre de 2015.
Estos documentos revelaron que, entre enero de 2012 y febrero de 2013, los ataques aéreos de los drones de operaciones especiales de Estados Unidos mataron a más de 200 personas, de las cuales solo 35 eran los objetivos previstos. Según los documentos, durante un período de cinco meses de la operación, casi el 90 por ciento de las personas muertas en los ataques aéreos no eran los objetivos previstos. Los muertos civiles, generalmente transeúntes inocentes, fueron clasificados rutinariamente como «enemigos muertos en combate».
Puede ver mi entrevista con la abogada de Hale, Jesselyn Radack, aquí.
El terror y la matanza generalizada de miles, quizás decenas de miles, de civiles fue una potente herramienta de reclutamiento para los talibanes y los insurgentes iraquíes. Los ataques aéreos crearon muchos más combatientes hostiles de los que eliminaron y enfurecieron a muchos en el mundo musulmán.
Hale se muestra sereno, elocuente y físicamente en forma gracias a su régimen autoimpuesto de ejercicio diario. Hablamos de los libros que ha leído recientemente, como la novela de John Steinbeck “Al este del Edén” y “Baseless: My Search for Secrets in the Ruins of the Freedom of Information Act”, de Nicholson Baker, que explora si Estados Unidos utilizó armas biológicas en China y Corea durante la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Corea.
Hale se encuentra actualmente en la Unidad de Gestión de las Comunicaciones (CMU, por sus siglas en inglés), una unidad especial que restringe severamente y vigila fuertemente las comunicaciones, incluidas nuestra conversación y las visitas. La decisión de la Oficina de Prisiones de encerrar a Hale en el ala más restrictiva de una prisión de máxima seguridad hace caso omiso de la recomendación del juez que dictó la sentencia, Liam O’Grady, que sugirió que se le internara en un centro hospitalario de baja seguridad en Butner, Carolina del Norte, donde podría recibir tratamiento para su trastorno de estrés postraumático.
Hale es una de las pocas docenas de personas de conciencia que han sacrificado sus carreras y su libertad para informar al público sobre los delitos, fraudes y mentiras del gobierno. En lugar de investigar los delitos que se exponen y pedir cuentas a quienes los han llevado a cabo, los dos partidos gobernantes hacen la guerra a todos los que denuncian.
Estos hombres y mujeres de conciencia son la savia del periodismo. Los periodistas no pueden documentar los abusos de poder sin ellos. El silencio de la prensa sobre el encarcelamiento de Hale, así como la persecución y el encarcelamiento de otros defensores de una sociedad abierta, como Julian Assange, es de una miopía asombrosa. Si nuestros servidores públicos más importantes, los que tienen el valor de informar al público, siguen siendo criminalizados a este ritmo, cimentaremos la censura total, lo que dará lugar a un mundo en el que los abusos y los crímenes de los poderosos quedarán envueltos en la oscuridad.
Barack Obama convirtió en arma la Ley de Espionaje para perseguir a quienes proporcionaron información clasificada a la prensa. La Casa Blanca de Obama, cuyo asalto a las libertades civiles fue peor que el de la administración Bush, utilizó la Ley de 1917, diseñada para perseguir a los espías, contra ocho personas que filtraron información a la prensa, entre ellos Edward Snowden, Thomas Drake, Chelsea Manning, Jeffrey Sterling y John Kiriakou, que pasó dos años y medio en prisión por sacar a la luz la tortura rutinaria de sospechosos detenidos en lugares negros.
También en el marco de la Ley de Espionaje, Joshua Schulte, exingeniero de software de la CIA, fue condenado el 13 de julio de 2022 por la llamada filtración Vault 7, publicada por WikiLeaks en 2017, que reveló cómo la CIA hackeó teléfonos inteligentes Apple y Android y convirtió televisores conectados a internet en dispositivos de escucha. Se enfrenta a hasta 80 años de prisión. Assange, aunque no es ciudadano estadounidense y WikiLeaks no es una publicación con sede en Estados Unidos, fue acusado por la administración Trump en virtud de esa Ley.
Obama utilizó la Ley de Espionaje, contra quienes proporcionaban información a la prensa, más que todas las administraciones anteriores juntas. Sentó un precedente legal aterrador, equiparando informar al público con espiar para una potencia hostil. Yo publiqué material clasificado cuando era reportero en The New York Times. De la criminalización del periodismo al encarcelamiento y asesinato de reporteros, como el de Jamal Khashoggi en el consulado saudí en 2018 en Estambul, hay un paso corto. Mientras Assange se refugiaba en la embajada de Ecuador en Londres, la CIA habló de secuestrarlo y asesinarlo tras la publicación de los documentos de Vault 7.
En el pasado se ha abusado bastante de la Ley de Espionaje. El presidente Woodrow Wilson la utilizó para meter en la cárcel a socialistas, como Eugene V. Debs, por oponerse a la participación de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.
Pero no fue hasta la administración Trump cuando se volvió directamente contra la prensa con la acusación de Assange.
La vigilancia gubernamental al por mayor, sobre la que muchos acusados bajo la Ley de Espionaje trataron de advertir al público, incluye la vigilancia de los periodistas. La vigilancia de la prensa, junto con los que intentan informar al público proporcionando información a los reporteros, ha cerrado en gran medida las investigaciones sobre la maquinaria del poder. El precio de decir la verdad es demasiado caro.
Hale, formado en el ejército como lingüista de mandarín, se sintió incómodo en el momento en que empezó a trabajar en el programa secreto de aviones no tripulados.
«Necesitaba un sueldo», dice sobre su trabajo en las Fuerzas Aéreas y más tarde como contratista privado en el programa de aviones no tripulados. No tenía otro sitio al que ir. Pero sabía que estaba mal».
Mientras estaba destinado en Fort Bragg, Carolina del Norte, se tomó una semana libre en octubre de 2011 para acampar en el Parque Zuccotti de Nueva York durante el movimiento Occupy Wall Street. Llevaba puesto su uniforme -un acto valiente de abierto desafío para alguien en servicio activo- y levantó un cartel en el que se leía: «Liberen a Bradley Manning», que aún no había anunciado su transición.
«Dormí en el parque», dice. «Estuve allí la mañana en que [el alcalde] Bloomberg y su novia hicieron el primer intento de desalojar a los ocupantes. Estuve junto a miles de manifestantes, incluidos los Teamsters y los trabajadores de las comunicaciones, que rodearon el parque. La policía se echó atrás. Más tarde me enteré de que mientras yo estaba en el parque, Obama ordenó un ataque con drones en Yemen que mató a Abdulrahman Anwar al-Awlaki, el hijo de 16 años del clérigo radicalizado Anwar al-Awlaki, asesinado por un ataque con drones dos semanas antes».
Hale fue desplegado unos meses después en la base aérea de Bagram, en Afganistán.
Describió su trabajo en una carta al juez:
“En mi calidad de analista de inteligencia de señales destinado en la Base Aérea de Bagram, se me encomendó rastrear la ubicación geográfica de dispositivos de telefonía móvil que se creía estaban en posesión de los llamados combatientes enemigos. Para llevar a cabo esta misión era necesario acceder a una compleja cadena de satélites que abarcan todo el mundo y que son capaces de mantener una conexión ininterrumpida con aviones pilotados a distancia, comúnmente denominados drones. Una vez que se establecía una conexión estable y se adquiría un dispositivo de telefonía móvil dirigido, un analista de imágenes en Estados Unidos, en coordinación con un piloto de drones y un operador de cámara, se encargaba de utilizar la información que proporcionaba para vigilar todo lo que ocurría dentro del campo de visión del dron. Esto se hacía, la mayoría de las veces, para documentar el día a día de presuntos militantes. A veces, en las condiciones adecuadas, se realizaba un intento de captura. Otras veces, se sopesaba la decisión de atacarlos y matarlos allí donde estuvieran.
La primera vez que presencié un ataque con drones fue a los pocos días de mi llegada a Afganistán. Aquella mañana temprano, antes del amanecer, un grupo de hombres se había reunido en las cordilleras de la provincia de Patika alrededor de una hoguera llevando armas y preparando té. El hecho de que llevaran armas no se habría considerado fuera de lo normal en el lugar en el que crecí, y mucho menos en los territorios tribales prácticamente sin ley y fuera del control de las autoridades afganas.
Salvo que entre ellos había un sospechoso de ser miembro de los talibanes, delatado por el dispositivo de telefonía móvil apuntado en su bolsillo. En cuanto al resto de los individuos, estar armados, en edad militar y sentados en presencia de un supuesto combatiente enemigo era prueba suficiente para ponerlos también bajo sospecha. A pesar de haberse reunido pacíficamente, sin representar ninguna amenaza, el destino de los hombres que ahora bebían té estaba prácticamente sentenciado. Solo pude contemplar, sentado, a través de un monitor de ordenador, cómo una repentina y aterradora ráfaga de misiles de fuego infernal se precipitaba, salpicando de tripas de cristal de color púrpura la ladera de la montaña de la mañana.
Desde entonces y hasta el día de hoy, sigo recordando varias de esas escenas de violencia gráfica llevadas a cabo desde la fría comodidad de una silla de ordenador. No pasa un día sin que me cuestione la justificación de mis acciones. Según las reglas del combate, puede haber sido permisible para mí haber ayudado a matar a esos hombres -cuyo idioma no hablaba, cuyas costumbres no entendía y cuyos crímenes no podía identificar- de la manera espantosa en que lo hice. Verlos morir. Pero cómo podría considerarse honorable por mi parte el haber estado continuamente al acecho de la siguiente oportunidad para matar a personas desprevenidas, que, la mayoría de las veces, no suponen ningún peligro para mí ni para ninguna otra persona en ese momento. Sin embargo, ¿cómo puede ser que cualquier persona pensante siga creyendo que es necesario para la protección de los Estados Unidos de América estar en Afganistán y matar a personas, ninguna de las cuales presente fue responsable de los ataques del 11 de septiembre en nuestra nación? No obstante, en 2012, un año entero después de la desaparición de Osama bin Laden en Pakistán, participé en la matanza de jóvenes desorientados que no eran más que niños el día del 11 de septiembre.”
Hale fue a la deriva después de dejar las Fuerzas Aéreas, abandonó la New School, donde había estado asistiendo a la universidad, y fue atraído de nuevo a operar drones en 2013 por el contratista privado de defensa National Geospatial-Intelligence Agency, donde trabajó como analista de geografía política entre diciembre de 2013 y agosto de 2014.
«Ganaba 80.000 dólares al año», dice en el receptor. «Tenía amigos con títulos universitarios que no podían ganar ese dinero».
Inspirado por el activista por la paz David Dellinger, Hale decidió convertirse en un «traidor» al «American way of death«. Repararía su complicidad en los asesinatos, incluso a costa de su libertad. Filtró 17 documentos clasificados que ponían al descubierto el elevado número de muertes de civiles a causa de los ataques con aviones no tripulados. Se convirtió en un crítico abierto y destacado del programa de aviones no tripulados.
Como Hale fue acusado en virtud de la Ley de Espionaje, no se le permitió explicar sus motivaciones al tribunal. También se le prohibió aportar pruebas al tribunal de que el programa de asesinatos con aviones no tripulados mataba y hería a un gran número de no combatientes, incluidos niños.
«Las pruebas de la opinión del acusado sobre los procedimientos militares y de inteligencia distraerían innecesariamente al jurado de la cuestión de si había retenido y transmitido ilegalmente documentos clasificados, y convertirían el juicio en una investigación sobre los procedimientos militares y de inteligencia de Estados Unidos», dijeron los abogados del gobierno en una moción durante el juicio de Hale.
«El acusado puede desear que su juicio penal se convierta en un foro sobre algo distinto a su culpabilidad, pero esos debates no pueden y no informan sobre las cuestiones centrales de este caso: si el acusado retuvo y transfirió ilegalmente los documentos que robó», continuaba la moción del gobierno.
Los drones suelen disparar misiles Hellfire equipados con una ojiva explosiva de unos 6 kilos. Una variante de Hellfire, conocida como R9X, lleva una ojiva inerte. En lugar de explotar, lanza unos 45 kilos de metal a través de un vehículo. La otra característica del misil son las seis largas cuchillas que lleva en su interior y que se despliegan segundos antes del impacto, destrozando todo lo que se le ponga por delante, incluidas las personas.
Los drones sobrevuelan las 24 horas del día los cielos de países como Iraq, Somalia, Yemen, Pakistán, Siria y, antes de nuestra derrota, Afganistán. Operados a distancia desde bases de la Fuerza Aérea tan alejadas de los lugares de destino como Nevada, los drones disparan munición que destruye instantáneamente y sin previo aviso casas y vehículos o mata a grupos de personas. Hale consideró inquietante la jocosidad de los jóvenes operadores de drones, que trataban los asesinatos como si fueran un videojuego mejorado. Los niños víctimas de los ataques con drones fueron desestimados como «terroristas de tamaño divertido».
Los que sobreviven a los ataques con drones suelen quedar gravemente mutilados, perdiendo miembros, sufriendo graves quemaduras y heridas de metralla, y perdiendo la vista y el oído.
En una declaración que leyó en su sentencia el 27 de julio de 2021, Hale dijo: «Pienso en los agricultores en sus campos de adormidera cuya cosecha diaria les permitirá salvarse de los señores de la guerra, quienes, a su vez, la cambiarán por armas antes de que sea sintetizada, reempaquetada y revendida docenas de veces antes de que encuentre su camino hacia este país y hacia las venas rotas de la próxima víctima de los opioides de nuestra nación. Pienso en las mujeres que, a pesar de haber vivido toda su vida sin que se les haya permitido tomar ni una sola decisión por sí mismas, son tratadas como peones en un juego despiadado al que juegan los políticos cuando necesitan una justificación para seguir matando a sus hijos y maridos. Y pienso en los niños, cuyos ojos brillantes y rostros sucios miran al cielo y esperan ver nubes grises, temerosos de los días azules y claros que hacen señas a los drones que llegan con ansiosas notificaciones de muerte para sus padres».
«Como dijo un operador de drones», leyó en el tribunal, «‘¿Alguna vez pisas a las hormigas y no vuelves a pensar en ello? Eso es lo que te hacen pensar de los objetivos. Se lo merecían, eligieron su lado. Tenías que matar una parte de tu conciencia para seguir haciendo tu trabajo, ignorando la voz interior que te decía que esto no estaba bien. Yo también ignoré la voz interior mientras seguía caminando a ciegas hacia el borde de un abismo. Y cuando me encontré al borde, listo para rendirme, la voz me dijo: ‘Tú, que has sido un cazador de hombres, ya no lo eres. La gracia de Dios te ha salvado. Ahora sal y sé pescador de hombres para que otros conozcan la verdad'».
Fue, irónicamente, la elección de Obama lo que animó a Hale a alistarse en el Ejército del Aire.
«Pensé que Obama, que como candidato se oponía a la guerra de Iraq, pondría fin a las guerras y a la anarquía de la administración Bush», dice.
Sin embargo, pocas semanas después de tomar posesión, Obama aprobó el despliegue de 17.000 soldados más en Afganistán, donde ya había 36.000 soldados estadounidenses y 32.000 de la OTAN. A finales de año, Obama volvió a aumentar el número de tropas en Afganistán en 30.000, duplicando las bajas estadounidenses. También amplió masivamente el programa de aviones no tripulados, aumentando el número de ataques con drones de varias docenas el año anterior a su toma de posesión a 117 en su segundo año de mandato. Cuando dejó el cargo, Obama había presidido 563 ataques con aviones no tripulados que mataron a unas 3.797 personas, muchas de las cuales eran civiles.
Obama autorizó «ataques distintivos» que permitían a la CIA llevar a cabo ataques con drones contra grupos de presuntos militantes sin obtener una identificación positiva. Su administración aprobó los ataques con drones de «seguimiento» o de «doble toque», que desplegaban drones para atacar a cualquiera que ayudara a los heridos en el ataque inicial con drones. La Oficina de Periodistas de Investigación informó en 2012 que «al menos 50 civiles murieron en ataques de seguimiento cuando habían ido a ayudar a las víctimas», durante los tres primeros años de Obama en el cargo. Además, «más de 20 civiles también han sido atacados en ataques deliberados contra funerales y dolientes», decía el informe. Obama amplió la huella del programa de aviones no tripulados en Pakistán, Somalia y Yemen, y estableció bases de aviones no tripulados en Arabia Saudí y Turquía.
«Hay varias listas de este tipo, utilizadas para apuntar a individuos por diferentes razones», escribe Hale en un ensayo titulado «Por qué filtré los documentos de la lista de vigilancia», publicado originalmente de forma anónima en mayo de 2016 en el libro The Assassination Complex: Inside the Government’s Secret Drone Warfare Program (El complejo de asesinato: dentro del programa secreto de guerra con drones del gobierno), de Jeremy Scahill y el personal de The Intercept.
«Algunas listas se mantienen estrechamente; otras abarcan múltiples agencias de inteligencia y de aplicación de la ley local», escribe Hale en el ensayo. «Hay listas utilizadas para matar o capturar a supuestos ‘objetivos de alto valor’, y otras destinadas a amenazar, coaccionar o simplemente vigilar la actividad de una persona. Sin embargo, todas las listas, ya sean para matar o para silenciar, tienen su origen en el Terrorist Identities Datamart Environment (TIDE), y son mantenidas por el Terrorist Screening Center del National Counterterrorism Center. La existencia de TIDE no está clasificada, pero los detalles sobre su funcionamiento en nuestro gobierno son completamente desconocidos para el público. En agosto de 2013 la base de datos alcanzó el hito de un millón de entradas. Hoy en día, es miles de entradas más grande y está creciendo más rápido que desde su creación en 2003.»
El Centro de Detección de Terroristas, escribe, no solo almacena nombres, fechas de nacimiento y otros datos de identificación de posibles objetivos, sino que también guarda «historiales médicos, expedientes académicos y datos de pasaportes; números de matrícula, correo electrónico y números de teléfonos móviles (junto con los números de Identidad de Abonado Móvil Internacional y de Identidad de Equipo de Estación Móvil Internacional); sus números de cuentas bancarias y sus compras; y otra información sensible, incluyendo ADN y fotografías capaces de identificarle mediante software de reconocimiento facial.»
Los datos de los sospechosos son recogidos y puestos en común por la alianza de inteligencia formada por Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos, conocida como los Cinco Ojos. A cada persona de la lista se le asigna un número personal TIDE, o TPN.
«Desde Osama bin Laden (TPN 1063599) hasta Abdulrahman Awlaki (TPN 26350617), el hijo estadounidense de Anwar al Awlaki, a cualquier persona que haya sido objeto de una operación encubierta le fue primero asignado un TPN y fue estrechamente vigilada por todas las agencias que siguen ese TPN mucho antes de ser incluida finalmente en una lista separada y condenada extrajudicialmente a muerte», escribió Hale.
Como expuso Hale en los documentos filtrados, las más de un millón de entradas en la base de datos de la TIDE incluyen a unos 21.000 ciudadanos estadounidenses.
«Cuando el presidente se levanta ante la nación y dice que están haciendo todo lo posible para garantizar que haya casi certeza de que no habrá civiles muertos, lo dice porque no puede decir lo contrario, porque cada vez que se realiza una acción para acabar con un objetivo hay una cierta cantidad de conjeturas en esa acción», dice Hale en el premiado documental «National Bird«, una película sobre los denunciantes del programa de aviones no tripulados de Estados Unidos que sufrieron daños morales y trastornos de estrés postraumático. «Solo después de lanzar cualquier tipo de artefacto se sabe cuánto daño real se ha causado. A menudo, la comunidad de inteligencia, el Comando de Operaciones Especiales Conjuntas, la CIA incluida, dependen de la inteligencia que llega después y que confirma que quien era su objetivo murió en el ataque, o que no murió en ese ataque.»
«La gente que defiende los aviones no tripulados, y la forma en que se utilizan, declaran que protegen las vidas estadounidenses al no ponerlas en peligro», dice en la película. «Lo que realmente hacen es envalentonar a los que toman las decisiones porque no hay amenaza, no hay consecuencias inmediatas. Pueden hacer este ataque. Pueden matar a esta persona que están tan desesperados por eliminar debido a lo potencialmente peligrosa que podría ser para EE.UU. Pero si resulta que no matan a esa persona, o algunas otras personas involucradas en el ataque mueren también, no hay consecuencias por ello. Cuando se trata de objetivos de alto valor, [en] cada misión se persigue a una persona a la vez, pero se supone que cualquier otra persona muerta en ese ataque es un asociado del individuo objetivo. Así que mientras puedan identificar razonablemente que todas las personas en el campo de visión de la cámara son hombres de edad militar, es decir, cualquiera que se crea que tiene 16 años o más, son un objetivo legítimo según las reglas de combate. Si el ataque se produce y los mata a todos, se limitan a decir que ya los tienen a todos».
Los drones, dice, hacen que matar a distancia sea «fácil y cómodo».
El 8 de agosto de 2014, el FBI allanó la casa de Hale. Era el último día de trabajo para el contratista privado. Dos agentes del FBI, un hombre y una mujer, le pusieron sus placas en la cara cuando abrió la puerta. Unas dos docenas de agentes, con las pistolas desenfundadas y muchos de ellos con chalecos antibalas, les siguieron. Fotografiaron y registraron todas las habitaciones. Le confiscaron todos sus aparatos electrónicos, incluido el teléfono.
Pasó los siguientes cinco años en el limbo. Le costó encontrar trabajo, luchó contra la depresión y contempló el suicidio. En 2019 la administración Trump acusó a Hale de cuatro cargos de violación de la Ley de Espionaje y un cargo de robo de propiedad gubernamental. Como parte de un acuerdo de culpabilidad, se declaró culpable de un cargo de violación de la Ley de Espionaje.
«Estoy aquí para responder por mis propios delitos y no por los de otra persona», dijo en su sentencia. «Y parece que estoy aquí hoy para responder por el delito de robo de papeles, por el que espero pasar una parte de mi vida en prisión. Pero por lo que estoy realmente aquí es por haber robado algo que nunca fue mío: una preciosa vida humana. Por lo cual fui bien compensado y hasta me dieron una medalla. No podía seguir viviendo en un mundo en el que la gente fingía que no pasaban cosas que sí pasaban.
Mi consecuente decisión de compartir con el público información clasificada sobre el programa de aviones no tripulados fue un gesto que no tomé a la ligera, y que no habría tomado en absoluto si creyera que tal decisión tenía la posibilidad de perjudicar a alguien más que a mí mismo. No actué para engrandecerme, sino para poder pedir humildemente perdón algún día».
Conozco unos cuantos Daniel Hales. Ellos hicieron posible mis reportajes más importantes. Permitieron que se dijeran verdades. Hicieron que los poderosos rindieran cuentas. Dieron voz a las víctimas. Informaron al público. Han reclamado el imperio de la ley.
Me siento frente a Hale y me pregunto si este es el final, si él, y otros como él, serán completamente silenciados.
El encarcelamiento de Hale es un microcosmos del vasto gulag que se está construyendo para todos nosotros.
Ilustración de la portada: Mr. Fish.