¿Por qué Occidente necesita replantearse radicalmente la cuestión siria?

Christopher Phillips, Middle East Eye, 23 agosto 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Christopher Phillips es profesor de relaciones internacionales en Queen Mary, Universidad de Londres, donde también es vicedecano. Es autor de The Battle for Syria, disponible en Yale University Press, y coeditor de What Next for Britain in the Middle East, disponible en IB Tauris.

El conflicto sirio está congelado. Tras más de una década de combates, parece improbable la victoria absoluta de ningún bando. Dada la profunda implicación de varias potencias regionales e internacionales, cualquier cambio en la dinámica depende ahora de personas ajenas al conflicto y no de los sirios.

Pero los esfuerzos externos para mediar han sido infructuosos durante años. El proceso de Ginebra, liderado por la ONU, nunca llegó a despegar, mientras que el proceso de Astana, inicialmente más exitoso, también ha quedado paralizado. La economía siria sigue anquilosada, con el 90% de los sirios por debajo del umbral de la pobreza, sin acceso a la energía, la inversión y el comercio. Es evidente que se necesita un nuevo enfoque.

Un reciente informe del think tank holandés Clingendael ofrece una de esas visiones radicales para desbloquear el proceso de paz. Los autores, Malik al-Abdeh y Lars Hauch, sostienen que los responsables políticos occidentales deben reconceptualizar el conflicto.

En lugar de continuar con sus esfuerzos desesperados por mediar en la optimista «transición política dirigida por los sirios» propuesta por la ONU en 2015, deberían aceptar que este es un objetivo imposible por ahora. En su lugar, deberían centrarse en resultados más modestos y alcanzables: mejorar la vida de los sirios de a pie, inhibir el caudillismo y evitar la partición permanente de Siria.

Conectividad práctica

Para ello, proponen que los actores occidentales dejen de centrarse en las sanciones, la rendición de cuentas y la ayuda humanitaria, y se dediquen a restablecer la «conectividad práctica» entre las tres zonas de control de Siria: el noroeste, controlado por la oposición y respaldado por Turquía, el este, dominado por los kurdos y respaldado por Estados Unidos, y el resto del país, controlado por el presidente Bashar al-Assad con el apoyo de Rusia e Irán.

Con muy poca interacción entre estas zonas, surgieron señores de la guerra para controlar las rutas de contrabando, exprimiendo sus ya débiles economías y acelerando la deriva hacia la partición permanente.

El informe Clingendael insta a los gobiernos occidentales a fomentar el comercio controlado, los flujos de bienes y personas, la inversión y la cooperación educativa entre las regiones. Esto ayudará a restablecer los lazos regionales, impulsar sus economías y reducir el sufrimiento. Después de algunos años de reencuentro exitoso, se podrán abordar cuestiones más a largo plazo.

Los autores sostienen que esto no tiene por qué significar el abandono de los objetivos más amplios de hacer que el régimen de Assad rinda cuentas por sus crímenes y de trabajar por una transición justa del poder. Pero reconocen que perseguir este objetivo, actualmente poco realista, ha subordinado las necesidades de los sirios de a pie y está empeorando la situación.

Este pragmatismo es muy necesario y hay mucho que elogiar en el informe. Reconoce que, independientemente de sus elevados objetivos, la política occidental no está funcionando y debe evolucionar más allá del estrecho enfoque de castigar a Assad si quiere evitar que Siria se convierta en un Estado fracasado y dividido a las puertas de Europa.

Posibles problemas

Sin embargo, un problema potencial de la propuesta del informe es que permitiría la eliminación de las sanciones por la puerta trasera. Una parte importante de las recomendaciones de Al-Abdeh y Hauch es que el comercio, sobre todo de productos turcos, pueda fluir desde las regiones del norte respaldadas por Turquía hacia la Siria de Assad.

Esto beneficiaría a la economía turca, que se encuentra en dificultades, ya que abriría nuevos mercados, no solo en Siria, sino más allá, en Jordania y el Golfo. Esto podría no violar oficialmente las sanciones occidentales que prohíben el trato con el régimen, ya que Turquía podría vender los bienes a sus aliados del norte de Siria, que a su vez los venderían a Assad, pero esto sería el más endeble de los barnices de legitimación.

Sin embargo, tal vez este tipo de mecanismo para salvar la cara es la forma en que la política occidental pueda escapar de su actual aprieto. Puede insistir en que está manteniendo las sanciones y manteniendo al presidente Assad a distancia hasta que cumpla sus condiciones, mientras sigue ayudando a los sirios en apuros.

Mientras tanto, esta medida beneficiaría económicamente no solo a Ankara y a sus aliados del norte de Siria, sino también a la asediada ciudad de Alepo, que está estratégicamente situada para convertirse en el «puerto» de las mercancías que llegan desde Turquía. Las destrozadas ciudades orientales de Raqqa y Deir-Ezzor podrían desempeñar papeles similares para mejorar el comercio entre el territorio del régimen y el este dominado por los kurdos.

Este nuevo enfoque, sin embargo, requeriría un tipo de previsión y practicidad de los actores occidentales que han estado totalmente ausentes en su compromiso con Siria. La penetración del régimen en la economía siria es tal que Assad y sus aliados, Irán y Rusia, se verían casi con toda seguridad recompensados financieramente por cualquier mejora de la economía siria, y eso podría ser demasiado para los actores occidentales, sobre todo teniendo en cuenta las actuales tensiones con estos últimos en relación con Ucrania.

Intereses contrapuestos

Evitar que el presidente sirio se beneficie de alguna manera, aunque tenga un impacto perjudicial para el pueblo sirio, ha sido la prioridad de Occidente durante algún tiempo, y parece poco probable que cambie ahora. Del mismo modo, a pesar de que el informe Clingendael señala que esta apertura beneficiaría a todos los actores externos a largo plazo, es poco probable que Rusia, Irán y Turquía la contemplen.

Cada uno de ellos gana lo suficiente con el statu quo en Siria y tiene poca presión para hacer un cambio tan radical.

Aunque sus autores lo lamenten, no está claro que Teherán, Ankara o Moscú tengan realmente algún problema con la partición efectiva de Siria mientras sus intereses se vean satisfechos por ella. Rusia y Turquía, por ejemplo, han estado históricamente contentas de apoyar a las repúblicas separatistas de Georgia, Ucrania y Chipre.

Una vez más, como en el caso de Occidente, el informe les pide que muestren una preocupación por el bienestar a largo plazo del pueblo sirio que no han mostrado en el conflicto hasta ahora y que parece poco probable que descubran en estos momentos. En consecuencia, parece poco probable que este informe allane el camino para el replanteamiento radical que tanto necesita el conflicto sirio.

No es la primera propuesta de paz innovadora y encomiable, pero aún no hemos visto a los líderes nacionales o internacionales dispuestos a priorizar las necesidades del pueblo sirio sobre las suyas propias para molestarse en considerarlas.

Foto de portada: Una bandera nacional y retratos del presidente sirio Bashar al-Assad en el pueblo de Malula, al norte de la capital siria, Damasco, el 29 de junio de 2021 (AFP).

Voces del Mundo

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