La guerra en Ucrania pone en marcha una nueva batalla por el alma rusa

Masha Gessen, The New Yorker, 9 octubre 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Masha Gessen comenzó a colaborar con The New Yorker en 2014. Gessen es autora de once libros, entre ellos «Surviving Autocracy» y «The Future Is History: How Totalitarianism Reclaimed Russia», que ganó el National Book Award en 2017. Gessen ha escrito sobre Rusia, la autocracia, los derechos L.G.B.T., Vladimir Putin y Donald Trump, entre otros, para The New York Review of Books y el New York Times. Paralelamente, Gessen ha sido periodista científica, escribiendo sobre el sida, la genética médica y las matemáticas; es conocido que Gessen fue despedida como editora de la revista rusa de divulgación científica Vokrug Sveta por negarse a enviar a un reportero a observar a Putin haciendo ala delta con las grullas siberianas. Gessen es escritora residente en el Bard College y ha recibido una beca Guggenheim, una beca Andrew Carnegie, una beca Nieman, el premio Hitchens y el premio Overseas Press Club al mejor comentario. Tras más de veinte años como periodista y editora en Moscú, Gessen vive en Nueva York desde 2013.

Rusia dice que se ha ampliado. El 30 de septiembre, el presidente Vladimir Putin firmó un documento que aparentemente incorporaba cuatro regiones ucranianas como miembros de la Federación Rusa. Los residentes de esas regiones, dijo Putin en un discurso, «se han convertido en nuestros ciudadanos para siempre». Hizo esta afirmación mientras el ejército ucraniano liberaba un territorio que Rusia reclamaba. Putin no solo intentaba arrebatar una victoria propagandística de las fauces de una evidente derrota militar; estaba sentando las bases para luchar por esas tierras de forma aún más agresiva. Una semana y media antes, había ordenado al ejército que reclutara cientos de miles de nuevos soldados y había amenazado con utilizar armas nucleares.

Una Rusia que incluya partes, o la totalidad, de Ucrania y otras tierras incalculables es el Mundo Ruso, una idea vaga y expansiva promovida por el autodenominado filósofo Aleksandr Dugin, algunas de cuyos planteamientos han sido adoptados por el Kremlin. En agosto, su hija de treinta y dos años, Darya, también experta en imperialismo, fue asesinada por un coche bomba que podría haber estado destinado a él. La semana pasada, el Times informaba de que la inteligencia estadounidense cree que una parte del gobierno ucraniano podía haber estado detrás del ataque. De ser cierto, esto sugiere que el gobierno tiene una fuerte fe, probablemente infundada, en el poder del concepto del Mundo Ruso.

Putin, en su discurso, describió tanto el Mundo Ruso como el mundo en general tal y como él lo ve. Según él, Occidente destruyó la Unión Soviética en 1991, pero Rusia volvió, desafiante y fuerte. Ahora Occidente quiere destruir a Rusia. «Consideran que nuestro pensamiento y nuestra filosofía son una amenaza directa», dijo. «Por eso apuntan a nuestros filósofos para asesinarlos». El objetivo último de Occidente -específicamente, de Estados Unidos y Gran Bretaña- es subyugar a los pueblos de todo el mundo y obligarles a renunciar a los valores tradicionales, a tener «‘padre nº 1’, ‘padre nº 2’ y ‘padre nº 3’ en lugar de madre y padre (¡han perdido completamente la cabeza!)», y enseñar a los escolares que «hay otros géneros además del hombre y la mujer y ofrecerles operaciones de cambio de sexo». Putin ha dicho, en repetidas ocasiones, que solo Rusia puede salvar al mundo de esta amenaza. Esta es la historia de un mundo en el que su guerra en Ucrania -y el reclutamiento, e incluso, quizás, un ataque nuclear- tiene sentido.

Pero cuando el mundo formado por el bucle de retroalimentación de la propaganda choca con el mundo de los hechos sobre el terreno, las cosas empiezan a resquebrajarse. El 5 de octubre, dos vídeos circularon ampliamente en las redes sociales en lengua rusa, incluso en sectores normalmente favorables a la guerra. Los vídeos muestran una multitud de hombres uniformados. Dicen que son quinientos y que han sido reclutados recientemente. Se quejan de vivir como «animales», de tener que comprar su propia comida y chalecos antibalas y de la falta de organización. «No estamos registrados como parte de ningún destacamento», dice un hombre. «Tenemos armas, pero no se nos entregan oficialmente». Mientras tanto, algunos propagandistas de la televisión rusa han reconocido las victorias ucranianas, e instan a los rusos a prepararse para una larga espera antes de que su país pueda volver a atacar.

Es demasiado pronto para hacer suposiciones sobre a dónde pueden llevar estas pequeñas grietas. Sin embargo, no es demasiado pronto para pensar en cómo podría ser una futura Rusia militarmente derrotada. Esto es lo que ha estado haciendo Alexey Navalny, el político de la oposición que lleva en prisión desde enero de 2021. El Washington Post ha publicado recientemente un artículo de opinión, sacado a escondidas por el equipo legal de Navalny, en el que éste escribe que Rusia merece perder la guerra y que, una vez que lo haga, debe ser reconstituida como una república parlamentaria, en lugar de presidencial. Esto, argumenta, asegurará que ninguna persona pueda usurpar el poder en Rusia como lo ha hecho Putin.

El artículo de opinión de Navalny sirve para ilustrar el sentido común de Putin, el sentido común de mantener a su oponente político más importante tras las rejas. Navalny parece haber perdido un punto de inflexión cultural. En los siete meses y medio transcurridos desde que Rusia lanzó su invasión a gran escala, cientos de miles de rusos han abandonado su país. Muchos de ellos son periodistas, escritores, poetas o artistas, y ellos, junto con algunos que todavía están en Rusia, han estado produciendo ensayos, poemas, publicaciones en Facebook y podcasts tratando de lidiar con la condición de ser ciudadanos de un país que libra una guerra colonial genocida. Algunos de sus homólogos ucranianos se han burlado de su examen de conciencia. Los ucranianos, en efecto, tienen problemas mayores y más inmediatos. Pero también tienen la certeza de saber quiénes son en el mundo, mientras que para los rusos nada es lo que parecía ser.

Uno de los primeros ejemplos de este desahogo fue un poema, del autor de libros infantiles Alexey Oleynikov, sobre la incongruencia de intentar huir de Rusia con un erizo como mascota. Una de las estrofas dice: «No lavaremos la vergüenza hasta nuestra vejez, hasta que muramos / Ha habido tiempos peores, pero nunca ha habido una época más ridícula». Publicado en Facebook, el poema se hizo viral en marzo. El poema viral de mayo, de la actriz y poetisa Zhenya Berkovich, habla de un joven ruso visitado por el fantasma de su abuelo, que luchó en la Segunda Guerra Mundial; el fantasma le pide a su nieto que le olvide, no sea que el recuerdo de su valor se utilice para justificar la guerra actual. El poema viral de este mes, de Eli Bar-Yahalom, un ruso israelí, es un diálogo entre Dios y un moscovita que espera volver a casa algún día. «No hay que resucitar a Bucha, ni levantar a Irpin», dice Dios, refiriéndose a los suburbios de Kiev donde los rusos parecen haber cometido crímenes de guerra. También hay al menos dos podcasts en ruso dedicados a la cuestión de la responsabilidad individual y colectiva en la guerra. Y Linor Goralik, un aclamado escritor ruso nacido en Ucrania y residente en Israel, ha fundado una revista en línea llamada ROAR (Russian Oppositional Arts Review), que ha publicado tres números repletos.

La última vez que se escribió en ruso insistentemente fue a finales de los ochenta. Los ciudadanos soviéticos de entonces se habían enfrentado a su pasado: el terror estalinista. Ese momento dio a Rusia, entre otras cosas, Memorial, la organización de derechos humanos que, junto con activistas ucranianos y bielorrusos, ganó el Premio Nobel de la Paz la semana pasada. Ahora los ciudadanos rusos se enfrentan a su presente. Los escritores en el exilio han huido físicamente de su país (al igual que gran parte de los dirigentes de Memorial) y están intentando escribir su camino hacia una nueva Rusia. Su imaginación se extiende más allá de la constitución rusa, hacia un mundo radicalmente diferente y mejor que no solo el revanchista Mundo Ruso de Putin, sino el mundo que actualmente habitamos.

Ilustración de portada:  João Fazenda

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