Synaps.network, 15 agosto 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
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Las luchas de las mujeres sirias no son nuevas, pero están cambiando rápidamente: La última década de conflicto ha trastornado las normas sociales y alterado la dinámica de género. Las historias de las mujeres de Damasco y sus alrededores reflejan cambios repentinos que se extienden por todo el país: Tras la guerra, las mujeres soportan gran parte de la carga de mantener unida una economía rota y un tejido social destrozado. Esta tarea ya es bastante pesada por sí sola, incluso sin tener en cuenta las arraigadas formas de discriminación y explotación que durante tanto tiempo han lastrado a las mujeres y siguen haciéndolo. A pesar de todo, algunas mujeres han encontrado la forma de convertir esta difícil situación en niveles de autonomía y autoridad sin precedentes, que pretenden consolidar a medida que Siria se acerca a un futuro nuevo e incierto.
Un nuevo público
«El mercado de verduras de mi ciudad está atendido exclusivamente por mujeres», afirma una activista de un suburbio del este de Damasco. Aunque las mujeres siempre han formado parte de la mano de obra de su ciudad, últimamente han asumido un papel más amplio y diverso que nunca: «Hacen de todo: se encargan de las ventas, separan las verduras frescas de las estropeadas, incluso van a los mayoristas a comprar y transportar pesadas cajas de verduras. Ese siempre fue el papel de un hombre».
En los últimos años, el brutal vaciamiento de la población masculina de Siria ha hecho que los lugares de trabajo y los espacios públicos sean cada vez más femeninos. «Ahora las oficinas del gobierno están llenas de funcionarias», comenta una investigadora. Bromeaba a medias sobre cómo esto la ha puesto en desventaja: «Cuando tenemos que hacer papeleo, siempre tratan mejor a mi marido que a mí, supongo que porque están flirteando un poco». Un funcionario del Ministerio de Asuntos Sociales y Trabajo describió el mismo fenómeno, en cifras:
En una ocasión, un departamento gubernamental publicó 80 ofertas de empleo y recibió 3.500 solicitudes, de las cuales solo 60 eran de hombres. En otra ocasión, visité una escuela en el centro de Damasco donde vi 40 maestras junto a dos hombres. De ellos, uno tenía 50 años [es decir, superaba la edad del servicio militar obligatorio] y el otro era el único hijo varón de su familia [y, por tanto, estaba totalmente exento del servicio militar obligatorio].
Aunque estas anécdotas permiten vislumbrar la transformación que se está produciendo, la magnitud de este cambio no se puede cuantificarse con precisión. En un informe de 2022, el Banco Mundial estimó que la participación femenina en la población activa de Siria se había duplicado desde 2011, pasando del 13% al 26%. La cifra real puede ser aún mayor, dada la prevalencia del trabajo informal y la dificultad de obtener estadísticas precisas. Esta transformación va más allá del mero volumen; también tiene que ver con qué mujeres entran en la población activa y qué trabajos desempeñan. «Antes, la mayoría de las mujeres casadas de mi ciudad natal no trabajaban», reflexiona una madre viuda de Darayya, un suburbio rebelde de Damasco arrasado por la artillería siria. «Esto cambió cuando perdimos a nuestros maridos, huimos de nuestros hogares y tuvimos que mantenernos nosotras mismas».
Como resultado, las mujeres asumen ahora puestos que en el pasado habrían sido inusuales o tabú. En otro suburbio de Damasco, una mujer puso a prueba un planteamiento que es a la vez emprendedor, incómodo y triste: tras montar un negocio de limpiabotas en una acera pública, tuvo dificultades para conseguir clientes entre los transeúntes masculinos, por lo que colocó un cartel instándoles a que no tuvieran reparos en dejarse limpiar los zapatos por una mujer. El funcionario compartió su propia sorpresa por lo drástico que ha sido este cambio: «Las mujeres realizan todos los trabajos imaginables, desde vender cigarrillos en la calle hasta dirigir bancos privados. Visité una fábrica que tenía ocho almacenes, de los cuales seis estaban gestionados por mujeres. Había mujeres cargando cajas pesadas, arreglando maquinaria… No me lo podía creer».
A medida que su trabajo ayuda a mantener en movimiento la economía, las mujeres también han empezado a dirigir empresas, administrar ONG y ocupar puestos de liderazgo en la comunidad. En algunas zonas, los residentes observan que cada vez son más las mujeres que toman las riendas de los «comités de construcción»: grupos de voluntarias que coordinan la gestión de bloques de apartamentos, por ejemplo, recaudando cuotas para compartir los gastos. Mientras que algunas asumen estas funciones por necesidad, otras lo hacen por aburrimiento, ambición o deseo de encontrar formas pequeñas pero constructivas de dar forma a un entorno que, de otro modo, sería asfixiante. Una trabajadora de una ONG del suburbio damasceno de Dummar describió cómo estos factores pueden llevar gradualmente a las mujeres a desempeñar funciones públicas: «Mi suegra dirige el comité de su edificio. Es mucho trabajo, pero entiendo por qué quiere asumir el control de la resolución de algunos de los problemas que la rodean, sobre todo porque la mayoría de sus amigos han abandonado el país».
En las elecciones parlamentarias sirias de 2020 también hubo más mujeres en puestos de autoridad local. Es cierto que los resultados en sí parecen un paso atrás: El número de mujeres elegidas en realidad disminuyó, de 32 en 2016 a 27 en 2020. Pero dada la naturaleza amañada de las elecciones sirias, la historia más interesante tiene que ver con los perfiles de las aproximadamente 200 mujeres que se presentaron como candidatas: Históricamente, la representación femenina se limitaba a un puñado de figuras asociadas al partido gobernante. Por el contrario, algunas activistas señalan que esta última votación ha traído consigo un aumento de candidatas independientes con un papel de liderazgo genuino en su comunidad. Un policía de unos treinta años describió la situación en su familia:
Mi hermana es una directora de escuela y es una mujer fuerte y muy respetada. Tanto ella como su marido son figuras públicas en su comunidad, pero pensaban que ella tenía mejor reputación como líderesa. Así que decidieron que fuera ella quien se presentara al Parlamento. Al final perdió, pero sigo pensando que lo hacía mejor que él.
El frente interno
Esta espectacular reordenación de la esfera pública siria se sustenta en una transformación más silenciosa, pero no menos profunda, que se desarrolla en privado: en el hogar, en las relaciones personales y familiares. Mujeres de todas las profesiones y condiciones se apresuran a señalar cómo los cambios en los roles de género de la sociedad han sacudido normas culturales muy arraigadas. El resultado ha sido una mayor autoridad y autonomía a la hora de decidir adónde viajan, cómo visten, cómo gastan su dinero y con quién salen.
Para algunas, este cambio es una forma de empoderamiento, incluso de emancipación, que hay que valorar y proteger. Una mujer desplazada de Kafr Batna, suburbio conservador de Damasco, expresó este sentimiento en términos chocantes: «La guerra es hermosa porque tiene un lado positivo». Ella y su familia sufrieron enormemente durante el conflicto, pues huyeron de su hogar y se instalaron en una zona vecina donde luchaban para poder llegar a fin de mes. Sin embargo, ella también supo sacar un lado positivo de esas penurias: aprovechar la combinación de presión económica y un entorno nuevo y menos conservador para reclamar un espacio que se le había negado en el pasado: «En mi país, mis parientes me obligaban a cubrirme la cara fuera de casa. Solo podía salir a hacer recados acompañada de mi suegra. Después de que nos desplazaran, empecé a ir a comprar cosas para mí y tomé la decisión de dejar de cubrirme la cara».
Otras se muestran más conflictivas o directamente resentidas por las pesadas cargas que no tienen más remedio que soportar. Especialmente para las mujeres que son el sostén de la familia, el aumento de la responsabilidad puede parecer más una camisa de fuerza que una liberación, y despierta nostalgia por los días en que los hombres solían ocuparse de las necesidades de sus familias. «Las mujeres solíamos vivir de lujo», dice una viuda de clase baja de los suburbios de Damasco, sentada en la parte trasera de la camioneta en la que regresa a casa desde un centro de mujeres donde asiste a cursos de formación profesional. «Cubrían todas nuestras necesidades. Ahora solo nos tenemos a nosotras mismas».
Hoy en día, sobrevivir significa a menudo trabajar en varios empleos en condiciones arduas y de explotación. A muchas les siguen faltando ingresos y se ven obligadas a tomar decisiones dolorosas: qué comidas saltarse, cuándo sacar a los niños de la escuela y ponerlos a trabajar, si casar a las hijas pequeñas para librarse de la carga económica de alimentarlas. En 2019, un funcionario del Ministerio de Justicia de Siria afirmó públicamente que la tasa de matrimonios de menores en Damasco y sus suburbios se había cuadruplicado con creces desde 2011. En algunos casos, estas decisiones están impulsadas no solo por la presión económica, sino también por el temor a la seguridad de las jóvenes: «Mi hija de 16 años y yo vivimos rodeadas de soldados y borrachos», se preocupaba una mujer desplazada. «Quiero casarla cuanto antes, para no tener que preocuparme por su seguridad».
Aunque las mujeres se esfuerzan por gestionar nuevos niveles de responsabilidad, también se enfrentan a viejos problemas familiares, desde códigos sociales represivos hasta abusos domésticos. La explotación sexual se ha generalizado más que nunca, alimentada por una mezcla de desesperación económica y tejido social deshilachado. «Cada vez más mujeres venden sexo en Internet para cubrir sus necesidades», explica una instructora que imparte formación a mujeres. «Envían fotos de desnudos a los hombres, que luego les transfieren crédito telefónico o dinero para el alquiler. Muchos de esos hombres están en otros países árabes y se aprovechan de que las mujeres sirias se han quedado solas». Este tipo de anécdotas abundan, también fuera de Internet: Los profesores solicitan sexo a las alumnas a cambio de altas calificaciones; los directivos canjean puestos de trabajo por favores sexuales; los burócratas y funcionarios de seguridad prometen facilitar trámites a las mujeres que se acuesten con ellos.
Estas prácticas depredadoras apuntan a transformaciones más amplias en la forma en que la sociedad se relaciona con el sexo. A medida que se han ido desmoronando los códigos sociales tradicionales, se han erosionado con ellos ciertas restricciones a la autonomía corporal. Públicamente, los medios de comunicación y la industria publicitaria exhiben la sexualidad femenina cada vez con mayor libertad, lo que permite a modelos y personas influyentes en las redes sociales ganarse la vida comercializando su feminidad. A puerta cerrada, un número cada vez mayor de mujeres -sobre todo en círculos de clase media, laicos y urbanos- han experimentado con relaciones románticas ocasionales, desafiando los viejos tabúes en torno al sexo prematrimonial.
A medida que las mujeres han ido eliminando las barreras que les impedían iniciar una relación, han reclamado al mismo tiempo una mayor autonomía para ponerle fin, incluso en comunidades en las que antes el divorcio estaba fuertemente estigmatizado. Una joven farmacéutica explicó que no se arrepiente de haberse divorciado de su marido poco después de dar a luz a su primer hijo: «Nos peleamos y me fui en taxi. Me persiguió en su coche, gritándome que saliera del taxi. En ese momento decidí que estaría mejor criando sola a mi hijo».
Por supuesto, estas transformaciones también tienen profundos efectos en los hombres sirios. Algunos han aceptado el cambio, ya sea por una sincera creencia en la igualdad o por un reconocimiento más pragmático de que deben adaptarse a las circunstancias cambiantes. Por ejemplo, puede que ahora acepten que la supervivencia exige que sus esposas, hermanas o hijas acepten trabajos en entornos que antes les estaban vedados, o que adapten su forma de vestir para integrarse en el nuevo entorno. Haciéndose eco de la mujer de Kafr Batna que decidió quitarse el velo facial, otra joven que se trasladó de la religiosa ciudad de Duma a la menos conservadora Dummar explicó: «Fueron los hombres de mi familia quienes me pidieron que dejara de cubrirme la cara, para no llamar la atención». Sin embargo, esta misma dinámica -en la que los hombres a menudo ejercen una influencia considerable sobre la medida y la rapidez con que las mujeres de su entorno avanzan hacia la autonomía- refleja lo mucho que queda por hacer.
Además, el progreso se ve frenado por el hecho de que no todos los hombres son tan proclives al cambio. Otros se muestran más reticentes a que las mujeres de su entorno asuman cada vez más independencia y responsabilidad, ya sea por creencias sociales conservadoras o por ansiedad ante el cambio de la dinámica de poder en hogares antes dominados por hombres. «Los hombres de nuestras vidas odian que salgamos todos los días y nos relacionemos con otros hombres», dijo la mujer desplazada de Kafr Batna, que a veces se peleaba con su marido cuando éste le exigía que se abstuviera de trabajar o de asistir a cursos de formación profesional. «Muchas mujeres acaban mintiendo a sus maridos para poder hacer lo que quieren».
Queda por ver cómo se desarrolla este tira y afloja en los próximos años. Mientras que algunos hombres tratarán de hacer retroceder el espacio que las mujeres se han labrado, otros se adaptarán aún más al nuevo equilibrio de género de Siria y, de hecho, se verán moldeados por él. Quizás lo más intrigante sea que un número sin precedentes de niños sirios están siendo criados por madres solteras en comunidades donde las mujeres están al mando. Aunque es demasiado pronto para saber lo que esto significará, parece seguro que esta generación crecerá con una visión de la mujer muy diferente a la de sus antepasados.
Cambio de equilibrios
Por supuesto, las propias mujeres sirias tendrán mucho que decir sobre el desarrollo de esta nueva etapa. Mientras trazan un tímido camino hacia delante, algunas están encontrando formas de consolidar los pequeños pero significativos avances que han conseguido. La mujer de Kafr Batna regresó a su ciudad natal y pasó de un trabajo mal pagado haciendo labores de aguja a otro más estable y mejor remunerado en un centro comunitario. La mujer de Darayya, que había perdido a su marido y luchaba por mantener a sus hijos, también ascendió a un puesto directivo en una ONG, mientras sacaba tiempo, contra todo pronóstico, para matricularse en un programa de licenciatura en la Universidad de Damasco.
Sin embargo, la mayoría de las trayectorias son menos lineales, ya que las mujeres tratan de encontrar el equilibrio entre lo que solían ser y en lo que se han convertido, y lo que otros desean que sean en el futuro. Una estudiante universitaria veinteañera, que pasó cinco años de formación desplazada en la capital, describió cómo las tradiciones patriarcales siguen limitando el espacio disponible en su conservador pueblo natal de la campiña damascena:
En la ciudad siempre salía con camisas ajustadas y maquillada, pero cuando lo hago aquí los vecinos hablan mal de nosotras. Así que he vuelto a llevar blusas largas y nada de cosméticos. Mi hermana es más testaruda y sigue vistiendo como antes. A mis padres no les hace ninguna gracia. Nos estamos ganando la reputación de ser demasiado liberales para casarnos.
Estas luchas individuales están ligadas a un proceso más colectivo de reflexión sobre el lugar de la mujer en la sociedad. Hace una década, los debates sobre los derechos de la mujer y la igualdad de género en Siria se limitaban a círculos elitistas de activistas feministas, cuya política de izquierdas no solía conectar con un sector más amplio de la sociedad. Hoy, esas conversaciones son cada vez más diversas, públicas y mayoritarias. Cuando, por ejemplo, una joven siria fue golpeada hasta la muerte por su marido en Nochevieja, se desencadenaron debates sobre la violencia doméstica en distintos rincones del país, desde los conservadores suburbios de Damasco hasta los pabellones de las cárceles de mujeres.
Estos cambios reflejan, en parte, los esfuerzos sostenidos de una cohorte cada vez más sólida de feministas sirias, tanto dentro del país como en su extensa diáspora. Cuando #MeToo se puso de moda en todo el mundo, las activistas sirias afincadas en Europa sumaron decenas de miles de seguidores que hablaban de los derechos de las mujeres en Facebook y TikTok. Abordaron tabúes como la violencia de género y la autonomía sexual, y compartieron consejos legales para las mujeres refugiadas que luchan contra el maltrato doméstico en un entorno nuevo y desconocido. Los activistas en su país aprovecharon este impulso mundial y desarrollaron sus propias tácticas: Organizaron debates en persona y virtuales, hicieron campaña para concienciar sobre el acoso sexual y crearon ONG que ofrecían apoyo jurídico y psicológico a las supervivientes de abusos. También forjaron vínculos transfronterizos y ayudaron a coordinar campañas transnacionales de defensa que denunciaban la violencia contra las mujeres en el mundo árabe.
Mientras las mujeres sirias apuntalan su progreso, algunas han recurrido a intervenciones de ayuda financiadas por Occidente que pretenden empoderarlas. Este sector se ha enfrentado a numerosas críticas, sobre todo por parte de las mujeres que participan en él. Los programas de «medios de vida sostenibles», por ejemplo, rara vez parecen generar tales medios de vida sostenibles en un mercado laboral con muy pocos empleos que paguen un salario viable. Es más, estos mismos proyectos -muchos de los cuales se centran en la costura y la artesanía- refuerzan sin duda los estereotipos sobre el tipo de trabajo al que deben dedicarse las mujeres. La directora de la ONG de Darayya coincide: «Estoy cansada de las veces que mi organización me ha filmado y ha compartido mi historia para recaudar fondos para cursos de costura».
De hecho, incluso los detractores de este sector a veces lo convierten en una ventaja. Algunas historias de éxito son sencillas: La mujer de Darayya es un ejemplo relativamente infrecuente de alguien que empezó como aprendiz y ascendió a un puesto estable que le permite pagar las facturas. Otras son más indirectas: Si una mujer de clase baja no consigue traducir sus clases de punto en un trabajo propiamente dicho, puede, no obstante, encontrar formas más creativas de sacarle partido, ya sea vendiendo sus hilos para comprar comida, o simplemente utilizando el centro de formación como espacio para relajarse, conectar con otras mujeres y discutir problemas comunes. «Nuestras sesiones son especialmente importantes para las mujeres mayores, que no tienen muchas oportunidades de salir y conocer gente», afirma una instructora de un taller de manualidades. Así, incluso cuando los programas de capacitación no alcanzan su grandioso marco, las mujeres pueden extraer de ellos fragmentos de los recursos que necesitan para seguir adelante.
A medida que las mujeres de todos los orígenes avanzan, su mayor y más duradera fortaleza puede no residir en las carreras que emprenden, los salarios que ganan, ni siquiera en las libertades que disfrutan, todo lo cual podría erosionarse a medida que Siria avanza de forma impredecible. Un activo más seguro, y sobre el que las propias mujeres ejercen un gran control, es la revolución silenciosa que se está produciendo en la forma en que hablan, aprenden y se apoyan unas a otras. En los lugares de trabajo, en los espacios comunitarios y en Internet, las mujeres sirias nunca han estado tan conectadas entre sí y con posibles aliadas en otros lugares del mundo árabe y más allá.
Las mujeres que lideran este cambio son las primeras en reconocer lo mucho que queda por hacer. Siguen fragmentadas en las mismas líneas que dividen a la sociedad en general: dentro y fuera de Siria, ricas y pobres, jóvenes y mayores, laicas y devotas. Sin embargo, este pluralismo es también una fuente de fortaleza: una característica natural de un movimiento en expansión, en el que la división y el desacuerdo pueden tan fácilmente impulsar el progreso como obstaculizarlo. También es parte integrante de la asunción por parte de las mujeres de su verdadero lugar en una sociedad compleja y fragmentada, cuyo incierto futuro ya están configurando.
Ilustración de portada: «El funeral de una mariposa» de Azza Abo Rebieh, utilizada con permiso de la artista.
(Este informe se ha llevado a cabo con el apoyo financiero de la Unión Europea y Alemania. Su contenido es responsabilidad exclusiva de Synaps y no refleja necesariamente las opiniones de la Unión Europea y Alemania.)