Fascismo neoliberal, violencia cruel y política de la desechabilidad

Henry Giroux, CounterPunch.com, 16 diciembre 2022

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Henry A. Giroux ocupa actualmente la cátedra de la Universidad McMaster de Becas de Interés Público en el Departamento de Estudios Ingleses y Culturales y es Académico Distinguido  Paulo Freire en Pedagogía Crítica. Sus libros más recientes son America’s Education Deficit and the War on Youth (Monthly Review Press, 2013), Neoliberalism’s War on Higher Education (Haymarket Press, 2014), The Public in Peril: Trump and the Menace of American Authoritarianism (Routledge, 2018), American Nightmare: Facing the Challenge of Fascism (City Lights, 2018), On Critical Pedagogy, 2ª edición (Bloomsbury) y Race, Politics, and Pandemic Pedagogy: Education in a Time of Crisis (Bloomsbury 2021). Su página web es: www.henryagiroux.com.

La política y la cultura de la crueldad

La crueldad siempre ha ocupado un lugar especial en la política fascista. No solo encarnó un discurso de odio, intolerancia y censura, sino que también inició una práctica de poder cruel con el fin de erradicar aquellas ideas, disidentes y seres humanos considerados indignos. Los legados del fascismo en la Alemania de Hitler, el Chile de Pinochet, la España de Franco y la Italia de Mussolini, entre otros, mezclaron un lenguaje de espanto, miedo y desprecio con prácticas generalizadas de supresión y el poder represivo del Estado con el fin de eliminar cualquier concepto justo de la política y las condiciones estructurales y posibilidades ideológicas para desarrollar comunidades cívicas y democráticas.

En los regímenes fascistas, por muy diversos que fueran, la crueldad y su transformación en violencia extrema ocupaban el núcleo mismo de la vida cotidiana [1]. La crueldad como forma de violencia extrema se estructuraba en relaciones de dominación y se comerciaba con el miedo, la inseguridad, la corrupción, la precariedad forzada y la producción de lo que Etienne Balibar denomina «zonas de muerte»[2]. En tales circunstancias, la política y la violencia se impregnaban mutuamente y, al hacerlo, transformaban todos los vestigios del Estado social en un Estado de castigo. La política fascista representó una guerra librada no solo contra la democracia, sino contra el contrato social, los bienes públicos y todos los vínculos sociales arraigados en «movimientos de emancipación destinados a transformar las estructuras de dominación» [3]. Lo social no desaparece en este contexto, sino que simplemente se aleja de los valores democráticos y se somete sin piedad al funcionamiento del capital [4].

En retrospectiva, los regímenes fascistas convirtieron la cultura de la dureza y la crueldad en el centro de su política, una política que amenazaba todos los aspectos de la sociedad, funcionando como una máquina de la desimaginación que destruía la cultura cívica, cualquier sentido viable de ciudadanía inclusiva y el pensamiento crítico. El deleite en la miseria y el sufrimiento de los demás se normalizó como parte de una guerra más amplia contra la responsabilidad social y las instituciones críticas, creando las condiciones necesarias para el triunfo de la ignorancia, la irracionalidad y la legitimación de lo que yo llamo la política de la desechabilidad [6]. La fusión de la violencia y la política no solo puso a prueba los límites de la democracia y la justicia social, sino que también superó los límites de lo impensable y lo inimaginable. Al desaparecer el listón de la tolerancia cívica y la justicia social, surgió una forma de terror totalitario en la que los grupos eran señalados para la exclusión terminal, el abandono social y, en el peor de los casos, el exterminio. Una consecuencia de la adopción de una cultura de la crueldad por parte de los regímenes fascistas fue lo que el filósofo francés Etienne Balibar denomina «producción para la eliminación». Merece la pena citarlo extensamente:

Ante los efectos acumulados de las diferentes formas de violencia extrema o crueldad que se despliegan en lo que he llamado las «zonas de muerte» de la humanidad, nos vemos abocados a admitir que el modo actual de producción y reproducción se ha convertido en un modo de producción para la eliminación, una reproducción de poblaciones que no son susceptibles de ser utilizadas o explotadas productivamente, sino que son ya siempre superfluas, y por lo tanto solo pueden ser eliminadas por medios «políticos» o «naturales»; lo que algunos sociólogos latinoamericanos llaman provocativamente población chatarra, «humanos basura», para ser «arrojados», fuera de la ciudad global. Si esto es así, surge de nuevo la pregunta: ¿cuál es la racionalidad de eso? ¿O estamos ante un triunfo absoluto de la irracionalidad? [7].

La cultura de la crueldad tiene una larga historia en Estados Unidos. Adam Serwer, que escribe en The Atlantic, nos recuerda los catálogos de crueldad expuestos en el Museo de Historia y Cultura Afroamericana. Señala artefactos de inhumanidad que incluyen grilletes de esclavos llevados por niños, cuerpos mutilados de negros linchados y fotos de blancos sonrientes que disfrutaban enormemente torturando esos cuerpos considerados despreciables, sin valor y objetos de desprecio racial. En el momento más contemporáneo, tenemos ejemplos de cuerpos secuestrados, torturados y encarcelados en agujeros negros por la administración Bush [8]. Por supuesto, es bien sabido que la presidencia de Trump hizo de la crueldad una política central en su trato con los migrantes, la gente de color y la separación de los niños en la frontera de sus padres. El último ejercicio de crueldad sin calificativos, usado como una insignia de honor, proviene de varios gobernadores del Partido Republicano, especialmente Ron DeSantis de Florida, que están librando un ataque contra los niños trans, utilizando a los migrantes como peones políticos y reviviendo una cultura de evidente supremacía blanca [9].

El régimen de Trump también produjo una serie de políticas que se regocijaban en la angustia de otros, evidentes en el recorte de la red de seguridad y programas que incluían el apoyo a Hábitat para la Humanidad, las personas sin hogar, el programa de comidas sobre ruedas, la asistencia energética a los pobres, la asistencia jurídica y una serie de programas contra la pobreza. Al inyectar violencia en la política, trasladándola de los márgenes al centro del poder, Trump y sus seguidores avanzaron en el descenso de EE. UU. a la barbarie. La violencia está ahora tan profundamente arraigada en la cultura estadounidense que parece haberse normalizado [10].

Según datos del Gun Violence Archive, ha habido más de 600 tiroteos masivos al año en EE. UU. desde 2020 [11]. Los tiroteos masivos tienen lugar ahora a diario y apenas se reconocen, y si se señalan, es casi en términos puramente personales, reducidos a examinar las vidas personales de los autores y las víctimas. Las grandes causas sistémicas de la violencia ya no forman parte del análisis. La violencia se ha vuelto tan arbitraria e irreflexiva que ya no justifica una reflexión sobria sobre sus causas o consecuencias. Esto es especialmente cierto en lo que respecta a la violencia, tanto simbólica como real, ejercida en nombre de la supremacía blanca por un Partido Republicano profundamente racista y autoritario. La violencia, como señaló una vez Jonathan Schell, «ha ido ganando terreno junto con una creciente fe en la fuerza como solución a casi cualquier problema, ya sea en casa o en el extranjero. El entusiasmo por matar es un síntoma inequívoco de crueldad» [12].

Rara vez se relaciona este actual descenso a la cultura de la crueldad con el legado del fascismo y su versión actualizada del capitalismo autoritario o lo que he denominado fascismo neoliberal. Lo que es nuevo en el momento histórico actual es la visibilidad y la normalización de la violencia y la crueldad extremas, una visibilidad producida en las redes sociales, la cobertura mediática y en todos los aspectos de la industria del entretenimiento. La violencia se ha convertido en parte de una representación escenificada y de un modo de teatro político que se remonta a la integración fascista de la estética en el espectáculo hipnotizador de la violencia y las intensas auras y muestras de crueldad [13]. La violencia se ha vuelto apocalíptica y espectacularizada. Un teatro de crueldad y violencia funciona ahora para consolidar el poder, romper los lazos de solidaridad y crear una cultura de supremacía blanca y extremismo cristiano.

Los fantasmas del fascismo han vuelto

Con la reaparición del fascismo, la democracia se vuelve fantasmal y oscura, y los estadounidenses se enfrentan a la plaga de una política llena de odio con su letal y expansiva política de la desechabilidad, una política en la que algunos individuos y grupos son considerados no humanos, tratados como excesos y desechos humanos, presentados como sin rostro, superfluos y símbolos del miedo, la enfermedad, moralmente incorregibles e indignos de los derechos humanos y la dignidad [14]. Cuando los atributos del fascismo se aíslan y se apartan de la historia, no hay aquí ningún análisis de las relaciones de poder sistémicas más amplias, ninguna superposición o comprensión global de cómo una política fascista emergente forma parte de una nueva formación totalizadora que impregna todos los aspectos del orden social. Siguiendo el trabajo de Adorno y Horkheimer, no hay un modo holístico de investigación; es decir, no hay un análisis de base amplia que vaya más allá de centrarse en cuestiones especializadas, problemas aislados y acontecimientos individuales -como separar el violento ataque al marido de Nancy Pelosi de una cultura de violencia más amplia que proporciona las condiciones para que se produzcan tales acontecimientos-. O análisis exhaustivos que relacionen dicha violencia con una acusación al capitalismo mafioso en general. Lo que queda son expresiones aisladas e inconexas de opresión, movimientos sociales inconexos y estrechos modos de análisis atrapados en un modo de investigación paralizante y limitador.

Estos enfoques desconectados y fracturados evitan y a menudo se niegan a examinar cómo el momento histórico actual soporta el peso de la historia, requiere una política sistémica más amplia y exige desarrollar las herramientas teóricas y políticas esenciales para resistir y derribar la amenaza de un futuro fascista. Las catástrofes de nuestro tiempo están cada vez más normalizadas por la negativa de intelectuales, académicos, expertos y diversas plataformas mediáticas a proporcionar una explicación exhaustiva para desarrollar un vocabulario y una analítica críticos que permitan comprender cómo se interrelacionan los principales problemas sociales, cómo se manifiestan en relación con otras formas de opresión y cómo se solapan y refuerzan entre sí, y qué significa esta forma totalizadora de terror para el presente y el futuro.

El neoliberalismo como fase del capitalismo gansteril

En los últimos tiempos, Estados Unidos ha entrado en un periodo histórico apocalípticamente distópico. Se trata de un periodo marcado por una nueva fase de salvajismo económico, que desde la década de 1970 ha abrazado la ideología de que toda la vida social debe estar determinada por las fuerzas del mercado, y que cualquier institución política, social o económica que ponga freno a los intereses corporativos y privados, a los mercados no regulados, a la acumulación de riqueza personal y a los derechos individuales y de propiedad sin control, entre otras cuestiones, es enemiga de la libertad. Bajo este régimen de tiranía económica, las necesidades sociales y la responsabilidad social han sido despreciadas junto con el Estado del bienestar, el bien común y la propia sociedad. Esto se reflejó en la infame afirmación de la ex primera ministra Margaret Thatcher: «La sociedad no existe. Solo existe el individuo y su [sic] familia». Es precisamente esta concepción individual regresiva de la individualidad, con su noción incontrolada de interés propio, agencia y libertad, lo que define al neoliberalismo [15]. Los problemas sociales, la precariedad, la alienación, la desesperación, el sufrimiento y la miseria son ahora «individualizados y experimentados como normales e inevitables» [16]. Además, el colapso de la ética se completa en una noción neoliberal fundamental según la cual cualquier preocupación por los costes sociales es enemiga del mercado.

El lenguaje ha sido vaciado, transformado en un reclamo publicitario para el consumidor, unido al espectáculo de los concursos, convertido en mudo por la cultura de los famosos, convertido en arma en el marco de una guerra contra la responsabilidad social y censurado en las escuelas por los propagandistas de derechas que se aferran al uso de la violencia como forma de alcanzar objetivos políticos. El lenguaje de la política está escrito en el lenguaje del capital, no en el de la ética, la justicia y la compasión, lo que facilita la conexión de la violencia con los mecanismos más letales del poder. La violencia se ve ahora facilitada por un exceso de ignorancia fabricada, acelerada por la degradación del lenguaje. En la era de la disminución de la capacidad de atención, el lenguaje sucumbe a una cultura mediática de la inmediatez, los tweets y una cultura comercial degradante que limita la imaginación, la política, la vida cívica y la propia democracia. En la era del fascismo rebautizado, la cultura política ya no es una cultura crítica, y ahora funciona para socavar aquellas instituciones y espacios cívicos y críticos en los que pueda desarrollarse una conciencia anticapitalista [17].

Bajo una política fascista emergente, la violencia ya no se oculta tras un muro de silencio, ahora la llevan como una insignia honorífica los extremistas de extrema derecha del Partido Republicano junto con sus partidarios. La indefensión aprendida en Estados Unidos se ha transformado en crueldad aprendida y en una retirada del discurso de la compasión, el cuidado y la veracidad. Los vínculos sociales desaparecen en un mundo neoliberal de interconexiones menguantes, sujetos atomizados, comunidades fracturadas, supresión de la memoria histórica y desintegración cívica. Enfrentarse a los problemas de la vida es ahora un asunto solitario reforzado tanto por el continuo ataque de la derecha a la memoria histórica como por su creciente degeneración. Rachel Kaadzi Ghansah, en su lírico y apasionado comentario sobre «The Mystic of Mar-a-Lago», capta la demoledora arquitectura ideológica de este colapso de la conciencia, la integridad y los vínculos sociales significativos. Escribe:

Hoy en día, muchos de nosotros hablamos el lenguaje de la emergencia, pero ¿dónde está el lenguaje de la integridad, la sinceridad y la dedicación? Ha desaparecido la capacidad de aguantar, de pensar más allá de nosotros mismos, incluso en lo más básico. En su lugar, se nos ha dejado navegar solos por una pandemia incapacitante, abandonando a los más vulnerables a sus propios recursos. Nos estamos convirtiendo en un país anestesiado ante la gente que diga: «Temo por mi vida». La guerra de unos contra otros exige que no nos paremos a preguntar: «¿Por qué tienes miedo?», sino que aguantemos nuestro derecho a ser insensibles y a seguir adelante. El Sr. Trump dio a la gente algo en torno a lo que unirse como comunión de desprecio, pero al final no significó nada [18].

Lo que ha cambiado desde la grave crisis económica mundial de 2007-2008 es que el neoliberalismo ha sido víctima de una crisis de legitimación. Pero la sociedad estadounidense ha experimentado algo más que una crisis, ha entrado en lo que Stuart Hall denomina una nueva coyuntura histórica [19], es decir, un periodo en el que diferentes fuerzas sociales, políticas, económicas e ideológicas confluyen en la sociedad y le dan una forma específica y distintiva. Es importante nombrar y comprender esta nueva coyuntura para poder resistir ante ella. Como forma renovada de política, hace algo más que dar rienda suelta globalmente al capital financiero, también desata elementos genéricos de un pasado fascista con su legado de limpieza racial, misoginia rabiosa, violencia de masas y una política de desechabilidad. Este nuevo momento o coyuntura histórica representa el fin de un periodo y el ascenso de otro, que yo etiqueto como fascismo neoliberal. Esta nueva identidad conceptual, con su brutal bagaje ideológico y económico, representa un nuevo e implacable alejamiento de la democracia, y señala que el antiguo período del Estado de bienestar social, el contrato social y el énfasis en los derechos constitucionales ya no es la política que define a la sociedad estadounidense. De hecho, actualmente es objeto de una guerra de supremacistas blancos eliminar este antiguo período liberal de la historia y la política estadounidenses. El eslogan trumpista Make American Great Again [MAGA] capta acertadamente este nuevo momento histórico.

El neoliberalismo ya no apela a la vieja economía de la creación de riqueza privada y los beneficios por goteo para justificar la desigualdad económica o las promesas de movilidad social [20]. No tiene soluciones para la pobreza masiva, la desfinanciación de bienes públicos esenciales como las escuelas, la crisis de los servicios sociales, el deterioro del sector de la sanidad pública, los precios galopantes de los medicamentos o los asombrosos niveles de desigualdad en riqueza y poder. Cualquier crecimiento económico que se produjera beneficiaba a la élite financiera. Al mismo tiempo, el poder económico se tradujo en poder político, erosionando aún más los fundamentos básicos del Estado democrático y la gobernanza [21].

El neoliberalismo hace la vista gorda ante la pobreza y la desigualdad y ya no ofrece una defensa de su ideología asesina [22]. Como ha señalado Pankaj Mishra, no puede «mejorar las condiciones materiales ni lograr una medida de igualdad social y económica» [23]. Incapaz y poco dispuesto a defender la miseria que impone al público estadounidense, ahora apela al racismo abierto y al ultranacionalismo, afirmando que la democracia liberal es responsable de las actuales crisis económicas y políticas que equivalen a «un abismo de socialidad fracasada» [24]. Desfilando como una especie de democracia antiliberal, el fascismo neoliberal rechaza la democracia «como el inconmensurable compartir de la existencia que hace posible lo político» [25] En su lugar, inmerso en la «pornografía del poder», la miseria producida en masa y la falsa fantasía de no rendir cuentas, el neoliberalismo se actualiza a sí mismo, alineándose descaradamente con fuerzas antidemocráticas de todo el mundo que demonizan, censuran y castigan a las minorías raciales, de género, religiosas y sexuales [26]. La deshumanización, la limpieza racial y la represión son las nuevas herramientas legitimadoras de esta forma actualizada de fascismo neoliberal. Paul Mason capta este nuevo alineamiento del neoliberalismo y el fascismo. Escribe:

El colapso del neoliberalismo ha despojado al actual modelo de capitalismo de todo significado y justificación…. el vacío está siendo llenado por una ideología hostil a los derechos humanos, al universalismo, a la igualdad de género y racial; una ideología que adora el poder, ve la democracia como una farsa y desea un catastrófico reseteo de todo el orden global. Peor aún, el arma número uno de la derecha estadounidense es esa misma «filosofía del siglo XVIII» que [supuestamente] había dado a los estadounidenses inmunidad frente al dominio totalitario: su individualismo, que se ha vuelto contra ellos durante treinta años de dominio del libre mercado, y su creencia de que la elección económica constituye la libertad.

La libertad se ha vuelto fea en Estados Unidos [27]. Michael Tomasky observa acertadamente cómo la libertad en el discurso de la derecha se ha desvinculado de cualquier sentido de responsabilidad social. Ilustra el punto argumentando que una medida del distanciamiento de la libertad de la responsabilidad social puede estar en el vergonzoso argumento de los conservadores de derechas en el corazón de la pandemia «de que la libertad incluía el derecho a toser sobre extraños en el supermercado» [28]. En relación con esto, Josh Shapiro, el gobernador electo demócrata de Pensilvania (lejos de ser de izquierdas) ofrece un mordaz contraste de algunas de las feas libertades propugnadas por los políticos de derechas del Partido Republicano, como el nacionalista cristiano Douglas Mastriano, el ultraderechista al que derrotó en la carrera electoral, y su concepción de lo que él denomina «libertades reales». Shapiro escribe:

No es libertad decir a las mujeres lo que pueden hacer con sus cuerpos. Eso no es libertad. No es libertad decir a nuestros hijos qué libros pueden leer. No es libertad que [Mastriano] decida con quién puedes casarte. ¡Yo digo que el amor es amor! No es libertad decir que puedes trabajar cuarenta horas semanales, pero no puedes ser miembro de un sindicato. Eso no es libertad. Y seguro que no es libertad decir que puedes ir a votar, pero que él elige al ganador. Eso no es libertad. Eso no es libertad. Pero, ¿saben qué? ¿saben a favor de qué estamos? Estamos por la verdadera libertad. Y déjenme decirles qué es la verdadera libertad. La verdadera libertad es cuando ves a esa niña en el norte de Filadelfia y ves su potencial, así que inviertes en su escuela pública. Eso es verdadera libertad. Esa es la verdadera libertad. La verdadera libertad llega cuando invertimos en el barrio de esa niña para asegurarnos de que es seguro, para que alcance a cumplir dieciocho años. Eso es verdadera libertad [29].

Merece la pena señalar algunas concepciones ideológicas anteriores de la noción neoliberal de libertad y cómo se han apropiado de ellas los elementos extremistas del Partido Republicano. Por ejemplo, Friedrich Hayek, economista anglo-austriaco de gran influencia y teórico del arco neoliberal, argumentó a principios de los años 60 que la libertad del individuo solo puede equipararse a la libertad del mercado [30]. La libertad en este discurso reproduce la noción de que la justicia social y la ética son irrelevantes, cuando no peligrosas, para las libertades del mercado. La libertad se aleja de cualquier noción de responsabilidad social o de solidaridad. La libertad colectiva desaparece o se considera patológica o peligrosa. Reducidas al individualismo radical y a los intereses de la élite financiera, estas primeras nociones neoliberales de libertad declaran la guerra a cualquier noción colectiva de capacidad política y social y a las instituciones que las hacen posibles. Relacionada con esta visión está la férrea opinión neoliberal de que ninguna actividad debe preocuparse por los costes sociales y económicos. Como uno de los apóstoles estadounidenses del neoliberalismo, Milton Friedman, afirmó en una ocasión, sin remordimientos ni ironía, que el llamamiento a la responsabilidad social equivale a «predicar el socialismo puro y duro [y que] el uso del manto de la responsabilidad social, y las tonterías que dicen en su nombre los influyentes y prestigiosos hombres de negocios, perjudica claramente los cimientos de una sociedad libre» [31]. En este contexto, la crisis de la responsabilidad social está relacionada tanto con la crisis de la capacidad y voluntad como con la crisis de la política.

Bajo el neoliberalismo, lo único que importa es la unión del capital humano y los intereses corporativos sin trabas. Como ha señalado Caleb Crain, basándose en las ideas del intelectual húngaro emigrado Karl Polanyi, el neoliberalismo se ha transformado en una forma de fascismo que «despoja a la política democrática de la sociedad humana para que ‘solo quede la vida económica’, un esqueleto sin carne» [32]. «Con la crisis del capitalismo y el auge de la política fascista en Estados Unidos, especialmente entre los líderes del Partido Republicano, las consideraciones morales, sociales y éticas se han convertido en objeto de intenso desprecio, elevando una cultura de crueldad y violencia a cotas impensables como herramienta política y principio organizador de la sociedad.

En el centro de la violencia que se extiende por Estados Unidos hay un desprecio por los derechos humanos, la igualdad y la justicia. En esta lógica, desaparece la compasión por el otro, se desprecian los vínculos que unen a los seres humanos y se eliminan las instituciones que ofrecen la posibilidad de una sociedad justa. Las identidades y los deseos se definen ahora a través de una lógica de mercado que favorece el interés propio, un ethos de supervivencia del más fuerte y un individualismo desenfrenado. En el neoliberalismo, la competencia incesante y agotadora es un concepto central para definir las relaciones humanas, cuando no la libertad misma. En una sociedad de ganadores y perdedores, el paso del odio al otro a la violencia contra el otro se normaliza fácilmente. Este tipo de neoliberalismo no solo está profundamente arraigado en una forma fascista o de irracionalidad, sino que también abraza impulsos totalitarios que legitiman y producen actos implacables tanto de violencia de masas como de la violencia y la miseria cotidianas que se ejercen bajo el dominio del capitalismo de gánsteres.

En la era de un fascismo neoliberal cada vez más tosco, la violencia parece no tener límites y se inmiscuye en todos los aspectos imaginables de la vida cotidiana, no solo en los implacables tiroteos masivos que llaman la atención. No solo ha producido un grado masivo de miedo, inseguridad y agresividad, sino que también, debido a su presencia omnipresente y a menudo espectacularizada, ha desviado la atención de las condiciones que la producen. Alineado con una cultura de guerra permanente, el fascismo neoliberal fusiona ahora el entretenimiento con el teatro político. Al hacerlo, amplía la esfera tradicional de la política para expandir aún más los límites de su ideología supremacista blanca y ultranacionalista y su odio a la democracia. El egoísmo y la codicia se fusionan ahora con un modo de violencia militarista en el que el sufrimiento y la muerte de los considerados excesivos y desechables se convierte en una fuente de entretenimiento y placer; una fuente rancia de diversión, que oculta políticas de crudo desprecio. Bajo el fascismo neoliberal, la estetización de la política ha quedado completada.

Esta ecología y producción masiva de una política del odio basada en la imagen proporciona las condiciones para acelerar el giro hacia la violencia militarizada por parte de los extremistas de derechas. Un rasgo distintivo de la violencia fascista neoliberal es su uso de los viejos y nuevos medios de comunicación como una forma de teatro que manipula los sentimientos y emociones de la gente junto con sus miedos y ansiedades personales. Los medios de comunicación de derechas se han convertido en cámaras de eco que sirven de escenario para normalizar y permitir el aumento de la violencia política, los tiroteos masivos y la militarización de la sociedad estadounidense. A medida que se destroza la esfera social, la política experimenta su propia destrucción, acompañada del auge de grupos extremistas y de un público atraído por una retórica y unas acciones racistas y xenófobas. En este caso, la violencia se alinea cada vez más con una política de purificación cultural y racial. A medida que la violencia se desconecta del pensamiento crítico, las sensibilidades éticas se neutralizan, lo que facilita a los extremistas de derechas apelar al supuesto regocijo y a la experiencia de placer y gratificación que proporciona el abismo del nihilismo moral, la anarquía y el funcionamiento del poder al servicio de la agresión masiva.

La militarización de la sociedad estadounidense

La militarización de la sociedad estadounidense es casi completa, representando lo que William J. Astore denomina “forma peculiar de locura colectiva»[33]. Más que un motivo de alarma, es un motivo de orgullo, ya que la fuerza no solo ha sustituido al idealismo democrático como principal fuente de influencia de Estados Unidos en el exterior, sino que también se ha normalizado como principio organizador de la sociedad estadounidense [34]. Ya no hay diferencia entre la militarización aplicada en el exterior y la militarización que ahora se aplica en casa. Una cultura armamentística ha sustituido a una cultura de valores democráticos compartidos. La seguridad se asocia regresivamente con la seguridad personal, las industrias de vigilancia y los derechos ilimitados a las armas. La prisión y sus rituales de encierro son ahora el modelo para las escuelas públicas, los servicios sociales, los aeropuertos y, cada vez más, los centros comerciales, las iglesias, los supermercados y las sinagogas. Los republicanos de derechas desprecian la administración de la Seguridad Social y sus programas, mientras celebran las fronteras de inspiración nativista y la Seguridad Nacional.

Ya no quedan espacios de protección en Estados Unidos. Los terroristas extranjeros que Estados Unidos ha combatido en el extranjero han vuelto a casa. Como ha señalado la Liga Antidifamación, «en la última década… unos 450 asesinatos en Estados Unidos [han sido] cometidos por extremistas políticos». De estos 450 asesinatos, los extremistas de derechas cometieron alrededor del 75%. Los extremistas islámicos fueron responsables de cerca del 20%… Casi la mitad de los asesinatos estaban relacionados específicamente con supremacistas blancos» [35]. Los extremistas autóctonos suponen ahora la mayor amenaza de violencia para los estadounidenses. Un estadounidense militarizado y violento se presenta ahora como una destilación pura de la supremacía blanca, el nacionalismo cristiano radical y el fanatismo.

Una cultura de guerra permanente ha colapsado la línea entre el terrorismo doméstico y la violencia producida en nombre de una guerra contra el terror en el extranjero. Las armas militares están ahora en manos de la policía. La guerra contra el planeta y la amenaza de guerra nuclear no pueden separarse de una mentalidad de guerra permanente que ahora da forma tanto a las políticas nacionales como a las extranjeras. La fiebre de guerra domina la imaginación pública y se ha convertido en heroica. Se encarna no solo en el lenguaje del ultranacionalismo de derechas, sino también en el nacionalismo autoritario que abrazan los neonazis de extrema derecha, los dirigentes del Partido Republicano, los supremacistas blancos y los fundamentalistas cristianos blancos [36].  

Conclusión

El neoliberalismo expande la maquinaria bélica junto con la mentalidad que la sustenta. En su forma actualizada de política fascista, produce nuevos bombarderos nucleares furtivos, como el B-21 Raider, que amenazan a la humanidad y cuestan cerca de 750 millones de dólares cada uno. El presupuesto militar recién aprobado asciende a 858.000 millones de dólares y es un símbolo tanto de la locura política como de la adicción psicológica a los aparatos de muerte. Este último es un elemento de una maquinaria bélica que ignora problemas como los asombrosos niveles de pobreza, la falta de vivienda, un sistema sanitario que se desmorona, un Estado carcelario que castiga y un ecosistema que se derrumba. Pero hace más. También envenena la vida cotidiana prohibiendo los abortos y los libros, destripando la seguridad social y los servicios sociales, ampliando una fuerza policial excesivamente militarizada y aumentando el crecimiento de las cárceles mientras recorta la financiación de las escuelas públicas. Bajo la bandera de las políticas neoliberales también están en peligro los derechos de la mujer, la protección del medio ambiente, los derechos sindicales y los derechos civiles [37].

La crueldad ahora desfila como teatro en los medios de comunicación, solo igualada por políticas que roban el tiempo, la dignidad y la vida de las personas. Ha llegado el momento de acabar con el fascismo, no solo a través de las urnas, sino a través de una lucha colectiva masiva y un levantamiento que pueda poner fin a esta política mortal y al capitalismo gansteril que la sustenta. Este llamamiento a un ataque en toda regla contra la política fascista es especialmente relevante en un momento en el que se están revisando los ideales socialistas. El capitalismo es un laboratorio para el fascismo, y cualquier modo viable de resistencia debe empezar por exigir su eliminación en lugar de su reforma. Pero, para ello, como ha señalado Barbara Epstein, es crucial que cualquier movimiento de resistencia viable vaya más allá de una «izquierda fragmentada que se mantiene unida por un vago compromiso con un mundo más justo, igualitario y sostenible… carente de un enfoque común o de una base para la acción coordinada» [38]. El punto de partida para luchar contra el neofascismo reside en reconstruir una conciencia crítica de masas y un movimiento progresista multirracial capaz de desmantelar los regímenes ideológicos y estructurales opresivos del fascismo neoliberal.

Como ha subrayado David Harvey, los problemas fundamentales del capitalismo «son realmente tan profundos ahora mismo que no hay forma de que vayamos a ninguna parte sin un movimiento anticapitalista muy fuerte» [39]. Ahora es el momento de abolir el fascismo neoliberal en lugar de intentar suavizar sus políticas. La noción de un capitalismo compasivo, tal y como predica el ex Secretario del Tesoro del Presidente Clinton, Robert B. Reich, es un oxímoron [40]. Ha llegado el momento de un fuerte movimiento anticapitalista capaz de volver a imaginar y actuar sobre cómo debería organizarse la sociedad según los principios democráticos socialistas y lo que significa para nosotros mismos y para las generaciones futuras. Estados Unidos necesita un levantamiento masivo y sostenido alimentado por la resistencia colectiva de masas y la estrategia de la acción directa para la transformación social fundamental. Necesita una visión radical junto con lo que C. Wright Mills llamó en su día «grandes ideas» para dar forma a un único movimiento revolucionario unificado. Necesita una nueva militancia que se inspire en las luchas del pasado para forjar las armas apropiadas necesarias para luchar contra esta lacra neofascista en el presente.

El fascismo está en auge en todo el mundo, junto con la atrofia de la cultura cívica y la imaginación política. Sin un movimiento educativo y político políticamente radical que lo combata, el virus mortal del fascismo llegará a su punto final y la democracia, incluso en sus formas más tibias, dejará de existir. Una fuente de esperanza proviene de las palabras de James Baldwin escritas en otra época de crisis. Escribe: «No todo lo que se afronta puede cambiarse; pero nada puede cambiarse hasta que se afronta».  La urgencia de los tiempos exige que nos quitemos las anteojeras antes de que sea demasiado tarde y nos enfrentemos a la inminente amenaza fascista. La pregunta urgente de en qué tipo de mundo queremos vivir ya no es retórica, exige una llamada urgente a la acción.

La resistencia colectiva ya no es una opción a la espera de desarrollarse, es una necesidad sin tiempo que perder.

Notas:

[1] Véase, por ejemplo: Victor Klemperer, I Will Bear Witness 1933-1941(New York: Modern Library 1999); Primo Levi, The Drowned and the Saved (New York: Simon and Schuster, 1986),

[2] Etienne Balibar, “Outline of a Topography of Cruelty: Citizenship and Civility in the Era of Global Violence,” We, The People of Europe? Reflections on Transnational Citizenship, (Princeton: Princeton University Press, 2004), pp. 127.

[3] Ibid., Etienne Balibar, “Outline of a Topography of Cruelty: Citizenship and Civility in the Era of Global Violence,” pp. 117.

[4] Henry A. Giroux, Twilight of the Social: Resurgent Publics in the Age of Disposability (New York: Routledge, 2012).

[5] Primo Levi, Survival in Auschwitz (New York: Touchstone, 1958).

[6] Bard Evans and Henry A. Giroux, Disposable Futures: The Seduction of Violence in the Age of the Spectacle (San Francisco: City Lights Books, 2015). Judith Butler, Precarious Life: The Powers of Mourning and Violence (London: Verso, 2006).

[7] Ibid., Etienne Balibar, “Outline of a Topography of Cruelty: Citizenship and Civility in the Era of Global Violence,” pp. 128.

[8] Véase, por ejemplo: Henry A. Giroux, Hearts of Darkness: Torturing Children in the War on Terror (New York: Routledge, 2010). Robert J. Lifton “American Apocalypse,” The Nation (December 22, 2003). Online: https://www.thenation.com/article/archive/american-apocalypse/

[9] Eric Alterman, “ Altercation: Ron DeSantis Is an Honest-to-God Semi-Fascist,” The American Prospect (September 2, 2022). Online:https://prospect.org/politics/altercation-ron-desantis-is-an-honest-to-god-semi-fascist/

[10] Para una serie de entrevistas informativas sobre la violencia, véase Brad Evans and Adrian Parr, Conversations on Violence: An Anthology (London: Pluto Press, 2021). Asimismo, para un debate excelente de la violencia: Brad Evans, Ecce Humanitas: Beholding the Pain of Humanity (New York: Columbia University Press, 2021).

[11] Véase GUN VIOLENCE ARCHIVE 2022. Online: https://www.gunviolencearchive.org/

[12] Jonathan Schell, “Cruel America,” The Nation, (September 28, 2011); online: http://www.thenation.com/article/163690/cruel-america

[13] Lutz Koepnick, “Aesthetic Politics TodayWalter Benjamin and Post-Fordist Culture”, Critical Theory – Current State and Future Prospects, editado por Peter Uwe Hohendahl & Jaimey Fisher, (New York: Berghahn Books:  January 2002), pp. 94-116

[14] Bard Evans and Henry A. Giroux, Disposable Futures: The Seduction of Violence in the Age of the Spectacle (San Francisco: City Lights Books, 2015). Judith Butler, Precarious Life: The Powers of Mourning and Violence (London: Verso, 2006).

[15] Hay numerosos libros y artículos acerca del neoliberalismo, entre ellos: Pierre Bourdieu,  Acts of Resistance: Against the Tyranny of the Market (New York: The New Press, 1998); Pierre Bourdieu, et al., The Weight of the World: Social Suffering in Contemporary Society  (Stanford: Stanford University Press, 1999); Alain Touraine, Beyond Neoliberalism, (London: Polity Press, 2001);  David Harvey, A Brief History of Neoliberalism (New York: Oxford University Press, 2005);  Henry A. Giroux, Against the Terror of Neoliberalism: Politics Beyond the Age of Greed (New York: Routledge, 2008); Thomas Piketty, Capital and Ideology (Cambridge, Belknap, 2020);    Noam Chomsky, The Precipice: Neoliberalism, the Pandemic and the Urgent Need for Radical Change (New York: Penguin, 2021) and Alexander Cockburn and Jeffrey St. Clair, An Orgy of Thieves: Neoliberalism and Its Discontents (CounterPunch Books, 2022).

[16] Jeremy Gilbert, “What Kind of Thing Is ‘Neoliberalism’?” New Formations, (F.80/81, 2013), p. 15.

[17] He desarrollado este argumento de forma detallada en Henry A. Giroux, Pedagogy of Resistance: Against Manufactured Ignorance (London: Bloomsbury, 2022).

[18] Rachel Kaadzi Ghansah, “The Mystic of Mar-a-Lago,’ New York Times (November 20, 2022). Online: https://www.nytimes.com/2022/11/18/opinion/trump-maga-fetish.html

[19] Stuart Hall, “The Neo-Liberal Revolution,” Cultural Studies, Vol. 25, No. 6, (November 2011),  p. 705

[20] Prabhat Patnaik, “Why Neoliberalism Needs Neofascists,” Boston Review, [July 13, 2021]. Retrieved from https://bostonreview.net/class-inequality-politics/prabhat-patnaik-why-neoliberalism-needs-neofascists

[21] Véase, por ejemplo, Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century (Cambridge, Belknap, 2017); Thomas Piketty, Capital and Ideology(Cambridge, Belknap, 2020);  Robert Kuttner, “Free Markets, Besieged Citizens.” The New York Review of Books, [July 21, 2022]. Online: https://www.nybooks.com/articles/2022/07/21/free-markets-besieged-citizens-gerstle-kuttner/

[22] Pankaj Mishra, “The Incendiary Appeal of Demagoguery in Our Time”, New York Times, (November 13, 2016) Online: https://www.nytimes.com/2016/11/14/opinion/the-incendiary-appeal-of-demagoguery-in-our-time.html

[23] Pankaj Mishra, “The New World Disorder: The western model is broken,” The Guardian (October 14, 2014). https://www.theguardian.com/world/2014/oct/14/-sp-western-model-broken-pankaj-mishra

[24] Alex Honneth, Pathologies of Reason (New York: Columbia University Press, 2009), p. 188.

[25] Pascale-Anne Brault and Michael Naas, “Translators Note,” in Jean-Luc Nancy, The Truth of Democracy,  (New York, NY: Fordham University Press, 2010), pp. ix

[26] Ibid., Pankaj Mishra, “The Incendiary Appeal of Demagoguery in Our Time.”

[27] Véase, por ejemplo, Elisabeth R. Anker, Ugly Freedoms (Durham, Duke University Press, 2022).

[28] Michael Tomasky, “Looming Questions for the Democrats,” The New York Review of Books (December 22, 2022). Online: https://www.nybooks.com/articles/2022/12/22/looming-questions-for-the-democrats-michael-tomasky/?utm_medium=email&utm_campaign=NYR%2012-01-22%20Haslett%20Neressian%20Tomasky%20Greenblatt&utm_content=NYR%2012-01-22%20Haslett%20Neressian%20Tomasky%20Greenblatt+CID_34124ac284f100822e9a8a070b415b22&utm_source=Newsletter&utm_term=Looming%20Questions%20for%20the%20Democrats

[29] Josh Shapiro speech can be found on Politico: https://www.politico.com/video/2022/11/09/pennsylvania-governor-shapiro-gives-victory-speech-a-womans-right-to-choose-won-765444

[30] Friedrich Hayek, The Road to Serfdom (London: Routledge, 1944).

[31] Milton Friedman, “The Social Responsibility of Business is to Increase its Profits,” New York Times Magazine, [September 13, 1970] .Online: http://umich.edu/~thecore/doc/Friedman.pdf

[32] Caleb Crain, “Is Capitalism a Threat to Democracy?,” The New Yorker, [May 14, 2018] Online: https://www.newyorker.com/magazine/2018/05/14/is-capitalism-a-threat-to-democracy

[33] William J. Astor, “One Peculiar Form of American Madness,” LAP progressive (December 2, 2022). Online: https://www.laprogressive.com/defense/american-madness

[34] Véanse varios libros de Andrew J. Bacevich. También: “America’s Militarism Will Be Its Downfall,” The Nation (April 18, 2022). Online: https://www.thenation.com/article/world/america-militarism-ukraine-king/

[35] David Leonhardt, “The Right’s Violence Problem,” New York Times (May 17, 2022). Online: https://www.nytimes.com/2022/05/17/briefing/right-wing-mass-shootings.html

[36] Anthony DiMaggio, “Christian White Supremacy Rising: The Fascist Connection.” CounterPunch [September 28, 2022]. Online: https://www.counterpunch.org/2022/09/28/christian-white-supremacy-rising-the-fascist-connection/

[37] Bill Blum, “Democracy on the Ballot,”  Truthdig (November 7, 2022). Online: https://www.truthdig.com/articles/democracy-on-the-ballot/

[38] Barbara Epstein, “Prospects for a Resurgence of the US Left,” Tikkun, Vol. 29, No. 2. Spring 2014. pp. 42.

[39] David Harvey, “Neoliberalism Is a Political Project.” Jacobin, [July 23, 2016]. Online: https://www.jacobinmag.com/2016/07/david-harvey-neoliberalism-capitalism-labor-crisis-resistance/

[40] Véase, por ejemplo, Robert B. Reich, Saving Capitalism: For the Many, Not the Few (New York: Vintage, 2016).

Imagen de portada: Dawud Israel – CC BY 2.0

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