Siempre ha sido una «guerra religiosa»: Sobre Ben Gvir y la adaptabilidad del sionismo

Ramzy Baroud, CounterPunch.com, 20 enero 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros. El más reciente es «These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons» (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net

En un artículo autocomplaciente publicado en The Atlantic en 2017, Yossi Klein Halevi describe el comportamiento israelí en los santuarios musulmanes recién conquistados en la Jerusalén Oriental ocupada en 1967 como «un asombroso momento de moderación religiosa».

«El pueblo judío acababa de regresar a su lugar más sagrado, al que se le había negado el acceso durante siglos, solo para ceder efectivamente la soberanía en el momento de su triunfo», escribió Halevi con un persistente sentimiento de orgullo, como si el mundo le debiera a Israel una tonelada de gratitud por la forma en que se comportó durante uno de los actos de violencia más atroces en la historia moderna de Oriente Medio.

El pomposo discurso de Halevi sobre el elevado sentido de la moralidad de Israel -comparado, según su propio análisis, con la falta de aprecio de los árabes por las insinuaciones de Israel y su negativa a entablar conversaciones de paz- no es en modo alguno único. El suyo es el mismo lenguaje reciclado en innumerables ocasiones por todos los sionistas, incluso por aquellos que abogaban por un Estado judío antes de que se estableciera sobre las ruinas de una Palestina destruida y étnicamente limpiada.

Desde sus incipientes comienzos, el discurso sionista fue deliberadamente confuso, tergiversando la historia cuando era necesario y fabricándola cuando convenía. Aunque la narrativa resultante sobre el inicio y la continuación de Israel como un Estado exclusivamente judío puede parecer confusa a los lectores honestos de la historia, para los partidarios de Israel -y ciertamente para los propios sionistas- Israel, como idea, tiene perfecto sentido.

Cuando el nuevo ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben Gvir, asaltó la mezquita de Al-Aqsa el 3 de enero para volver a presentarse ante los extremistas judíos como la nueva cara de la política israelí, también estaba dando los primeros pasos para corregir, según su propia percepción, una injusticia histórica.

Como Halevi y, de hecho, la mayoría de la clase política israelí, por no hablar de los intelectuales de la corriente dominante, Ben Gvir cree en la importancia de Jerusalén y sus santuarios sagrados para el futuro mismo de su Estado judío. Sin embargo, a pesar del acuerdo general sobre el poder de la narrativa religiosa en Israel, también existen marcadas diferencias.

De lo que se jactaba Halevi en su artículo del Atlantic es de lo siguiente: poco después de que los soldados izaran la bandera israelí, adornada con la estrella de David, en lo alto de la Cúpula de la Roca, recibieron la orden de retirarla. Lo hicieron, supuestamente, a instancias del entonces ministro de Defensa Moshe Dayan, a quien que se citaba en el artículo diciendo al comandante de la unidad del ejército: «¿Quieres incendiar Oriente Medio?»

Finalmente, Israel conquistó todo Jerusalén. Desde entonces, ha hecho asimismo todo lo posible por limpiar étnicamente a los habitantes palestinos musulmanes y cristianos de la ciudad para garantizar una mayoría judía absoluta. Lo que está ocurriendo en Sheikh Jarrah y otros barrios palestinos de Jerusalén no es más que la continuación de este viejo y triste episodio.

Sin embargo, el recinto de Haram al-Sharif -donde se encuentran la mezquita de Al-Aqsa, la Cúpula de la Roca y otros santuarios musulmanes- fue administrado nominalmente por las autoridades del Waqf islámico. Con ello, Israel consiguió imponer la inexacta noción de que en Jerusalén se sigue respetando la libertad religiosa incluso después de la llamada «unificación» israelí de la ciudad, que seguirá siendo, según el discurso oficial de Israel, la «capital unida y eterna del pueblo judío».

La realidad sobre el terreno, sin embargo, ha sido en gran medida dictada por los Ben-Gvirs de Israel que, durante décadas, han trabajado para borrar la historia musulmana y cristiana, la identidad y, a veces, incluso sus antiguos cementerios de la ciudad ocupada. Al-Haram Al-Sharif no es precisamente un oasis religioso para los musulmanes, sino el escenario de enfrentamientos diarios, en los que soldados israelíes y extremistas judíos asaltan habitualmente los santuarios sagrados, dejando tras de sí huesos rotos, sangre y lágrimas.

A pesar del apoyo estadounidense a Israel, la comunidad internacional nunca ha aceptado la versión israelí de una historia falsificada. Aunque siempre se ha reconocido la conexión espiritual judía con la ciudad -de hecho, ha sido respetada por árabes y musulmanes desde que el califa Umar ibn al-Jattab entró en la ciudad en el año 638-, las Naciones Unidas han recordado a Israel, una y otra vez, la ilegalidad de su ocupación y de todas las acciones relacionadas que ha llevado a cabo en la ciudad desde junio de 1967.

Pero a Ben Gvir y a su partido Otzma Yehudit, como a todas las principales fuerzas políticas de Israel, les importa poco el derecho internacional, la historia auténtica o los derechos de los palestinos. Sin embargo, su principal punto de discordia respecto al curso de acción adecuado en Al-Aqsa es sobre todo interno. Hay quienes quieren acelerar el proceso de reivindicación total de Al-Aqsa como lugar judío, y quienes creen que esa medida es inoportuna y, por ahora, poco estratégica.

Sin embargo, el primer grupo está ganando el debate. Los partidos religiosos de Israel, marginados durante mucho tiempo en la periferia de la política israelí, se están acercando poco a poco al centro, lo que está afectando a las prioridades de Israel sobre la mejor manera de derrotar a los palestinos.

Los análisis típicos atribuyen el ascenso de los grupos religiosos israelíes a la desesperación del primer ministro Benjamin Netanyahu, que podría decirse que está utilizando a Ben Gvir, Bezalel Smotrich y Aryeh Deri para mantenerse en el cargo. Sin embargo, esta valoración no cuenta toda la historia, ya que el poder de los partidos religiosos ha precedido durante mucho tiempo a los problemas políticos y legales de Netanyahu. El propio discurso sionista se ha ido desplazando hacia el sionismo religioso; esto puede observarse fácilmente en el creciente sentimiento religioso en el sistema judicial de Israel, entre las bases del ejército, en la Knesset (Parlamento) y, más recientemente, en el propio gobierno.

Estos cambios ideológicos han llevado a algunos a afirmar que Ben-Gvir y sus partidarios están preparando una «guerra religiosa». Pero ¿es Ben-Gvir quien introduce la guerra religiosa en el discurso sionista?

En realidad, los primeros sionistas nunca han intentado enmascarar la identidad religiosa de su proyecto colonial. «El sionismo aspira a establecer para el pueblo judío un hogar pública y legalmente asegurado en Palestina», afirmaba el Programa de Basilea, adoptado por el Primer Congreso Sionista en 1897. Poco ha cambiado desde entonces. Israel es «el Estado nacional, no de todos sus ciudadanos, sino sólo del pueblo judío», dijo Netanyahu en marzo de 2019.

Por lo tanto, si la ideología fundacional de Israel, el discurso político, la Ley del Estado Nación Judío, cada guerra, asentamiento ilegal, carretera de circunvalación e incluso la propia bandera israelí y el himno nacional estaban directamente vinculados o apelaban a la religión y a los sentimientos religiosos, entonces se puede afirmar que Israel ha estado inmerso en una guerra religiosa contra los palestinos desde su creación.

Los sionistas, ya sean «sionistas políticos» como Theodore Hertzl o «sionistas espirituales» como Ahad Ha’am, y ahora Netanyahu y Ben Gvir, han utilizado la religión judía para lograr el mismo fin: colonizar toda la Palestina histórica y limpiar étnicamente a su población nativa. Lamentablemente, la mayor parte de esta siniestra misión se ha logrado, aunque los palestinos siguen resistiendo con la misma ferocidad de sus antepasados.

La verdad histórica es que el comportamiento de Ben-Gvir no es más que el resultado natural del pensamiento sionista formulado hace más de un siglo. De hecho, para los sionistas -religiosos, laicos o, incluso, ateos- la guerra siempre ha sido o, para ser más exactos, tenía que ser religiosa.

Foto de portada: Agentes de la policía israelí frente a la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén el 14 de enero de 2019 [Mostafa Alkharouf / Agencia Anadolu]

Voces del Mundo

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